Septiembre 2016
Poco antes de salir de Sikkim, dejé Pelling caminando largo rato, sin transportes, pues varios landslides o desprendimientos bloqueaban de nuevo las carreteras cercanas. Acabé con tres perros y un muchacho jovial y alegre que iba a casa de su madre. La casa era humilde y estaba en una esquina abrupta de la carretera, con una niebla corredera que a veces dejaba ver tras la casa el vacío al que se asomaba, de lejanos valles verdes mucho más abajo.
El chico ayuda a su madre, que vive con unas vistas de hipo pero sin un duro. Ella vivía allí con otro hombre; su padre, en otro lugar con otra mujer.
-«Quiero ser taxista para ayudar a mi madre» -dice orgulloso,
y su imagen y la de los tres perros se desvanecen en la niebla mientras me alejo, caminando: no dejó de mover su mano lealmente hasta que desapareció por completo, consiguiendo conmover así un cachito de mi alma.