(continúa de Flores)
Era aún temprano cuando llegué a la cima del volcán Kelimutu. No quería que se me anticipasen las nubes que cada día se forman sobre las islas de Indonesia.
Lo curioso del volcán Kelimutu es que tiene 3 calderas o cráteres individuales, cada uno con una emisión distinta y una coloración de agua diferente. De hecho, los colores no son constantes y van cambiando con el tiempo. Ví fotos de las calderas hace un año y eran diferentes; los colores que tenían las dos principales cuando yo llegué, separadas por pocos metros de roca volcánica, eran un marrón fuerte barroso y un azul sintético claro que volvía el paisaje bastante surrealista o marciano.
Podían distinguirse en ambos unas vetas de corriente conforme el flujo iba surgiendo de la Tierra, como unos perezosos remolinos que giraban lentamente. ‘Oye, un bañito’, pensaba.
* * *
No me gustan nada los paseos en línea. Ni los recorridos ni caminatas ni treks, ni siquiera los viajes en moto; no me gusta volver por el mismo sitio. Así que cerca de Moni, bajo el Kelimutu, escogí, en un rudimentario mapa con cuatro caminos pintados, uno que iba hasta la costa norte de Flores, para volver por ella. A pesar de las advertencias de que las rutas serían pesadas y difíciles, y alargarían el recorrido o el tiempo, estaba decidido a conocer otros rincones en mi vuelta a Labuanbajo. Y fue lo mejor que pude haber hecho. No estaba tan mal y fueron unos días de ruta más solitaria y salvaje que nunca.
La travesía hasta la costa fue de lluvia intensa y carretera difícil, pero una vez atravesadas las montañas y vuelto al calor y al sol, que te secan en diez minutos con el aire de la marcha, todo empezó a tener calma y sabor. Unas vistas amplísimas me esperaban antes de la costa, hombres que me escoltan hasta el cruce en cuestión para que no me pierda, y una enorme serpiente retorciéndose en el suelo tras ser atropellada que me hizo dar la vuelta para observarla bien, fueron los primeros rasgos del norte de Flores.
Al ser más plana y baja en el norte, Flores agarra el calor y resulta más seco. Los paisajes cambiaron a tonos más amarillos que verdes y la jungla se cambió por una sabana peluda que cubría uniformemente tanto laderas inmensas del interior como islotes perfectos del mar. Apenas me crucé con nadie por aquella ruta los dos primeros días entre Waka y
Riung. Tan solo ví pescadores moverse lentamente con el popopó de sus motores, con la solar que estaba cayendo tras el mediodía. Las aguas de Indonesia son increíblemente calmas incluso en zonas de mar abierto.
La de aquel día fue la mejor noche de la época. Llegué a un lugar donde podía esconder la moto, quedarme en una playita cerrada donde no se me veía, ver la puesta de sol de frente y todos los cabos e islotes verdes alrededor. No creí que lloviera y decidí dormir al aire en la arena, que una vez acomodada con la forma de hombros y cadera es la mejor cama. Tenía como cocinarme unos noodles con huevo y tomar algún snack de placer, tal vez un cigarrete y unas aguas templadas donde nadar y flotar, estirando mi espalda tras la doblada de la carretera pedrosa, hasta que oscureció.
Otra mañana lenta de meditar, nadar, caminar en la playa y finalmente, con los deberes hechos, desayunar. Desayunar escuchando las mini-olas de lago que este misterioso mar tiene, las extrañas aves felices matutinas. Cubierto por la sombra de una montaña cercana, a la sombra, viendo la línea de sombra retroceder con los minutos hasta que el sol suave de la mañana me golpea la piel y me hace creer que he de seguir.
Pero ese mismo sol sería aquel día un tanto pesado. Atravesé una zona desértica donde la temperatura subió exageradamente y ni las palmeras podían soportar. A veces pasaba por chozas de paja o barro aisladas y sentía presencia humana en algún rincón. No podía creer que hubiese gente viviendo por allí.
Aún con la escasa vegetación, ví paisajes interesantes. A veces las montañas peladas levantaban poco a poco plataformas que se perdían en la vista hasta la cumbre, con alguna palmera salvadora aquí y allí, cuya sombra debe ser peleada por todos los bravos habitantes de la zona. Harían falta muchas horas y litros de agua para explorar aquellas alturas, pensaba antes de continuar. Tal vez en otra ocasión…
Ya en un clima más normal, en una aldea diminuta y familiar que divisé lejana desde la ruta, con una mezquita musulmana en medio, pasé otra de las noches. La encontré preguntando a unos mozos que trabajaban el arroz, pues estaba perdida de veras. Al llegar era tarde y no había opción de continuar, así que tuve que ingeniármelas para quedarme en algún lugar aunque no me invitaran… Esta vez me volvieron a mandar a la que habla inglés del pueblo, y ahí ya acostumbrado al tema y a las precarias condiciones en que viven los rurales, todo fue rodado. Creo recordar que no me dejaron pagarles nada ni por las comidas. Hasta parecía, al comer, sin tener explicación, que estuviesen completamente cómodos o acostumbrados a la presencia de un extraño.
Pasé una mañana con aquella familia paseando por el pueblo y observando sus costumbres, mezquita, lugares de reunión… Todos son como hermanos. De hecho se me presentaban como tíos, primos, o cuñaos. A veces no sé con qué veracidad lo dicen, o si es broma. Pero como si lo fueran. En las divinas casas del pueblo, elevadas, estaban las mujeres trajinando en los balcones, los hombres ya en los arrozales, los niños todos detrás de nosotros, claro, a la novedad. No había cole, no sé por qué. Las personas que me presentaban, aún estando en la otra orilla del río, mostraban una reacción infantil y avergonzada, probablemente por no poder comunicarse y tener que dejar clara en público su ignorancia de inglés, lo que es aparentemente avergonzante.
Muchas veces me sorprendía que dos personas que nunca se habían visto, se empezasen a hablar como si vinieran del bar, solo para ayudarme, preguntándose algo que me incumbía o interesaba.
Y es que la gente de Indonesia fue muy bonita. Lo que pasó en Flores no sé ubicarlo, pero cada día fue una bendición. Tal vez yo estaba más despierto y atento debido a estar meditando más de la cuenta y tener más tiempo para ello, para intentar ser mejor persona… o tal vez fue simple coincidencia, pero la gente me ayudó de una manera diferente, como un regalo o una recompensa divina.
Algunas de las demás personitas que ví en el norte de Indonesia aparecen más abajo. No tengo ni idea de sus nombres.
Hoy son millones de personas ya, en el mundo, que no han podido ni decirme hola pero lo han intentado. Almitas iguales que la mía en otras circunstancias. A veces acaban en risas, otras se matan por ayudarme, a veces son desagradables por la ignorancia o la vergüenza, y me evitan, a veces tienen envídia, recelo, o desconfianza. Pero nunca me han hecho daño. El mundo está lleno de personitas que nunca han tenido una oportunidad, que no entienden, que no saben cómo hacer, que nadie les ha dicho cómo.
En el mundo hay mucha gente buena, mucha más buena gente que mala, y aunque me queden muchas millas a casa, estoy empezando a emocionarme por haber podido contar con todos ellos cada día, con su existencia, con su coincidencia en este mundo en este momento, y estoy empezando a darme cuenta de que van a ser lo más emocionante de este viaje en mis recuerdos, mientras duren. Las personitas.
Allá van unas cuantas de ellas.
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