El despertador

La última cruzada de los Andes: Capítulo noveno

11 Abril 2015

En realidad no sé cuando se acaban los Andes y empieza otra cosa: Chile es angosto. Creo que más que de la altitud o de la geografía, dependía de mi actitud; el despertador me sonaba para buscar barcos e iba hacia Puerto Montt decidido a encontrarlos.

Llegué a Pucón una noche de domingo y me sentí como en una película de desastre natural. El volcán Villarrica había estallado hacía poco y el pueblo estaba con esa energía atenta de sus habitantes, una mezcla de miedo y adrenalina que podía verse en los ojos del dueño del mini hostal que encontré soñando con una buena ducha y poder cocinarme algo cómodo. En Argentina y Chile nunca faltará una cocinita, una «hornalla» donde cocinarse desayunos y cenas caseras, que hacen acogedora cualquier estancia. Cómo lo echo ya de menos. El dueño hablaba intensamente del volcán mientras lo monitoreaba con una webcam en el ordenador. Un fotógrafo portugués de unos 50 años estaba allí buscando una erupción para sus documentales, como el dueño, como yo, todos en el fondo queremos ver un volcán partirse, ni muy cerca, ni muy lejos. Yo decía que quería que estallase pero que no le pasase nada a nadie, y se reían los chilenos.

Pucón está a orillas de otro lago, el Villarrica, y en faldas del volcán, aunque a salvo de la lava. Como tal, tiene su servicio de información sísmica y sus semáforos de alerta, sus rutas de evacuación, todo muy interesante y nuevo para mí, aunque más tarde vería que Chile es un país de volcanes y otros fenómenos naturales que ocurren cada tanto y tienen acostumbradas a sus gentes.

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Sobre independencias

La última cruzada de los Andes: Capítulo cuarto

23 Marzo 2015

La independencia me hace querer estar aislado incluso de los refugios. No quiero necesitarlos. Tengo todo lo que necesito para estar bien; existe una persecución innata de la independencia dentro de mí. Fuego, comida. Silencio.

Un buen lugar, como mi cerrito junto al lago natación, donde tengo todo dispuesto. Incluso mi red, que me eleva de la faz de la Tierra, en un globito de aún más independencia. Podría vivir en ella. Con su vaivén hipnótico. Debajo, al alcance de mi mano, un té caliente, un libro y un cigarro, tal vez unas galletas ó dulce de coronación, de orgasmo. Sólo el intenso frío del atardecer naranja podría retarme, pero tengo mi poncho alrededor. Ahora coloco las cosas del suelo en mi regazo y así estoy ahí, flotando con todo lo que necesito para ser feliz, mirando las primeras estrellas.

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Cuando cuente tres estrellas, dejaré de leer. Es frío.

Todo a bordo de mi red, aislado del mundo por unos centímetros, a salvo de los malos. No lo necesito.

O tal vez para una cosa sí, está bien, vale: fuera ese orgullo y el ego. Necesito al mundo para afirmarme a él un segundo, en una ramita, y empujarme a un lado para mecerme unos minutos más.

Independencia…

Valdés

13 Marzo 2015

Con el buen sabor de boca que Buenos Aires deja, a calor veraniego, milongas, buenos amigos, vino y fernet, viajaba yo en un viejo tren nocturno qe salió de Constitución hacia Bahía Blanca. Al amanecer, me apeé en un lindo pueblo veraniego llamado Sierra de la Ventana. Estuve cuatro días en un camping haciendo un delicioso verano argentino en el que, de nuevo, los otros jóvenes del camping eran mi pandilla de confianza desde la primera tarde. Visitas a diferentes lugares del río, baños, asados, familias enteras disfrutando, mate, sol. Largos paseos también en solitario a los cerros cercanos y a las puestas de sol, como en casa.

Tras mucho dedo y otros pueblitos y playas grandes en que caí por azar, llegué a la región de Chubut, en la Patagonia. Llana, vacía y seca, pero especial. Bajé hasta la península de Valdés, donde viví otro verano diferente, esta vez me sentía en una isla, en un lugar aislado, diferente, magnético, aunque ya algo frío. Como una Formentera austral y otoñal para explorar, o sea, de nuevo como en casa. Pero con una peculiaridad biológica.

