3 días de camino

Final de abril 2014

Mi guía se había emborrachado la noche antes de nuestra salida prevista, que era a las 7am. Lo admitió como un hombre y le perdoné al instante, aún sabiendo que, en ése día al menos, iría el más por detrás de mí que yo de él.

Unas motos nos acercaron a Paraitepui, punto de salida donde acaban las carreteras. Allí conseguimos una cocina de gasolina, y repartimos la carga mientras esperábamos a que parase de llover. Recuerdo vegetales, arroz, alguna lata, huevos, pan, sandwiches, café, avena, azúcar y sal, dos pollos congelados y sobres de refresco instantáneo. Una tienda de campaña y ropa envuelta en plástico por si el desastre: sin ropa seca las noches allí serían imposibles. Sin más, empezamos a caminar en silencio. Nos esperaban tres días de caminar sin parar, el tercero el más abrupto, por la pared del tepuy: un ascenso total de unos 1800 metros en 25 kilómetros, hasta los 2723m del Roraima. El punto más alto de todo Canaima.

Como la ruta estaba bien definida, pude caminar a mi ritmo sin problemas, fue una jornada bastante plana y sencilla, motivada por espontáneos acercamientos o cambios de ángulo a Roraima y su tepuy hermano, el Kukenán. Roraima estaba cubierto de nubes que sólo dejaban ver sus faldas, con una caída de agua bien fuerte que hablaba de fuertes lluvias en la cima.

1-P1020964

Paramos a comer y no mucho más tarde estábamos en el primer campamento; yo quería seguir, teníamos luz. Poco después divisé una idílica iglesia diminuta en lo alto de un monte, y supe que las vistas desde allí a los tepuys serían mejores que en los campamentos propuestos, junto a ríos en zonas bajas.

1-P1020973

Mi guía habló y dijo que conocía a la familia que cuidaba de la iglesia y vivía en una casita de adobe y palos junto a ella. Podría pedirles permiso para acampar allí esa primera noche, aislados, en contacto con indígenas y no con otra gente blanca y amochilada. La idea me gustaba tanto que se hizo realidad en un chasquido.

No me equivocaba: estábamos en un lugar privilegiado. La combinación de iglesia y tepuy era explosiva y motivante. A escasos metros, y siguiendo la indicación en pemón de la matriarca de la casa, una mujer arrugada, abuela, a cargo del lugar, completamente cubierta de humo pero abierta como para dirigirse a un gringo blanco como yo, ví un techito rudimentario sostenido por palos de madera… Era ideal para colocar la tienda y mi red para tumbarme. Oye qué perfecto todo, no?

Volví al frente de la casa, quise hacer deberes sociales, pero me fue imposible a excepción de la matriarca. Para todos los demás era un ente extraño. Los dos jóvenes se dedicaban a ser porteadores en expediciones para grupos turísticos, llevaban comida y equipos para grupos grandes de blanquitos débiles. Todos parecían estar muy contentos con el uso de linternas y frontales, como si fuesen tecnologías recién llegadas, y se aprovisionaban con pilas con la misma importancia que de agua. Hasta que se puso el sol, estaban pendientes de una radio. Me hablaron alguna palabra. El resto, una nieta y la bisnieta de la matriarca y un hombre cuya función nunca entendí, me huían, y ¡ay de mí si sacaba la cámara!: se iban.

Así que me fui a cocinar a otro fuego pequeño alejado que encendímos con brasas del suyo. Sopa de pollo y pollo asado. Hambre. Desde allí, no les quitaba ojo. La matriarca siempre estaba haciendo algo, mandaba, pantalonazos. Cosía, hablaba, y se sentaba junto a un poroto enorme que permanecía al fuego fuerte y que, según me explicó, le faltaban 7 horas de cocción. Se trataba de un preparado típico del lugar, una mazamorra que fermentaba algunas hortalizas o frutas locales y duraba varios días, lo usaban para calentarse el estómago.

Camuflando la cámara pude inmiscuirme y hacer un vídeo sólo para grabar el peculiar sonido de su conversación en pemón.

Cuando me lavé los dientes y me acosté, allí la dejé, allí estaba ella, sóla, ancestral, respirando humo, matriarca, dominante, junto al fuego, esperando las 7 horas, firme, sin levantar la vista, iluminando la costura de sus manos con un frontal de este siglo. Observé la noche sobre la iglesia y los tepuys.

1-P1030006

Amaneció y el Roraima se mostraba descubierto, lejano y aún grande, con sus imponentes 35km2. Nos despedimos de la familia, la mujer seguía cosiendo, su cara era de bruja pero su corazón de oro. Cruzamos ríos en calzoncillos, ríos que traen agua de tepuy, de aquella. Subimos caminos, bajamos, volvimos a subir, y sólo nos adelantaban mozos locales, porteadores, con mucho peso en las espaldas, un calzado mucho peor que el nuestro, y una fuerza muy superior. El tiempo cambiaba allí lejos, en Roraima, llovía, salía el sol: empecé a entender sus caprichos. Parecía que íbamos a Mordor, que cargábamos un anillo, una misión. Miraba atrás y allí, abajo, invisible casi, estaba la Iglesia. Insignificante pero igual de bonita.

