Dungla – Everest

Cerca del campamento de Dungla acaba el glaciar Khumbu, la gigantesca lengua de hielo que viene directa del valle congelado que se forma entre el Everest, el Lhotse y el Nuptse. Su final se deshace en un río alegre que se ha de cruzar para empezar a ascender hasta enfilarse junto al glaciar, sobre su margen derecha, por la que se camina ya hasta el mismo campamento base. Hay un famoso memorial en el camino con inscripciones en tibetano e inglés y los restos de varios expedicionarios que perecieron en su intento de subir o volver del summit.

Caminar los siguientes dos días junto a aquel glaciar tuvo la comodidad de que la pendiente general no era muy inclinada y se acababan los interminables ascensos entre jadeos, aunque el terreno sí era abrupto y lleno de irregularidades. Presentía que a mi derecha, por el vacío que había en las vistas, se extendía algo inmenso, y no tardé en encaramarme al borde del precipicio que forma el glaciar al excavar tras tantos milenios su propio surco. Un río de hielo gigantesco que cava tan hondo que se cubre de rocas, tierra y ocasionales lagunas, dando la impresión de que no hay tanto hielo … a la vista. El tiempo nunca nos acompañó y el frío y las nubes cubrían todo lo que alcanzábamos a ver, convirtiendo los momentos de visibilidad en alegrías efímeras.


La belleza de esta etapa

La belleza de esta etapa


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Namche – Dungla

Poco antes de llegar a Namche Bazar recuerdo cruzar el rio Dudh Kosi, que ya estaba muy encañonado, sobre largos puentes colgantes. Lo más interesante de estos puentes no era solo cruzarlos y sentir su vibración rebotante entre los extremos mientras se observan las vistas, sino ver cómo filas enormes de yapkies o yaks los cruzaban. Eso si no te los cruzabas de frente en el puente porque sus cuernos no dejan espacio para más. Miles de banderas tibetanas han sido atadas a los puentes y a veces cuelgan varios metros. La estampa en la distancia de un puente lleno de yaks entre nieblas es una de las más protegidas en mi memoria.

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Los precios se incrementan en Namche y sigo con una fuerte intención de seguir subiendo pesado -con tienda, saco, abrigo, comida, cocina- pero dotado así con la posibilidad de acampar entre enormes picos nevados cuya magnificencia y belleza nunca me cansan los ojos, especialmente ahora que la altitud y posición del pueblo -3440 m- deja ver muchos de ellos aunque solo por instantes a primera hora. Soñando con esta posibilidad, parto una mañana con una mochila reducida pero con todas mis cosas de acampada.

Namche, oscura entre nubes que no dejan ver los mounstruos que me rodean.

Namche, oscura entre nubes que no dejan ver los mounstruos que me rodean.

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El monasterio de Pemayangtse

9 Septiembre 2016

Muchas nubes, y dentro de ellas, nieblas.

Llegué a Pelling sin saber si podría quedarme en el monasterio de Pemayangtse pero sabiendo que había vistas tempraneras geniales a las montañas. Rápidamente encontré caminando la escuela Padma Choeling, asociada al monasterio en la educación social de niños desamparados con los principios budistas. Era la hora de volver al monasterio y un montón de niños me guiaban y rodeaban en la calle al caminar: a uno de ellos, listico, cabroncete y que chapurreaba inglés, le conté mis planes de quedarme para ver posibilidades, y me dijo que tendría que hablar con el señor Yapu, al que rápidamente reconocí como la máxima autoridad de Pemayangtse.

Giramos en una curva y pude ver por primera vez, entre muchas banderas ‘horse-wind’, la estructura del edificio principal del monasterio, grande y cuadrado como de costumbre pero rodeado, en lo alto de un cerrito, de casas auténticas de piedra y madera antiguas, centros donde tienen 1000 velas en la noche, donde cocinan y comen, o donde dan clase. Tras él, un jardín redondo y verde con un pórtico que da acceso bajo una gran puerta tibetana a la zona de residencia. Pemayangtse es delicioso por las vistas, el contraste entre los colores del monasterio y las montañas, y es como una pequeña aldea consciente y con propósito.

