El mundo perdido

Finales abril 2014

Una brava mujer europea y yo habíamos llegado al mundo perdido.
Intercambiamos monosílabos y exclamaciones mientras avanzábamos despacio, pidiendo permiso con cada paso, no sólo al frente sino también bajo nuestros pies; había vida extraña por todas partes… y a la vez por ningún sitio.

Definitivamente, no es fácil describir Roraima.

Grandes peñascos negros se manifestaban a los lados, dejando pasillos por donde pasar, cruzándonos con una nube que se filtra por ellos y, según avanza, cambiando su densidad a más blanco y no ver a tres pasos, o a más abierto y ver a treinta.

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El primer organismo vivo que me llama la atención (pocos pueden sobrevivir en este ambiente hostil) es una ranita frágil y negra, diminuta, que es la protagonista de este lugar… Antigua y siempre aquí (200 millones años) es una forma de melanismo para protegerse del sol y mimetizarse, pues no salta: se arrastra.

Perdí a esa mujer. El instinto me llevó a otro lado, buscando mis primera vistas desde la cima. Era imposible: las nubes pasaban rápido a través de uno, cerrando y ampliando el círculo de visión alrededor en pequeñas distancias. Las nubes, definitivamente, tienen prisa.

A veces, lo único negro dentro de lo blanco es el suelo.
El suelo siempre se ve, aunque no sé si es camino o no. Hay piedras raras, musgos raros, plantas muy raras, las más grandes son arbustos de color rojizo que dan un tono extra a la situación. Hay formaciones rocosas curiosas, con formas que dan rienda suelta a la imaginación, en las que el viento húmedo y el agua han cincelado unos sombreros curiosos sobre ellas. Hay agua en charcas y piscinitas alrededor de mí, a veces grandes y profundas como estanques, infranqueables.

Oigo voces del grupo y vuelvo a la zona inicial. Se abre el paisaje. Todo negro. Parecía como si hubiese pasado a la otra cara del mundo, a la oscura, y tuviera que empezar a explorarla desde 0. Quien haya jugado al Zelda para Supernes, o al Illusion of time, me entenderá.

Panor. Roraima abierto

Panor. Roraima abierto

Veo un enorme peñasco (el Maverick, por su forma de coche antiguo) que ha de estar al borde del precipicio (calculo) y corro hacia allí sin dudarlo: sé que en la última parte del día se nubla definitivamente, como los últimos días, y ya no se verá nada más. Voy en línea recta, sin encontrar camino, y me meto por entoñaderos y arbustos imposibles. Se va la luz! Ñéehe! Admito mi derrota y decido no marear a mi buen guía, volviendo a nuestro hotel. Si, llaman hoteles a los refugios naturales donde podemos cobijarnos de la lluvia un poco, instalar nuestras tiendas y cocinar, o simplemente estar, más confortablemente. Casi abrazo a mi Sancho cuando, despues de encontrar la única manera posible del lugar de colgar mi red en grietas, me ofreció una sopa caliente para despedirme de la luz.

A la mañana siguiente, mientras el grupo se organizaba lentamente para desayunar, ví más claridad en el Maverick y logré encaramarme a la cima, mereció la pena: mi primer espectáculo al mundo inferior desde el cielo. Desde el Maverick todo tenía más sentido… Es el punto más alto de Roraima… Trepaba y empezaba a ver trozos de espectáculo que no olvidaré jamás… Detrás, por la cima del Roraima, se seguían desizando las nubes, como cortinas…

Llené mis pulmones y me acerqué al precipicio, al limitito mismo. La siguiente hora estuve solo y sin palabras. Quién sabe en qué pensaría. Lo bueno de las sensaciones fuertes es que no te dejan pensar, y así puedes concentrarte más en el momento. Creo que tenía esa cara de bobo que se nos pone cuando miramos algo así muy grande, arrugando la cara por el sol, como de no entender, quizás no entendía tanta grandeza. Estaba desconcertado, me refugiaba en mi imaginación, en el misticismo, se me revelaban en esta cumbre cosas que se escapaban a explicaciones científicas o racionales. No puedo describir más, excepto que el sonido era de viento (…)