1-P1030008


1-P1030023

Pasaban las horas, nos acercábamos. Nos sorprendió una lluvia, nos protegimos. Era corta, nos desprotegimos. Ví que estábamos ya en el clima de nuestra montaña. Sus nubes, generadas a veces en instantes en sus paredes, nos cubrían y mojaban a ratos.

1-P10300251-P1030033

Avistamos el campamento base. Nos quedaba visiblemente lo peor, pero la presencia cercana del tepuy me hizo quitarme la mochila sudada con una sonrisa. Unos palos con lonas de plástico eran toda nuestra protección, suficiente para colocar mi red y empezar a sacar cositas con esa ilusión de colocar todo en su lugar que entra cuando se acampa de verdad, que puede ser muy acogedora. Mi guía empezó a cocinar y nos asociamos con un español y un venezolano cuyo guía se había quedado sin cocina; muy buena gente, no me importó hacer un grupo. Daba gusto escuchar la cocinilla: empezaba a refrescar.

1-P10300361-P1030037

Me bañé en un ríachuelo cercano, congelado. La luz del sol entraba todavía entre las plantas y una mujer guiri se dio media vuelta muy pulcra ella al verme en bolas. Me puse ropa seca y confortable, saboreé ese confort de vuelta al calor. Sólo me quedaba pasear y contemplar los matices del tepuy Kukenán al fondo, el sol ya cayendo detrás de él, y del Roraima frente a nosotros: cuando llegaba algún rayo del sol, la pared se ponía muy muyy loca, el espectáculo que tenía delante merecía subir y bajar por los rincones buscando las mejores vistas: era muy impresionante.

1-P10300731-P10300781-P1030079

Entre el Kukenán y el Roraima siempre llegaba, del lado de Guyana Inglesa, una nube en forma de lengua que no dejaba ver su unión, pero salía y entraba y cambiaba de forma, era otra delicia de espectáculo.

Panor. 180. Roraima. Kukenán + lengua a la izda.

Panor. 180. Roraima. Kukenán + lengua a la izda.

Después de una cena y una oscuridad de velas con gente agradable que vino a nuestra zona por confort, argentinos, japoneses y más, busqué el sueño en el duro suelo de nuevo, dentro de aquella tienda de campaña y junto a mi buen y servicial guía, entre tímido y despistado, pero paciente y bueno. No sólo por sus atributos físicos sino por varias de mis locuras me hizo pensar más de una vez en Sancho Panza. Deseé que Roraima no nos maltratase mucho, que nos dejase ver, le hablaba en segunda persona antes de dormirme.

Amaneció bien cubierto y el agua que caía de allí nos aseguró lluvias. Miraba la pared y pensaba que por algún lugar de ella habríamos de trepar en las próximas horas. Un poco tarde, pero salimos con fuerza, yo lo tenía muy claro y subí pitando. El sendero de ascenso, por una «rampa» natural, es duro pero precioso.

1-P1030089

Recuerdo cuando alcancé la pared, yo solo. Una de muchas bajadas de agua pasaba por allí y bebí frescura mirando desde abajo una pared sin final, perdida entre las nubes, que eran una masa blanca que me rozaba la cabeza… Poco más arriba, y justo antes de entrar en ellas, me despedí de las vistas hacia el valle del que veníamos, caminando, allí abajo, en el mundo de los mortales. Me pareció ver la Iglesia en alguna colina, pero era imposible estar seguro. Era todo miniatura, como si estuviese trepando por las plantas de habichuela de Juan hacia el país de los Gigantes: FII FA FO FUUUU.

1-P10300931-P1030092

Llegué al paso de las lágrimas. Me habían hablado del lugar. Una caída de agua en medio de las rocas que debe cruzarse bien rápido para no empaparse: a partir de aquí no hay como secar las ropas. El agua se desplaza con el viento, como en el salto del Ángel, y hay que andar despierto para no resbalar rollo bananazo.

1-P1030104

Seguí ascendiendo, con cierta furia, rebelándome contra cada dificultad con fuerza, con ánimo de llegar pero también de ponerme a prueba con tanto peso en la mochila. Sólo paraba a coger aire cuando mis piernas chillaban, pero me esforzaba por mantener mi respiración pausada en todo momento…

Hubo algo que ayudaba en el ascenso, y se me quedó grabado. Un sinfín de asideros naturales, a ambos lados del sendero, dejaban que los agarrase confiado y pusiese todo mi peso en ellos. Eran ramas con estrictas formas de pasamanos, barandillas y asas, ni el mejor jardinero lo habría conseguido. Roraima ayudaba a subir.

Cuando la pendiente dejó de pronunciarse y empezó a hacer lo contrario, entendí que debía haber llegado, aunque se me había hecho corto y no confiaba en que fuese el final de aquella sudada y el principio de un paseo con respiración normal.

Sí, sin duda había llegado. Lo que tenía ante mis ojos no era de recibo. Era todo… negro. No me exrañó que Sir Arthur Connan Doyle se basase en este lugar para escribir «El mundo perdido».

4 comentarios en “3 días de camino

  1. que chulo Dani… cuando te leo, siempre busco información sobre lo que cuentas, miro fotos y lo busco en google maps…..me alucina aprender y saber dónde están todas esas bellezas naturales…..ahora ya sé lo que es un Tepuy y que tú subiste el Roraima, que es el más alto de todo Canaima…

    sigue contando tus aventuras amigo

    un beso grande

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *