Decidí esperar despierto hasta las 4.30am, la hora en que el templo abre sus puertas y comienza, la verdad, un espectáculo. De otra manera, no tengo medios para despertarme con alarma.
No sé qué clase de transformación sufrí al poco tiempo de entrar. Ya había cantos y ceremonias, pero recuerdo entrar tranquilo y cansado; me quedé junto a la masa visitante donde se me permitía y de pronto uno de los uniformados me agarra y me mete a través de los monjes devotos, por ser occidental supongo, y entré así en un espacio donde creía que no tenía que estar pero que me agarró del alma.
Hay una línea bastante delgada entre las dos actitudes que un occidental puede adoptar cuando se sumerje de golpe en una olla a presión de tradición india, donde la fé religiosa está en lo más alto de una escala en la que la fé europea está en lo más bajo.
Desde la ignorancia, se puede caminar por el templo siguiendo la corriente; sin entrar en alabanzas a cosas u objetos o deidades que uno jamás ha visto -como Jagannath-, llega súbitamente un juicio, una ridiculización automática a la actitud de una sociedad que, en el fondo de nuestra persona, tristemente, consideramos ignorante o enfermiza como mínimo, o desproporcionado, o un poco de locos. Uno no va a ponerse a luchar con la masa por llegar a tocar una vela, o que le caiga algo de agua sagrada, o por tirar unos pétalos a una deidad solo porque todos los demás lo hagan, pero sin saber realmente por qué.
También desde la ignorancia, pero con más ganas de acabar con ella, se puede, como segunda opción, entregar uno al vacío, olvidarse de quién es, de las miradas ajenas de que pueden hacer al ego sentirse ridículo y sobrecomportarse, de quién podría decepcionarse con nosotros al vernos en ciertos estados de éxtasis o hipnóticos que, repito, consideramos enfermizos desde nuestra ignorancia.
Yo evidentemente soy más de la 2ª actitud, necesito experimentar a fondo una cosa, y no superficialmente o a medias, si quiero opinar de ellao decidir si me beneficia. Empezó así, aún de noche, la siguiente experiencia.
* * *
Hombres con instrumentos indios y voz, buenos músicos, en el centro de la sala, oscura, velas y algo de fuego aquí y allá, rodeados de devotos que se mueven al ritmo y repiten las frases del cantante levantando los brazos, alternativamente.
Todos miran a un escenario como de teatro donde hya nada menos que 10 figuras alrededor de una, de piel negra, indudablemente Krishna, a la flauta. A veces estábamos en el suelo arrodillados, otras los devotos se ‘desnucan’ de pronto boca abajo de cuerpo entero, aún no entiendo cuándo (ignorancia), las mujeres están en la otra banda, todos estamos descalzos, no me dejaron entrar sin cubrir mis piernas, y ni cámaras ni móviles.
Después, honestamente, no sé qué pasó; la luz entraba poco a poco desde el exterior y de pronto estaba llorando, cantando fuerte, imitando lo que oía, con muchas voces de hombres más fuertes y entregándome de nuevo a Dios, bajo el nombre de Krishna, siempre el mismo, con tantos nombres diferentes. Las canciones eran hermosas.
La fuerza de ese templo tras tanta devoción diaria era impresionante, supongo. Un voltaje de sonrisas a Dios con ojos cerrados, con ESA devoción de gente entregada que me convenció de que la fé y la devoción se contagian. No entendía lo que me estaba pasando, como si me subiesen las drogas, pero lloraba y sólo yo sé lo bienvenidas esas lágrimas tras tantos años sin llorar; lloraba y luego lloraba por llorar por fin, y caminábamos todos en círculos, apretados, y estaba oscuro y yo tenía la cabeza baja, y agradecía, y lloraba, y mis lágrimas eran sabrosas y una cayó en mi mano y la miraba y la chupaba y me encantaba llorar, y supongo que de vez en cuando, cantaba.
Se encendieron de pronto las luces, blancas, y yo abrí los ojos y estaba en el medio del corro de la patata multitudinal, junto a un mueblecito con ruedas que sostenía un árbol tipo bonsai -más tarde aprendí sobre esta otra deidad- una planta pequeña preciosa. Me retiré hacia atrás, tal vez avergonzado de estar entre tantos hombres que podían ver mis lágrimas, aunque no eran lágrimas de hombre débil; no.
