Mayo 2016
No sé cuantos días he tardado en acostumbrarme a tal caos, pero ya está en mí.
Las familias enteras en una moto, los sofás en una moto, una moto sobre otra moto, incontables quintales de arroz en una moto, los millones de motos. La polución en el aire, la gente sin casco, los bebés y niños a toda velocidad jugando en la moto mientras van a casa como si fuese un coche; sin casco.
Todos los niños y niñas yendo en moto al cole, con su hermana o con una amiga detrás, sentada de lado impoluta de ropa sobre charcos de barro que casi las hacen caer; las mujeres con la cabeza cubierta musulmanamente, pero sin casco y veloces; el conducir con todos alrededor pitándose unos a otros como si se tratase de un holocausto en Europa, pero que se queda en meras sonrisas entre todos; los niños que conducen motos en cuanto llegan al manillar y a las palancas de marchas, el que no pase nada…
…el que no pase nada.
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Los niños pequeños de Indonesia, todos circuncidados y desnudos jugando en aguas sucias de ríos sobrecargados por las lluvias y los plásticos.
El tabaco. El tabaco en los hombres, desde niñitos hasta que mueren; eso de ‘dejar el tabaco en algún momento, de enfrentarse a él, de querer dejarlo, de querer estar sano’ no ha llegado aquí.
Las montañas de plástico, en los ríos, junto a las carreteras, en cualquier rincón. El desastre.
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Las infinitas hogueras en los valles, llenándolos de humo. La incompetencia de policías y autoridades. Los perros, cabras, pollos, vacas y búfalos en todas partes y cruzándose por la carretera. La gente tirando toda la basura a los canales de agua, que se lo llevan y lo alejan de uno. Las lluvias espontáneas y torrenciales que arrastran y limpian todo lo sucio. La diarrea.
El calor pegajoso, sucio y húmedo, la bendición de las noches. La naturaleza y la jungla, pasivas, pacientes, imparables. El no poder hacer dedo porque te quieren cobrar. El transporte jodido pero barato. El no poder comunicarse ni en inglés, pero entenderse. Las mil y una reacciones de paisanos y niños al verme cuando voy a zonas profundas, las caras que ponen, desde alegría hasta miedo.
El abismo cultural, el improbable sexo natural. La falta de calidad, comodidad, facilidad e higiene. La lucha, la tensión por probabilidad de hurto. El ruido, el claxon. La falta de respeto. Las mujeres escupiendo. La supervivencia como justificante de todo.
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Finalmente, la comprensión. El pasar por encima de todo esto y llegar a la inocencia de las personas y apreciar que solo son diferentes, aprender a sonreír contínuamente ante todo el desastre, aunque estén destruyendo MI naturaleza, a ver que todo esto es necesario en la existencia y no hay otra manera de que pasen las cosas. Compasión. Dejar de sufrir, de resistirse: ver la belleza de cada una de estas personas, luchadoras, inocentes, hermanas, iguales, circunstanciadas, la belleza del sol detrás de tanto humo al atardecer, la belleza de la flora saliendo entre los plásticos, la belleza de la supervivencia y de la creación.
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Estoy en Asia después de 6 años; fueron muy pocos días los que me costó readaptarme al calor y a que todo lo que veo sea normal, lo recuerdo. Recuerdo que para viajar por Asia hay que saber sonreír al caos; y a cambio, obtendrás una butaca en 1ª fila para ver el mayor show sobre la faz de la Tierra.