El silencio entre los coches

22 Enero 2015

Son tantas horas las que determinaría la suma de mis esperas a dedo en las rutas que se merecen su momento de gloria.

Son momentos dulces si brilla el sol y hay tiempo. Son momentos agrios si se lleva muchas horas y se va el sol. Son momentos feos si se queda uno atascado en un sitio imposible, donde todos pasan a gran velocidad. Pero en común tienen la paz entre coche y coche, ese silencio que a veces dura mucho, y que trae momentos de pensar o no pensar, de evaluar el viaje, de pausa, de escuchar solo las pisadas propias y una patada a alguna piedra bien dispuesta en los alrededores. Si hay calma, se puede leer, esto atrae a los conductores. Queda muy prolijo. Si se tiene música, el tiempo pasa alegremente canturreando. Pero se pierde uno ese silencio entre los coches.

Ya viene la llama

1 diciembre 2014

Los festejos bolivianos son realmente interesantes, y he debido de tener suerte en mi paso por el país pues he visto varios y he podido disfrutar de muchos momentos especiales con locales. Más allá de las enormes diferencias culturales, los festejos siempre unen a la gente en diversión y la desinhibición asociada acaba por dar momentos curiosos.

Es tiempo de promociones, es decir, de final de curso escolar, y aquí y allá, en cada comunidad, se celebra en la escuela un día de fiesta en el que los niños son finalmente los que menos celebran. Es el comienzo de las vacaciones de «verano», en diciembre, las más largas del año. Y esto es para todos, con las navidades de por medio, y el inicio de un nuevo ciclo. Muchos adultos que han ejercido labores directivas en las comunidades también encuentran el término de su obligación, y se lanzan al festejo. El resto del pueblo, se une simplemente.

Fue en la isla del Sol que casualmente acabé en mi primera promoción. Son días de abundancia, donde llega comida comunal de todos para todos, y donde no falta el alcohol. Para viajeros como yo, he de admitir que es un lugar donde uno quiere estar, especialmente cuando mi economía en la isla estaba tan limitada y el hambre golpeaba. Mirando alrededor, puedo distinguir cuál es el patrón de conducta del personal. La gente se sienta en torno a sus haberes, en grupos, por el suelo, y disfruta hasta la embriaguez. Me gustaba, me parecía estar en un festival de electrónica donde la gente se sienta por el suelo en sus grupitos a cogerse sus jamones. Pero esta gente es otra gente. Y la banda musical no estaba en un escenario: eran unos hombrecillos que tocaban, a veces, unas melodías simples y rimbombantes.

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Buscando el silencio perfecto

19 Oct 2014, la puna

En la colección de sonidos encuentro gran regocijo (ya se sabe). Pero dentro de este trabajo siempre he estado buscando el silencio perfecto. Cuando hablo aquí de silencio no es el silencio tal como lo imaginamos, pues ese silencio no existe.

Una vez reproduje uno de mis silencios para un amigo, y éste me preguntó que qué era aquello, con decepción. También podría crear un archivo de audio en blanco y nombrarlo silencio.wav, pero, ¿qué sentido tendría?

No, el silencio del que hablo aquí es el silencio que hay debajo de los sonidos: el silencio permite al sonido ser.

Ahí sí, el oyente empieza a mostrar interés. El silencio entre los ladridos de un perro, o el que hay cuando un coche se aleja en la carretera. Lo que quiero decir es que el silencio como tal no existe, o no es nadie sin los sonidos.

Esto añade cierta gracia a la grabación de sonidos, pues el silencio subyacente tiene tamaña importancia. Si buscan el silencio ahora mismo, se darán cuenta de que no está. Hay un coche, un reloj, un vecino o su propio corazón bombeando sangre que hincha las venas de sus tímpanos y suenan en su cabeza -evidentemente todo depende del nivel de sensibilidad de cada uno-. Estaría bien hacer un disco de silencios con el nombre de este post, y seguiría siendo un disco de sonidos.

