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The world is sound

Salir de un arco iris

Principios septiembre 2014

Estoy literalmente sin palabras.
No encuentro como describir la situación que vivo después de dos semanas reveladoras en una comunidad, pero estoy lleno de sentimientos, eso es seguro.

Por momentos quiero volver… pero creo que si vuelvo no saldré más: llega un punto en que nada importa más que el bienestar que se alcanza en esas circunstancias… y me da vértigo.

Durante una hora sentado junto a un hombre aleatorio que me ha traído a Nauta desde allí, en su furgoneta, sacaba la cabeza por la ventana observando y comprobando que todas las estrellas estaban en su sitio después de tantos días ocultas tras los árboles de la Amazonia. Además, así esquivaba un poco todas las preguntas que todos los peruanos tienen que hacer a todos los ‘gringos’.
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Cosas de un barco viejo

21 agosto 2014

Delante de mí, un interminable túnel de madera.
Una pasarela hacia el Amazonas.
Nunca deseé tanto llegar y encontrar al Amazonas, para tirar mi mochila en el barro y zambullirme en las aguas sucias, marrones, café con leche, de este río.
Quiero quitarme todo el barro, mierda, bichos y pajas que he acumulado en esta travesía. El montón de litros de sudor.

Vengo de cinco días en la Amazonia peruana, cerca de Iquitos. Sólo dos días después de llegar a esta ruidosa y polvorienta ciudad, necesité y busqué mi vuelta a la selva. Un suizo que conocí en el último barco y que resultó, tal vez, aún más loco que yo, se viene conmigo.

Varios días disfrutando de la magia peruana en casas y poblados de una ruta aleatoria junto al río Mazán, cocinando al fuego, durmiendo donde cayésemos y aceptando la hospitalidad de los locales. Sin duda despertamos el interés de todos ellos, especialmente de los niños, cuya timidez les hace observarnos con completa atención y sin articular palabra, largo rato, mientras se multiplican en un recreo de su escuela junto a nuestro refugio, en una mañana cualquiera de un poblado idílico. Sólo algún gesto estúpido de los nuestros les arranca una risotada.

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Vergasión!

La palabra «Verga» alcanza un uso, en América Latina, desproporcionado.
Ya desde Méjico vengo oyendo ‘Me vale verga’ que, como ‘Me vale madre’, expresan indiferencia.
En otro lugares es simplemente exclamativo, bajo sorpresa: ‘Verga!’.

Pero es sólo en Venezuela que han ido más allá, los cachondos, y bajo el mismo carácter exclamativo, amplían a ¡Vergación!.

No me digan que no se merecen un aplauso.

Pues era eso sólo, por hoy.

Las venas

Según avanzo por los países de América Latina, voy encontrando injusticia, opresión, abuso, pobreza, desigualdad, intereses, monopolios, dictaduras disfrazadas, oligarcas, hambre, miedo y cosillas varias, en mayor o menor medida. Historias contadas y escuchadas que muestran la cruel realidad de los pueblos que, sin salvarse ni uno, enfrentan situaciones que no hay por dónde coger.

Que una tierra tan generosa e infinitamente cargada de riquezas, aún después de los múltiples saqueos, siga siendo tan pobre e incluso tienda a empeorar, sólo puede ser por culpa del interminable abuso. Sin entrar en materia, he aprendido que el subdesarrollo de América Latina proviene del desarrollo ajeno. Lo he aprendido gracias a Eduardo Galeano, que tuvo el valor de hacer una recopilación de datos históricos que hasta ha sido perseguida, o perseguidos sus lectores; que a veces resulta exagerada hacia su lado, pero conviene para sacarnos del nuestro, en el que estamos muy metidos, o para al menos dejarnos más neutros; que aburre con datos numéricos y porcentajes pero que no tiene desperdicio y no sobra una línea. Una lectura obligada para todos aquellos occidentales que viven bien; para gringazos, para cualquier persona que no sea latina, pero sobre todo para ellos, los latinoamericanos, para que al menos sepan por qué, y sepan defenderse o encontrar el camino -qué utópico-.
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El mundo perdido

Finales abril 2014

Una brava mujer europea y yo habíamos llegado al mundo perdido.
Intercambiamos monosílabos y exclamaciones mientras avanzábamos despacio, pidiendo permiso con cada paso, no sólo al frente sino también bajo nuestros pies; había vida extraña por todas partes… y a la vez por ningún sitio.

