Huesos del desierto, montañas de colores y calor

Enero 2015

Una de las primeras cosas que me pasaron en Argentina fue un malentendido haciendo dedo con un feliz conductor de su camioneta que decía sí a todo y me sacó unos 300 km de mi ruta hacia desiertos impresionantes en el noroeste de Salta. Pero para cuando mi orientación reveló el error, el auto ya no se cruzó nunca más con otros, para darme la vuelta con alguno, y uno no puede quedarse, obviamente, esperando en el medio del desierto. La camioneta corría velozmente y mi impotencia de estar yendo a donde no quería sin poder parar era pesada. Un polaco con el que caminaba esos días corría la misma suerte que yo y no podíamos más que someternos a la suerte.

Tan escaso era el tráfico en el lugar al que llegamos, Tolar Grande, que cuando pregunté cómo volver, me contestaron que aquel día habían salido dos vehículos hacia San Antonio de los Cobres, los dos que nos habíamos cruzado antes del percate. Si una furgoneta va de aquí a allá, todos lo saben, todos me hablaban de aquellos dos coches, era el evento del día. De hecho, nuestra única probabilidad de salida, era volver con el mismo tipo feliz que nos había llevado, dos días más tarde.

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El paso Sico

Enero 2015

Caminandito salí de San Pedro de Atacama por lo que parecía ser la ruta que va a Socaire. Un poco borracho y lleno por un almuerzo de despedida mayúsculo, pero no lo suficiente como para que no me levantaran rápido en camión, coche y camioneta hasta este pueblo, base para mi partida a la frontera con Argentina por un paso que nadie me recomendaba. Un paso de tierra que no se usa por haber otro asfaltado al norte, pero que tiene lugares espectaculares a los que solo se llega en tour pagado de furgoneta. ¿Me llevará mañana alguna furgoneta de ésas hacia lo desconocido? Tengo que ver qué lugares son esos. Tengo que adentrarme en una frontera no recomendada. El hecho de que no sea recomendada o transitada la hace taaan interesante. Basta que no la recomienden para que uno la ponga en su ruta. Definitivamente, una frontera no recomendada sale mucho más divertida que una de cola. Eso lo sabe Lola.

Esperé a la noche con dos niños que eran amigos de verdad porque se respetaban aún sacándose muchos años. Dormí en un cuarto azotado por el viento. Desperté con prisa por enganchar un tal coche de trabajadores que salía del pueblo al alba, y me entretuve tanto con mi desayuno sagrado que lo perdí. Buscándolo, caminé en un silencio albino roto por el sol y unos perros.

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Esperé dos horas en la ruta aceptando cafés y bocadillos de unas colombianas negrazas encantadoras que llevaban un bar de desayunos para gringos y, hablando con los guías de las furgonetas, conseguí un hueco en alguna. Pregúntales a ellos, me dijo un guía. Así de fácil fue unirse a un grupo de turistas de todo pagado: preguntando a cada uno si le molesta que me una, pues quiero avanzar hacia la frontera. La gente está contenta y nadie va a ser el negao que se niegue, así que de esa forma llegué a las lagunas altiplánicas de Miscanti, Miñiques y Tuyajto.

Hola buenas, dije mentalmente cuando me asomé al lugar, por lo magnífico. Todavía se sentía la mañana fría cuando ví unas montañas recién nevadas, aquí junto al desierto, reflejándose en la laguna Miscanti. Sabía que estaba a más de 4000 metros de altitud Andina pero no asimilaba bien estas nieves. Caminé hacia Miñiques lentamente, atento a este lugar. Un escaso suelo de paja da alimento a la única compañía, las vicuñas, familia de las llamas, que con un pelaje especial en forma cónica, tiene la protección térmica más técnica y codiciada de la zona.

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26 lunas llenas

Justo un poquito más allá de la barrera de los dos años, se encuentra la vigésimo-sexta luna llena.

Aparece con fuerza muy amarilla, con algunas nubes rosadas por ahí, como cuando hace frío, como ahora.