Lo curioso es que si nos topásemos alguna vez con el silencio tal y como pensamos que es, nos caeríamos de culo, tal vez aterrados por su extrañeza. No es fácil imaginar nuestra realidad física sin el fenómeno físico del sonido, con todo lo maravilloso que es. Imaginar que el aire elástico no fuese conductor, y todo fuese mudo.

* * *

Pues creo que hay una excepción al silencio virtual que describo. Lo curioso es que ése silencio total, aún no perceptible para nosotros en la dimensión física, está y existe, así como existía antes (digo yo) de este planeta. Y ése silencio está a la vez dentro de nosotros en forma de paz, a veces podemos identificarlo en la noche cuando un perro se calla y el sueño nos invade. Otras veces se distingue como ese silencio remanente y eterno del que surgen los sonidos y al que los sonidos vuelven. Es una parte intrínseca no manifestada de todo sonido, ladrido, canto o palabras humanas.

El silencio (ése) es parte de nuestra esencia, nuestra paz y nuestro Ahora, de nuestro Ser. Cuando prestamos atención a este silencio, entre las palabras mismo, nuestra paz crece; estando en contacto con esta calma meditamos y trascendemos.

* * *

Ayer me pareció oírlo cuando bajaba de una colina de las montañas. Se paró el viento y no había nada…

Ojo a este silencio, pues es un arma importante en el a veces arduo -o quizás ruidoso- camino de nuestra vida.

3 días de camino

Final de abril 2014

Mi guía se había emborrachado la noche antes de nuestra salida prevista, que era a las 7am. Lo admitió como un hombre y le perdoné al instante, aún sabiendo que, en ése día al menos, iría el más por detrás de mí que yo de él.

Unas motos nos acercaron a Paraitepui, punto de salida donde acaban las carreteras. Allí conseguimos una cocina de gasolina, y repartimos la carga mientras esperábamos a que parase de llover. Recuerdo vegetales, arroz, alguna lata, huevos, pan, sandwiches, café, avena, azúcar y sal, dos pollos congelados y sobres de refresco instantáneo. Una tienda de campaña y ropa envuelta en plástico por si el desastre: sin ropa seca las noches allí serían imposibles. Sin más, empezamos a caminar en silencio. Nos esperaban tres días de caminar sin parar, el tercero el más abrupto, por la pared del tepuy: un ascenso total de unos 1800 metros en 25 kilómetros, hasta los 2723m del Roraima. El punto más alto de todo Canaima.

Como la ruta estaba bien definida, pude caminar a mi ritmo sin problemas, fue una jornada bastante plana y sencilla, motivada por espontáneos acercamientos o cambios de ángulo a Roraima y su tepuy hermano, el Kukenán. Roraima estaba cubierto de nubes que sólo dejaban ver sus faldas, con una caída de agua bien fuerte que hablaba de fuertes lluvias en la cima.

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Hoy mismo

Hoy es el primer día de mi vida que he visto una tela de araña diseñada en forma de nave, de bola, de balón ahuevado, hueca. Estaba suspendida por múltiples cables fuertes en todas las direcciones, sin duda como el acero para unas abejas extrañas que colocaban sus nidos en ellos.

No encontré a la araña, quería felicitarla: por el diseño y por la hospitalidad.

Después perdí la cuenta de las niñas de hasta 6 años que cargaban con sus hermanos (esta vez no eran sus hijos), de la mitad de su tamaño, por el poblado de Jutaí, donde por fin he visto caras completamente indígenas en el Amazonas. Tenían una increíble capacidad para arquear la cadera y dejar el peso de sus cargas en ella. Una estaba en la puerta de su casa viendo el chavo del ocho de reojo; otra caminaba a oscuras por la calle con una cara de mujer de 40 años que mejor ni recordarla. Otra, bajaba a un embarcadero con todos sus hermanos.

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Hoy es el primer día de mi vida que he oído un sapo que suena exactamente como Mario Bros saltando en SuperMarioWorld para Supernes. Que estuve un rato buscando al chavalillo de turno por la casa, para echarme unos vicios con él, hasta que me sacaron de mi equivocación.

Hoy he visto cosas.

