Adios, enes

Bueno, ya.

Después de un año y medio y miles de kilómetros caminados, con sus populares bailes, y cientos de fotos luciendo en mis pies, las enes han dicho que no pueden más.

Ni pensar en abandonarlas en un lugar basuresco. Se merecen otra cosa.

Hay un lugar en Río, por donde pasan miles de personas al día, que es muy colorido. Las famosas escadas de Selarón atraen a la gente por su colorido y sus millones de azulejos provenientes de todo el mundo, cientos de España por cierto.

Así que, siguiendo con la tradición, las elevé, y allí siguen.

El verdadero mundial

El verdadero mundial no está en el Maracaná, ni en ninguno de los estadios que han sido construidos en medio de la nada, con chabolas al otro lado de la calle, como éste que vi hace poco en Manaos.

1-P1030330

El verdadero mundial está en los garotos de piel oscura que juegan allí donde aparece una bola y que nunca llevan nada más que un pantalón, cuando se les cae la bola al agua y la miran desconsolados, como un perro con las orejas levantadas, hasta que a un héroe le ganan las ganas de meter otro gol y se tira a por ella.

1-P1030907
Sigue leyendo

Cometas

6 JUL 14

De todas las favelas de Río salen, incondicionalmente, montones de cometas (pipas) que vuelan en el cielo, a unas alturas incomprensiblemente altas. Son cometas de las clásicas, romboidales, con una cola, hechas a mano. En alguna película he visto que, cuando una cometa baja, es una señal de alerta en la favela. Se mueven al son de los tirones que los niños les pegan al hilo. Están en el medio del paisaje cuando miro la puesta de sol desde casa, o desde mi barrio.
Ésta es una de las cosas más especiales que he visto en Río.

1-P10402281-P1040231

Futebol em Rio

Ésto es lo que piensa muchísima gente del mundial en Brasil, no sé lo que llegará fuera. Primer día.

1-P1040244

Con esta algarabía:

Yo, en el medio, apoyo la moción, pero para mí no pasan desapercibidos detalles como éste:

Lo bueno de Río es poder levantar la vista y mirar a cualquier parte, un lujo al alcance de todos. Después, sale mi primera luna llena en Copacabana, la gente camina, bebe, y grita. Yo, sólo, con ella.

Así, a mí un 5-1 me resbala.

Noches a bajo nivel, noches especiales

31 mayo 2014

He llegado a Porto Seguro sin saber si me quedo. Después de vivir en la furgoneta de Eduardo -un argentino con mi misma dirección-, es mi ultima parada en el atlántico brasileiro, antes de hacer el salto final a Río. Por varias razones voy sin plata y el autobús es tan caro que me descoloca y me hace dudar con cara de susto y pensativo ante la atenta mirada del hombre que dispensa billetes, y teniendo cola detrás. El único bus sale en media hora… Continúo o busco otra opción?
Me quedo una noche y lo pienso bien. Podría ir a dedo.

Camino al centro. Me gusta poder ver otro pueblo más. Pinta bien. Pienso. Mi eficiencia económica consiste en un íntimo sistema de ajustes y compensaciones, límites diarios; funciona genial. Pero estos buses carísimos… Voy a tener que compensarlo con varias noches sin pagar alojamiento, o similar. Las calles del pueblo son lindas, las casas y sus ventanas también. Es sábado, hay ambiente.

No me puedo permitir un hostal esta noche, está fuera de mis planes. Puedo volver a dormir en la calle, con mi simple red, que ya amo aunque no sea cómoda, y que ya echo de menos cuando no la uso en unos días. Pero busco una estación policial, que aunque ellos sean unos trozos, dan un mínimo de seguridad en su puerta y alrededores. Las noches brasileñas son siempre largas, peligrosas y raras, no puedo exponerme. Necesito al menos no tener nada de valor conmigo mientras duermo. Los dos hombres de la cutre oficina me permiten dejar a mi mochila TODO allí, con mala gana, tengo que convencerles con verdades y mentiras. Me llevo, aún así, las cosas de valor en la dry-bag hasta que me acueste, desgraciadamente estos dos no son gente de confianza. Volveré, a instalarme, a las 11pm, por respeto a los vendedores de la plaza, que se retiran a esa hora.

Consigo una terraza donde me permiten usar su wifi sin consumir. Está decidido: me voy mañana en el lujoso bus.
Tengo hambre y sueño, mucho. Paseo, disfruto del lugar. Pero a bajo nivel, como desde que entré en Brasil.