Está enmarcada entre algún glaciar andino, de baja altura, y unas montañas con las primeras nieves del frío que ya llega a la patagonia chilena. Con esa preciosa nieve escasa que parece azúcar glass sobre un bizcocho de domingo, tímida pero puntual. Las montañas enrojecen en otoño unos arbustos justo debajo del azúcar, y el horizonte sobre el lago Yelcho es, así, rojo y blanco.

Esta luna llena es la más austral que veré, las estrellas están todas del revés, Orión cae boca-abajo y lateralmente cada noche como el Sol, que cada vez sube menos, arrastrados ambos por el eje polar-sur del cielo, que cada vez está más arriba, junto a la cruz del Sur, invisible y diametralmente opuesto a su hermana mayor, la estrella polar, esa si es un eje visible, pero bien bajo mis pies, al otro lado del planeta.

39 lunas llenas serían tres años.

Sumaj Orcko

El inca Huayna Cápac, rey del Perú, ordenó que unos indios exploraran las vetas del imponente y por aquel entonces precioso Cerro Rico (Sumaj Orcko en quechua) allá por el siglo XV. Cuentan que al comenzar a hacerlo, se estremeció la montaña con un gran estruendo (potocsí en aymara) y una gran voz sonó diciendo: «Pachacamac janac pachapac guaccaichan», «No saquéis la plata de este Cerro, porque es para otros dueños». Vaya.

Faltaban 83 años para la llegada de los españoles y el cerro mineral más rico y famoso del mundo ya tenía nombre y dueño. Sea verdad o no, esta riqueza acabó en manos del emperador Carlos V, aun no siendo desconocida por los indios. Estos habrían descubierto el poder argentífero de la montaña, según otra leyenda que escuché en la casa de la Moneda de Potosí, porque uno de ellos hizo un gran fuego una noche y por la mañana vió un hilo de plata correr al lado.

Hoy en día Potosí tiene otra forma, es más achatado, tiene muchos colores bonitos y una gran ciudad en las faldas. Le queda plata, pero hoy se saca más estaño y zinc. Debe ser como un queso, y me pregunto cuánto aguantará sin colapsar. Las realidades y leyendas mineras asociadas a la fiebre occidental por el mineral monetario no solo son ciertas sino que siguen ocurriendo, como pude comprobar.

Wikipedia


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Montañas de Bolivia: anécdotas

(Contínúa)

Desperté con ruidos de cerdos y perros, y unos pollos me pasaron por encima indecisos para llegar a la calle, junto a la que yo dormía, después de su encierro nocturno.

En la casa me servían desayuno gracias a los mozos, a los que caí bien la noche anterior en un breve intercambio de historias. Tenían tiendita donde reponer mis tomatitos, papas, cebollas y arroz con los que sobrevivía cada día caminando. Y galletas. Hablaban quechua y a cada tanto decían la palabra ‘gringo’ entre risas. Estaba claro que yo era el entretenimiento. Salí y pasé el día con los mozos, acompañándoles a cargar costales de abono en un asno hasta su tierrita, que sembraron toda de maíz y papa. Descubrí la hierba de anís, que comía a muerdos y me tiré a la bartola mientras ellos removían la tierra.

Por el pueblo de adobe me entretuve con cosas como la iglesia, que si digo que estaba que se caía no es por vieja, es que se caía. La plaza era un hervidero de calor y aburrimiento, y había dos personas cotilleando lo que pasaba en cada esquina, con ese silencio en el que el paso de un perro ya es un evento. Una singular señora viejita muy agachadita que va espantando gallinas con piedras se paró, y mirando un poco a los lados se agachó un poco y meó allí donde le apretó. El cementerio era de traca. Lleno de plásticos, unos montones de tierra indicando dónde había alguien y algunos mausoleitos viejos de adobe marcaban, como todos los cementerios, quién tenía y quién no.


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Montañas de Bolivia

Érase una vez,

Estaba yo en Torotoro, un pueblito que quizás hoy viva de los dinosaurios. Son frecuentes las huellas de dinosaurios en esta zona y esto atrae a muchos turistas, y el bonito pueblo cuenta con una horrible plaza donde réplicas de algún bichejo antediluviano muestran los dientes bajo luces de colores y flashes.

