Días 58-61

Bitácora pacífico
06 agosto 2015

Día 58

Los días pasan en Rangiroa.
Éste es el lugar de la leyenda de la perla negra. En Polinesia la perla es un gran mercado. Un día fuimos -toda la familia- a una granja de perlas. Una misma ostra puede producir varias, que tardan en formarse años y tienen varias categorías de calidad. Los operarios las abren un cachito para retirar las perlas y plantar nuevos embriones. Averigüé muchas cosas interesantes, pero también que las perlas no se recogen en ambientes naturales. Todas son de granjas. A veces se venden tiradas.
Hay una perla negra en alguna parte de mi mochila.

Este lugar es realmente un paraíso. Es una enorme barrera circular de coral y arena, de pocos metros de altura, con palmeras. Por el lado exterior del anillo está el océano, olas lejanas que rompen en la distancia, y está el infinito. Por el lado interior es un ‘lago’ íntimo, profundo y calmo, enorme, unos 30km de ancho. Los barcos entran por los ‘pases’, estrechas aberturas con increíbles corrientes de marea y que son el horror de los capitanes si no se pasa en la hora exacta.

Todas las islas y atolones que conozco de la Polinesia tienen un anillo de arrecifes semejante que protege naturalmente a su mismo paraíso interior.
Sigue leyendo

Hermanos del pacífico

Yo no tengo hermanos (varones).

Pero en aquel barco navegaban conmigo mis hermanos del pacífico,
Edward y Alex. Edward era inglés y conmigo éramos los dos tripulantes ajenos del barco; Alex era el hijo de 7 años de los dueños del barco. Pero todos éramos una familia navegando el pacífico. Todos hermanos.

En mis excursiones por Nuku Hiva, Edward se animó alguna vez conmigo a caminar y así caminaba con mi hermano. Había un desfiladero que me llamaba a gritos en el lado oriental de la gran bahía de la isla, y recuerdo subir hasta el punto más privilegiado con él y compartir silencio y fruta. Mangos robados de alguna finca en el camino.

Los rayos de sol se filtraban por las nubes y tocaban algunos rincones de la bahía, y averiguábamos nuestro barco entre los varios, en la distancia. Allí está Alex! El sol finalmente rompió la nube y gritó antes de irse, mostrando su divino contento ante nuestra atención.

1-P1110186

Edward es menor pero aun así he aprendido mucho de él. Sé lo que es ser el hermano … no preferido de la familia. Edward tiene una actitud mucho más adecuada que la mía a bordo y eso le confiere un status de favorito. Además de ser anglosajón y tener esa ventaja cultural y de afinidad con los dueños, tiene más paciencia y menos prisa en el viaje. Le da igual todo. Confieso que mi desconexión ha sido provocada por la ansiedad de continuar el viaje, la preocupación por el dinero que se va en estas caras islas y los días que pasan sin movernos, mientras nos acercamos al fin de temporada, donde podría quedarme atascado en el medio del pacífico un invierno entero esperando a que pasen los huracanes. Además no puedo evitar discutir con el dueño (y capitán) conceptos prácticos de navegación en los que está equivocado por su inexperiencia, que es tan grande como la mía. Su dulce esposa calma con sabiduría y la única energía femenina de a bordo las diferencias.

Pero es otra de las enseñanzas que aprecio. El ser el hermano «malo» de la casa conduce a intentar y saber ser mejor hermano.

* * *

Alex. Gracias a él he aprendido a vigilar mi lenguaje, y ser el hermano mayor de un muchacho. Todos educábamos a Alex, era un trabajo contínuo de mantener una actitud correcta ante él, decir lo correcto y poner límites razonables a sus conflictos.

Cuanto más entregaba a Alex, más bonita se hacía mi experiencia con él. Si jugaba con él a algo, si simplemente miraba la pantalla de su ipad cuando me pedía que lo hiciese, cuando le puse ‘Alicia en el país de las maravillas’ aunque fuese en francés, notaba su afecto. Hubo veces que se me tiró encima antes de irse a la cama y me abrazó en silencio. Eso fue muy, muy guapo. Alex.