La península es uno de esos lugares para biólogos y amantes de la fauna salvaje. En los días que estuve allí conté numerosas especies jamás vistas por mis ojos conviviendo en un hábitat único en el mundo; la península tiene algo especial si es escogida por tanta «gente» animal.

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de cómo despedirse de América

Antes de volver a Valdívia para embarcarme definitivamente en el Zanzíbar hacia el pacífico profundo, y después de varios días en ciudades chilenas, necesitaba sentir de nuevo la libertad de la montaña, la mochila en la espalda, lo salvaje. Me fui a la montaña más alta de América.

Una noche cálida que me permitió de nuevo dormir colgado en mi red y una mañana helada en cuanto algún camión me dejó a dedo ya en las alturas de los Andes, después de una subida serpenteante de mil curvas, cerca de la frontera Argentina hacia Mendoza, donde el sol no aparece tanto porque las montañas no lo dejan.

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Caminaba subiendo por una carretera empinada helada donde me dolía la garganta de respirar frío. Y esta parte de los Andes podría estar bajo metros de nieve ya en esta época, pero el invierno no quiere llegar aún a Chile. El tiempo está raro en todo el mundo. Un zorro con cara triste se me acercó descaradamente, ya son varios los zorros que he conocido en este viaje.

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Huesos del desierto, montañas de colores y calor

Enero 2015

Una de las primeras cosas que me pasaron en Argentina fue un malentendido haciendo dedo con un feliz conductor de su camioneta que decía sí a todo y me sacó unos 300 km de mi ruta hacia desiertos impresionantes en el noroeste de Salta. Pero para cuando mi orientación reveló el error, el auto ya no se cruzó nunca más con otros, para darme la vuelta con alguno, y uno no puede quedarse, obviamente, esperando en el medio del desierto. La camioneta corría velozmente y mi impotencia de estar yendo a donde no quería sin poder parar era pesada. Un polaco con el que caminaba esos días corría la misma suerte que yo y no podíamos más que someternos a la suerte.

Tan escaso era el tráfico en el lugar al que llegamos, Tolar Grande, que cuando pregunté cómo volver, me contestaron que aquel día habían salido dos vehículos hacia San Antonio de los Cobres, los dos que nos habíamos cruzado antes del percate. Si una furgoneta va de aquí a allá, todos lo saben, todos me hablaban de aquellos dos coches, era el evento del día. De hecho, nuestra única probabilidad de salida, era volver con el mismo tipo feliz que nos había llevado, dos días más tarde.

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El paso Sico

Enero 2015

Caminandito salí de San Pedro de Atacama por lo que parecía ser la ruta que va a Socaire. Un poco borracho y lleno por un almuerzo de despedida mayúsculo, pero no lo suficiente como para que no me levantaran rápido en camión, coche y camioneta hasta este pueblo, base para mi partida a la frontera con Argentina por un paso que nadie me recomendaba. Un paso de tierra que no se usa por haber otro asfaltado al norte, pero que tiene lugares espectaculares a los que solo se llega en tour pagado de furgoneta. ¿Me llevará mañana alguna furgoneta de ésas hacia lo desconocido? Tengo que ver qué lugares son esos. Tengo que adentrarme en una frontera no recomendada. El hecho de que no sea recomendada o transitada la hace taaan interesante. Basta que no la recomienden para que uno la ponga en su ruta. Definitivamente, una frontera no recomendada sale mucho más divertida que una de cola. Eso lo sabe Lola.

Esperé a la noche con dos niños que eran amigos de verdad porque se respetaban aún sacándose muchos años. Dormí en un cuarto azotado por el viento. Desperté con prisa por enganchar un tal coche de trabajadores que salía del pueblo al alba, y me entretuve tanto con mi desayuno sagrado que lo perdí. Buscándolo, caminé en un silencio albino roto por el sol y unos perros.

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Esperé dos horas en la ruta aceptando cafés y bocadillos de unas colombianas negrazas encantadoras que llevaban un bar de desayunos para gringos y, hablando con los guías de las furgonetas, conseguí un hueco en alguna. Pregúntales a ellos, me dijo un guía. Así de fácil fue unirse a un grupo de turistas de todo pagado: preguntando a cada uno si le molesta que me una, pues quiero avanzar hacia la frontera. La gente está contenta y nadie va a ser el negao que se niegue, así que de esa forma llegué a las lagunas altiplánicas de Miscanti, Miñiques y Tuyajto.