Tras una pausa, todos se abalanzaron al ‘árbol de la vida’, y de 4 vasos de oro en las esquinas del pequeño mueblecito, sacaban agüita con cucharitas doradas y lo regaban. Después vertían una cucharada en una palma de mano de alguien y depositaban la cuchara en ella, para que otro hiciese todo de nuevo. Yo me acercaba lentamente, entre disfrutando de mis lágrimas y sintiendo mi ego avergonzado por mi imagen lamentable, aunque nadie se paraba a observar; si uno llora, está en un viaje, y se le deja. Como conectado con Dios, sonreía sabiendo que mi turno llegaría, ahora si, participando de ese fanatismo un poco violento por hacer lo que todos hacen, ignorante, aunque ellos saben lo que hacen.
De pronto mi mano grande y blanca entre muchas pequeñas y oscuras recibió una cucharita, y regué aquel precioso árbol dos veces sonriendo y despacio, antes de elegir al siguiente de los devotos para darle el testigo, la cuchara.
Unos devotos de blanco bailaron con estilazo, sincronizados, junto a mí y sonriendo mucho. El maha mantra sonaba poco, intermitentemente con otros cantos preciosos que sabían de memoria, qué envidia. Algún occidental recuerdo ver, muy pocos blancos. Un hombre pasó con un candil de fuego sagrado ofrecido a Shrimadeva que todos tocamos y nos llevamos a la cabeza la manos caliente con la bendición.
BUM! Algo ocurrió que no entiendo y el escenario se cerró de cortinas y todo el mundo se movió de golpe a la sala siguiente, donde otro espectáculo parecido empezó desde 0, otro escenario con figuras, también de talla humana, ésta vez, aprendí, es la de Chaitanya Mahaprabhu y sus asociados, que eran adorados con varios objetos y abanicados por un devoto que les pasaba también cuencos con pétalos y agua y luego depositaba en el suelo del escenario junto a la gente para que se rociaran y compartieran, siempre con ese fanatismo ansioso que roza la violencia.
Yo me reí al sorprenderme pensando, caminando hacia allí con la masa, a ver ‘quién pinchaba en la otra sala’, como ei estuviese en el sónar de día entre un concierto y otro con la masa en éxtasis sin querer perderse ni un detalle del siguiente show, todo muy parecido en el fondo, fíjate tú. La luz entraba por las ventanas filtrada por dibujos simétricos; dimos cuatro vueltas al altar y volvimos a la otra sala, siempre cantando, un hombre salio rociando con agua a los que pudo, pasamos por la imagen de Shrimadeva, donde nos pasaron a todos un casco por la cabeza, otra bendición, más tarde otro nos selló la frente con pintura dorada y largas colas se formaron para respetar y dar ofrenda finalmente a una imagen de Prabhupada.
Se acabó la música y todos los devotos empezamos a hacer las ‘rondas’: con un rosario de 108 bolas, metidas en un saquito que cuelga del cuello, pasamos una bola con cada maha-mantra pronunciado, al llegar a la última se canta otro texto que jamás aprendí, y que yo reemplazaba con una versión extendida y devota, larga, del mismo maha mantra, y se empieza de nuevo. 16 rondas de 108 mantras cantados en voz bajita!! El templo se llena de un rumor increíble de todos los devotos murmurando el texto sagrado, sentados, paseando… Parecen tardar unas dos horas y así mantienen sus mentes en servicio en lugar de dejarlas entrar en deseos y pensamiento. No creo que muchos lleguen a 16.
Un niño gringo pasa sirviendo a devotos más mayores con tal conocimiento y devoción que me sobrecoge. Lo comparo con la fé de los niños europeos, donde todo es obligado y sin voluntad, sin entender.
Total, las 7. Empieza el darshan, más música. Más luz. Camino por el templo contando bolitas, mi cara seca y tensa por las lágrimas, y saludando a los hare krishnas que ya conozco de estos días y con una sensación divina de haber recibido una ayuda emocional desde el más allá, entendiendo que acababa de vivir una de las cosas más bonitas e impactantes que he visto en el planeta, movilizada por una devoción preciosa.
A las 8 subí a la segunda planta, donde hay una clase diaria del Bhagavatam, con lecturas y reflexiones. Así empiezan todas las mañanas de los Hare Krisnas!
Después a las 9 desayuné en un comedor masivo (30 rupias) y me fui, cantando, a dormir.
Hare Krishna!