Cuando hube explorado bien lo que más me motivaba a mí del lugar -a mí déjame de huellitas-, que era un precioso cañón con paredes naranjas que se encienden según el sol avanza, dejando a sus rayos alcanzarme solo a mediodía el tiempo justo para bañarme en pozas frescas y que me hizo sentir un poquito como en 127 horas, me dispuse a dirigirme hacia Sucre.

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Después de Machu Picchu

11 Noviembre 2014

(Continúa de…)

* * *

Pasaron horas hasta que dejé de oír a turistas y radios. En el entretiempo, reptaba por el suelo entre ramas sin querer hacer ni un crujido, buscando dos tronquitos que podrían sostener mi peso en la red-hamaca y donde pudiera despejar la maleza intermedia sin tanto problema. Encontré el lugar. Esperé a que pasase la hora de un supuesto control básico de alrededores, reptando a otro lugar más alto donde pudiera ver la puesta de sol sin ser sorprendido, no hubo suerte. Cuando se acercaba la noche, saqué las cosas comprimidas en el fondo de la mochila, y con sigilo, fui montando mi red y un plástico para una lluvia casi segura. Desde mi red podía ver, entre ramas, algo inédito para el público. El sol se despedía en el horizonte, y poco a poco Huayna Picchu se vestía de negro, de abajo a arriba, hasta que solo la ciudadela vió el sol.

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Buscando el silencio perfecto

19 Oct 2014, la puna

En la colección de sonidos encuentro gran regocijo (ya se sabe). Pero dentro de este trabajo siempre he estado buscando el silencio perfecto. Cuando hablo aquí de silencio no es el silencio tal como lo imaginamos, pues ese silencio no existe.

Una vez reproduje uno de mis silencios para un amigo, y éste me preguntó que qué era aquello, con decepción. También podría crear un archivo de audio en blanco y nombrarlo silencio.wav, pero, ¿qué sentido tendría?

No, el silencio del que hablo aquí es el silencio que hay debajo de los sonidos: el silencio permite al sonido ser.

Ahí sí, el oyente empieza a mostrar interés. El silencio entre los ladridos de un perro, o el que hay cuando un coche se aleja en la carretera. Lo que quiero decir es que el silencio como tal no existe, o no es nadie sin los sonidos.

Esto añade cierta gracia a la grabación de sonidos, pues el silencio subyacente tiene tamaña importancia. Si buscan el silencio ahora mismo, se darán cuenta de que no está. Hay un coche, un reloj, un vecino o su propio corazón bombeando sangre que hincha las venas de sus tímpanos y suenan en su cabeza -evidentemente todo depende del nivel de sensibilidad de cada uno-. Estaría bien hacer un disco de silencios con el nombre de este post, y seguiría siendo un disco de sonidos.

Lo curioso es que si nos topásemos alguna vez con el silencio tal y como pensamos que es, nos caeríamos de culo, tal vez aterrados por su extrañeza. No es fácil imaginar nuestra realidad física sin el fenómeno físico del sonido, con todo lo maravilloso que es. Imaginar que el aire elástico no fuese conductor, y todo fuese mudo.

* * *

Pues creo que hay una excepción al silencio virtual que describo. Lo curioso es que ése silencio total, aún no perceptible para nosotros en la dimensión física, está y existe, así como existía antes (digo yo) de este planeta. Y ése silencio está a la vez dentro de nosotros en forma de paz, a veces podemos identificarlo en la noche cuando un perro se calla y el sueño nos invade. Otras veces se distingue como ese silencio remanente y eterno del que surgen los sonidos y al que los sonidos vuelven. Es una parte intrínseca no manifestada de todo sonido, ladrido, canto o palabras humanas.

El silencio (ése) es parte de nuestra esencia, nuestra paz y nuestro Ahora, de nuestro Ser. Cuando prestamos atención a este silencio, entre las palabras mismo, nuestra paz crece; estando en contacto con esta calma meditamos y trascendemos.

* * *

Ayer me pareció oírlo cuando bajaba de una colina de las montañas. Se paró el viento y no había nada…

Ojo a este silencio, pues es un arma importante en el a veces arduo -o quizás ruidoso- camino de nuestra vida.