El conflicto y la gente de Colombia

29 marzo 2014 – Manizales (eje)

Llevo bastantes días compartiendo diariamente mi vida con personas que me resultan extremadamente cómodas, agradables y fraternales, en una comunidad muy especial creada bajo unos principios muy originales de convivencia y espiritualidad. Sólo diré que se basan en la Gnosis, en Krishna y en el Chamanismo; es una mezcla sin precedentes, diseñada por ellos mismos para su propio bienestar hace años, y hoy son muchos ya los que viven así, en comunidad, en el sur de Colombia, en una tierra que el fundador (chileno) puso a esta disposición. Las cosas que aprendí con ellos están en alguna parte de mi ser, hoy ya tenues, pues recuerdo esos días como unos de los más humanos y a la vez espirituales del viaje, pero es difícil mantener ese nivel de bienestar entre trayecto y trayecto.

Así quedará en mis entrañas mi experiencia con ellos, hasta que vuelva a verles algún día quizás, si necesito esa bondad y alegría que tienen. No me siento preparado para hablar detalladamente de sus hábitos porque me genera una sensación de falta de respeto hacerlo desde mi ignorancia. Pero también queda en mí la prueba de que cuando la gente se une con buena voluntad para independizarse y vivir de una manera mejor, más humana, más fructuosa, menos globalizada y controlada, y aunque quizás sí, más atípica o excéntrica… siempre salen cosas buenas. No creo que olvide el Hare Krishna con que nos saludábamos cada mañana, con un abrazo o beso, las noches de compartir con música antes de dormir entre velas, o la cura con hortigas que la líder, sabia, me hizo en la espalda.

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Un muchacho observa absorto la puesta de sol de Manizales


Pero no es esta gente la única agradable que encuentro en mi trazo por Colombia. De hecho, no ha habido prácticamente gente que baje el listón. Ahora viajo sólo hacia los llanos, vía Bogotá, y todas las personas con las que me he cruzado han sido igual de educadas, fraternales y hospitalarias. La mejor gente de mi viaje, sin poder dudarlo aunque me cueste. A lo que sumo el agradable hablar que tienen, especialmente el paisa de Manizales, que es sencillamente delicioso de escuchar.

Puesta de sol en la facultad de Bellas Artes, Manizales

Puesta de sol en la facultad de Bellas Artes, Manizales


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Entonces, ¿cómo puede ser posible que de un país con esta dulzura general, tengamos el concepto que tenemos fuera? Quisiera contribuir a cambiarlo.

Todos dicen que, entre toda esta buena imagen, hay guerra. Y es así.

En realidad Colombia, en los últimos 40 años de su vida Republicana se conoce como un país bañado en la violencia y sangre, con guerra civil y cobertura de los dos tercios de coca que el mundo consume, atrayendo complicados problemas para su gobierno y sociedad. Pero el clamor del sentimiento de la mayor parte de los colombianos, envueltos en esta situación que ha cobrado la vida de unas 35.000 personas en los últimos 10 años y ha obligado a centenares de miles a dejar sus hogares, es de buscar un término a esta parte de la historia para transformarse en un país donde se puede transitar con tranquilidad y paz, la paz que yo conozco.

La producción y comercialización de cocaína, que según el gobierno provee millones de dólares al año tanto a la guerrilla como a los paramilitares, sigue creciendo. En pocas palabras, la primera sería un antiguo movimiento enfrentado con el gobierno; los segundos vendrían a suplir, más adelante, la falta de seguridad en las zonas rurales, aunque luego algunos grupos pasaran a estar al servicio de los carteles de la droga.

No se pueden mencionar los carteles sin mencionar a Pablo Escobar, al que las generaciones anteriores a la mía verían en los telediarios muy a menudo, sobre todo en los 90, por ser un narcotraficante, político, y empresario colombiano, fundador y líder del Cartel de Medellín, con el que llegó a ser el hombre más poderoso de la mafia colombiana y uno de los personajes más ricos de su época. Casi todos los colombianos me mencionan a Pablo en algunas de sus historias. Dicen que con su fortuna, de miles de millones de dólares, podía pagarse la deuda externa de Colombia con creces y poner al país en su sitio.

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Cuando llego a Bogotá, me encuentro más de lo mismo. Gente sonriente, paciente, educada y encantadora. Legal. Quizás es cierto que casi no salí del barrio de la Candelaria, el más antiguo y colonial, de rurales esquinas y magníficos paseos con las altísimas montañas que cubren a Bogotá por el este, detrás.

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Con partes muy cosmopolitas, la encontré segura y en ningún momento intimidadora; si se me acercaba gente era siempre con buenas intenciones y curiosidad.

