Yo no le puse a este ser una gran moneda al lado, sólo para que se quedará en algún rincón de mi disco duro. Os presento a … Matías, el bicho urbano de Manizales.
Acérquense.
29 marzo 2014 – Manizales (eje)
Llevo bastantes días compartiendo diariamente mi vida con personas que me resultan extremadamente cómodas, agradables y fraternales, en una comunidad muy especial creada bajo unos principios muy originales de convivencia y espiritualidad. Sólo diré que se basan en la Gnosis, en Krishna y en el Chamanismo; es una mezcla sin precedentes, diseñada por ellos mismos para su propio bienestar hace años, y hoy son muchos ya los que viven así, en comunidad, en el sur de Colombia, en una tierra que el fundador (chileno) puso a esta disposición. Las cosas que aprendí con ellos están en alguna parte de mi ser, hoy ya tenues, pues recuerdo esos días como unos de los más humanos y a la vez espirituales del viaje, pero es difícil mantener ese nivel de bienestar entre trayecto y trayecto.
Así quedará en mis entrañas mi experiencia con ellos, hasta que vuelva a verles algún día quizás, si necesito esa bondad y alegría que tienen. No me siento preparado para hablar detalladamente de sus hábitos porque me genera una sensación de falta de respeto hacerlo desde mi ignorancia. Pero también queda en mí la prueba de que cuando la gente se une con buena voluntad para independizarse y vivir de una manera mejor, más humana, más fructuosa, menos globalizada y controlada, y aunque quizás sí, más atípica o excéntrica… siempre salen cosas buenas. No creo que olvide el Hare Krishna con que nos saludábamos cada mañana, con un abrazo o beso, las noches de compartir con música antes de dormir entre velas, o la cura con hortigas que la líder, sabia, me hizo en la espalda.
Sigue leyendo
Entrar al único bar del pueblo donde televisan un clásico en final de Copa del Rey completamente sudado después de buscarlo por callejones ardiendo, tiene su aquel.
Se hace el silencio momentáneamente, y después de escuchar la palabra Jesucristo unas 80 veces en todos los rincones del bar, la gente consigue volver a concentrarse en el partido.
Me entrego a mi cerveza y al aire acondicionado y me sumerjo en España. Las caras de los jugadores, las de los asistentes… la del Rey. Poco a poco me voy olvidando de donde estoy, hasta que entre vociferios, una mujer le grita a su marido RELÁHATEEE más alto que nadie, con su acento venezolano, tan fuerte que me hace pensar en cómo es posible que toda esta gente hable nuestra misma lengua -me pasa a menudo-. Un gracioso con unas birras de más quiere hacer reír a los demás preguntándome a quién le voy. Me pilla por sorpresa, y por resorte digo del Madrid -aunque por dentro ya estoy cuestionando por qué, cuando es lo último que me importa en el mundo, y en el fondo me gusta más el Barsa-, a lo que el suelta su chiste: -«Pues como te pareces a Jesucristo, no os salva ni Dios».
Vuelvo a España. Observo detenidamente la importancia del partido, la mierda que conlleva. Noto el enorme mal rollo del estadio, el desprecio de los perdedores al recoger su medalla del Rey, el mal rato que pasa, la imagen que se da, el odio, el mal perder, lo ridículo. A lo que hemos llegado. Que el estado de ánimo de tantísima gente dependa de si el árbitro pita o no un fuera de juego, o de si el Madrid hubiera fichado o no al mismísimo hijo del viento.
El paisano de al lado le dice al otro, -«Mira, ése es el Rey, es que está el Rey, por eso se llama la Copa del Rey», muy satisfecho, ignorando cualquier cosa más allá de esa presencia.
El paripé, la espera, las caras largas, Casillas.
Estoy tan sumido en esa realidad que me quedo casi solo en el lugar, mirando abobado la pantalla, pensando en un miércoles santo.
Salgo, y mi realidad me golpea con 35 grados, multitud de músicas reaggeton y bachatas con acordeón, vendedores de calle y coches americanos destartalados de los 80, de los del equipo A, fords, chevrolets, dodges cuyas puertas han de ser sujetadas porque ya no enganchan.
