La vida es ése momento en que te das cuenta de que todo eso que no tienes y que estás buscando, lo tienes y te está pasando. Y que aunque no concuerde en género y número con lo que buscabas, es éso.
Son momentos muy breves, son iluminaciones, quizás. Ya ni recuerdo ninguno con claridad, pero sé que me ha ocurrido hace poco y había mucha luz iluminando unas hojas. No recuerdo más, pero creo que no fue la única vez.
Es como un sueño que has de remembrar al despertar, para volcarlo al disco duro del día a día, que es el que sí se puede recordar fácilmente; no como la otra, la jodía, la RAM del sueño que en seguida es sobreescrita por memeces, no vuelve.
Es muy efímera la impresión, hay que estar atento y, cuando llega, quedarse inmóvil, dejar de respirar, como si se nos hubiera posado un morfo costarricense iluminado en un brazo, observarlo con toda la atención, pues somos conscientes de que se va a ir,
y no vuelve.
Así que lo que queda en ése instante es felicidad, pues pocas conclusiones pueden sacarse más allá de que ‘está todo bien‘, ‘lo estoy haciendo bien‘, ‘todo va a ir bien‘ ó ‘es ésto. ya.‘.
Es un momento espiritual, al final no hay nada más espiritual que una hoja iluminada. Un día soleado en el que la batalla por ser y tener es despejada a golpe de trompeta victoriosa por la presencia consciente, los cuerpos muertos de los guerreros por el suelo han muerto por algo y no en vano; la gloria futura y la perfección inalcanzable y frustrante se acallan ante la simplicidad, ante un microscópico presente que sopla diciendo ‘ésto es real, estás viviendo’, y que no se puede romper.
Al final es, todo, un momento, un instante en primera persona a través de tus ojos, los inocentes, los de tu niño: los sabios. Los que no esperan más que ésto,
los que saben que no hay más que ésto.