A la segunda vez que pregunto en un restaurante con educación y arte si les sobra comida, me hacen esperar fuera y aparecen con una marmitinha deliciosa y completa, pero sobre todo con una sonrisa que ayuda mucho. La refeijão que me dan consiste, como siempre, en arroz, frijoles, algo de ensalada y la carne. Tengo un pan guardado que ayuda -los venden de sal, de leche o de maíz-, y lo convierto en una cena de lujo sentándome en el paseo maritimo frente al mar.

Paseo, son las 22.30, suficiente. Voy a la policía. Cerrado. Me siento a leer. Las 23.30.

Lo que me preocupa no es dónde dormir, sino que hago con las cosas de valor que llevo, cuanto mas pasa el tiempo soy más vulnerable y gringo, empiezan a salir los tipos raros, que no se entiende cuando hablan y que me llaman por la calle, los ignoro, lo que me hace sentir más gringo… me gusta hablar.

En la plaza, van cerrando los bares y apagando luces, una horda de barrenderos pasa. Son las doce.

Empiezo a estar rayado por el aspecto del lugar. Pero tranquilo. No llegan. Voy a una oficina de policía turística que ví antes, golpeo, minutos, sale un hombre dentro de la casa dormido con una pistola en la mano, no ayuda, sólo me dice que llame a un teléfono gratuito de la policía, pero ninguna cabina me funciona en manzanas.

Hay algo de gente sospechosa mirando mis pasos entre cabinas. La paranoyita empieza, pues recuerdo mi horrible experiencia en Lapa, Salvador, unos días atrás.

Vuelvo a la plaza sin querer recordar esa experiencia: ahora es más fácil que aquel día acorralarme y llevarse mis cosas. Miro bien los lugares para dormir. Toldillo en una esquina. Hombre indigente se arropa y tumba debajo. Me acerco y su instinto de peligro, cuántas veces le habrán robado, hace que me mire con desconfianza. Le digo que voy a tener que utilizar el mismo refugio. Sé que de las opciones que tengo, es la mejor, estar cerca de él. Tras unos instantes de sentado, y sabiendo perfectamente que iba a empezar a hablar él, me dice que por las noches siempre hay alguien en la oficina de policía, que llegarán en un rato. Charlamos. Tiene rastas con algunas canas, es negro, es buena gente, tiene una camiseta que pone ‘Tudo bom?’ y está muy sucio. Tiene una manta.

Llega el jóven que he visto antes por la calle, vendiendo artesanía y pulseritas. Es negro y con rastitas. Super delgado. Antes nos hemos saludado por afinidad. Es de Pernambuco, habla sin pronunciar, no se le entiende. «A rúa é malouca», dice. Pero también dice que la adora. Empieza a colocar su cama. Lo lleva todo siempre encima, no pesa como lo mío, me avergüenzo de tener mis cosas en esa oficina. Si llevase sólo lo que él, esto no pasaría.

Empiezo a pensar si no dormiré así mismo, bermudas, simplemente tumbado.
Llega el tercero, se tira dos pedos y habla rarísimo, pienso que es un loco de verdad, que viene a molestar, por el show que dió en su llegada. Pero se queda, es amigo.
Va a por cartones a la calle de al lado y trae cajas. Al observarle, me doy cuenta de que es lo que me toca, sin más: cartones.
Me ofrece una que le sobra, y la uso, la despliego bajo mi cuerpo. Todos comparten todo, cada cigarro ó comida.

El pernambuco saca una marmitinha, se la comen unos metros más allá, con los dedos y una cuchara compartida. Me ofrecen y les digo que acabo de conseguir ya una, que para ellos. Pernambuco me ofrece una tela, reniego porque aún creo -estúpido- que llega la poli pronto y que podré usar mi saco. Que la use él, le hará más falta, pienso.
Error.

Pasa el tiempo y me quedo dormido. Noto un contacto en mi pierna desnuda, sé lo que es pero no quiero mirar.
La veo pasar por delante de mi cara muy rápido. Estoy muy cansado, y me da igual: las cucarachas tienen mala fama pero son buena onda, al final. No hacen nada, no?

Me despierto helado. No consigo dormir, el invierno entra en Brasil y de pronto hace fresco fuerte, para mí en ese momento hacía más frío que barriendo iglús. Me imaginé la enfermedad que se me vendrá, y el estómago me hacía cosas raras, con un sabor en garganta malo, de mala postura digestiva. Fue un momento duro con todo a la vez. Miro aleatoriamente a la policía, por si hay luz. Nadie. Pido la tela a Pernambuco. Me sorprende lo poco que le cuesta despejarse, lo acostumbrado que está.
Ahora sí, muy asumido ya que así va a ser mi noche en Puerto Seguro, y mi destino, y mi aprendizaje. Lo tomo como viene, empiezo a verlo con humor. Genial: yo lo he querido, yo me lo como.

