España – Italia, confederaciones
Hoy he visto el final de este partido en una terracita de Camagüey después de correr por las calles como si me persiguieran las sombras de la película de Ghost, agarrando a la gente del brazo y suplicándoles que me indicaran dónde podía ver el partido. Llevaba un rato en shock porque en todos los lugares me decían estupideces como «no funciona el mando» ó «la encargada no nos permite ponerlo (en un bar vacío) porque hay problemas».
La tele era pequeña, con bolitas de interferencias analógicas y al final de la segunda parte se fue la señal. Después de dar un puñetazo en la barra y ver que los demás no hacían nada, me enteré de que era normal y de que no era del bar sino de todo el país, que la señal a veces se «tumba». Que sólo se podía esperar. Mi cara era un poema y mi ojos estaban muy abiertos de ira mientras sorbía mi refresco con impotencia.
Pero mereció la pena. El menda que tenía a mi izquierda tenia unos 45 años, hablaba cubano rápido (así llamo yo al cubano cerrado en el que no pronuncian las consonantes y todo es una hilera de canto vocal) e iba por Italia. A mi derecha un señor de unos 80 años, tuerto de un ojo, cachondísimo, sucio de dormir en la calle y con ese cubano de abuelo gracioso, que iba por España.
Ninguno tenía desperdicio. Como dos chavales de 10 años, picándose uno a otro por el partido, diciéndose cosas inmaduras pero graciosísimas. Al final el joven callado e irritado miraba la pantalla mientras el viejo se metía con los italianos dicendo que estaban todos viejos con diversas ironías (cuando les daban calambres, se veían cansados, el viejo portero, etc) y dándome codazos y guiñándome el ojo tuerto para que viera cómo al jóven le salían rayos y centellas de la coronilla y de su silencio.
No pude por menos que inmortalizar el momento grabando en sus caras pero sin que se enteraran y haciéndoles la foto que véis.
Yo, descojonado. Y con el último penalti, más.