Llegamos y el niño me mete en una casa preciosa y coloreada tras el patio redondo, y me veo en un cuarto viejo pero ideal donde parecen alojar a visitantes pero hay niños aquí y allá. No me acomodo sin la aprobación de los superiores… el señor Yapu llegó en un coche viejo y me acerqué con el rabo entre las piernas. Me entrevistó y me dio el VB para quedarme allí, en el cuartito azul de la casa, su casa: él vive en la parte alta y tiene todo ventanitas alrededor. Vaya suerte, me encanta mi humilde cuarto y mi ventana llena de telarañas por fuera.

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Lágrimas en el templo principal

Decidí esperar despierto hasta las 4.30am, la hora en que el templo abre sus puertas y comienza, la verdad, un espectáculo. De otra manera, no tengo medios para despertarme con alarma.

No sé qué clase de transformación sufrí al poco tiempo de entrar. Ya había cantos y ceremonias, pero recuerdo entrar tranquilo y cansado; me quedé junto a la masa visitante donde se me permitía y de pronto uno de los uniformados me agarra y me mete a través de los monjes devotos, por ser occidental supongo, y entré así en un espacio donde creía que no tenía que estar pero que me agarró del alma.

Hay una línea bastante delgada entre las dos actitudes que un occidental puede adoptar cuando se sumerje de golpe en una olla a presión de tradición india, donde la fé religiosa está en lo más alto de una escala en la que la fé europea está en lo más bajo.

Desde la ignorancia, se puede caminar por el templo siguiendo la corriente; sin entrar en alabanzas a cosas u objetos o deidades que uno jamás ha visto -como Jagannath-, llega súbitamente un juicio, una ridiculización automática a la actitud de una sociedad que, en el fondo de nuestra persona, tristemente, consideramos ignorante o enfermiza como mínimo, o desproporcionado, o un poco de locos. Uno no va a ponerse a luchar con la masa por llegar a tocar una vela, o que le caiga algo de agua sagrada, o por tirar unos pétalos a una deidad solo porque todos los demás lo hagan, pero sin saber realmente por qué.

También desde la ignorancia, pero con más ganas de acabar con ella, se puede, como segunda opción, entregar uno al vacío, olvidarse de quién es, de las miradas ajenas de que pueden hacer al ego sentirse ridículo y sobrecomportarse, de quién podría decepcionarse con nosotros al vernos en ciertos estados de éxtasis o hipnóticos que, repito, consideramos enfermizos desde nuestra ignorancia.

Yo evidentemente soy más de la 2ª actitud, necesito experimentar a fondo una cosa, y no superficialmente o a medias, si quiero opinar de ellao decidir si me beneficia. Empezó así, aún de noche, la siguiente experiencia. Sigue leyendo

Rocío balinés

15 Abril 2016

Durante un ratito, y solo durante un ratito, muy temprano, cuando el sol tira sus primeros rayos, se pueden observar unas grandes gotas de rocío en todas las briznas de los campos de arroz, en el interior de Bali.

Son gotas redondas capaces de mojarte bastante si caminas por ellos, lo cual es un placer de Dioses, pues aún no despiertan los millones de motos que llenas el aire de ruido y humo. Pueden oírse pájaros y algunos de los molinetes típicos de viento giran lentamente con sus repiqueteos.

Click para escuchar molinos

El verde de los arrozales es el mejor y más intenso que he visto en mi vida. Claro, el arroz crece cubierto en varios dedos de agua, que baja desde las alturas canalizada y va cayendo de un campo de arroz a otro de una manera completamente admirable.

