Atacama

Enero 2015

Entre el pacífico y los Andes se extiende el enorme desierto de Atacama, el lugar más seco del mundo. Se han registrado periodos de 400 años sin llover y una lluvia medible (1mm) ocurre cada 15 a 40 años. Sus temperaturas pueden caer hasta -25º en las noches y subir hasta los 50º con el sol. Es el lugar donde he visto más tornados repentinos azotando todo a su paso y donde he visto las mejores estrellas, pues es de los mejores lugares del mundo por la altitud y la escasa nubosidad, humedad y contaminación lumínica. El mayor proyecto astronómico del mundo está a pocos kilómetros de San Pedro de Atacama: los ojos de la Tierra.

Llegué con mi suerte a San Pedro, un oasis arbolado en el desierto con casas de adobe y calles de película, y me asusté con los precios -venía de Bolivia- y con el montón de gringos -empezaba Enero-. Así que pregunté a una mujer en la calle y por ella acabé en una pequeña pero espectacular casa a las afueras con una familia de chilena y alemán, y sus dos hijos. Me acogieron unas 4 noches y todo fue como estar en familia a mi llegada: hacíamos excursiones, jugábamos. Allí vivía otro curioso alemán de aspecto descuidado y de sonrisa bonachona con muchos viajes y locuras a las espaldas. Cuidaba dos magníficos caballos -de esos que hay por aqui- y los sacaba a pasear. Una mañana fui con él por casualidad y disfruté de horas de excursión charlando con este hombre en semejante entorno, con el caballo más bonito que monté jamás y con el que más conecté: nunca había galopado tanto. Sonreía cabrón con mi suerte atacameña, sabiendo lo que paga un turista por una hora de caballo, todo llegaba fortuitamente.

Genial plaza de San Pedro. Vocán Licancabur siempre presente.

Genial plaza de San Pedro. Volcán Licancabur siempre presente.


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Por esta familia conocí a Betty, española residente en Chile que me permitió colocar mi hamaca unas noches en lugares de su finquita a las afueras. El terrible calor del día se transformaba con la oscuridad en un frío que me abrazaba al estar colgado pero que no me mataba. Junto a su perro, ella y nuestras largas conversaciones existenciales, empecé a conocer los espectaculares rincones desérticos y rocosos de los alrededores.

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Finalmente pasé unos días acampando en una propiedad deshabitada. Hay canales de agua por las afueras de San Pedro, un buen trabajo que asegura la llegada de agua semanalmente a diferentes rincones del pueblo para enfrentar tal sequía. Por allí pasaba uno que me ayudaba con el calor y la higiene de la cocina. Leía largas horas en mi hamaca y paseaba en la puesta de sol por la llanura inmensa que se extiende entre el oasis y la cordillera de la sal. En las noches me hartaba de estrellas antes de que llegara el frío imponente que dejaba mi té helado en unos dos minutos.

Cuando me encontré con mi amiga Paula comenzamos a hacer planes desérticos. Lugares como el valle de la luna, el valle de la muerte, justifican su nombre con impresionantes formaciones geológicas, colores terrosos y cambiantes, erosiones extrañas en las laderas rocosas y resultados pulidos con formas extravagantes.

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Las dunas a veces quedan afiladas como cuchillos, formando contrastes increíbles y líneas convergentes, y otras veces se redondean suave y lentamente con vientos pobres pero constantes. En cualquier caso, la mirada se queda fija en ellas, y en los millones de granitos de arena dorados al sol que saltan sobre la cresta buscando lugar al otro lado de ella, a sotavento, hasta que otro viento caprichoso empiece otro reloj de arena infinito, más allá durante los siglos.

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Abismos que son como escenarios de películas de tipo Star Wars quedan a veces bajo los pies de un alto en el que se pierden los ojos en puestas de sol, volcanes y millones de quebradas, grietas y vetas de erosión con los colores más originales. La piedra del Coyote, llamaron a uno de estos pedestales.

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Zonas saladas que parecen nevadas de un sueño raro, en el que nieva en verano, nieva en el desierto, nieva en el calor. Cruje la sal al pisarla, pero no moja, no enfría, dónde coño estoy?

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Una visión alrededor en 360º, empezando y acabando con el sol, no ayuda, mire donde mire, todo es bizarro, todo es extraterrestre. Ah, ya sé, debo estar en Marte. La Nasa prueba aquí sus robots antes de ponerlos en Marte, me dice un entendido. Así que Marte.

