Días 58-61

Bitácora pacífico
06 agosto 2015

Día 58

Los días pasan en Rangiroa.
Éste es el lugar de la leyenda de la perla negra. En Polinesia la perla es un gran mercado. Un día fuimos -toda la familia- a una granja de perlas. Una misma ostra puede producir varias, que tardan en formarse años y tienen varias categorías de calidad. Los operarios las abren un cachito para retirar las perlas y plantar nuevos embriones. Averigüé muchas cosas interesantes, pero también que las perlas no se recogen en ambientes naturales. Todas son de granjas. A veces se venden tiradas.
Hay una perla negra en alguna parte de mi mochila.

Este lugar es realmente un paraíso. Es una enorme barrera circular de coral y arena, de pocos metros de altura, con palmeras. Por el lado exterior del anillo está el océano, olas lejanas que rompen en la distancia, y está el infinito. Por el lado interior es un ‘lago’ íntimo, profundo y calmo, enorme, unos 30km de ancho. Los barcos entran por los ‘pases’, estrechas aberturas con increíbles corrientes de marea y que son el horror de los capitanes si no se pasa en la hora exacta.

Todas las islas y atolones que conozco de la Polinesia tienen un anillo de arrecifes semejante que protege naturalmente a su mismo paraíso interior.
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Ua Pou

Bitácora pacífico – Día 35, 10 julio 2015

Estoy en un barco que encontré en Hiva Oa, es un Hanse de 47 pies, no tienen muy buena reputación pero está equipado.
Viajo con una familia de un australiano mayorcito, Graeme, cerca de 70 le echo, su mujer Guyana más jóven y un crío de 7 años, Alex. Es su segunda mujer, se han echado a la mar sin experiencia, salieron de España donde compraron barco hace dos años para llegar a la Guyana y buscar a la familia de ella. Lo consiguieron y ahora cruzan el pacífico hacia Australia, cansados, despacio, muy conservadores con la navegación, pero al fin y al cabo, son mi familia actual. De momento iré hasta Nuku Hiva con ellos, isla mayor de las Marquesas.

Hay otro tripulante, Edward, inglés, jóven, con conocimientos básicos. Somos los muchachos de a bordo, para ayudar a la familia a navegar y con el barco a cambio del viaje. En total somos 5.

Estamos pasando unos días en Ua Pou, de camino, isla pequeña y perfecta; tan especial llegar a ella y ver sus impresionantes rocas rozando las nubes, como inmensos menhires perfectamente tallados por el agua y el viento desde que eran un antiguo volcán. Parece la isla del tesoro, la del juego, la de los niños, la de la peli. Todas las islas que he visto en el pacífico -y las que no- son volcanes más viejos o más jóvenes, o partes aisladas de un volcán tan grande que se escapa a la imaginación. Los cuatro ó cinco mil metros de profundidad media en estas aguas han sido superados por la lava, y aún otros cuatro mil de altitud sobre ellas, calculo, han tenido algunos volcanes por la forma de sus laderas, que aunque hoy andan erosionadas sobre los dos mil metros de altitud, está claro que en su apogeo han formado un volcán cónico del doble de altura. Sigue leyendo

La pensión

La sombra de la jubilación, la amenaza oscura de la sociedad.

Dinero para morir. Dinero para morir viviendo lo que no has vivido en tu vida cuando te tocaba vivirlo. Para un crucero de 12 cubiertas y piscina. Dinero cuando ya no lo quieres, cuando no lo necesitas, cuando probablemente lo guardes por una necesidad de guardar que, no se sabe cómo, se ha quedado en tí después de una vida guardando; guardando lo que te han ordenado guardar o haciendo lo que te han ordenado hacer para que no seas un problema del estado en el futuro. O para que consumas en el futuro, hasta tus últimos días.

Así hay gente que piensa que es terrible, que tiene miedo de la carencia o dependencia en la tercera edad, y actúan ciegamente, creen estar seguros de lo que quieren. Pero lo que temen es la carencia o pobreza material; si en su lugar, fuese guiados a desarrollar la riqueza interior, donde los bienes materiales pasan desapercibidos, o no son necesarios, ¿qué miedo?
Tenemos toda una vida para construir una casa donde cultivar, enriquecernos y morir, independientes.

Vivir la vida y morir pobre, o vivir pobre y morir rico.

Esa, parece ser, es la cuestión. Como decía Jesucristo, ‘el que tenga oídos, que oiga’.

* * *

Discúlpenme la gallardía, la crueldad, el realismo; los ofendidos, los cotizantes y pensionistas, perdónenme por lo categórico y lo revolucionario. Soy consciente de la compatibilidad entre trabajar o ‘ahorrar’ toda la vida y ser a la vez rico interiormente.