Alex en nuestra entrada a Rangiroa

Alex en nuestra entrada a Rangiroa

Hubo una vez que construí la nave más grande que jamás habíamos visto con sus piezas de Lego (esto le emocionaba). La llamamos la ‘super-hiper-invader-spacecraft’ y duró un tiempo sin romperse aunque jugábamos a destruirla y a ver si superaba golpes.

1-P1110475

* * *

Hemos conocido en Rangiroa una familia cachondísima de ingleses -wealthy people- con tres hijos preciosos y pecosos. Me recuerdan mucho a unos amigos de mi infancia.

Pasamos tiempo con ellos, comemos juntos, vienen a nuestro barco alguna noche, y estos van al suyo alguna otra mientras los ‘hijos’ nos quedamos viendo una peli en el nuestro.

Alex tiene nuevos amigos de su edad para jugar, es genial. Qué sueño para ellos, no? Nadan entre barco y barco en aguas más limpias que las de una piscina pero llenas de peces, mientras el sol se pone, van y vienen en una tabla de surf o una canoa hinchable.

Yo me subo al mástil, Edward y yo solemos hacerlo como buenos mozos de a bordo. El lago circular interior de Rangiroa, protegido naturalmente, esta hoy más calmo que nunca. No se mueve el aire ni el agua. Es totalmente perfecto.

1-P1110249

Desde aquí arriba vigilo que mi hermano Alex está bien mientras juega con sus amigos y sus padres descansan. Es un campeón. Rema hacia el otro barco con fuerza en la tabla, nada muy bien. Nunca se ha mareado ni con las peores olas, al contrario, juega tan tranquilo bajo cubierta con su ipad cuando los demás nos agarramos a cualquier cosa para no caer. Su escuela es su madre, que le ha dado un ingles extremadamente perfecto para su edad y le da clases cada mañana por una hora. Nada malo puede salir de ese chico, estoy orgulloso de él!

1-P1110261

Desde aquí arriba veo la puesta de sol. Los demás barcos flotan paralelos en la corriente llenante. Se encienden sus luces de anclado.

1-P1110267

* * *

Hoy, de mañaneo, hemos escapado en el dinghy de nuestro barco los tres un rato. Alex se ha emocionado al huir hacia un embarcadero de la orilla.

1-P1110334

Hay un lugar en el ‘pase’ de Rangiroa (por donde entra y sale el agua de las mareas, haciendo corrientes increíbles) donde se forman ‘standing waves’, olas estáticas. Los delfines van todos los atardeceres a saltar en ellas, pues deben pescar mejor. A veces saltan dos juntos, ocasionando gritos de júbilo entre los asistentes al espectáculo.

Después, mi hermano Edward y yo caminamos por una orilla cualquiera, y hablamos de cosas de mayores, que mi hermano Alex no puede oír, porque es, de momento, pequeño.

1-P1110237

Yelcho y la austral

7 de Mayo de 2015

No podía dejar de asistir al espectáculo de Yelcho, en plena carretera austral: allí me esperaban, como mis amigos, los amigos de un familiar que frecuenta el lugar. Yelcho era, cuando nos conocimos, un lago solitario, tímido, sombrío, cubierto por tinieblas y rayos de sol impotentes, como hechizado en algún cuento de hadas. Los bosques en sus orillas no tienen desperdicio, solo árboles gigantes y viejos, y sus generosas aguas hacen de él uno de los mejores destinos de pesca del mundo. Pasaba la luna llena 26 de mi viaje, el viento rizaba las olas y el otoño ya mordía los picos cercanos con nieves jóvenes que se amontonaban sobre curiosas laderas rojizas, abajo verdes.

1-P11001461-P1100145

Al lugar se añadía el buen trato que me dieron en aquel magnífico hospedaje de sus orillas. Y no recuerdo el nombre de aquel perro-guía que tenían, pero se entregaba a los visitantes como si trabajase en el lugar, y nos acompañó a nuestras excursiones a kilómetros de distancia, enseñándonos el camino y esperándonos. Sigue leyendo

Sumergido en el Tantauco

Bitácora chilota – 29 Abril 2015

Era tarde y estaba de camino, a pie desde la ruta principal, hacia el parque Tantauco, obra natural máxima del bosque único en el mundo que existe en el sur de la isla de Chiloé; quizás debería llamarlo selva…