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Yo y mi barba estábamos un tanto sobrecogidos entre arcos iris, nubes juguetonas y corrientes de aire que suben en vertical por la pared trayendo mensajes del otro mundo. Al mirar al vacío, veía un curioso efecto estroboscópico nuevo para mí. El sol proyectaba mi sombra sobre el vacío húmedo de nube, dentro de un tubo de arco iris que me enmarcaba. Es un detalle simple pero para mí fue un detalle, o un regalo, del sol.

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Coño. Me acordé de mi gente, de la vida, del tiempo, del futuro, del hambre, de Sancho. Me asomé a verles desde el Maverick… allí lejos, nuestro hotel parecía de Playmobil. Creí oler algún aroma de desayuno, y me despeñé hacia abajo feliz con haber sacado ya de entrada este momento extra de la experiencia total.

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Las experiencias que, durante los días siguientes, Roraima nos ofreció, no fueron peores que ésta. Incluyen una visita a sus entrañas por cavernas, donde encontramos el río que la recorre por dentro, helado y repleto de cuarzo. Paseos a pleno sol por su bizarra superficie. Charlas inestimables en grupo que, con la adrenalina de la experiencia, siempre se basan en temas interesantes y tienen lo mejor de cada uno, el respeto y la emoción. Caminatas sobre montañas de cuarzo, que Roraima ofrece sin límite bajo nuestros pies, parte de su riqueza. Baños en piscinas color Marte que se forman en los extraños ríos de la superficie, siempre repletos de cuarzo.


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Asomadas a vacíos inescriptibles que, aún cubiertos de niebla o nubes, daban vértigo siempre y dejaban la incógnita de poder abrirse en cualquier momento y dejar ver algo, como este que se abrió hacia la densa selva de Guyana Inglesa.


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Panor. vista Guyana

Panor. vista Guyana

Un regocijo especial con las plantas endémicas locales y sus flores, que merecen un mosaico de fotos por sus formas extrañas pero bellas. Se aferran a grietas y precipicios y las condiciones extremas hacen que su crecimiento sea lento (decenas de años para su máximo) y han de aaptarse para resisitir la fuerte radiación solar sin perder su humedad. Los helechos son las más antiguas del planeta, y es fácil ver plantas de 120 millones de años. En realidad es fácil ver este paisaje y saborearlo pensando que no tiene intervención humana de ningún tipo. Existe desde antes de la llegada de cualquier vida a la tierra: es de origen precámbrico (arenas base de 1.800 millones de años) y aunque la roca original, que existía ya cuando los antiguos continentes (América, África) estaban aún unidos, es clara, al exponerse a las condiciones actuales, una alga azul verdosa la recubre y da lugar al color negruzco que vemos.

Volví a encaramarme al Maverick el último atardecer. Encontré más infinitud, vastedad y sacralidad. Y a la mañana siguiente, al partir, no sabía cuándo era la última conexión con esta montaña. Iba el último, me quedaba atrás, sabía el camino. No me importaba. Me paraba pensativo, continuaba un poco. Le pedí cosas a la montaña que hoy se han cumplido. Hoy llevo un trozo de ella en el cuello. Miraba el suelo, miraba atrás. Como un perro sin casa que se intenta quedar en todas las que conoce.

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4 comentarios en “El mundo perdido

  1. te diste cuenta de que muchas eran carnivoras? por eso te parecen raras, pero no, tienen que adaptarse a las condiciones duras que les tocan para poder estar donde nadie muchos no pueden, …como la vida misma. Satuelo re-encuentro ya!

  2. Algún día me contarás qué cosas le pediste a la montaña, eso quiero oírlo de tu boca.

    Yo le pido desde la distancia a esa misma montaña que vuelva a verte.

    Como aquél que también pedía pizza para todos!

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