La hacienda cafetera

Me apetece mucho encontrar en Colombia un buen costal de café y meter la mano hasta el codo. Y olerlo.

Cerca de Armenia, hay una hacienda cafetera idílica para adentrarse en el café y degustar uno hecho al momento con todo lujo de detalles, entre unas montañas bajas y en un lugar soleado.

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Cuando llegamos nos encontramos a un burro de carga con una linda muchacha, que nos contó que el burro ha sido siempre el encargado de cargar con los costales de café hasta que llegó el famoso jeep willys.

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Los jeeps willys

Los jeeps willys


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Es que está el Rey

Entrar al único bar del pueblo donde televisan un clásico en final de Copa del Rey completamente sudado después de buscarlo por callejones ardiendo, tiene su aquel.

Se hace el silencio momentáneamente, y después de escuchar la palabra Jesucristo unas 80 veces en todos los rincones del bar, la gente consigue volver a concentrarse en el partido.

Me entrego a mi cerveza y al aire acondicionado y me sumerjo en España. Las caras de los jugadores, las de los asistentes… la del Rey. Poco a poco me voy olvidando de donde estoy, hasta que entre vociferios, una mujer le grita a su marido RELÁHATEEE más alto que nadie, con su acento venezolano, tan fuerte que me hace pensar en cómo es posible que toda esta gente hable nuestra misma lengua -me pasa a menudo-. Un gracioso con unas birras de más quiere hacer reír a los demás preguntándome a quién le voy. Me pilla por sorpresa, y por resorte digo del Madrid -aunque por dentro ya estoy cuestionando por qué, cuando es lo último que me importa en el mundo, y en el fondo me gusta más el Barsa-, a lo que el suelta su chiste: -«Pues como te pareces a Jesucristo, no os salva ni Dios».

Vuelvo a España. Observo detenidamente la importancia del partido, la mierda que conlleva. Noto el enorme mal rollo del estadio, el desprecio de los perdedores al recoger su medalla del Rey, el mal rato que pasa, la imagen que se da, el odio, el mal perder, lo ridículo. A lo que hemos llegado. Que el estado de ánimo de tantísima gente dependa de si el árbitro pita o no un fuera de juego, o de si el Madrid hubiera fichado o no al mismísimo hijo del viento.

El paisano de al lado le dice al otro, -«Mira, ése es el Rey, es que está el Rey, por eso se llama la Copa del Rey», muy satisfecho, ignorando cualquier cosa más allá de esa presencia.

El paripé, la espera, las caras largas, Casillas.

Estoy tan sumido en esa realidad que me quedo casi solo en el lugar, mirando abobado la pantalla, pensando en un miércoles santo.

Salgo, y mi realidad me golpea con 35 grados, multitud de músicas reaggeton y bachatas con acordeón, vendedores de calle y coches americanos destartalados de los 80, de los del equipo A, fords, chevrolets, dodges cuyas puertas han de ser sujetadas porque ya no enganchan.

Me gusta ver que hay mucha gente que ni sabe que ese partido está pasando, y que en lugar de preocuparse por quién gana, lo hacen por la cola de horas que han de hacer para el único supermercado, y por si les quedará carne o mantequilla cuando consigan entrar.

Me alegro muchísimo de estar aquí, de volver a lo mío. Me voy a orillas del Orinoco, que es inmenso como cualquier embalse de los nuestros, a digerir los sucesos, donde las últimas camisetas del Barsa desaparecen entre los millones de túnicas de la única procesión que se ve por aquí al año, imitando las nuestras. Y que son, por cierto, del mismo color.