No pude llegar y paré aquella noche en el lago más próximo al camino que encontré. Sus orillas no me dejaban acampar, cenagosas y llenas de raíces incómodas; la noche estaba encima y en el único lugar digno que ví, y mientras pensaba ‘por favor, que no haya perros’, uno idiota me olió y comenzó a ladrar sin pausa, rítmicamente, con todos los pensamientos de exterminio que aquello producía en mi mente. Con el rabo entre las piernas volví y decidí entrar en una tierra de pasto con dueños, sí, pero posiblemente de aquellos dueños que se acercan en la mañana con el ceño fruncido, no siendo que algún forastero ande en sus tierras, y tras una conversación cambian el ceño por una sonrisa fruncida.

Orienté mi carpa hacia el oeste, importante y larga decisión siempre al instalarla, y sin sueño ni hambre, observé cómo caían las estrellas de Orión, su espada invertida y colgando del cinturón hacia arriba, hasta casi ponerse en el plano. En 60 segundos de obturador avanzaban un inesperado trecho, y las aguas reflejaban aquellos movimientos.

1-P1100102

Cuando desperté aquella fría mañana otoñal en mi carpita, el lago había desaparecido!! Una bruma densa a la que ya me había acostumbrado en las mañanas chilotas cubría el lago como un edredón. El paisaje no podía ser más otoñal: el sol salía tímido y diagonalmente, la hierba estaba empapada y escarcheada, unas vacas pastaban mecánicamente, sus hocicos exhalando remolinos de aliento condensado, el lago blanco de bruma mostraba en sus orillas juncos oscuros que desaparecían paulatinamente en la niebla hacia aguas profundas. Algunos sonidos venían de aguas adentro, de lo invisible.

Lo malo del frío húmedo es que no se puede recoger la tienda al toque e irse: está tan empapada que necesita un rato al sol para secarse. Lo bueno es que obliga a esperar observando la mañana. Encontré un poste al sol y me senté colina arriba, cuando empecé a oír un ruido de remos por el pequeño lago. Con curiosidad por saber qué tétrica figura cruzaría las tinieblas en un bote, ví que la bruma se iba exactamente mientras aquel hombre avanzaba, como la grasa se disipa con una gota de jabón. Parecía tenerlo calculado, y a la vez era inconsciente del alto grado de estética que estaba impregnando en el lugar, con su lento avanzar y cortar de aguas.

1-P11001141-P1100117

Creo recordar que nos alzamos la mano diplomáticamente cando nuestras miradas se cruzaron, pero él lo hizo de una manera desinteresada, como si me hubiese visto ya un rato antes, o como si le costase soltar un remo.

Sin bruma en el lago ni rocío en mi tienda, partí hacia el parque, que alcancé a dedo con el único coche que se movía por allí y aún llegué tarde para una visita. Me sumergí rápido, como quien llega a una piscina casi de noche, dejando la mochila grande con el guardaparques en una modesta cabaña.

Me sumergí en aquel único espectáculo de selva y bosque mezclados, con cientos de especies vegetales. Me sumergí de nuevo en lo salvaje, en la madre, en la teta, en el caos perfecto, autónomo e inteligente, allí donde puedes caer rendido en cualquier postura y no te manchas, y no haces el ridículo, donde nadie te observa y te analiza o juzga, donde la mente no tiene a nadie a quien juzgar, ni a sí misma, donde todos tus procesos y deseos son normales para el resto de seres que te acompañan, pájaros carpinteros y árboles pacientes, donde el musgo sabe a verde y el arroyo lleva agua de verdad, donde el corazón lleva más sangre y el aire sabe a libertad, de verdad.

1-P11001241-P11001261-P1100128

El suzuki de Max

Bitácora chilota :: 27 abril 2015

Si en aquel momento de enfrentarme a la gran isla de Chiloé sin saber cómo empezar hubiese tenido que elegir a un compañero de aventuras, no habría sido otro que Max.

Max frenó súbitamente su suzuki Samurai porque vio mi mochila y mi dedito en un momento en que el quiere, o necesita, largarse como yo. Su atracción por las aventuras y los mochileros le prestó como el mejor oyente de mis historias, el mejor interlocutor en mil conversaciones sobre diversos temas, el mejor amigo para descubrir Chiloé en aquel pequeño 4×4 y el mejor anfitrión para alojarme en su casa, con vistas a los canales por los que acababa de navegar con el Issuma el día anterior. Y a la puesta de sol.