Mejora con la sábana. Me despierto varias veces, en cada cambio de postura. Incluso sueño mucho y lo recuerdo, quizás por lo leve de este dormir.

Me despierta un pájaro loquísimo con su primer canto en la mañana. Ya hay luz. Sigo durmiendo con mis cosas como almohada. Me despiertan mis compis, alguien ha dejado un vaso de plástico de chocoleche con pão, para cada uno!

Qué bueno y caliente estaba!
Empieza el día, silencio de domingo, ellos mean en la calle. Me voy al mar, en frente. Mejor, el sol sale, calienta, yo camino, sonrío, es el calor perfecto en mi cara, en mi pecho, en los aún fríos tejidos de mis ropas, en mis pies.

Agradezco la historia de hoy, la entiendo. Voy a ver que están haciendo mis compis. Hablamos bien, tranquilos, Pernambuco hace pulseras, la calle sigue silenciosa y bonita, con luz. Felipe, el primero de todos, me cuenta la suya, la de sus hijos, que le veían drogarse con drogas de farmacia, con medicinas, y les decía que no lo hicieran: no lo hacen. Le entró úlcera de estómago, y cuando le daba un ataque de dolor, se ponía a gritar en el hospital más de la cuenta para que llamaran a la policía, porque si no en el hospital le iban a sedar y eliminar, pues no tiene identidad, como a tantos otros, porque no interesa tenerlos. Y cuando la policía se iba a ir, no les dejaba, pues podrían matarle con medicamentos. Dice que el dolor era horrible y se ponía de cuclillas para calmarlo. No tiene identificación porque tiene antecedentes. No pueden saber quién es.

Me gustan, son majos. Cosen. Me voy a la panadería, que ya abre, y les consigo un pan y café.

Llega el más elementillo, que se me presenta como el «difunto». Llega haciendo ruido y bromas, tiene pintilla de drogas. Llegan más risas de las que cabría esperar de su situación, saca un bolo (bizcocho) y todos le preguntan que de dónde lo ha robado. Risas.

Soy consciente de mi imagen, noto las miradas de la gente, mis ropas no están tan reventadas como las suyas, pero estoy sucio… Por un momento me gusta estar aquí, sobre mi cartón, con ellos, que son completamente inofensivos y amables y me hablan como a un amigo más.

Me voy con difunto a la playa, él me acompaña, pues va cerca. A la mierda la policía, no espero más. Voy a disfrutar mi soleado día de Porto Seguro. Me cuenta que ha sido el mayor traficante de drogas de un pueblo, hasta que le querían matar y organizó que mataran a uno que era un ladrón hijo de puta, pero con sus propios documentos de identidad en el bolsillo, para que le dieran por muerto a él. Todos le dieron por muerto (incluso Felipe) hasta que apareció un tiempo más tarde, y ahora sólo va a casa con su mujer e hijos de vez en cuando, y sigue ocultándose. Está limpio. Me despido de él con el código callejero.

Qué maravilla de playa, qué sol, qué baño desnudo en una parte solitaria de la playa, aunque siempre vigilando mi espalda.
Qué grande ser uno de ellos.

Pernambuco, Felipe y el pedorro. Se re-copan para una foto!

Pernambuco, Felipe y el pedorro con mi café con pão. Se re-copan para una foto!

—–

Más tarde, al volver, me encuentro a Felipe tumbado fresquísimo junto a su artesanía. Me pide un cigarro. Se lo compro y, super majo y agradable, me ayuda en algunas cosas y descansamos en la sombra.
Luego, el que llegó anoche último, está en el puerto de ferry vendiendo helados con una pinta estupenda. Me regala uno
y, super majo también, me desea suerte.

—-

Me voy a coger un autobús caro. Ésa es finalmente la diferencia entre ellos y yo.
Mi total de gastos en Porto Seguro, es casi 0, y la he disfrutado al 100%.
Al menos el autobús es ahora más asequible.

Las hienas

Una noche que decidí quedarme hasta tarde en un cine social de Salvador de Bahía, volvía a coger mi autobús a la estación de Lapa, serían las 23.30. Me quedaba una hora de bus hasta casa de mi host de Couchsurfing, donde duermo.