Viajando por mis edades

Septiembre 2015

Parece ser que por algún favor de nuestra naturaleza, quizás por una reacción química del hipotálamo, a partir de los 60 uno empieza a tener de sí mismo una idea más romántica; qué estupendo tipo era uno. Abuelos sonrientes y pillines lo demuestran con un simple guiño de ojo, o cuando hablan de algun romance o travesura. Incluso en los fracasos debe encontrarse un encanto especial a esa edad. Este pensamiento me hace apostar por ello con viveza, por las sonrisas de la jubilación, o mejor dicho, de la edad: el viaje es mi as de picas.

* * *

Este oceáno pacífico estará en los momentos en que abrí mis ojos, entornados por el sol, rectos, frente a su viento. Lo ví después de luchar contra el mar, y yo era joven y él me miraba.

Y me sentí importante por ello, más allá de afortunado me sentí importante, pues el pacífico era mío y me miraba a mí y me mostraba a mí sus secretos; una sensación parecida a la que tenía cuando iba a la plaza Anaya de Salamanca en mitad de la noche, o por los tejados de la catedral cuando la andamiaron para restaurarla, y por al menos media hora eran míos, ningún otro estudiante de miles se cruzaba con las escaleras de Anaya ni sus jardines, ni se acercaba por allí. Dormían, y yo estaba despierto, como lo estoy mientras viajo en yomelargo.

* * *

De este océano, todo lo que quedará será un momento de fortaleza, de romanticismo y de juventud. El mar, fuerte y bueno, salado y amargo. ¿Pero qué es lo que brilla aquí ahora? ¿Es el pacífico, o es la juventud?
¿Conseguiré cosas en la vida? ¿Tendré amor, dinero, cosas terrenales? Reconocimiento, amistades, una casa, una pensión, lo que sea.
Pero, ¿no es mejor no tener nada en la juventud?

Cuando mi rostro esté marcado por el trabajo, las decepciones, el éxito, el amor, la aceptación de que la vida no es lo que uno quiso o esperó, y aunque mis ojos vidriosos y antiguos, sin ese brillo, sigan buscando ansiosamente algo de la vida que ya se ha ido sin ser visto, como la fuerza, la fantasía de las ilusiones y la juventud, aunque sepa que cometí errores e hice el ridículo, aunque sufro en muchos momentos, pensaré que yo me largué, y si no sonrío senil y espontáneamente, que me aspen.

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Motivaciones y créditos a Joseph Conrad

I origins

Cuando una persona que ha estudiado y leído mayormente ciencias sale de su cubo y se enfrenta a un mundo en el que mucha más gente de la que pensamos cree en cosas irracionales, invisibles o ultra-empíricas, su inexistente fé se ve amenazada por una necesidad de crecer. Por mimetismo puro. Especialmente en América, donde cada cultura muestra gran fé en sus doctrinas espirituales, sean ancestrales, coloniales o modernas.

Así, abriendo mi mente voluntariamente desde el primer día de este viaje, he llegado a tener en cuenta cosas que antes rechazaba con furia, como la religión. O el propósito de nuestra existencia, o el mismo concepto de reencarnación, completamente de locos, pensaba. Y sigue pensando gran parte de mí. Será un proceso.

Yo decía, basado en la observación y mis propias conclusiones, que la religión era el fruto de nuestro miedo a la muerte. Siempre estuvo ahí, siempre enterramos a nuestros muertos con respeto, así lo aprendí en historia en el instituto, cuando se nos dijo que civilizaciones antiquísimas metían a los muertos en grandes vasijas con joyas. Pero ese miedo a la muerte viene de la evolución, de tener un cerebro un pelín más grande que el de un macaco. Lo suficientemente más grande para pensar.
Pensar.
Pensar que yo no quiero que me pase a mi lo que le pasó a la abuela en la caverna, que ya no se mueve más y se pudre, y apesta.

¿Por qué -decía- sólo por tener unos cm cúbicos más de cerebro (sólo por disfrutar de un pequeño paso evolutivo más, de millones), vamos a recibir un trato especial tras la muerte? Un trato diferente al que recibirán macacos -hermanos, ojo- o nuestros perros y gatos. ¿Qué estupidez es ésta? ¿Como hemos llegado a inventarnos dioses, salvaciones y satanases, sólo por ser un poco más cabezones? ¿De tan atrás viene nuestro ego y nuestro egocentrismo? Para mí somos iguales en la naturaleza, ratones y humanos. Más o menos evolucionados, partes de una misma creación, pero iguales. Y tengo a Darwin y a Lamarck conmigo. Eso sí, quién puso aquí todo esto para que evolucionáramos dentro, es otra historia.