Me gusta ver que hay mucha gente que ni sabe que ese partido está pasando, y que en lugar de preocuparse por quién gana, lo hacen por la cola de horas que han de hacer para el único supermercado, y por si les quedará carne o mantequilla cuando consigan entrar.
Me alegro muchísimo de estar aquí, de volver a lo mío. Me voy a orillas del Orinoco, que es inmenso como cualquier embalse de los nuestros, a digerir los sucesos, donde las últimas camisetas del Barsa desaparecen entre los millones de túnicas de la única procesión que se ve por aquí al año, imitando las nuestras. Y que son, por cierto, del mismo color.
29 Enero 2014
Pedaleando una calurosa mañana en bici prestada entre los rascacielos de la ciudad de Panamá, decido pararme en uno de los hotelitos más jartos que han decidido crear por aquí, el Hard Rock Hotel.
Como no llevo candado, le pido a uno de los 200 botones que me rodean si me la puede guardar un momentín.
Me da un papelito como de guardaequipaje y me meto en el hotel con la sensación de estar observado y en cualquier momento interrogado. Pregunto disimuladamente por la planta de la piscina, cuando consigo darme cuenta de que paso bastante desapercibido, pues en estos hoteles hay gente, gentica y gentuza a aburrir, y de que tengo más clase que la mayoría de los ricos horteras que tengo alrededor, que no saben ni escribir pero van de catedráticos.
Cuando consigo llegar a la piscina se me escapa una carcajadita de placer al ver sus condiciones, y rápidamente me quedo en bañador y en barba como únicas prendas para ser un trozo más de carne entre tantos. Que la barba la puede llevar cualquier actor famoso y estar divino, y quién sabe si no seré yo alguien, o algo.
Baño, hamaca, baño, hamaca, ya está bien, tampoco es abusar, me pensaba tomar un café o birra para agradecer pero es que ni ní ni.
Pantalón corto sin nada debajo, camisetilla de tirantes y bañador húmedo al hombro, me bajo en el ascensor aceptando toda la cortesía de los empleados como cliente-quizás-famoso-guitarrista y en la puerta, contento con los resultados, le entrego el papelito a uno de los botones, que me mira y me dice -Sí, señor, por favor, espere en esa acera que alguien le traerá su auto-.
Yo, confuso por su confusión, me quedo a medio camino entre la acera y el muchacho, para aclararle que no, que…
…y después de 3 Mercedes, 2 BMW’s de la virgen y 5 de esos ‘todoterrenos’ de mentira de pijos, oliendo fragancias caras y viendo bolsos de Vuitton y eso, aparece al final de la cola un chavalillo con mi bici y una sonrisa de oreja a oreja, vieja y reventada ella, pero gloriosa y brillante por eso mismo.
Me subí a ella como quien monta un caballo después de matar a dos forasteros, y con una corta mirada atrás y un saludo que sustituyó al levantamiento de un sombrero que no llevaba, salí del lugar con una curiosa gloria.
5 diciembre 2013
Otra cosa mala de una ciudad, por muy hermosa que sea, como Granada, es el rato final de la tarde, con las cosas ya hechas, cuando uno quiere ver ya la puesta de sol.
Y uno empieza a andar, y a andar, y parece que al final de aquella calle se abre, pero es una ilusión. Siempre hay casas, y encerronas. Y se sigue caminando, y se llega a un cementerio. Pero hay más árboles que muertos, así que se sigue caminando, saludando al personal, millones, nunca se acaba, se entretiene uno leyendo nombres de difuntos, y fechas. Al cabo de tanto, ya que un cementerio suele estar un poco a las afueras, se empieza a abrir, y cuando ya mi sombra mide unos 25 metros, y se nos iba la gracia, todo ha merecido la pena. Los muertos aquí al final son recientes y al escoger una lápida, así de las buenas, se pide permiso; rara vez le impiden a uno sentarse, aunque al sacar mi meriendilla me sentí observado y envidiado.
