Calcuta y Paramahansa Yoganandaji

10 julio 2016

El gobierno birmano me deniega, a última hora, el permiso de acceso por tierra al inestable estado de Manipur, India, por conflictos armados. Habiéndolo confirmado previamente por un precio regateado para ir yo solo hasta el paso fronterizo de Temu/Moreh (obligaban a contratar un guía), mi desilusión me lleva a hacer un rápido plan B: Calcuta.

Los taxis amarillos, que son coches antiguos de los años 60 (el famoso modelo Hindustan Ambassador) tal vez sean la estampa más notable de la ciudad, junto a los rickshaws. Hoy, los rickshaws son a motor o eléctricos, los llaman TOTOS, pequeños cochecines para 4 personas encajonadas. Pero ahí siguen los clásicos: a pedales, oxidados triciclos que parecen no haber sufrido renovación desde esas fotos que me marcaron de Calcuta en una clase de religión de 2º BUP, cuando el profe nos mostró su historia, o tal vez la de Madre Teresa. Los rickshaws que penetran en el corazón son los carritos, cuyas asas se levantan con las manos y se llevan a pie: hombres escuálidos, viejos, arapientos, de piel muy negra pero pelo y barbita blanca, héroes admirables que tienen fuerzas para tirar cada día de uno por 12 rupias la carrera (18 céntimos).

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Los Palaung

10 junio 2016

«Cada paso es más duro. Joder con el barro, llevo unos skies de barro bajo las botas, es imposible ascender estas montañas por este camino de barro y sin parar de llover intensamente. Avanzaría más a través, pero es tarde y la orientación es complicada.»

Todavía hay cosas en mi mochila con peste a humedad desde aquellas intensas lluvias monzónicas de Birmania en las montañas de Hsi-Paw, que me hacían perder la paciencia. El día había empezado bien, caluroso y soleado con una catarata completamente marrón café-con-leche, que me dió no se qué bañarme en las frescas aguas opacas, sin saber qué profundidad o qué monstruos flotarían más abajo.

Dos horas más tarde, saliendo ya de toda civilización, empezó a llover para nunca parar. Pasaba por una última aldea de cuento, muy birmana, y sus antiguas casas de madera me llamaban la atención en un silencio sepulcral. Como creía estar preparado, continué bravo hacia la lluvia cerrando mi chubasquero. No pasó mucho hasta que tuve que correr a una cabañita de las que usan para descansar de labores agrícolas, para dejar de empaparme y de paso comer algo.

La lluvia iba y venía, a veces cantaba y otras chillaba, pero nunca paraba. En un canto suave, aproveché para seguir pero ella volvía a chillar y luego susurraba; así pasaron horas de lodo, agua y sudor, con la advertencia adicional de que en aquella zona había saltado una mina antipersonas a un perro de un grupo fuera de ruta hacía un par de meses, o sea, sin salirse del camino por si aquello. Sigue leyendo

Tren birmano a Hsi-Paw

8 Junio 2016

Eran las 2am y otro de esos autobuses birmanos nocturnos me dejaba en una estación perruna de Mandalay, llena de charcos, barro y sombras.

No había dormido mucho: el conductor pita a cosas invisibles de la carretera, y el pitido de un autobús es toledano. El gobierno birmano, en un aparente impulso de independencia o evolución, dijo que se acabó lo de conducir por la izquierda, que por la derecha. Pero no se dieron cuenta de que todos los vehículos tienen el volante a la derecha; la consecuencia es que el conductor ciego a la derecha y un par de copilotos van a la izquierda diciéndole lo que ocurre en el otro carril, con la consiguiente fiesta en cabina.

Entre sueños y un voraz impulso de atacar al conductor el viaje pasó, sin embargo, rápido.

* * *

A las 4 de la mañana salía el primer camioneto hacia Pyin Oo Lwin, de noche: la major opción para salir de la ciudad pesada era en la parte de atrás abierta y metálica y dura de un transporte barato. La claridad llegó con las primers montañas que conocí en Birmania, y con ellas, un súbito frío en aquel camión que me hizo buscar abrigo; con la espalda rebotando en un hierro, las dos manos asidas a otros dos, el balanceo y el frío, aun recuerdo dormir un poco.

