Viajando por mis edades

Septiembre 2015

Parece ser que por algún favor de nuestra naturaleza, quizás por una reacción química del hipotálamo, a partir de los 60 uno empieza a tener de sí mismo una idea más romántica; qué estupendo tipo era uno. Abuelos sonrientes y pillines lo demuestran con un simple guiño de ojo, o cuando hablan de algun romance o travesura. Incluso en los fracasos debe encontrarse un encanto especial a esa edad. Este pensamiento me hace apostar por ello con viveza, por las sonrisas de la jubilación, o mejor dicho, de la edad: el viaje es mi as de picas.

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Este oceáno pacífico estará en los momentos en que abrí mis ojos, entornados por el sol, rectos, frente a su viento. Lo ví después de luchar contra el mar, y yo era joven y él me miraba.

Y me sentí importante por ello, más allá de afortunado me sentí importante, pues el pacífico era mío y me miraba a mí y me mostraba a mí sus secretos; una sensación parecida a la que tenía cuando iba a la plaza Anaya de Salamanca en mitad de la noche, o por los tejados de la catedral cuando la andamiaron para restaurarla, y por al menos media hora eran míos, ningún otro estudiante de miles se cruzaba con las escaleras de Anaya ni sus jardines, ni se acercaba por allí. Dormían, y yo estaba despierto, como lo estoy mientras viajo en yomelargo.

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De este océano, todo lo que quedará será un momento de fortaleza, de romanticismo y de juventud. El mar, fuerte y bueno, salado y amargo. ¿Pero qué es lo que brilla aquí ahora? ¿Es el pacífico, o es la juventud?
¿Conseguiré cosas en la vida? ¿Tendré amor, dinero, cosas terrenales? Reconocimiento, amistades, una casa, una pensión, lo que sea.
Pero, ¿no es mejor no tener nada en la juventud?

Cuando mi rostro esté marcado por el trabajo, las decepciones, el éxito, el amor, la aceptación de que la vida no es lo que uno quiso o esperó, y aunque mis ojos vidriosos y antiguos, sin ese brillo, sigan buscando ansiosamente algo de la vida que ya se ha ido sin ser visto, como la fuerza, la fantasía de las ilusiones y la juventud, aunque sepa que cometí errores e hice el ridículo, aunque sufro en muchos momentos, pensaré que yo me largué, y si no sonrío senil y espontáneamente, que me aspen.

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