11 Noviembre 2014
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Pasaron horas hasta que dejé de oír a turistas y radios. En el entretiempo, reptaba por el suelo entre ramas sin querer hacer ni un crujido, buscando dos tronquitos que podrían sostener mi peso en la red-hamaca y donde pudiera despejar la maleza intermedia sin tanto problema. Encontré el lugar. Esperé a que pasase la hora de un supuesto control básico de alrededores, reptando a otro lugar más alto donde pudiera ver la puesta de sol sin ser sorprendido, no hubo suerte. Cuando se acercaba la noche, saqué las cosas comprimidas en el fondo de la mochila, y con sigilo, fui montando mi red y un plástico para una lluvia casi segura. Desde mi red podía ver, entre ramas, algo inédito para el público. El sol se despedía en el horizonte, y poco a poco Huayna Picchu se vestía de negro, de abajo a arriba, hasta que solo la ciudadela vió el sol.
Podía ver los árboles sobre mí a través del fino plástico, y los huecos de luz entre ellos. A las 19 horas me pareció que del este empezaba un resplandor blanco que sólo podía ser de la luna, mi cómplice, mi aliada, llena, puntual, los dos estábamos en esto y ella no se había rajado. Comí algo rico, creo chocolate, me dormí como un tronco pensando en si algún ronquidito estúpido no me delataría: estaba muy cerca del camino del puente inca.
Creo que sobre las diez oí la última radio y pensé que venía por mí, muy rallado. Me despertaba con cambios de postura y vigilaba que la luz blanca estuviese en las hojas del suelo, que veía perfectamente con ella.
A la 1 en punto vibró una alarma. Era la hora en que calculé la luna en el cénit. En 5 minutos estaba reptando y evitando crujidos: me había dejado todo muy listo, incluído el paso entre ramas cerradas, que desplacé, y el recorrido más corto y seguro. No hacía frío, iba descalzo, mis calcetines mojados por la humedad y vestido de negro completamente, pasé los primeros 45 minutos siendo una auténtica sombra, moviéndome lo más despacio que he podido y entrando en la zona crítica. Son los peores momentos porque llego nuevo y podría haber alguien en cualquier esquina, observando. Se nubló justo al llegar a la Casa del Guardián, lo que por un lado me favorecía. La luna llena es, para los ojos acostumbrados, como un sol.
Con los ojos y pupilas ya completamente abiertas, me empecé a mover más rápido. Veía todo con precisión. Ahora era yo quien vería a alguien si estuviese ahí. Las llamas me observaban atónitas con los cuellos muy estirados, y en un momento dos arrancaron en una carrera de alerta. Pensé que me delatarían pero poco después pastaban, amigas.
Entré en la casa del Guardián, me senté en una ventana. No perdí tiempo con fotos, la luz de la cámara era un chivato, y había mucha paz que disfrutar. No pude evitar, sin embargo, tirar algunas exposiciones de muchos segundos para tener algún tesoro en mi diario. El cielo estaba nublado pero la ciudad se me mostraba completa en algunos momentos, cuando decidía apartar su velo de niebla, animada por mis peticiones y rituales, que imitaban a los de mis últimos maestros.
Así comenzaba una noche que tuvo mucha tranquilidad, respeto por el lugar y misticismo, obviamente. No fui muy lejos por no romper el saco, me conformé con ser el guardián de la ciudad desde las alturas, sentarme en un sinfín de sitios con diferentes perspectivas y acercarme hasta la ciudad una vez. No cabe contar mucho más, que la imaginación tome las riendas. Sólo que cuando quería irme no sabía cuándo, hasta que un clareo exagerado me hizo entender que estaba amaneciendo, y que pronto podría llegar el guardia de mi camino. Me despedí.
Con placer comparto una estampa de resumen que no es precisamente muy conocida.
Volví paseando y conociendo bien el terreno. Oí la radio del guardia llegando a su puesto. Oí turistas. Esperé. Recogí. Salí.
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Es curiosa la sensación de hacer POP! de entre unos arbustos y hacer como si nada, con un silbidito, después de una noche tan cargada de emociones. El día estaba muy soleado, sin niebla, y yo tenía, ya desde que volví a mi madriguera al amanecer, la sensación de que ya. Lo había conseguido, ya estaba. Sonreía a las llamas con complicidad, y reconocía mis pasos de la noche, cuando todo era mío, la Casa del Guardián allí, sobre la ciudad, me sonreía mientras ahora atendía a otros turistas. Con sol.
Decidí completar mi experiencia con una caminata hasta la Puerta del Sol, un lugar por donde llegaban a la ciudad tras dias de camino desde Cusco, un sendero por la pared montañosa hasta esta puerta que abre a un nuevo valle las dimensiones y por donde salía el sol visto desde la ciudad. Ahora sí podía hacer un fueguito pequeño de ceremonia -y no de noche-, una ofrenda como las tradiciones locales mandan de respeto por mi presencia y atrevimiento, de agradecimiento por tal experiencia. Quemé palo santo con algunas plantas sagradas y simulé el sonido del viento hacia la ciudad, alláaaa lejitos, con buenos deseos.
Además, aproveché para pedir disculpas en nombre de mis antepasados, por su violenta irrupción en la calma de una de las civilizaciones más ejemplares que pasarán por este planeta.
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Después de Machu Picchu, después de esta noche, he tocado una cota, un punto de inflexión. Estoy bajando por el otro lado de una inmensa montaña. Ya no estoy yendo, estoy volviendo. Me queda un largo camino a casa, pero ya voy hacia ella, y me gusta.
Sabia que lo conseguirias,
dani!
Enhorabuena!
y yo he viajado hasta esa noche y te he acompañado en el misterio de la ciudad de las nubes. me alegro de que llegaras hasta el corazón mismo de ese lugar sagrado Dani. un abrazo. te quiero, muchacho!
Gracias chicos…
Olvidaba algo extraño en la noche.
Una liebre grande, por lo que me pareció en la oscuridad, me hizo larga compañía. Se movía un poco si me acercaba pero no salía corriendo, se quedaba cerca a pocos metros y estaba tranquila, también vigilando la ciudad desde esquinitas.
Quién era?