2 Diciembre 2013
A Granada he llegado después de un día de autostop largo, cansado, ya de noche, aunque veía volcanes ya en el atardecer.
La única gracia de llegar a una ciudad grande en este momento se reduce a que ahora paso desapercibido en mis andanzas. Hay más como yo, ya no soy la gracia del día, maravilla. Pero he vuelto a la ruta pisada, con su inglés en el hostal, sus gringos, sus precios más altos…
Total, que me siento a cenar en una terraza bien merecida en un lugar que, después de las cuatro vueltas de rigor, decido es el mejor por precio barato y situación agradable. Con birra.
Tardan un pelín, y justo cuando me ponen el plato, aparece John. Un negro gracioso, sin una pierna, con muletas, que si le doy un cigarro, SI, aunque me quedan dos, rollete where are you from, bueno, que si me importa que se siente, SI, disculpa, pero quiero cenar, bueno pues se va, hala, con Dios.
2 minutos. Aparece un hombre con guitarra, que parece que va a tocar, que qué le tocamos hoy, quieto, que me apetecía estar un rato tranquilo que vengo de lejos, cansado, cenar bien, pues el rollete de que si la mujer le ha echado, una hija pequeña, porfa no te sientes, se sienta igual, al final hasta majo, quedamos para pescar al dia siguiente.
5 minutos, aparece un perro sin la pata delantera derecha, sucio, se sienta guardando dos metros de distancia y respeto, a mi lado, y NO ME QUITA LA MIRADA hasta que acabo de cenar, especialmente cuando me llevo algo a la boca. No dice nada. Ojos negros con penita.
A quién de los tres le darían algo?
Yo también. Acabé averiguando que se llamaba Tarzán y estaba todos los días a esa hora por allí, y le llevaba cada noche los restos de mi pollo callejero. No era el único que lo hacía!
22 Noviembre
Lo siento, pero hubo algo que me hizo pensar que al llegar a Tegucigalpa alguien me echaría un cable. Envié unos emails, algunos mensajes, y me monté en el bus, después de la fantástica travesía en velero.
Cuando se llega a Tegu con retraso, a media noche, y los hosts con que contabas no aparecen, y el acceso a internet es imposible, te montas en un taxi cualquiera y le pides que te lleve a un hotel, barato. El lugar al que fuimos estaba chapado ya ante la violencia nocturna con mil cierres, y nadie me abriría. La zona era ya mosqueante, y ser blanquito y tener una mochila enorme a la espalda no ayuda, quisiera poder desaparecer o cambiar mi raza con un chasquido. Otro lugar cercano está abierto pero es más caro, y el taxista quiere más y más dinero por su tiempo y recorrido. Se me acaba el dinero y no hay cajeros o no me lleva. En el lugar en que me dejan pagar al salir, ofreciendo mi pasaporte, hay unos locales mosqueantes que ya están tomando, pero no hay otra. Afortunadamente, su pedo hace que me tomen el nombre escrito pero no agarren mi pasaporte.
Sigue leyendo
15 agosto
No podía abandonar el entorno de Petén sin visitar Flores, el campamento base para la mayoría de los turistas que visitan Tikal. Yo aún no me podía creer que la gente se quedara tan lejos y pagara tours de amanecer, teniendo el camping que yo utilicé, como opción.
Había que visitar Flores y merece la pena: es muy gracioso. Una isla enana en una esquina más del lago de Petén, más al sur que El Remate. Una pequeña superficie y un escaso diámetro. Una calle principal de un sentido la rodea por el borde, y de ahí para adentro, preciosas calles rurales empedradas y cuestas que van todas a dar a la plaza central, en lo más alto, con un modesto parquecito, una iglesia no tan modesta y una inesperada cancha de baloncesto donde juegan los locales, super bien además. Lo gracioso es que es un lugar un tantito de risa para que estos profesionales jueguen, porque cuando se va la pelota, pues en fin… que es que se va calle abajo, al agua.