Vienes o no

Me mola cuando un perro se me junta en el camino y me sigue a todas partes. Me obedecen, son fieles por un día. Están ahí hasta que me meto mucho rato en un local, o hasta que debo alejarles porque sé que será peor después, peligroso para ellos, triste para mí.

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Pero jugamos a que yo era su dueño y ellos mi perro, y nos lo creemos un ratito. Así, mi ansia por tener un perro pero bien tenido (no en un piso) se calma.

A este, que me recibió muy bien en Belice, le llamé BUMP.

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Buff Bay

Hice una ruta por la costa norte de Jamaica pues me dijeron que era menos turístico. Me importaba poco no ver los mejores sitios si en su lugar encontraba gente y experiencias. En Buff Bay también había casas de madera de las que he mencionado. Muchas.

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Pero me quedo con ésta puesta de sol que muestra cómo las playas que no son de arena blanca ni transitables, más feas en principio, también son im-perdibles.

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También con un sonido que tenía en la guest house, una grillada interesante tras una fortísima luvia, colchoneada por las olas del mar cercano, que podía ver y sentir desde el porche de la casa.

El sonido, click on it!

Y finalmente con dos chavales adolescentes que me ofrecieron cobijo en la lluvia y que se mataban porque les pusiera en contacto con chicas blancas.

El tren de Camagüey

Camino y camino por Camagüey, buscando esas fantásticas estampas cubanas que no se me van a olvidar nunca.

Hasta una vía de tren, encuentro. La vía obsoleta apenas se mantiene derecha, y niños y perros juegan sobre ella. Me pregunto si podrá sostener un tren, permitir su paso.

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Caminando sobre ella, llego a la estación, que como tantas cosas, se cae a cachos, pero muestra altiva su fase de plenitud, pasada, del pasado.

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En la vía misma de la estación me parece oír un ruido fuerte, y de pronto, el paso a nivel se mueve. Uno de esos antiguos trenes cubanos con tanta gente se aproxima en la distancia y me preparo para grabarlo en el cruce.

Las barras bajan, la campanilla suena, el trafico se detiene y el tren pasa. Se mueve desesperantemente lento, y veo como su interior no es precisamente cómodo. Es muy viejo, y algún local no me recomienda usarlo, pues me podrían robar.

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Después, el tráfico se reanuda y la paz vuelve, a lo que paro mi grabadora y reanudo mi camino.

El partidito de confe

España – Italia, confederaciones

Hoy he visto el final de este partido en una terracita de Camagüey después de correr por las calles como si me persiguieran las sombras de la película de Ghost, agarrando a la gente del brazo y suplicándoles que me indicaran dónde podía ver el partido. Llevaba un rato en shock porque en todos los lugares me decían estupideces como «no funciona el mando» ó «la encargada no nos permite ponerlo (en un bar vacío) porque hay problemas».

La tele era pequeña, con bolitas de interferencias analógicas y al final de la segunda parte se fue la señal. Después de dar un puñetazo en la barra y ver que los demás no hacían nada, me enteré de que era normal y de que no era del bar sino de todo el país, que la señal a veces se «tumba». Que sólo se podía esperar. Mi cara era un poema y mi ojos estaban muy abiertos de ira mientras sorbía mi refresco con impotencia.

Pero mereció la pena. El menda que tenía a mi izquierda tenia unos 45 años, hablaba cubano rápido (así llamo yo al cubano cerrado en el que no pronuncian las consonantes y todo es una hilera de canto vocal) e iba por Italia. A mi derecha un señor de unos 80 años, tuerto de un ojo, cachondísimo, sucio de dormir en la calle y con ese cubano de abuelo gracioso, que iba por España.

Ninguno tenía desperdicio. Como dos chavales de 10 años, picándose uno a otro por el partido, diciéndose cosas inmaduras pero graciosísimas. Al final el joven callado e irritado miraba la pantalla mientras el viejo se metía con los italianos dicendo que estaban todos viejos con diversas ironías (cuando les daban calambres, se veían cansados, el viejo portero, etc) y dándome codazos y guiñándome el ojo tuerto para que viera cómo al jóven le salían rayos y centellas de la coronilla y de su silencio.

No pude por menos que inmortalizar el momento grabando en sus caras pero sin que se enteraran y haciéndoles la foto que véis.

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Yo, descojonado. Y con el último penalti, más.

La FE cubana y festivos

Hoy, hablando con la familia cubana de Santa Clara, me han contado que los festivos anuales en Cuba son 4; como ya habréis leído algo de historia de la Revolución, tiene más sentido contarlo:

26 y 27 de Julio – Por el movimiento revolucionario del 26 de julio, obvio

1 de Enero – no por ser año nuevo, sino porque es el día del Triunfo (1 Enero del 59, triunfa la revolución definitivamente en Cuba). Ya es mala suerte…

24 de Diciembre – si, por Navidad, pero porque vino el Papa a Cuba y se lo comentó a Fidel. Y Fidel dijo ‘Bueeno, venga, vale.’

Después, entre risas, dejaron caer que la famosa FE Cubana que les da esa fuerza para continuar es, para muchos, la verdadera FE: Familia en el Extranjero.

Y es que Cuba esta hecha a primera vista de Españoles y Africanos! Pocas personas han dejado de decirme que tienen un abuelo en Cataluña, Galicia o no sé dónde.

Esa tele de mi memoria

Hoy paseo feliz por el parque de la Vera en la Habana.

En una esquina veo el interior de una humilde caseta con un hombre que mueve con la mejor de sus sensibilidades una de esas antenas telescópicas que tenían nuestras teles antaño.

Las teles, son de aquellas. En Cuba hay como 4 ó 5 canales, y cuando hay interferencias, no salen cuadraditos pixelados como en nuestra era digital, no. Sale nieve, granitos de esos, bolitas.

Y lo que ponen pues es de aquello. Y por las noches cortan. Menos en algún canal que repite lo que puso durante el día.

Y así, el pueblo, sin tele internacional ni internet, no sabe… pero sabe.

¿Hace cúanto que nos levantábamos en casa a cambiar de canal y la tele hacía bolitas y ruido rosa?

Coppelia, fresa, chocolate

Coppelia, la más famosa heladería de Cuba y la Habana, cumple ya muchísimos años…. sin fresa ni chocolate.

Ésta enorme heladería ha sido icono en el Vedado de la Habana, en la calle 23, durante generaciones de cubanos. Es casi imposible que haya habaneros que no tengan alguna historia o un recuerdo agradable relacionado con esta monumental heladería. Se recuerda con orgullo su inauguración y la gran gama de 26 sabores riquísimos que daban por el 66. Calidad y barato. Cincuenta centavos costaba una bola de coco almendrado o de crema de vie y un peso, una Copa Melba (helado de vainilla con una tajada de mango, sirope de fresa y altea). Se vendieron más de 3 mil tinas de helado y durante las doce horas que estuvo abierta, las colas fueron de varias cuadras.

Cuando visito Coppelia hoy, sigue habiendo la misma cola que entonces. Pero ésta vez es sólo por el precio. A un peso nacional o dos la bola, sigue con éxito, pero las caras y comentarios de los clientes son otra historia. Todos recuerdan los buenos tiempos. Un anciano señor super educado, junto a mí en la cola, me da conversación y me cuenta con risas pero con tono pesimista, cómo con pena el cubano hace la cola para ver que sólo ofertan 2 sabores, y nunca los que se quieren, como almendra o moscatel, fresa o chocolate. Y además, por la escasez de leche barata, aguados.
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