24 Septiembre 2016
Han sido varios días de subir y bajar enormes montañas con desniveles de hasta 1500 metros, agotadores, pero salpicados por las frecuentes casas de los sherpas, los pobladores locales de estas montañas himalaicas, cuyos orígenes se atribuyen a regiones de China central. Son gentes humildes y austeras, nada malo se puede decir de los legendarios habitantes de estas tierras que, de pequeño tamaño y fuerza descomunal, andan con enormes cargas de hasta cuatro veces su volumen -aquellos que son valientes y que no disponen de mulas, yapkies o yaks para cargar- y que prueban tener una fisiología diferente. Tanto recuerdan a hormigas llevando frutos secos enteros a sus espaldas, como justifican el precio incremental de los víveres conforme aumenta la altitud y la distancia a los pueblos accesibles por carretera… bendito aislamiento montañoso, que hace de estas tierras un cuento de hadas!!!
Los sherpas portan de todo, desde materiales de construcción, como madera y puertas, hasta los más pequeños consumibles en sus enormes cestas de mimbre (recuerdo que absolutamente todos tenían Mars y Snickers, los snacks de chocolate por excelencia, y eran cada vez más caros) a lejanas casas de té y huéspedes y los venden a sus dueños, más caros; éstos hacen lo mismo con los visitantes y extranjeros que se quedan a comer, dormir o tomar un té de descanso; todos ganan y, al final… por muy duro que se vea… ¿qué trabajo hay más sano y bonito que caminar estas montañas de arriba a abajo durmiendo en cabañas de paisanos?
Desgraciadamente, una cosa que experimenté con mal sabor era ver cómo muchos turistas abusaban sin escrúpulos de tal condición de los sherpas. A veces creo que hasta sin ninguna necesidad, para muchos es como más guay hacer excursiones en esta magnífica zona si contratan sherpas y les cargan las espaldas con todo lo que llevan, y además les hacen fotos para enseñar a sus amigos una vez vuelvan. El resultado es carne insensible blanca paseándose con una camel-bak con agua y una ostentosa cámara de fotos, y un solo muchacho (se ahorran pagar un segundo muchacho) cargado con todas las miserias innecesarias de dos personas. Una vez le susurré a uno que parecía una hormiga y cuyos clientes occidentales alardeaban en voz alta de sus hazañas de montaña, al pasar,
-hey, cuántos kilos llevas?
-40.
-Esto no es justo y lo sabes.
Mi mirada sobre los susodichos y su injusticia fue tan intensa que, tal vez, la próxima vez se planteen algo tan simple como dividir la carga a medias entre ellos y los sherpas que quieran contratar. Lo que cualquier persona con sentido común debería de pensar. Hoy en día se le atribuye al montañero neozelandés Edmund Hillary la primera coronación del Everest, y lo cierto es que jamás lo habría conseguido sin el sherpa de Darjeeling Tenzing Norgay, que demostró ser el verdadero cualificado para ello y que probablemente puso el pie antes que Edmund -hay controversia aún hoy-. Tal vez es esta injusticia la que me hace estar más sensible con la anterior cuando la veo.
Los sherpas construyen con piedra, tallada o cruda, y con madera, lo que tienen en el sitio. Son verdaderos maestros, he visto paredes exquisitas de hasta tres pisos enmarcando ventanales de madera perfectamente. Lo malo es que no son muy resistentes a los terremotos y uno reciente dejaba varias casas antiguas derrumbadas. Los techos más rudimentarios se construyen con tablones alternados de madera que acaban poniéndose más negros y bonitos con el tiempo, o con enormes losas de pizarra toscamente colocadas, lo que se refina actualmente en losas más delgadas y cuadradas de unos 40cm de lado. En las altitudes bajas también hay chozas de madera más simples o más modernas, y por dentro suelen tener lo acogedor que puede darles una sherpa atendiendo a sus hijos y a los caminantes en torno a un fuego con té siempre listo y una estufa central donde calentarse las manos. El resultado de esto, en la estampa de los poblados que atravieso, es… eso, de cuento.
Pollos, vacas, terneras y algunos cerdos pasean por las inmediaciones, los caminos se abren bien cuidados y abiertos en la hierba y existen a menudo muros de ocntención para salvar los desniveles que están tan bien construidos como las paredes de las casas. Las huertas himalaicas en esta época del año están llenas de vegetales perfectos sin agujeros ni bichos: los más ricos que he comido en mucho tiempo, verdaderamente orgánicos.
Los sherpas son un pueblo asentado en el budismo y éste es el sabor quizás más emblemático del pesado caminar entre valles y cerros: a veces me han acompañado monjes de unos 10 años que migran de un monasterio a otro, mostrándome los atajos, y siempre hay un precioso monasterio en algún cerro, siempre excelentemente escogido, con las mejores vistas, sus colores chillones, sus banderas del caballo del viento ondeando en todas las direcciones. Algunos han quedado de paso, como el de Taksindu, y he parado a observar en la medida de lo posible sus costumbres y mágico bienestar. Una noche, acampé -con el permiso del lama- en los alrededores verdes del de Kharikhola, uno pequeño sobre la ruta, en un alto, que tenía muchísimos muchachos que se entretuvieron tremendamente conmigo, mi ducha, mi enjuagar la ropa y mis cocinillas… o mejor dicho con mi hamaca, a la que encontramos dos postes de bandera tibetana útiles para amarrar. La usaban para columpiarse y reírse cuando alguno caía con esa inocencia y lo aparatoso de aterrizar en el suelo envuelto en sus atuendos púrpura. Tanto se balancearon que un poste se vino abajo con la bandera tibetana del caballo y se nos acabó la fiesta.
Fue precisamente en la zona de Kharikhola donde me crucé con un americano que me dio mi primera alegría confirmada sobre mis inciertos planes. Me dijo que podría ir hasta los hielos del campamento base del Everest yo sólo y nadie se opondría. Necesitaba ir preparado pero, a parte de pagar el parque nacional antes de llegar a Namche Bazar, no necesitaría guías ni equipo ni sherpas ni agencias ni pagar cosas extras. Me llenó de energía nueva y motivación para ir a ver tan de cerca a mi objetivo.
El budismo hace buena gente, honrada y generosa, y ese sabor que ya llevo dentro sabe más cómodo que nunca entre estas paredes verdes y cascadas que, intuyo, acaban en picos blancos más arriba de esas nubes que tanto se mueven, que tanto misticismo y belleza le dan a todo en este momento. Llega el invierno, se acaban las lluvias, y a veces, como una mujer que se desnuda, dejan ver unos minutos su secreto, los senos de las montañas, con esa belleza blanca y negra que tienen las rocas distantes, con esa definición FULLHD que hace parar en el camino a uno, boquiabierto, sabedor de que esos minutos hacen merecer la pena y los duros pasos, dolores de espalda, mochila pesada, sudores infinitos, lluvias largas y frías noches en la tienda junto a monasterios generosos que me dan el placer de convertir de nuevo mi viaje en uno muy diferente al de los demás.