No. Cerraremos los ojos, todo será negro y dormiré para siempre, se acabó mi vida, como la de Laika y los macacos. ¿O es que nos encontraremos con la perra Laika en el más allá? Venga, no me jodas. Es muy bonito inventarse historias de reuniones y aplausos, pero seamos realistas. Triste, pero estoy seguro de que es así, estaba seguro. Estoy seguro.

* * *

El tener claras estas convicciones en las que no caben espíritus, fantasmas ni demonios, me ha ayudado a estar tranquilo con el planeta. La fé de mucha gente que he conocido, contradictoriamente, les hace tener miedos ridículos y sustos de saltar. Yo no conozco ese miedo.

Nunca me he asustado por un ruido sordo o extraño, o una puerta cerrándose, ni por una vela que se apaga sin viento, algo que se cae al suelo sin explicación o un crujido cercano en los arbustos. Me río con las películas de terror paranormal. La oscuridad total me gusta y la soledad en ella es un golpe de adrenalina si me pilla caminando en alguna noche, nada más.

Porque sé que todo tiene un explicación, cada coda que pasa está dentro de los límites de lo posible y de hecho le doy un carácter justificado, científico y super normal, inconscientemente, en milésimas de segundo, ni me da tiempo a mirar hacia la amenaza porque ya la he justificado como algo del mundo que conozco, de lo único que existe, de lo empírico, lo normal. Pero quizás así me pierdo también otras cosas basadas en la intuición, o en la fé por las señales, el camino de la vida y el destino, que siempre tuve pero que ahora, por cierto, son más fuertes.

¿Creemos lo que vemos, o vemos lo que creemos?
Una vez escribí que para cambiar lo que vemos, quizás debamos cambiar lo que creemos. Si cambio mi fé, ¿veré o sentiré mas cosas? ¿Estaré más conectado espiritualmente? Pero entonces, ¿también tendré más miedo? Sonrisas.

* * *

Todos estos procesos mentales ebullen en mi mente evolucionada y pensante cuando la película ‘I, origins’ llega a mis manos, boom, en las islas Marquesas, hijas predilectas de la creación y portadoras de la belleza divina celestial.

Un hombre de ciencias se choca con el amor y este amor le abre los ojos de la fé. El hombre se choca con sus principios y acaba buscando respuestas en India, donde yo quiero contestarme por largo tiempo hace largo tiempo.

Demasiado cerca de mi vida y en el mejor momento, la película.

Viajar para siempre, o no.

El desapego a cualquier cosa que se alcanza tras años sin pertenencias es interesante. Con una mochila cada vez más pequeña en la espalda como único haber, se levita más en el mundo de las posesiones materiales.

En ella, el ordenador o la cámara, únicas cosas de valor, me pesan cada vez más porque son valiosos y tecnológicos, y no cuadran. Y me obligan de alguna manera a escribir en el blog de los huevos, que también pertenece a algo que se queda atrás y no es tan compatible con mi rumbo hoy en día.

El esfuerzo, aparentemente inexistente, de haber conseguido semejante grado de abstinencia sobre las cosas, hace que uno se plantee quedarse en este nivel indefinidamente, no volver a ensuciarse con las dependencias. Es como la abstinencia de cualquier cosa, sea privándose de fumar, drogas, chocolate, coca-cola, emociones falsas, o hablar, como en aquel retiro espiritual de Vipassana o la vida en aquella comunidad rainbow de la jungla, tras los que me costó readaptarme a la vida «normal». Podría hacer esto por siempre, en cualquier dirección, ya no hay miedo a nada: creo que ya no necesito nada.

Tras el primer año de viajar recuerdo estar golpeado por un cansancio más moral que físico por la contínua lucha diaria con una vida de «desamparo» y de trabajo por conseguir cada día la mejor opción en comida o cama: es así, sin gastar, que se puede viajar años seguidos.

Tras el segundo, me golpeó la falta de cariño, el de amigos, el de familia, el de pareja, bendito. Se vive sin él, o con pequeñas imitaciones temporales, pero falta, falta.

Pero hoy me preocupa que las cosas cada vez se saborean menos porque se acostumbra uno a esa intensidad permanente del viajar, a la belleza de los paisajes, a la locura del viaje, a la aventura infinita. Recuerdo intensidad y asombro con lugares del primer año peores que otros que ahora me provocan tan sólo un ‘ah, mira’. ¿Hay un límite sensorial que se quema, como el aburrimiento de una vida común, también en el viaje, o es que estoy nublado por alguna preocupación o ansiedad?

Hoy, mi memoria y mi mente, como las de aquel que sufre alucinaciones por hambre o sed, me golpean con imágenes espontáneas de coca colas abriéndose o sándwiches con el queso derritiéndose, pero en la añoranza. Recuerdos y flashbacks muy repentinos y reales, visuales, sobre momentos que ni uno sabía que recordaba, que traen añoro intenso y doloroso, que hacen valorar y querer mucho lo que se dejó y ya no se tiene. Solo por eso ya vale la pena un viaje tan largo, largarse.