Caminando en Pyin Oo Lwin hacia la estación de tren me alegré tremendamente de haber escogido aquel pueblo para un retiro de meditación: el calor espeso de Birmania no iba a ser un enemigo fatal allí… Pero hasta entonces, pasaría 5 días en las montañas remotas de Hsi-Paw, y me subí a un tempranero que tardaba 6 horas pero me regaló, cuando no estaba dormido, los mejores momentos de tren birmano que recordaré. Sigue leyendo

Sabor Birmania

Birmania

02 junio 2016

En Birmania todos los perros son grandes y de una misma raza galguna. Como es normal en Asia, aunque en diferentes grados, se quitan del medio cuando uno se acerca: se nota que los tienen a raya. Desconfían. Pero les encanta dormir en la carretera, en el peligro. A mí me acaban ladrando a menudo porque notan demasiado la rareza en mi presencia, y a veces todos los de un barrio me acompañan ladrando. Debo ser un canteo para ellos. Hasta que me caliento y acabo agachándome a coger una piedra y desaparecen. Ese gesto es terror. Saben.

Todo el mundo masca, desde niños, Paan: un preparado con una hojita que envuelve betel con un poco de bicarbonato. Los llevan todos en una bolsita de plástico en el bolsillo y van sacando los paquetitos de hojitas como si fueran chicles. Al masticarlo, se les pone la boca roja y líquida intensa, rollo sangre, hasta que no se les ven ni los dientes Pero dicen que es para cuidarse los dientes, que es saludable. Y seguro que coloca.

Es de las cosas más terribles que he probado en la vida. Un sabor insoportable, a la altura de la ayahuasca. A veces mantienen el líquido en la boca mientras me hablan, porque es rico para ellos y no quieren desperdiciarlo si han empezado uno hace poco. Así que me hablan como aquel que se está lavando los dientes, con la barbilla arriba. Si llevan mucho rato con él, escupen un chorro rojo enorme, y hablan.

Porque en algún momento hay que escupir, así que, sin gestos de excusa, se giran buscando una acera, sacando la cabeza por la ventana o por la puerta del coche que abren entera a tal efecto, y fuera un buche al suelo que parece que les acaban de saltar los dientes de un puñetazo. Mujeres lo mismo. Y gapos bien majos también.

Hay muchas bicis clásicas, ferrosas y oxidadas, que se venderían curiosamente a miles en Barcelona por lo cool que lucen. Los niños las usan para ir a la escuela, cuyos patios quedan atiborrados de ellas aparcadas, y llevan unas alforjas cruzadas en el pecho que parecen bandoleras de condecoración, de muchos colores diferentes, muy bonito.

Especialmente las mujeres, todas, pero también algunos niños y hombres llevan la cara pintada con una pintura blanca-beige, rasgo cultural y me dicen, también, que aclara la piel. Los hombres, todos, los que son house-holders (llevan una casa, no son monjes) usan como atuendo principal una camiseta de tirantes blanca estirada, sucia y medio rota y un sharung, trapo largo cerrado, sobre las piernas, luce como una falda.

Entre Thanbyuzayat y Mudon he parado a dedo perdiéndome en las callejuelas de las calles. La casa típica, al menos en esta zona, es elevada, de una madera oscura o negra preciosa, con formas cuadradas en la mayoría pero en casas pudientes se acomplejan. Lo que es común a todas, es que tienen una extraña ventana diferente, con cristalitos de colores o amarillos, que sale hacia afuera para captar luz y desde dentro ha de verse como un hueco empotrado de luz en la casa. Es, sin duda, el altar donde tienen a su Buda.