Cuando le expliqué mis planes para conocer la isla, tras unos minutos de conocernos, se apuntó y lo programamos juntos. Charlamos hasta la madrugada frente a una estufa. Tras desayunar, cargamos dos kayaks en el techo y muchas cosas, generosidades de mi amigo, en el interior del Samurai.
Así comenzó el tour salvaje por la impresionante isla en el suzuki de Max.

1-P1100010

Lo primero fue llegar a la costa oeste de la isla, Cucao, para encontrar el pacífico ya abierto y sin nada más en medio de la inmensidad. Las playas infinitas, tanto a lo largo como a lo ancho, unos lagos interiores y un parque natural oculto de la zona tenían todo a lo que aspirábamos.

Pasamos horas yendo y viniendo por aquella playa. No nos cansábamos de recorrerla, sus orillas, sus dunas interiores. Era de esas playas que, incluso en días soleados, se encuentra uno perdido en sus dimensiones, entre la bruma, que se encarga de hacerle a uno perder los horizontes y la orientación. A cambio de las huellas del suzuki, que eran lo único que parecía efímero en aquel lugar, la playa nos regalaba viento en los oídos y rumor de olas, exactamente con la misma intensidad.

1-P1100013

Nos movíamos impulsados por la ilusión de encontrar un buen sitio donde dormir, y en una de aquellas paradas ví un montón de aves en torno a una gran masa inerte en la arena. Llegamos incorporándonos sobre los asientos del suzuki para averiguar qué era aquello, y nos conmovimos ante una enorme ballena muerta que las carroñeras iban mostrando al resignarse y echar el vuelo.

1-P1100020

Sea cual fuere su historia, el destino de aquel enorme ser, de los más grandes del planeta, estaba allí entre pequeñas aves con hambre y pequeños humanos curiosos. Deseé que su muerte hubiese sido natural, mientras observaba esa fría e irrevocable presencia que permanece durante la descomposición. Pareciera que la muerte sólo se va del todo de un lugar cuando se ha ido la carne, nuestra materia que antes abrigábamos del frío, pareciera que estamos allí donde morimos mientras alimentemos a las moscas, las larvas y los carroñeros, mientras apestamos, pareciera que en los huesos no cabe la vida más. Aquellos huesos, los más grandes que veré, estaban ya descubiertos en la cabeza del animal, quizás sus mandíbulas, y algunas costillas parecían querer escapar de la carne, para morir al fin. El resto del cuerpo estaba en buen estado y caminé sobre él, blando, inerte… vivo.

1-P1100028

Unas tímidas olas de marea creciente comenzaron a lamer sin ascos aquel espectáculo de la vida y la realidad, y tuvimos que irnos y obligarnos a hacer un campamento: los dos éramos muy perfeccionistas para conformarnos con cualquier lugar, yo quería hacer fuego y cocinar.

1-P1100029

Finalmente nos cobijamos del viento tras unas dunas y tuvimos toda la playa, las estrellas, ron, y una mañana perfecta paseando entre vacas playeras antes del café. Llegar hasta la orilla era un buen paseo, como para decir hastaluego.

Más tarde, conduciendo, teníamos la palabra WILD en la boca y entre risas, buscábamos realmente un lugar muy salvaje donde acampar, en el bosque, en un lago, en lo desconocido, en el riesgo, en la posibilidad de la adrenalina, en lo remoto, en lo WILD. Entramos en aquel parque privado y buscamos con un gps el lago de los mapas. Llegamos muy cerca y en varias ocasiones salimos del coche a buscarlo, queriendo encontrar una orilla decente. Pero no hay rutas. Max jamás se echaba atrás cuando le animaba a meterse por aquí o por allá, cuando poníamos el suzuki en agua hasta que entraba por las puertas, cuando entrábamos en lo salvaje y gritábamos ¡WILD!

1-P1100033

Finalmente encontramos el lago Tepuhueico y no había nadie del parque. Nos quedaba una abandonada orilla perfecta para acampar y lanzar los kayaks a las heladas aguas.