Paso por calles un tanto oscuras. Nunca llevo más de unas perras pero tengo mi cámara conmigo, abulta en mi bolsillo y lo sé. Gente sentada en unos bancos, me hablan.

-Gringo, um cigarro.
-Tenho não. Gringo não.

No me gusta que me llamen gringo y contesté un poco serio, no les gustó. Tampoco vigilé bien mis espaldas. Errores estúpidos.
Un mozo aparece por detrás y de repente está apuntándome con un arma debajo de algo, no se ve bien, no sé si lleva algo, lo dudo, si tuviera la enseñaría… Pero grita que le dé todo. Con la confusión, otro me coge del cuello y me dobla palante, y un tercero me coge las manos y se concentran en mis bolsillos. Normalmente todo el mundo habla de reaccionar suave y entregar rápido, uno no quiere jugarse la vida por una cámara y blablabla. Pero sorprendentemente mi reacción fue la resistencia, instintivamente. Otra vez no, son mis cosas, cojones, no.

Después de 30 segundos de forcejeo, desisten. No pueden meter sus manos en mis bolsillos, no lo permito al menos en el derecho, de la cámara. Me rasgan los pantalones por un roto que tenían. Estamos en medio de la calle y creo que más que mi resistencia, les intimidó la presencia de gente, vehículos y quizás alguna patrulla lejana.

Rasguños y dolores de cara, el único perjuicio. Todo en mis bolsillos, y lo que llevaba en la mano, sin valor, por el suelo. Una gorra de Brasil se les ha caído, y una cajita de vitaminas, me dejaron de regalo… o disculpa.

Llega una patrulla por coincidencia, y los paro. Les digo que me atacaron, y prácticamente sin palabras, se van. Ésa fue su ayuda. Sin sacarme de allí, me pareció que se iban a perseguirles, pero se fueron despacio. Me dejaron en el lugar con el mismo peligro, no volvieron. Dos transexuales que han observado todo me contestan, me indican la estación, pero es por donde estaban ellos, y hay más. Vuelven a llegar mozos de las esquinas, creo que son los mismos, pero no lo sé, no les ví. Sólo puedo mirarles y mantener distancias. Un transexual me dice que pase, que no me vuelven a atacar, porque ya se llevaron mis cosas. Le digo que no se las llevaron, y me dice, ‘AH’.
Me acompaña el otro transexual, que está bastante buena, por cierto, a la estación de Lapa.

En el momento de la despedida me dice tímid@, -Y a tí no te gusta montártelo?
Con risas le digo que me encantaría satisfacerl@ por ayudarme, pero que no va a poder ser, que no me va.

Y me voy feliz a Lapa, con mis cosas, con gente normal que espera buses como yo.

Veneziala

Abril 2014

Pues estoy en Venezuela. Tras cruzar nada más y nada menos que el Orinoco, que, en esta parte, sirve de frontera con Colombia.
Yo no sabía que el nombre de Venezuela, este precioso diminutivo, viene de Venecia. Alonso de Ojeda, sobre el año 1499, estaba en la primera expedición que recorrió el país. Después de pasar por la península de Paraguaná llegó al golfo de Coquivacoa (Golfo de Venezuela), y allí quedó muy impresionado con las casas de los indígenas que estaban construidas sobre estacas, en medio del agua, de forma que recordaban en algo a la ciudad de Venecia. Es por ello que denominaron el lugar Venezuela, o Pequeña Venecia. En esa expedición también se encontraba Américo Vespucio, quien por su parte dio origen al nombre de América.

Puerto Ayacucho, al cruzar el Orinoco desde Colombia, no es precisamente como aquel golfo. Pero me gusta la población negra que ya mismo detrás de la frontera va apareciendo. Con su habla venezolana, de entrada tiene alegría y humor. Otra novedad es la carretera: un montón de controles policiales de risa molestan a los conductores contínuamente. Si encuentran cualquier cosa, y la encuentran, especialmente a los turistas, pedirán dinerito para hacer la vista gorda, y mejor que no te niegues. La ventaja de que la gasolina sea «gratis», y he estado a punto de no poner comillas, porque cuesta mucho menos que el agua, céntimos, ridícula, se ve descompensada por los controles molestos policiales. A veces he visto controles sólo para ver, cerca de las fronteras, que nadie trafica con gasolina … Pero si lo haces, está todo bien. Sólo colabora un poco con el agente de turno, que necesita su dinero. Uno de los trabajos más apestosos pero a la vez más resultones y deseados del país: policía, militar, ó cualquier cosa con algo de autoridad… para poder ser sobornado.
Sigue leyendo