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Si, en la garganta del diablo sigo con la sensación de estar en Marte o de ver, al girar cualquier esquina, a Chewaka o Luke Skywalker saliendo de una cueva. Me acerco a una pared para entenderla mejor poniendo mi lógica pero sus sedimentos y capas millonarias vuelven a hacerme desistir. Qué lugar extraño.

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* * *

Todavía era de noche cuano llegamos al valle de los géiseres del Tatio. Era una noche de esas desérticas, tan frías que apenas podíamos sonreír y mantenernos relajados. En la penumbra, empezamos a divisar vastas columnas de vapor en prácticamente todas las direcciones. Era otro de esos sitios extraños fuera de lo conocido, que hacen sentir como si se estuviese entrando en la intimidad de la madre Tierra, en sus cosas, en sus procesos.

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Aquí hay unos 80 géiseres, depósitos de agua entre las rocas subterráneas que sube a la superficie con las fallas. En algún punto tocan material volcánico como magma para ponerse a esta temperatura. A los 4200 metros de altura a los que estamos, el agua ebulle a 86ºC, y estas temperaturas crean intensas nubes de vapor y columnas.

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La luz empezó a filtrarse cuando una imperceptible brisa movía lateralmente paredes blancas de niebla caliente, procedentes de aguas extremadamente calientes, aguas que matarían en segundos. Charcos que se derraman en finos arroyos mientras emanan vapores. Los suelos empezaban a mostrar unos colores pardos y otros blanquecinos, cansados de soportar unas aguas tan agresivas. Las colinas circundantes encendían sus tonos áridos. Con luz artificial, advertí una variedad nueva de colores que estas temperaturas crean junto con los compuestos minerales y químicos del valle. Colores vivos junto a aguas turbias por la temperatura, aunque transparentes y limpias como ninguna otra. Claro, a ver qué cosa resiste en ellas.


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A veces los géiseres, al brotar con suavidad, creaban en torno a sí un pequeño volcán, de hasta un metro de altura, con su fumarola en miniatura.

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Para cuando llegó el sol ya estábamos sacando el mejor provecho de los matices luminosos. Es el amanecer el momento buscado en un sitio así. Al trasluz, encontré arcos iris en miniatura, vapores cálidos y explosiones de agua cristalinas. Algunos géiseres explotan en ciclo, cada dos o tres minutos, así que se les puede esperar como un gato en una ratonera, como un meditador a sus pensamientos.

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El calor ayudó a calmar el cuerpo y hasta los géiseres parecieron contentarse con la luz, subiendo verticales como árboles. Mi entretenimiento fue atravesar estas nubes terrenales tóxicas, que por cierto calentaban ese frío terrible, y perder la orientación o intentarlo, pues el sol fuerte ya no nos dejaba.

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Culminamos la batalla contra el frío en unas termas naturales, una gran piscina donde las aguas hipercalientes entraban por las esquinas pero no podían calentar todo. El resultado era que o te abrasabas o te enfriabas dependiendo del lugar, pues los puntos más intermedios estaban ya ocupados por carnaza humana como si se tratase de una población de elefantes marinos.

A lo lejos, un volcán humea en la misma dirección que los géiseres. Otro tipo de humito de nuestro planeta.

Con el calor ya en el corazón, no muy lejos de allí recuerdo una pequeña comunidad perdida en esas altas tierras, tan frías y calientes que me hizo preguntarme la razón de vivir en tal sitio. Pero eso ya me ha pasado en muchos lugares, y definitivamente los lugareños siempre tienen una.

Quizás sea una casa cuyas piedras ensamblaron ellos mismos una a una en torno a una ventana que les queda medio abierta por las noches y sellan con modernos plásticos. Quizás sea el miedo a irse y tener que pedir ayuda a alguien en el camino. Quizás tengan miedo de la naturaleza. O quizás se sientan culpables si dejan a la virgencita del talcual en esa curiosa iglesia de puertas azules, pues ella siempre les protegió.

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2 comentarios en “Atacama

    • Existen riachuelos hasta en estos lugares y su agua puede beberse. Prácticamente todo les llega de fuera, sin embargo. Excepto la carne de llama, guanaco o vicuña y algún vegetal cultivado en San Pedro, regado con esas acequias curiosas.

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