A veces paraba en una especie de escuelas de donde salía un delicioso sonido de gente y niños tarareando una melodía repetidamente, nunca supe qué era y el sonido me lo robaron como tantos otros de Birmania con la grabadora… :(

El país es, hasta ahora, plano, plano y plano. Hay grandes extensiones de campos inundados con muchos bueyes. En Birmania no existen las máquinas agrícolas. Hombres solitarios siguen con una pareja de bueyes tirando de un arado por los campos. En el amanecer del tren nocturno que me llevó de vuelta a Yangón para recoger mi pasaporte visado a India y seguir al norte del país, no ví otra cosa que aquello, aquello y casas aisladísimas de papel bambú que habían de estar inundadas, pero se lo montan para salir limpios e ir al cole y a trabajar por caminitos elevados y la vía del tren.

* * *

Son tierras donde el Buda dejó su legado intacto hasta hoy. Estoy encantado de haber llegado a la cuna de un estilo de vida que tanto me ha dicho, cambiado y enseñado en los últimos años. Los monjes budistas, los de cabeza rapada y túnica violeta, están por todos los rincones del país, siempre correctos y con mirada tímida. Hay millones de monasterios budistas.

El sonido de los masjids musulmanes de Indonesia se ha cambiado por el de gongs y percutores de madera que vienen desde la distancia, indicando una nueva sesión de meditación o algún nuevo horario. Después de un par de noches durmiendo en monasterios en el estado de Mon, he podido ver que utilizan las mismas prácticas y horarios que ya conocía, -y que por ser extendidas internacionalmente por la asociación Dhamma, pensé habrían sido modificadas para suavizarlas-. Lugares libres de distracciones, ruido e interrupciones. Segregación sexual, falta de posesiones. Alguien encargándose de la comida o la seguridad, o de las cosas mundanales, mientras uno puede colocar toda su concentración en meditar y la atención en su interior. Toda una preparación para mi siguiente curso.

* * *

Desgraciadamente, la globalización sigue destruyendo el exotismo. Desde las chozas más rudimentarias de la Indonesia perdida, donde podía llegar con la moto, hasta las humildes casas rurales de Birmania que, aunque al menos siguen techando con hoja, también tienen en un rincón la tele de plasma, donde todos miran y callan en los momentos más familiares, como la cena.

Canales de mierda con telenovelas de risa asiáticas, o canales satelitales con un Real Madrid-Betis.

Las pantallas blancas de los móviles modernos lucen en las noches, iluminando las absortas caras de sus ausentes usuarios, e incluso los monjes llevan uno entre sus atuendos.

* * *

No puedo salirme de las rutas principales en el estado de Mon para buscar paz y bosque en mis noches de camping porque los locales me paran y me señalan la ruta principal de vuelta. El turismo se abre en Birmania pero lentamente.

Cuando intento dialogar, me hacen gestos de armas, con lo que interpreto militares o algo. Es frustrante porque parece que Birmania está limitada a la carretera principal para los turistas, que a mí me gusta evitar a menudo, porque no he podido entrar a ver la Birmania profunda rural aún, pero he acampado evitando esas zonas igualmente en los últimos días en playa y bosque, y disfrutado en la misma medida.

[no hay más fotos en yomelargo]

¿Qué está pasando en Flores?

22 Mayo 2016

*Acabo de volver de Flores. Como no me gusta repetir vistas, encontré un barco tirado por temporada baja que vuelve al oeste parando por lugares geniales en el norte de las islas, islotes donde hacer expediciones cortas o los mejores esnórkeles que recuerdo desde Filipìnas (insuperada aún). Han sido días de paz y escribir sentimientos cruzados que fluyen como resultado de estos años. La cámara de fotos murió. Le entró agua sin razón aparente en un buceo en las azules aguas de esta foto. He pensado que no voy a reemplazarla. Tal vez sea el principio del final, o el final de las fotos: en cualquier caso, las tres últimas fotos de la genial compañera que viene desde Panamá y ya era de segunda mano:

Todavía está vivo el sentimiento de realización y compulsiva fé de Flores. Esto es lo último del diario:

* * *

No recuerdo una aglomeración tan grande de suerte, revelaciones, señales y misterios desde hace mucho tiempo. Parece que el Mismísimo quisiese hablarme o me sonríe todo el tiempo. Han aparecido personas clave en mi camino de unas maneras demasiado oportunas o ingeniosas. Cada día es una bendición, no me importa nada, tengo una confianza total en lo que ocurre, me siento seguro y guiado. La experiencia de la moto por Flores está siendo reveladora.

