La peor noche

22 Noviembre

Lo siento, pero hubo algo que me hizo pensar que al llegar a Tegucigalpa alguien me echaría un cable. Envié unos emails, algunos mensajes, y me monté en el bus, después de la fantástica travesía en velero.

Cuando se llega a Tegu con retraso, a media noche, y los hosts con que contabas no aparecen, y el acceso a internet es imposible, te montas en un taxi cualquiera y le pides que te lleve a un hotel, barato. El lugar al que fuimos estaba chapado ya ante la violencia nocturna con mil cierres, y nadie me abriría. La zona era ya mosqueante, y ser blanquito y tener una mochila enorme a la espalda no ayuda, quisiera poder desaparecer o cambiar mi raza con un chasquido. Otro lugar cercano está abierto pero es más caro, y el taxista quiere más y más dinero por su tiempo y recorrido. Se me acaba el dinero y no hay cajeros o no me lleva. En el lugar en que me dejan pagar al salir, ofreciendo mi pasaporte, hay unos locales mosqueantes que ya están tomando, pero no hay otra. Afortunadamente, su pedo hace que me tomen el nombre escrito pero no agarren mi pasaporte.

Cuando subo a la planta 4 (mi habitación es la 414) me topo con una terracita-azotea, están mal los pisos. Bajo a mi simple habitación, y no pasan ni 10 minutos hasta que empiezan a susurrar en el pasillo,
-Gringo, gringo, dónde estás? Abre la puerta. No todos los hondureños somos iguales. Quiero ayudarte. Golpeaste a un hondureño?
Mi silencio detrás de la puerta se acaba cuando noto que ésta es tocada desde fuera. Me asomé a la ventana alta del baño, que daba al pasillo, y le dijé que quién era, que yo no era gringo, que acababa de llegar y no había tocado a nadie, y que se mostrase donde pudiera verlo. Le pregunto,
-Eres el que acaba de recibirme?
No podía distinguirle por su voz pues susurraba, y su susurrar me hizo pensar que no quería que le oyesen desde abajo.
-Qué coño quieres? Por qué me molestas? Qué pasa!!!
-Sólo quiero saber en qué habitación estás.
Ahí me volví loco, ante el pensamiento de que por alguna razón supusiesen o dieran por seguro que yo había herido a un hondureño (ya podía yo decir que no) y de que este jueputa estuviese averiguando mi habitación para tenerme localizado y hacerme quién sabe qué en la noche. Sabía que esa noche no sería tranquila y me enfurecía de impotencia.

Se fue. Sin salida, la ventana alta, la salida del hotel daba a la calle, a ellos, donde un grupo de locales tomaba y meaba en la calle, y en uno de mis asomares, miraban y apuntaban a mi ventana. Ahí ya me puse activo y me dí cuenta de que era una situación seria, y si no lo era mi paranoia ya solo crecía. Nadie en el mundo sabía que yo estaba allí, ni siquiera en Tegu. Qué cagada. Mi antiguo móvil tiene ya las llamadas restringidas, no salen los mensajes.

Pensé en salir por la azotea, rollo batman. Saltando por ahí? Pero en medio de Tegu? Con la mochila o sin ella? Qué me llevo? Y si en el mejor de los casos, llego a la calle, qué hago yo en medio de Tegu un viernes de madrugada con mi pinta de primermundista de mierda?

Saqué mi machete, escondí mi pasaporte y tarjetas imposibles de encontrar. El cerrojo… era tan frágil! Coloqué mi mochila detrás de la puerta, enganchada de manera que no pudiera entrar nadie de golpe. Y si lo hacían y sólo robaban, que me dejaran con pasaporte y tarjeta, mi única salida rápida y segura del lugar. El machete junto a mi mano derecha pero bajo las sábanas, invisible a primera vista… yo qué sé ya. Con los nervios, me hice un corte en el dedo al comprobar cuán afilada estaba mi única arma, y sangraba un poquito, para acabar de darle más gracia a todo el asunto.

Me asomé, charlaban en grupo sobre alguien pegando a un hondureño, estaban borrachos.

Pasó el tiempo, e inconcebiblemente me dormí. El tipo o tipos volvieron a mi puerta 2 veces más, y finalmente me llamaron en voz baja e hicieron ruidos para ver si eran capaces de entrar sin que me despertara, antes de empezar a forzar el cerrojo. NO. Cuando les grité desde dentro y amenacé con llamadas a la policía (jaja, la poli), me amenazaron de vuelta diciendo que sería peor después, lo cual grabé terriblemente en mi mente mientras olía su apestoso aliento a alcohol que cruzaba la puerta, su cara a centímetros de la mía, de esos alientos, no de unas birras, sino viscerales y alcoholizados.

El sentimiento de no saber si era uno o varios, si iban armados o no, si sería buena idea tratar de escapar por la azotea o no, si la puerta se abriría de golpe en cualquier momento o no, si era mejor recibirles en el baño o en mi cama en caso de que tal, y finalmente, en el peor de los casos y reaccionariamente, si sería capaz de acuchillar/matar lo que entrase por mis cosas/vivir, hizo uno de los más interesantes y terribles momentos del viaje, para nunca ser olvidado. Una más.

Sorprendentemente mantuve una calma rarísima toda la noche, incluso durmiendo a momentos, con un par de pesadillas pero luego sueños majos hasta el último intento de entrar. Algo siempre diciéndome que era mejor quedarme dentro que tratar de huir por esas calles, o el tejado, a esas horas.

El sol acabó saliendo en algún momento, su gracia divina, y coches y motores diversos rellenaron el silencio. El nota que me recibió abajo anoche llamó a la puerta para decirme que ya podía ir a un cajero; Le pregunté dónde estuvo anoche, olía a alcohol, y por dentro pensaba que era uno de ellos, o al menos cómplice, aunque no era mi visitante nocturno. Tras una bronca y unos gritos, bajé y en un descuido suyo, escapé.

No, no pagué esa noche en ese hotel.
Espero que no me busquen o manden un clan a buscarme, no lo merezco tras tal noche :)

Seguí escapando hasta Nicaragua.
Por fín he trepado a lo alto del tobogán centroamericano que desciende hasta Colombia, y me voy a tirar de cabeza.

3 comentarios en “La peor noche

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