Namche – Dungla

Poco antes de llegar a Namche Bazar recuerdo cruzar el rio Dudh Kosi, que ya estaba muy encañonado, sobre largos puentes colgantes. Lo más interesante de estos puentes no era solo cruzarlos y sentir su vibración rebotante entre los extremos mientras se observan las vistas, sino ver cómo filas enormes de yapkies o yaks los cruzaban. Eso si no te los cruzabas de frente en el puente porque sus cuernos no dejan espacio para más. Miles de banderas tibetanas han sido atadas a los puentes y a veces cuelgan varios metros. La estampa en la distancia de un puente lleno de yaks entre nieblas es una de las más protegidas en mi memoria.

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Los precios se incrementan en Namche y sigo con una fuerte intención de seguir subiendo pesado -con tienda, saco, abrigo, comida, cocina- pero dotado así con la posibilidad de acampar entre enormes picos nevados cuya magnificencia y belleza nunca me cansan los ojos, especialmente ahora que la altitud y posición del pueblo -3440 m- deja ver muchos de ellos aunque solo por instantes a primera hora. Soñando con esta posibilidad, parto una mañana con una mochila reducida pero con todas mis cosas de acampada.

Namche, oscura entre nubes que no dejan ver los mounstruos que me rodean.

Namche, oscura entre nubes que no dejan ver los mounstruos que me rodean.

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Salleri – Namche. Los sherpas.

24 Septiembre 2016

Han sido varios días de subir y bajar enormes montañas con desniveles de hasta 1500 metros, agotadores, pero salpicados por las frecuentes casas de los sherpas, los pobladores locales de estas montañas himalaicas, cuyos orígenes se atribuyen a regiones de China central. Son gentes humildes y austeras, nada malo se puede decir de los legendarios habitantes de estas tierras que, de pequeño tamaño y fuerza descomunal, andan con enormes cargas de hasta cuatro veces su volumen -aquellos que son valientes y que no disponen de mulas, yapkies o yaks para cargar- y que prueban tener una fisiología diferente. Tanto recuerdan a hormigas llevando frutos secos enteros a sus espaldas, como justifican el precio incremental de los víveres conforme aumenta la altitud y la distancia a los pueblos accesibles por carretera… bendito aislamiento montañoso, que hace de estas tierras un cuento de hadas!!!

Los sherpas portan de todo, desde materiales de construcción, como madera y puertas, hasta los más pequeños consumibles en sus enormes cestas de mimbre (recuerdo que absolutamente todos tenían Mars y Snickers, los snacks de chocolate por excelencia, y eran cada vez más caros) a lejanas casas de té y huéspedes y los venden a sus dueños, más caros; éstos hacen lo mismo con los visitantes y extranjeros que se quedan a comer, dormir o tomar un té de descanso; todos ganan y, al final… por muy duro que se vea… ¿qué trabajo hay más sano y bonito que caminar estas montañas de arriba a abajo durmiendo en cabañas de paisanos?

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Poner rumbo a Sagarmatha (Everest)

17 Septiembre 2016

Había vuelto a descender a las altitudes mínimas, bajo las montañas, para entrar a Nepal por su frontera más oriental -Kakarbitta-, y el calor se me hizo insoportable. De nuevo me rodeaban miles de humanos ajetreados de piel oscura, ganado, ruido y polvo mientras cruzaba el largo puente que ya me separaba de India, y asomado, volví a sentir la intensa atmósfera caótica y las extensiones planas y cálidas que se extienden bajo los Himalayas, mirando el río con su lecho inmenso y ancho, pero bajando pobre y lento, sucio, hacia el sur.

La primera noche la pasé muy suciamente en Inaruwa luchando con el sudor, y recuerdo que buscaba mapas de Nepal en las calles para determinar cada vez mejor cuál era el ataque que iba a hacer hacia el remoto distrito de Solukhumbu, el paraíso del Everest. Había decidido que me acercaría, en mi largo periplo, a hacer una visita: no podía dejar pasar esta oportunidad. Sin saber si podría acercarme mucho o poco a la montaña, si me permitirían hacerlo estando solo, o si el costeo de ir lo más cerca que pudiese me era posible, ya me había convencido de que lo lograría y, como en otras ocasiones hasta entonces, ya nada podía pararme. Sigue leyendo