* * *

Quería compañía y no me ha faltado. En Lombok, el niño de aquella noche extraña en Praya. También Ripaí y Nachel. En Sumbawa, Zoe, hombre de 37 años solitario y con una extraña facilidad para ayudarme o pasearme sin ánimo de lucro y hablar profundo, lo cual necesitaba mucho. Buen inglés y buen tipo gracias al que conocí Sambori.

En Flores, Imam el primero. Un niño de 19 años que me ha hecho sentir como un padre paciente y aprender otras cosas de la cultura musulmana. Gracias a él he visto lo que ya sé y la voz de la experiencia en mí, tras estos años. A veces insoportable, a veces un mejor amigo, a veces un hijo -podría serlo-. Y también dispuesto a ayudarme en Labuanbajo con su cuarto donde puedo dormir y con un alquiler de motos tirado de precio. Hemos recorrido cómicamente el oeste de Flores, un lago volcánico, cataratas y una playa gris y vacía llamada Nangalili donde aprendí algo especial.

Le he hecho ver cómo se puede dormir con gente local por placer y caridad, lo que al principio le avergonzaba terriblemente por su cultura pero finalmente le gustó. En general ha sido una nueva experiencia de compartir que he manejado bien desde la paciencia y calma, conectado, aceptando y disfrutando cada día lo bueno y lo malo, tenga lo que busco o no, y observando su sufrimiento cuando las cosas no salían como esperaba.

He visto su justificada ignorancia y la he entendido, he visto la mía y pensado que ya no es tan grande: aunque sin mérito por compararme con un muchacho, es un sentimiento de éxito en el viaje.

No olvidaré fácilmente las noches en el «long-break» o muelle largo, con Imam, los fritos de banana y las estrellas y el silencio escapado de Labuanbajo. Mis consejos, mis promesas dudosas sobre un reencuentro y un largo viaje juntos, con lo que él sueña. El primer frescor tras el día en el aire y el relax. Su cuartito azul pequeño, cutrín, de aquel extraño hospedaje donde se quedaba.

Con todas las cosas buenas y malas que estoy viviendo, así es el mundo y espero poder seguir viéndolo así, con aceptación y alegría, con la ecuanimidad que me ha enseñado el budismo.

* * *

Y las espectaculares apariciones isla adentro de Flores de Gusti o Jephrey, llenos de bondad y amor y generosidad exageradamente infinita para mí, que soy un desconocido cualquiera.

El encantador Gusti

El encantador Gusti

y su familia

y su familia

¿Por qué?

Es a veces tan ridícula y sospechosa esta presencia que creo ver a Dios a través de sus ojos, manejándolos y sonriéndome en momentos perfectos o justo cuando lo necesitaba, con precisión exacta (al final del día, justo para dormir) ofreciéndome directamente sus casas pocos segundos después de aparecer: Gusti en aquella desoladora gasolinera de Ruteng, en la lluvia, y Jephrey suavemente, como un fantasma, en la oscuridad, tocándome el hombro en las termas de Soa, Bajawa.

¿Por qué?

Y más Flores!

(continúa de Flores)

Era aún temprano cuando llegué a la cima del volcán Kelimutu. No quería que se me anticipasen las nubes que cada día se forman sobre las islas de Indonesia.

Lo curioso del volcán Kelimutu es que tiene 3 calderas o cráteres individuales, cada uno con una emisión distinta y una coloración de agua diferente. De hecho, los colores no son constantes y van cambiando con el tiempo. Ví fotos de las calderas hace un año y eran diferentes; los colores que tenían las dos principales cuando yo llegué, separadas por pocos metros de roca volcánica, eran un marrón fuerte barroso y un azul sintético claro que volvía el paisaje bastante surrealista o marciano.