Hola buenas, dije mentalmente cuando me asomé al lugar, por lo magnífico. Todavía se sentía la mañana fría cuando ví unas montañas recién nevadas, aquí junto al desierto, reflejándose en la laguna Miscanti. Sabía que estaba a más de 4000 metros de altitud Andina pero no asimilaba bien estas nieves. Caminé hacia Miñiques lentamente, atento a este lugar. Un escaso suelo de paja da alimento a la única compañía, las vicuñas, familia de las llamas, que con un pelaje especial en forma cónica, tiene la protección térmica más técnica y codiciada de la zona.

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Atacama

Enero 2015

Entre el pacífico y los Andes se extiende el enorme desierto de Atacama, el lugar más seco del mundo. Se han registrado periodos de 400 años sin llover y una lluvia medible (1mm) ocurre cada 15 a 40 años. Sus temperaturas pueden caer hasta -25º en las noches y subir hasta los 50º con el sol. Es el lugar donde he visto más tornados repentinos azotando todo a su paso y donde he visto las mejores estrellas, pues es de los mejores lugares del mundo por la altitud y la escasa nubosidad, humedad y contaminación lumínica. El mayor proyecto astronómico del mundo está a pocos kilómetros de San Pedro de Atacama: los ojos de la Tierra.

Llegué con mi suerte a San Pedro, un oasis arbolado en el desierto con casas de adobe y calles de película, y me asusté con los precios -venía de Bolivia- y con el montón de gringos -empezaba Enero-. Así que pregunté a una mujer en la calle y por ella acabé en una pequeña pero espectacular casa a las afueras con una familia de chilena y alemán, y sus dos hijos. Me acogieron unas 4 noches y todo fue como estar en familia a mi llegada: hacíamos excursiones, jugábamos. Allí vivía otro curioso alemán de aspecto descuidado y de sonrisa bonachona con muchos viajes y locuras a las espaldas. Cuidaba dos magníficos caballos -de esos que hay por aqui- y los sacaba a pasear. Una mañana fui con él por casualidad y disfruté de horas de excursión charlando con este hombre en semejante entorno, con el caballo más bonito que monté jamás y con el que más conecté: nunca había galopado tanto. Sonreía cabrón con mi suerte atacameña, sabiendo lo que paga un turista por una hora de caballo, todo llegaba fortuitamente.

Genial plaza de San Pedro. Vocán Licancabur siempre presente.

Genial plaza de San Pedro. Volcán Licancabur siempre presente.


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Por esta familia conocí a Betty, española residente en Chile que me permitió colocar mi hamaca unas noches en lugares de su finquita a las afueras. El terrible calor del día se transformaba con la oscuridad en un frío que me abrazaba al estar colgado pero que no me mataba. Junto a su perro, ella y nuestras largas conversaciones existenciales, empecé a conocer los espectaculares rincones desérticos y rocosos de los alrededores.

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26 lunas llenas

Justo un poquito más allá de la barrera de los dos años, se encuentra la vigésimo-sexta luna llena.

Aparece con fuerza muy amarilla, con algunas nubes rosadas por ahí, como cuando hace frío, como ahora.

Está enmarcada entre algún glaciar andino, de baja altura, y unas montañas con las primeras nieves del frío que ya llega a la patagonia chilena. Con esa preciosa nieve escasa que parece azúcar glass sobre un bizcocho de domingo, tímida pero puntual. Las montañas enrojecen en otoño unos arbustos justo debajo del azúcar, y el horizonte sobre el lago Yelcho es, así, rojo y blanco.

Esta luna llena es la más austral que veré, las estrellas están todas del revés, Orión cae boca-abajo y lateralmente cada noche como el Sol, que cada vez sube menos, arrastrados ambos por el eje polar-sur del cielo, que cada vez está más arriba, junto a la cruz del Sur, invisible y diametralmente opuesto a su hermana mayor, la estrella polar, esa si es un eje visible, pero bien bajo mis pies, al otro lado del planeta.

39 lunas llenas serían tres años.