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La magia de Bali

Abril 2016

El caos de Bali me chocaba tremendamente, incluso en Ubud. Tráfico y polución, ruido. El segundo día me adentré en el norte del poblado, donde felizmente ví las plantaciones de arroz y la paz de los lugareños. El destino me llevó por un sendero a encontrarme con un hombre local que me dijo, al decirle que era español, que su mujer también lo era. ‘Estás de coña’, le dije, me extrañó. Pero allí al lado encontré a Begoña, una interesante mujer, directiva de una ONG llamada ‘Kupu kupu’ que ayuda a personas discapacitadas de Bali. Toma ya! Sintiendo complicidad con ella, le pedí que me dejara quedarme en aquel lugar a dormir por su paz y separación del caos mundano, y aceptó. Recomendaría enormemente visitarla y colaborar con la asociación de las muchas maneras en que se puede, durmiendo allí en aquella paz, visitando lugares con ellos o simplemente asistiendo con ellos a las danzas balinesas que ocurren cada noche.

http://www.kupukupufoundation.org/

Allí empecé a centrarme en meditar y paseé cada día un rato antes de desayunar con la paz, ya que me iba acercando a los territorios budistas del planeta y me esperaba un retiro intenso en Birmania de meditación. Entre esa paz y escribir pasaron días de calor y lluvias tropicales, y empecé a enamorarme de Bali y su cultura hindú.

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Casi sin haber meado me iba a caminar por los arrozales poco después del amanecer, pues dormía al aire libre y despertaba con la luz. Por diferentes senderos cada vez, las divisorias de los campos son laberintos de paz y caminar descalzo y libre. Hacia el este, solo un ratito temprano, podía ver el volcán gigante de Bali, el Agung. De las cosas más impresionantes que existen en Indonesia, es la presencia contínua de volcanes gigantes en todas direcciones, quizás en lejanas islas, pero siempre visibles por su tamaño.

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Wayan, el chico local encargado de los bungalows, un risueño e inocente jóven, venía a mi lugar a tocar un tingklik de bambú cada mañana, así que a la vuelta tocábamos juntos.

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Por las tardes, solía perderme en el pueblo de Ubud, que, una vez aceptado su caos, tiene mil y un rincones deliciosos. La cultura es la de vida sana y equilibrada, rollito yoga, meditación, masajes, hidroterapias y comida vegetariana, juguitos vegetales, etc. -«eat, pray, love» ha tenido su influencia, recuerdo bastantes solteronas cachondas-. Los precios eran asequibles hasta para mi bolsillo, con lo cual estaba feliz. Las puestas de sol las intentaba hacer hacia el norte, por algún arrozal extenso, donde aprendía, cada día más, cómo es la vida del arroz en todas sus fases: algo que se absorbe sin que nadie te lo explique, pues el arroz aquí tiene una gran importancia y un cultivo contínuo. Mi compañía eran luciérnagas voladoras y libélulas.

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Las decoraciones de las casas y las tradiciones hindúes de Bali me tenían muy entretenido. La gente, en las mañanas, prepara ofrendas lindas con una bandejita de hoja de banano que contiene varias flores, incienso, etc y se las van a colocar a sus deidades por cada templito junto a sus casas. Los templitos pueden ser diminutos, cajitas en árboles remotos por los arrozales con sus tejaditos, o en medio de la calle, normalmente con alguna tela amarilla decorativa y a veces paraguas protectores del sol y lluvia.

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En Bali existe un estilo integrado en las construcciones; por alguna razón de influencia, las casas y restaurantes, alojamientos, etc. se hacen manteniendo un mínimo de gusto en la línea de calma y paz interior y vida sana que mencionaba. Hay estanques y piscinas a menudo y siempre suelen añadir, aun con falta de espacio, estatuas de piedra-cemento bonitas y algún invento en el que discurre el agua contínuamente generando paz con su sonido: el agua es protagonista en Bali. No sé como describirlo, pero tienen la capacidad de hacer que paredes o construcciones de ladrillo y cemento sean lindas. El gris de aquel cemento tiene arte, no sé por qué.