Porque llegarán años de disfrutar de ‘la otra’ vida a tope, intensamente, del cariño, uno lo sabe. O metafóricamente, de tomar coca colas, vino y chocolate sin límite.

Cada día en esa vida, ‘la otra’, traerá, quizás, recuerdos y flashbacks intensos y dolorosos de añoro del viaje, de largarse.

Así queda uno vivo intemporalmente, en una presencia constante, disfrutando de las cosas que no se tuvieron durante un tiempo y Ahora se tienen.

El Hombre siempre quiere lo que no tiene; se puede quizás complacer al Hombre en ciclos de 3, o X años; o se puede vivir felices siempre con lo que no se tiene, pero tampoco se quiere.

* * *

Y si no mira, te largas otra vez y fuera.

Los pueblos de paso

La última cruzada de los Andes: Capítulo quinto

3 Abril 2015

Existen personas en el mundo que confían en otras, tras solo un par de días o cafés compartidos en una cocina, tanto como para ofrecerle las llaves de su casa. Así me dijo Mara en el Bolsón, ‘Vas a Bariloche? Yo tengo un apartamento vacío, puedes quedarte allí’. Cuando estas cosas pasan a un viajero como yo, no se sabe cómo agradecerlo. Mara era extrovertida, culta, lectora, activista y consciente, una mafalda que me regaló, sin esperar nada a cambio, unos días acogedores en una casita yo solo, en el frío de San Carlos de Bariloche. Y me mostró un lugar donde hacían cerveza de frambuesa, que quedó para siempre en mi paladar y en mi lista de cosas que probar a hacer en la vida.

Los días en Bariloche fueron de sosiego y cuidado propio. Comer bien, dormir bien, estar bien, ser bien. La ciudad tiene rincones preciosos y está en la orilla del lago Nahuel Huapi, uno de tantísimos lagos que hay a su alrededor. Tantos, que el mejor día de aquellos fue el que dediqué a recorrer los alrededores de la ciudad y sus lagos y montañas.

Un recorrido por una península cercana, la de Llao LLao, me dejó bordear el lago Perito Moreno frente a la isla de los Conejos, con orillas preciosas y montañas inmensas encerrándolo. Caminaba tranquilo por bosques y orillas, con agua y un gran bocadillo en la mochila, con mi cámara de fotos, con poco más: el equipo mínimo de aventura y estampado de recuerdos.

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Si hay una cosa que recordaré gracias a la siguiente foto, que como muchas otras, no tiene un objetivo estético sino el de simplemente registrar algo que no quiero olvidar, es los empaches a moras que me dí por los Andes argentinos. Allá y acá, junto a caminos, entre rocas y en orillas, salen las zarzas junto a las mosquetas, y nunca se acaban, y la mora sabe, y salen a un mes pero al siguiente siguen saliendo otras más jóvenes, y las viejas se pudren junto a las niñas. Era fácil ver mis dedos morados en aquellos días, y no sufrí ninguna indigestión ni por los bichos, que los había diminutos, pero lo que no mata engorda, dice alguien siempre.

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La serpiente cósmica

En otra de mis incursiones a la ciencia durante mi viaje, me he topado con el ADN, como quien se encuentra un enano con cabeza de avestruz al andar en un bosque. Con el ADN he chocado más fuerte porque se asemeja terriblemente a la representación de la información en mi ámbito profesional, la programación y el mundo digital. Es como un programa de software pero muchísimo más complejo que cualquier cosa que hayamos imaginado, palabras de Bill Gates. El ADN es algo que no puede entrar en nuestras mentes aún, como el universo o la física cuántica. Es simplemente espectacular.

El ADN está presente y es la misma molécula en todas las especies. La información genética en una rosa, bacteria o humano está codificada en un lenguaje universal de 4 letras que pueden ser A, G, C o T. Es una doble espiral enrollada con un montón de información, duplicada, a manera de backup, de modo que si se pierde información puede replicarse de vuelta. Si desenrollamos el ADN de tu cuerpo, alcanza la longitud de 125 billones de millas -para dar la vuelta al mundo cinco millones de veces, ó viajar entre Saturno y el Sol 70 veces ida y vuelta: en un boeing 747 a tope toda tu vida no cubrirías una centésima parte de esta longitud-. Y no puedes verlo sin un super microscopio. Hoy en día entendemos el 3% del ADN. La ciencia considera el 97% restante como descartable, sin función -qué brutita-. El ADN es consciente, sabe dónde ir, qué hacer y cuándo dividirse. Etcétera. Sigue leyendo