Definitivamente, no es fácil describir Roraima.

Grandes peñascos negros se manifestaban a los lados, dejando pasillos por donde pasar, cruzándonos con una nube que se filtra por ellos y, según avanza, cambiando su densidad a más blanco y no ver a tres pasos, o a más abierto y ver a treinta.

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El primer organismo vivo que me llama la atención (pocos pueden sobrevivir en este ambiente hostil) es una ranita frágil y negra, diminuta, que es la protagonista de este lugar… Antigua y siempre aquí (200 millones años) es una forma de melanismo para protegerse del sol y mimetizarse, pues no salta: se arrastra.

Perdí a esa mujer. El instinto me llevó a otro lado, buscando mis primera vistas desde la cima. Era imposible: las nubes pasaban rápido a través de uno, cerrando y ampliando el círculo de visión alrededor en pequeñas distancias. Las nubes, definitivamente, tienen prisa.
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3 días de camino

Final de abril 2014

Mi guía se había emborrachado la noche antes de nuestra salida prevista, que era a las 7am. Lo admitió como un hombre y le perdoné al instante, aún sabiendo que, en ése día al menos, iría el más por detrás de mí que yo de él.

Unas motos nos acercaron a Paraitepui, punto de salida donde acaban las carreteras. Allí conseguimos una cocina de gasolina, y repartimos la carga mientras esperábamos a que parase de llover. Recuerdo vegetales, arroz, alguna lata, huevos, pan, sandwiches, café, avena, azúcar y sal, dos pollos congelados y sobres de refresco instantáneo. Una tienda de campaña y ropa envuelta en plástico por si el desastre: sin ropa seca las noches allí serían imposibles. Sin más, empezamos a caminar en silencio. Nos esperaban tres días de caminar sin parar, el tercero el más abrupto, por la pared del tepuy: un ascenso total de unos 1800 metros en 25 kilómetros, hasta los 2723m del Roraima. El punto más alto de todo Canaima.

Como la ruta estaba bien definida, pude caminar a mi ritmo sin problemas, fue una jornada bastante plana y sencilla, motivada por espontáneos acercamientos o cambios de ángulo a Roraima y su tepuy hermano, el Kukenán. Roraima estaba cubierto de nubes que sólo dejaban ver sus faldas, con una caída de agua bien fuerte que hablaba de fuertes lluvias en la cima.

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La gran sabana

Finales Abril 2014

La gran sabana de Venezuela es el lugar en el que cualquiera querría tener un auto para perderse. La gasolina es «gratis» y el lugar ofrece carretera y caminos, innumerables cascadas, piscinas naturales, paisajes planos preciosos, ríos y tepuys en el horizonte.

Pero yo no tengo auto, y el poco dinero local que tengo lo guardo para mi próximo objetivo: el tepuy Roraima. Camino tranquilo antes del amanecer por la única carretera que cruza la sabana hacia el sur, hacia Brasil. Un autobús me ha dejado de madrugada en un lugar con gente que vuelve de pasar la Semana Santa en el área: el conductor no me quiso dejar en un puesto militar porque no se fiaba de ellos (…)

A veces me lleva una familia encantadora que aprovecha el último fin de semana de vacaciones y sonríe sin parar. Otras, un muchacho que tiene que reacomodar su moto totalmente para mí y mi mochila. Una vez un autobús turístico lleno de venezolanos de diferentes edades y algo borrachos, hasta bebés cuya mirada inesquivable y constante me enamoraba, y con los que me quedé acampando el sábado por su gran simpatía. El resto de las veces, caminaba con TODO, acalorado, pero por una de las carreteras más motivantes que recuerdo.

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