1-P1100035

Empezamos a remar con calma, toda la calma que aquel lago nos transmitía, con la seguridad de que no había nadie alrededor y con todo lo que aquella sensación provocaba. Podía escuchar perfectamente las paladas de Max en la distancia, tal era el silencio; podía ver perfectamente las nubes reflejadas en el agua, tal era su estabilidad. En la lejana orilla que alcanzamos, unos juncos bailaban con nuestras ondas retorciéndose con sus reflejos.

1-P1100048

Una playita de una casa encerrada en el espeso bosque nos pareció ideal para la esperada merienda viendo la puesta de sol. Desde que se ocultó entre nubes, un frío intenso invadió el lugar y se hizo difícil volver a las mojadas canoas. Esperamos sin miedo hasta el final del espectáculo: los dos sabíamos que habríamos de volver de noche, mojados y helados, pero no nos importaba, aquel presente era difícil de soltar.

1-P11000571-P1100069

Las nubes se tiñeron con vetas naranjas antes de morir, tanto en el cielo como en el agua, y supimos que era el momento. Fijamos unas referencias en las colinas del fondo para no perder la alineación, y salimos tranquilos de vuelta. Hasta paramos en el medio del lago, tumbándonos en los kayaks frágilmente, observando las estrellas y flotando en giro con las manos, como la aguja de una brújula. El fuego calentaría después nustros pies y nuestro estómago.

A la mañana siguiente Max tuvo que trabajar y yo aproveché para tomar prestada del parque una canoa canadiense estable y estanca, con la que fui a buscar madera para el almuerzo, y descubrí a lo lejos un templete sobre las aguas y el silencio. Aún había una bruma matutina y el sol estaba rodeado por una aureola inmensa de medio cielo que se reflejaba en el agua. Ténues colores otoñales capeaban el horizonte, y sólo algunas aves se oían a veces lejanas entre mis paladas. Los suaves juncos arañaron mi canoa como un cepillo blando y la proa golpeó también suavemente el embarcadero, una hermosa proyección sobre el agua de algún romántico del lugar.


La madera crujía peligrosamente a punto de morir, y calculé mis pasos sobre las viguetas hasta el templete. ¿Qué podía hacer allí, sino sentarme y comulgar de nuevo con uno de mis silencios?
El templete se rompía en cachos y no podía moverme mucho. Saqué mi grabadora y grabé aquel silencio, que lo era sólo porque muy de vez en cuando algun ave se aburría de no oír nada y graznaba para marcar el tiempo, o para demostrar que uno no está dormido, o soñando. Un archivo de sonido que quizás no tenga sentido guardar, pues tiene más ruido electrónico que ambiental, pero no sé, quizás algún día lo escuche y algo haga click en mis oídos, transportándome de nuevo a aquel genial templete de soledad y meditación.

1-P1100079

De nuevo con Max, no nos conformamos hasta que encontramos, por senderos de enanos y leyendas, y metiendo el suzuki por estrechos berenjenales, la catarata del Tepuhueico, que rellena de murmullo este bosque chilota.

1-P11000941-P1100089

Las aguas siempre rojas de la zona, por efecto de las raíces del
tepu y de los millones de hojas que las tintan, rugían en el bosque y formaban densos bloques de espuma que, río abajo, parecían bloques de hielo buscando con calma una salida al pacífico. Como yo.

El despertador

La última cruzada de los Andes: Capítulo noveno

11 Abril 2015

En realidad no sé cuando se acaban los Andes y empieza otra cosa: Chile es angosto. Creo que más que de la altitud o de la geografía, dependía de mi actitud; el despertador me sonaba para buscar barcos e iba hacia Puerto Montt decidido a encontrarlos.

Llegué a Pucón una noche de domingo y me sentí como en una película de desastre natural. El volcán Villarrica había estallado hacía poco y el pueblo estaba con esa energía atenta de sus habitantes, una mezcla de miedo y adrenalina que podía verse en los ojos del dueño del mini hostal que encontré soñando con una buena ducha y poder cocinarme algo cómodo. En Argentina y Chile nunca faltará una cocinita, una «hornalla» donde cocinarse desayunos y cenas caseras, que hacen acogedora cualquier estancia. Cómo lo echo ya de menos. El dueño hablaba intensamente del volcán mientras lo monitoreaba con una webcam en el ordenador. Un fotógrafo portugués de unos 50 años estaba allí buscando una erupción para sus documentales, como el dueño, como yo, todos en el fondo queremos ver un volcán partirse, ni muy cerca, ni muy lejos. Yo decía que quería que estallase pero que no le pasase nada a nadie, y se reían los chilenos.