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Podían distinguirse en ambos unas vetas de corriente conforme el flujo iba surgiendo de la Tierra, como unos perezosos remolinos que giraban lentamente. ‘Oye, un bañito’, pensaba. Sigue leyendo

Asia

Mayo 2016

No sé cuantos días he tardado en acostumbrarme a tal caos, pero ya está en mí.

Las familias enteras en una moto, los sofás en una moto, una moto sobre otra moto, incontables quintales de arroz en una moto, los millones de motos. La polución en el aire, la gente sin casco, los bebés y niños a toda velocidad jugando en la moto mientras van a casa como si fuese un coche; sin casco.

Todos los niños y niñas yendo en moto al cole, con su hermana o con una amiga detrás, sentada de lado impoluta de ropa sobre charcos de barro que casi las hacen caer; las mujeres con la cabeza cubierta musulmanamente, pero sin casco y veloces; el conducir con todos alrededor pitándose unos a otros como si se tratase de un holocausto en Europa, pero que se queda en meras sonrisas entre todos; los niños que conducen motos en cuanto llegan al manillar y a las palancas de marchas, el que no pase nada…

…el que no pase nada.

* * *

Los niños pequeños de Indonesia, todos circuncidados y desnudos jugando en aguas sucias de ríos sobrecargados por las lluvias y los plásticos.

El tabaco. El tabaco en los hombres, desde niñitos hasta que mueren; eso de ‘dejar el tabaco en algún momento, de enfrentarse a él, de querer dejarlo, de querer estar sano’ no ha llegado aquí.

Las montañas de plástico, en los ríos, junto a las carreteras, en cualquier rincón. El desastre.

* * *

Las infinitas hogueras en los valles, llenándolos de humo. La incompetencia de policías y autoridades. Los perros, cabras, pollos, vacas y búfalos en todas partes y cruzándose por la carretera. La gente tirando toda la basura a los canales de agua, que se lo llevan y lo alejan de uno. Las lluvias espontáneas y torrenciales que arrastran y limpian todo lo sucio. La diarrea.

El calor pegajoso, sucio y húmedo, la bendición de las noches. La naturaleza y la jungla, pasivas, pacientes, imparables. El no poder hacer dedo porque te quieren cobrar. El transporte jodido pero barato. El no poder comunicarse ni en inglés, pero entenderse. Las mil y una reacciones de paisanos y niños al verme cuando voy a zonas profundas, las caras que ponen, desde alegría hasta miedo.

El abismo cultural, el improbable sexo natural. La falta de calidad, comodidad, facilidad e higiene. La lucha, la tensión por probabilidad de hurto. El ruido, el claxon. La falta de respeto. Las mujeres escupiendo. La supervivencia como justificante de todo.

* * *

Finalmente, la comprensión. El pasar por encima de todo esto y llegar a la inocencia de las personas y apreciar que solo son diferentes, aprender a sonreír contínuamente ante todo el desastre, aunque estén destruyendo MI naturaleza, a ver que todo esto es necesario en la existencia y no hay otra manera de que pasen las cosas. Compasión. Dejar de sufrir, de resistirse: ver la belleza de cada una de estas personas, luchadoras, inocentes, hermanas, iguales, circunstanciadas, la belleza del sol detrás de tanto humo al atardecer, la belleza de la flora saliendo entre los plásticos, la belleza de la supervivencia y de la creación.

* * *

Estoy en Asia después de 6 años; fueron muy pocos días los que me costó readaptarme al calor y a que todo lo que veo sea normal, lo recuerdo. Recuerdo que para viajar por Asia hay que saber sonreír al caos; y a cambio, obtendrás una butaca en 1ª fila para ver el mayor show sobre la faz de la Tierra.

Ripaí y nachel

26 abril 2016 – Lombok sur

Estaba más profundamente dormido de lo que creí dormirme -semi-alerta- cuando me desperté con alguien moviendo mi hombro, alguien a quien no había oído llegar. El sobresalto que pegué me puso de cuclillas sobre el pareo en la arena y lancé un ataque suave e inevitable a mi agresor.