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Los templos, bastante presentes, eran edificaciones en muchos casos piramidales y con ese mismo componente de cemento viejo que tiene tanta estética. En este jardín de loto donde posan tres muchachos, escenario ideal, pude ver una noche una demostración de baile balinés, adornado con música instrumental única en la isla. Aquellos instrumentos eran todos nuevos para mí, flautas y percusión, resultando en un rato de hipnotismo total, viendo aquellos músicos golpeando tantos objetos con ritmos que parecen descuadrados para un visitante remoto como yo pero que son el ritmo de este lugar. Las diferentes escenas representadas eran geniales y los caracteres muy extraños, desconcertándome, lo que más, la extraña manera de mover el cuello y la mirada hacia los lados contínuamente de los actores, cuyas caras a veces ya eran de los más exótico!


Escuchar un tema de la danza balinesa

(continúa)

¡Te acabas de despertar!

21 Marzo 2016, Apollo Bay, Australia

Quieto. Ni te muevas. No dejes que la mente entre en sus cosas de nuevo. Como si siguieses soñando. Retoza, ronronea de placer.

En el saco, sobre el poncho.

Extiende la mano, toca las briznas de hierba fresca, frescor, vuelve tu brazo al saco, cozy, protegido.

Siente la brisa perfecta en la cara, ni caliente ni fría, perfecta, como un susurro, el susurro que lleva toda la noche diciéndote que estás en el exterior, bajo las estrellas. Te has despertado con cada cambio de postura importante y echado un vistazo: las estrellas estaban cada vez más giradas. La última vez ya echabas de menos el alba.

Viste más luz y quisiste dormirte de nuevo.

* * *

Recuerdo después, en un abrir y cerrar de ojos, las briznas verdes iluminadas por el sol directo horizontal.

Ahora, el sol ya se ha ocultado tras unas nubes azules y grises. Unas finísimas gotas me han rebotado en la cara para aliviar mi sueño.

Algunos trozos de nubes están iluminados por el sol, gaseosos.

En una parte clara del horizonte marino, se ven nubes lejanísimas, casi invisibles, pero si fuese allí debajo de ellas serían tan inmensas como la que tengo ahora encima, infinita. Allí, en el horizonte, hay sol y luz.

El murmullo del mar al final de la ladera y unos pájaros, los cuervos australianos.

Unos arbustos, aunque de cardos, alrededor de mí, mi compañía, perfectos también.

Un barquito blanco madrugador, pequeñito, surca hacia el sol, lento, su capitán debe sentir ahora el iluminado sentimiento de orgullo y rectitud causado por el buen madrugar y el hacer las cosas bien. Bien por él.

* * *

Vuelves a cerrar los ojos. Podrías dormirte de nuevo. La brisa fresca. Suspiras, gemido.

Un solo día en la Tierra ya merece nacer y morir.

Una conversación interesante con un amigo, un café caliente frente al mar, un despertar en la pradera, un puñado de aves cruzando ahora el azul marino.

¡La vida es larga, y el mundo perfecto!

* * *

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La ruta Angelus

23 Noviembre 2015

Una de las expediciones más bonitas que recuerdo en Zelandia, y quizás menos conocidas y más recomendables, es la que circula junto a los lagos Nelson y asciende hasta un lago helador y nevado llamado Angelus, en las nubes de una preciosa cordillera llena de refugios y posibilidades para el montañista.

A orillas del lago Nelson pasé mi primera tarde planeando el ascenso. Me regaló una pasada de puesta de sol, cerrada por las nubes pero pacífica y húmeda. Encontré un pequeño escondrijo entre arbustos donde cabía mi tienda sin ser vista desde los muelles, pues estaba cabezón con tener esa maravilla de visión desde mi mosquitero al despertar, sumando otro ‘campañazo’ a la lista. Sí, había un camping, pero estaba lejos de la orilla, había que pagar, y estaría rodeado de otros turistitas.

En las mañanas de los lagos, sólo unos minutos en el alba, pasaban rápidos unos pájaros pequeños cuyo sonido me alegraba el despertar. Y quise recordarlo mucho tiempo.

Puesta de sol

Puesta de sol


Anda, ponte los cascos

Amanecer

Amanecer

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