Un artista copia en la calle a la Gioconda de un periódico

Un artista copia en la calle a la Gioconda de un periódico

La gente jóven me atrajo enormemente. Con universidades cercanas y las calles llenas de estudiantes, ví por primera vez en mucho tiempo a gente formada, culta y con muchas aptitudes artísticas, con mucha sensibilidad. Me sumergía en ellos con regocijo, lo echaba de menos. Gente jóven con mucho que decir y pelear, con principios y buena conversación.

A veces encontraba grupos de jóvenes humildes, más callejeros y/o modernos, que montaban espectáculos y daban ese ambiente de alegría a un parque.

En general y, a mi vista, es un país ejemplar, muchas veces a la altura de países europeos. Qué pasa?

El Gobierno Colombiano continua enfrentando serios desafíos para controlar su Territorio Nacional, debido a la persistencia del conflicto interno armado generalizado (la guerra civil) y la violencia desenfrenada, tanto criminal como política. Los principales actores involucrados han sido el Estado colombiano, las guerrillas de extrema izquierda y los grupos paramilitares de extrema derecha. Ha pasado por varias etapas de recrudecimiento, en especial desde los años ochenta cuando algunos de los actores se comenzaron a financiar con el narcotráfico.

Desde esa época, a los europeos sólo nos llegan noticias de carteles, fincas de carteleros con muchas armas y coca, drogas y putas, incrementando una falsa y terrible imagen del país que sólo puede borrarse, tristemente, caminando en sus calles y conociendo a colombianos.

En los 80, el conflicto creció por la gran intimidación de la guerrilla, asesinatos selectivos de miembros civiles de la izquierda a manos de los nacientes grupos paramilitares, así como por la aparición de sectores del narcotráfico que chocan con la guerrilla en desarrollo de sus terribles actividades. El país se transformaba económicamente con la transición de país cafetero a país minero y cocalero.

Estos centros económicos se consolidaron en la periferia, y como consecuencia, cambiaron el carácter de esas regiones, tradicionalmente pobres y marginales. De alguna manera, estas concentraciones de dinero favorecieron el esfuerzo de las guerrillas por llegar a regiones económicamente más integradas, impulsadas por las bonanzas económicas producidas en sus propias zonas de presencia histórica. Ese cambio determinó que desde el centro se empezaran a ver las periferias de una forma diferente, y que se priorizara su integración territorial y política, pues el crecimiento del país empezaba a depender de lo que ocurría en ellas. Sin embargo, la débil integración territorial e institucional existente, la llegada masiva de numerosos migrantes y la desigual distribución del ingreso que generaban las economías de enclave crearon las condiciones propicias para que en los nuevos polos de desarrollo surgieran conflictos sociales que las guerrillas aprovecharon para insertarse de modo relativamente fácil. El narcotráfico degeneró los ideales iniciales y creó una nueva economía que se mantiene como el principal combustible del conflicto.

-Wikipedia-

Así es cómo el narcotráfico ha alimantado un conflicto que los colombianos ya no quieren ni escuchar, pues están aburridos. A mi parecer ellos no consumen, además, su droga, y para colmo han de ver cómo, con las nuevas tendencias de estos tiempos, el país también se convierte en un destino turístico farlopero.

Me encanta escuchar a los locales diciéndome, cuando les digo lo que se cree del país afuera, que eso es cosa del pasado y que Colombia ya no es así -me lo creo-. El país está, aparentemente, en desarrollo positivo, especialmente «en la última década», aunque sólo puedo hablar de ciudades como Medellín, Manizales o Bogotá. El país es muy grande y hay mucho que no he visto.

Espero que algo tan complicado como este conflicto tenga una evolución favorable y siga permitiendo cambiar el concepto que tenemos de Colombia. Qué país.

Puesta de sol en Bogotá

Puesta de sol en Bogotá

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Un interesante link para ampliar informacíon del conflicto, es éste.

Antes de dejar Bogotá, me pierdo de nuevo por sus calles, compruebo de nuevo los adelantos, me cruzo con varias yamas en la plaza mayor, compro libros baratos, baratas obleas con arequipa (dulce de leche), me dejo llevar por las estrellas en el planetario…

El monstruoso proyector del planetario

El monstruoso proyector del planetario

… y disfruto como un enano en el precioso museo Botero, que se convierte en unos de mis artistas preferidos, ya que la pintura no es lo mío pero él no tiene desperdicio, pintando gente con esa obesidad característica, qué manía.


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La única ruta que me conecta con Venezuela, donde quiero ver cosas imperdibles, es atravesar los famosos Llanos hasta Puerto Carreño, frontera. El gobierno ha destinado varias veces -me cuentan- fondos a acabar esa carretera, pero en todas ellas, los fondos han sido desviados y sigue siendo un camino de tierra donde sólo pasan algunos camioneros, levantando espesas tormentas de polvo, como comprobaré durante los siguientes días, levantando el dedo pulgar antes de cada una de ellas.

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