Por un instante ví su cara cambiar a enfado por mi ataque a la luz de la luna, pero fue demasiado corto, entendieron mi sorpresa, al despertarme con dos hombres desconocidos frente a mí, sin defensa, y hablando cualquier cosa aún de mis sueños en español. Tardé segundos en tramitar la situación y calmarme.

Me había dormido en la más absoluta de las paces y en el lugar más majo: una gruba local de una playa, algo lejos sí, de EKAS, Un hombre había pronunciado la palabra BANDITS cuando me vio intención de dormir allí, pero pensé que solo quería evitar que lo hiciese, y yo estaba demasiado encantado con mi lugar. Incluso ví una película en la red antes de dormir.

Aquellos dos hombres me decían lo mismo, que llevara la moto y la mochila a casa de Ripaí, el más resuelto, que allí no era buena idea estar de noche. Yo, aun desconfiado, les pregunté sus nombres para ver cómo contestaban y tener mis pistas sobre su legitimidad. Pero pensando que quizás ellos eran los bandidos y querían desbloquear la dirección de mi moto para llevársela, me negué, aún en sueños.

Volvieron a los tres minutos, todo visible por la luna, Ripaí sonriente, su amigo empezando a tocar mi mochila sin permiso y viendo que yo la había enganchado al bambú de la bruga en varios puntos para evitar un hurto insonoro -antes de dormir ya tenía sospechas-. Las cosas de valor eran mi almohada en la arena, a dos metros de la bruga.

Me dijeron que fuese a una casa allí en el muelle, que era más segura. De nuevo desconfiaba, estúpido, confundido, venían tal vez de beber, algo me pareció sentir en sus alientos o actitud.

Se acabaron yendo pero yo ya estaba mosca. Enterré las cosas de valor y me quedé frustrado, pues sabía que aquella noche ya no sería lo mismo, sino una alerta contínua. ¿Eran ellos los bandidos? ¿Volverían con más muchachos? ¿Qué probablilidades tenía de dialogar o no perder mi moto?

En el silencio de la noche, dos luces y motores se acercaron a prisa a mi campamento. Incluso después de haber negado dos veces su sugerencia, volvieron con un muchacho majete, Nachel, que hablaba inglés bien para transmitirme el mensaje. ¡Solo trataban de ayudarme y sacarme de allí antes de que me las viese con sus enemigos!

Esta vez era obvio que tenían buenas intenciones y desistí de mi noche perfecta en la playa. Les seguí en la moto a casa de Ripaí. Ripaí era un pequeño héroe en la aldea de EKAS. Parecía un niño a la luz de la luna, pero tenía 37 tacos y una familia detrás. Velaba por el bien de todos en la aldea y rara vez dormía. Tras llegar a su casa en construcción y alojarme sobre el tejado de hormigón lo mejor que pudo, pasaron 5 minutos y se oyeron unos gritos en la noche que me hicieron callar. En dos saltos Ripaí estaba sobre su moto yendo hacia el lugar, y su amiguillo detrás más lento.

El intérprete y yo nos quedamos largo rato tomando café, fumando Durang Garang y hablando. Las estrellas avanzaron entre aquellos cafés a deshoras que siempre existen en Indonesia. Me contó que Ripaí se las ha visto en varias ocasiones con el peligro y todos le quieren por su pacifismo y capacidad de calmar las tensiones entre la aldea y los vecinos bandidos, con quienes hay duelos y leyendas en las que mataron a 15 que vinieron a robar y se quedaron encerrados en la casa, o un policía que acabó gritando desconsolado para que no le mataran cuando le tomaron por ladrón.

Los bandidos, me dice, son gente sin religión, ateos, y por lo tanto, ‘mala gente, ladrones’. Los musulmanes de verdad ‘no roban porque su religión no lo permite, ni su karma, ni sus vecinos’.

En algún punto me tumbé haciendo entender a mi amigo mi sueño y acordamos el dormir.
Durmieron sobre el suelo haciéndome compañía y dejándome las mantas a mí; al día siguiente el mismo buen Ripaí fue a comprar mi desayuno y nos despedimos después haciendo una foto con su familia y Nachel el intérprete.

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