Pucón está a orillas de otro lago, el Villarrica, y en faldas del volcán, aunque a salvo de la lava. Como tal, tiene su servicio de información sísmica y sus semáforos de alerta, sus rutas de evacuación, todo muy interesante y nuevo para mí, aunque más tarde vería que Chile es un país de volcanes y otros fenómenos naturales que ocurren cada tanto y tienen acostumbradas a sus gentes.

1-P1090655 Sigue leyendo

El lago último

La última cruzada de los Andes: Capítulo octavo

8 Abril 2015

Dejé la carretera asfaltada que me llevó hasta el Mapuche y continué por caminos de tierra que las voces locales me recomendaban, lejos de motores, cerca de cencerros.

Cuando preguntaba por lagos pequeños e inhabitados a las gentes, tenía una idea en la cabeza para completar mi cruzada; un lago que reflejase bien las montañas, que estuviese limpio, que me diese leña, felicidad e intimidad en mi última noche en los bosques. Me hablaron de uno o dos que estaban a varios kilómetros, y caminé tranquilo surcando tierras de gentes humildes, ganado, casas de madera coloreadas, grandes árboles, manzanas y voilá!: castaños como los de mi tierra, que en este otoño ya dejan las castañas limpias y brillantes en los caminos, listas para llenarme los bolsillos y recordar los domingos en casa o las señoras que las venden a docenas en las calles del Raval.

Siguiendo indicaciones encontré el laguito y al hombre que me dijeron que vería cerca construyendo su casa. Hube de pedirle permiso para acampar por sus tierras, con miedo, pero esta gente siempre se sorprende de que un extranjero quiera acampar en un lugar que o bien no tiene atractivo para él, o bien le halaga por que vengan a su propiedad. Hombre humilde es generoso, y aún tratándome por loco, a lo que ya estoy acostumbrado, buscó el chiste, me convidó amistosamente a carne, me ofreció leña y como gol, conseguí su permiso para utilizar su barquita, lo que me daba esa satisfacción del caminante: la de sentir que estaba en el lugar correcto o de que no había caminado en vano, pues obviamente se venía un regalo de día.

Con el tiempo justo escogí el lugar -no es fácil-, instalé mis cosas y me calenté una cena. Hasta monté la hamaca, todo el despliegue para despedirme del sol de hoy y de los Andes de este viaje. Orienté la tienda pensando en mi despertar, en el despertar que tenía en la cabeza sin concretar pero que fue tan bonito al concretarse como lo que había imaginado.

1-P1090587 Sigue leyendo

La frontera

La última cruzada de los Andes: Capítulo sexto

04 Abril 2015

Las chapitas y marcas de la famosa «huella andina» a veces desaparecen en un tramo, haciendo que los caminantes ciegos como yo se queden frustrados sin saber qué hacer. Reconozco que esto me llevaba al mal humor por el tiempo y esfuerzo perdidos, por la salida del plan y timing originales. Pero la distancia hasta la laguna rosales no era grande, y las pérdidas de referencias me hicieron desviarme sólo a lugares tan bonitos como los que esaban en la ruta correcta. En el mejor de los casos acababa compartiendo manzanas ácidas del suelo con caballos, en otros atravesaba una comunidad mapuche de la que me mantenía semi-alejado, pues oí que son territoriales y a veces poco inhóspitos.

Cuando llegué a la laguna la encontré perfecta para el almuerzo, estaba nublado y las nubes se movían rápido sobre los montes. No veía gente.

1-P10903981-P1090403

El camino era fácil y no me importaba el tiempo, podía parar en cualquier lugar si la noche se precipitaba. Una vez ví un gran árbol situado en el borde de un alto rocoso y pensé que era un lugar afortunado para vivir una vida o una noche. Los lugares mágicos siempre me hacen preguntarme cómo sería vivir en ellos aunque sea unas horas. La compañía de un árbol puede ser más que suficiente para parar.

1-P1090404 Sigue leyendo