El agujero de América

3 febrero 2014

Es el momento de enfrentarse a Sudamérica. De las opciones que tenemos para llegar a Colombia, la de cruzar el Darién a pie es un gran reto y la más motivante. Pero debido a su seriedad y riesgo, queremos hacer un buen estudio antes de lanzarnos a la jungla. Brandon el americano, Scott el australiano y yo (tres barbas que se han encontrado en el camino y han hecho gran amistad) estamos dispuestos a arriesgarnos, pero queremos hacer una incursión previa en la zona, hablar con locales, preguntar a las fuerzas militares… contemplar las posibilidades reales, encontrar un SI o un NO. Y, de paso, probar; acampar en este tapón del continente americano que nadie cruza; perdernos en la jungla más temida del mundo sin dejar rastros que pudieran llevar a bandidos hasta nuestro paradero, catar unas noches el vacío del mismísimo Darién, y sus misterios.
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Los altos de Chiapas

30 agosto

Bueno. Pues me voy a los altos de Chiapas con esa intención de conocer a los indígenas, o intentarlo. Los indígenas son cerrados de por sí y reacios a mis apariciones… Muchos niños corrían asustados a sus casas al verme, y las mujeres se metían despacio en casa a mi paso, cerrando la puerta. Los hombres hablan conmigo confiados, la mayor parte de ellos leñadores cargados con leña a las espaldas.

Intuyo que creen que mi presencia pertenece a otro tipo de gente maligna que no puede traer buen tiempo ni suerte. Ni hablar de fotos directas, que creen les roba parte del alma.

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Chiapas: San Cristóbal y Chamula

Cuando el frío me despertó en ese último trozito de viaje, me dediqué a observar por la ventana, muerto de sueño. Pero ví cosas que me despertaron curiosidad acerca de los indígenas y las gentes locales de esta zona de Chiapas. Casitas de madera, chimeneas, trajes y vestidos muy peculiares entre los bosques de la montaña. Quería explorar la zona, pero éso sería más adelante.

San Cristóbal de las Casas se encuentra en un fértil valle rodeado por montañas en el estado de Chiapas, al sur de México. Es el hogar de varios grupos indígenas que descienden de los mayas; dos de los más grandes son los Tzotziles y los Tzeltales que habitan en los pueblos de los altiplanos que rodean a San Cristóbal.
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Y entonces… bailé salsa!!!

Junio 2013, Santiago de Cuba

Llegar a Santiago de Cuba con el festival caribeño.

Las calles llenas de músicos, el talento de esa gente no es concebible hasta que se llega a Santiago en el caribeño!

Carnavales por las calles, bares oscuros llenos de gente bailando al son cubano, la salsa, la trova, antiguos instrumentos en las calles, negros deliciosos sonriendo hipnotizados por su propia música, con la mirada perdida.

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Santa Clara decisiva

Pensativo llego a Santa Clara, con todas las notas mentales sobre la revolución de este país, recogidas de testimonios, del museo en la Habana, del ambiente.

Y en esta ciudad, aún más, voy a saborear historia. Santa Clara es la ciudad del Ché Guevara, pues es donde, después de haber sido atribuído con la difícil tarea de tomar esta ciudad, hubo de ingeniárselas para conseguirlo. La ciudad contaba con gran armamento y el apoyo de la aviación, y el ejército ocupaba buenas posiciones estratégicas. El Ché estimaba una larga lucha.

Los rebeldes, escasos (unos 400) controlaban el acceso, pero con poco armamento. Así fue que el Ché decidió intentar tomar un tren blindado que llegaba con refuerzos para el ejército, haciéndolo descarrilar. Con su contenido, pudieron armar bien la tropa y avanzar con éxito en la ciudad. Ya en diciembre de 1958, en los albores del triunfo, el Ché forzó la rendición del coronel Hernández, tomando militarmente Santa Clara. De hecho, este paso fue decisivo en la revolución de Fidel contra el dictador Batista, pues al día siguiente de la toma de Santa Clara, Batista huyó en avión y Fidel proclamó el triunfo.

Así que me dispongo a ver el tren blindado que se salió de unas vías dobladas por los rebeldes. En el camino, encuentro una famosa escultura del Ché, probablemente la mejor, tanto que siento que puedo abrazarle y charlar. La expresión de su cara es una perfecta representación de él y su gesto es triunfante y humilde a la vez. Largos minutos me quedé mirando sus ojos y pensando en el por qué de su exagerada rebeldía natural contra la injusticia.

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