¿Tenéis un río, o algo?

Esto es una zona llena de atractivos como ruinas mayas, actividades chulas, montañismo, junglas, playas y ríos. Desde Belice mismo había una gran oferta de tours a ciertas ruinas y la gente empezaba a hablarme de Tikal por todas partes. Ví que era necesario dejar visto tal complejo maya ahora por proximidad y me fui a dedo al oeste, a un pueblo llamado San Ignacio.


San Ignacio

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Querer encontrar

Escuché que había ríos y cataratas no muy lejos de este lugar en que me había enganchado, aunque en esta época, algo secos.
Una mañana me levanté demasiado pronto y me encaminé hacía allí muy fresco: unas dos horas de camino. Tenía ese sabor en la boca a reto del día: encontrar el lugar. Doggy, el rasta salao, dijo que encontraría mi camino y eso ya es reto.

Dejando atrás a las familias salí con fuerzas al oeste; sabía que debería pasar 2 ríos y no separarme mucho de la costa. Nada más. Caminé y caminé junto a la costa, dejando atrás ondulaciones de la escarpada y parda costa norte Jamaicana. Me desvié y me perdí cuando creí que debía entrar al interior, pero volví a salir y ví una playa grande de arena negra.

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Perdí la cuenta de las horas que pasé alli. Me dormía y me despertaba con una luz distinta, más de tarde que de mañana, y entraba en el agua a veces para combatir el sofoco, cada vez más profundo pero con la sensación de mosqueo de no ver lo que hay debajo. Dejaba mis cosas abandonadas largo rato. Las miraba desde la otra punta de la playa, hasta que ya no podía saber si las estaba viendo, pero no importaba. Era una soledad que se intuía simple y segura.

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Port Antonio

Después de las montañas me fui a Port Antonio porque no sé quién dijo: Port Antonio.

Allí, descubrí la verdadera esencia de no hacer nada y no sentirte mal por ello, es muy tranquilo y estaba lleno de casas viejas pero de madera íntegramente, con porchecito y balancines como las de las películas. Era sentarse a observar la vida pasar, o ver cómo no pasa nada.

Me quedaba en un hostal de la colina central y no había nadie más… era muy cutre pero muy barato y a mi me encantaba. La madera crujía a cada paso y estaba pintado en rojo y colores vivos, se podía uno sentar y dormir en cualquier lugar, el porche lo mejor. Por las noches veia un poco la tele con los cuidadores y dueños, y observaba cómo ellos doblaban mientras yo intentaba entender el patois televisivo.

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Lo único que hice fue acercarme un día a una playa, y mereció la pena.
LLegué tarde pero disfruté de la puesta de sol y de que sólo había locales y me parecía muy exótica y especial. Había un río emergente del suelo de agua dulce (si, como un cenote) y allí podías refrescarte después del baño salado. La gente se lavaba allí y el río desembocaba lindamente en el mar, en el lugar donde yo coloqué mis cosas para comer un poco de cenar y prepararme para la noche.

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Me dieron las tantas hasta que conseguí sentirme cómodo después de explorar la zona y controlarla, la noche cayó pronto y no me dio tiempo a explorar con antelación y saber lo que me rodeaba. La parte de atrás era desconocida y me sentía observado por alguna razón.

Después de un rato apareció un cuidador algo nervioso que no entendía por qué estaba allí tan tarde, que era peligroso para mí. Al ver que yo no reaccionaba temerariamente sino con dulzura y alegría de encontrarle, se relajó (eso dijo) y luego empezó a hablar de cosas más importantes que el echarme de allí o el pagar una tasa.

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Media hora más tarde yacíamos los dos relajados, en su guarida de cuidador, charlando sobre cosas muy importantes en la vida, como el saber disfrutar de la naturaleza sin miedos y ser capaz de comunicarse con ella, confiar en ella y respetarla todo lo posible. Cosas que los dos compartíamos con fuerza, pues el hacía lo que yo hice esa noche todos los días: observarla, limpiarla, y sentirse cobijado por ella… Se atrevió a decir que los dos éramos especiales por ser capaces de ver ciertas cosas, y quisimos ser amigos por largo tiempo.

Al despedirnos, me pidió dinero. Le dí 100 dólares jamaicanos y no volvimos a vernos.

El ascenso 2

Por la mañana me desperté algo más tarde porque menuda noche me dieron los chavales y la gente que ascendía la montaña para el amanecer, llegados en coches. No vale!

Todavía me quedaron ganas de pasar un rato con los muchachos del equipo de fútbol a pesar de las que me habían liado de noche.

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Cuando me puse en marcha tenía mucha fuerza después de un buen desayuno continental con brickito de leche y todo. El ascenso desde Portland Gap es ya muy denso y con una vegetación especial, adaptada al clima y a la humedad, que es única del parque. La luz mañanera hacía muchas escenitas interesantes con tanto verde.

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El ascenso, parte 1

En el lugar en que me encontraba, en las montañas de Jamaica, conseguí un precio interesante y decidí quedarme unos días, disfrutar de no tener que cargar con la mochila cada día, hacerla, deshacerla… Planearía mi ascenso al Peak, el más alto de la isla, averiguaría cómo hacerlo yo sólo. En el pueblo, durante el día, se me ofrecían como guías algunos locales, pero yo quería mi aventura solitaria. Menudo aburrimiento seguir a un guía. Aún con todas las recomendaciones que leí y las advertencias de los guardas, que no tienen permitido dejar a nadie sólo arriba. Estaba cansado de playas y quería montaña, estrellas, usar el saco de dormir más, jungla, y quizás algo de fresquito. No me imaginaba el frío que podría hacer allí.

El huracán Chantal pasó cercano y ocasionó una tormenta larga con lluvias de un par de días. Eso retrasó mi ascenso más de lo planeado, incluso podría tener que cancelarlo. Las previsiones daban días, pero yo no quería abandonar la zona sin mi excursión. Ser cabezón a veces da muy buenos resultados.

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Punta Allen

El otro día, después de una sesión de Apnea en la laguna, decidí largarme dos días a Punta Allen. La laguna está cerca de Tulum, y Tulum tiene buena conexión con algunos lugares, así que es un buen sitio para arrancar aventuras.

Comencé a hacer hitchike (dedo) donde me dejaron los amigos y casi no pasaban coches pero al cabo de un buen rato apareció una camioneta; aquí, como en EEUU, la camioneta es el vehículo más usado: un 4×4 con carga trasera abierta. Suelen ser coches americanos con motores automáticos de gran potencia, el sonido del 8 cilindros automático por las calles ya es un clásico en mis oídos.

Hala, parriba de un salto, y yo y mi mochila con TODO ya estábamos en marcha, rodeados de sacos de vayaustéasaberqué. Se me hizo corto aunque fue un buen rato… pro fuí bien cómodo… Las vistas motivaban.

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En un momento dado, el coche se detuvo y el copiloto salió con un machete clásico de unos 60 cm en la mano. Cuando yo estaba sacando mi navajita para defenderme, ví que había un accidente y estos amables señores iban a recortar la maleza de un lado del camino para permitir el paso de os coches. 8|

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