Ser paki (mola)

Son millones de veces las que, en Barcelona, los controladores principales del mercado de productos de consumo en pequeños negocios -desplazando a los mismísimos chinos-, pero sobre todo de cervezas en la calle, se acercan en cualquier lugar para ofrecerte una dichosa lata.

Son los pakistaníes. Nadie que haya pasado por Barcelona desconoce el fabuloso sonido con acento pakistaní que sueltan al pasar por tu lado con una leve sonrisa:

-Cerveza-beer, amigo?

Que por supuesto está en mi colección de sonidos:

No fueron pocas las veces que los quise matar cuando estando en la playa no me dejaban dormir, pues preguntaban cada minuto. Alguna vez les grité en el Borne porque insistían aún diciéndoles que no. Y sin embargo, todos queremos a los pakis. Tienen mil veces más carisma que los chinos, son simplemente salaos. Nunca se meten en líos, no se conocen apenas historias de tráfico o violencia con los pakis, y siempre traen una cerveza bien fría allí donde uno quiere tomarla en la calle, donde haya fiesta. 1 euro. 6pack x 5. «No paki, no party», solemos decir en barna.

Pues bien, hoy les quiero un poco más precisamente por su insistencia y les entiendo como nadie: Si quieres ganar dinero en Río, vende cervezas durante el mundial en Copacabana.

Cuando mi amigo argentino Edu llegó a Río, ví la luz: él tiene una «camio», que es lo que faltaba para la logística. Sólo necesitábamos una neverita, hielo, y cervezas. Bueno, y algo de ingenio, cachondeo y gracia.

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En un super, tenían oferta y conseguíamos super latãos (lata extra grande, de 550ml) por 2 reales y pico: las vendíamos por 6.

Lo malo fue que empezamos el día del 7-1 a Brasil, que ya es poca fiesta, hubo disturbios durante el juego y se fueron los gringos, y además cayó el diluvio después del partido. Morimos para al menos recuperar la inversión, en otro barrio con algo de ambiente, pero fue muy dura la pelea para captar clientes y conseguir vender, empapados.

En el siguiente partido habíamos vendido todo antes de acabar el primer tiempo. Brillaba el sol, los gringos estaban contentos, se vendían de cuatro en cuatro y la policía no nos molestó apenas. Bendición.

-«Cerveja! Latão geladão! Cold beer!», -gritaba entusiasmado, contando los billetes.

Pero de vez en cuando, con la boca más pequeña, gritaba un:
-«Cerveza beer, amigo?» y sonreía, recordando a mis pakis…

En el corazón de Colombia

13 Marzo 2014

Me sumerjo en Colombia, en su corazón.

Ya en el eje cafetero colombiano, me encuentro en Salento con Will, al que conocí en Méjico y los dos sabíamos que nos reencontraríamos en algún momento. Estamos exactamente en el mismo momento de nuestras vidas, en el momento de encontrar respuestas y decidir quienes somos. Hemos dejado atrás buenísimos trabajos, personas hermosas y vidas aparentemente dulces para volver a empezar, esta vez sin dudas. Hemos ahorrado para que nuestras vidas no se nos escapen, y los dos bajamos por el continente desde Méjico, escuchando atentamente y mirando el fuego reflexivos, mientras cada experiencia nos marca y observamos cómo cambiamos con menos pena y más júbilo, con más tiempo para observarnos y entender qué es lo que verdaderamente nos falta en esta vida, lo que necesitamos y lo que somos. Dos españoles que han escapado de muuuchos años en grandes ciudades europeas y sus rutinas, y que creen que debe haber algo más. Así fue el encuentro con Will, un espejo en el que ver que hay más gente en el mundo con el mismo devenir de ideales, y con los mismos conflictos internos.

Salento es el marco perfecto para nuestras interminables charlas. Un pueblo antiguo en el Quindío, con lugareños humildes y con caballos. Campesinos y trabajadores, gente simple. Una plaza con iglesia, tiendas monas, caballos y jeeps ‘willy’, el clásico y viejísimo jeep que puede verse en todos los cafetales del país. Calles con casas alegremente coloreadas y balcones, cafeterías con buen café y pastas. En el medio de valles de un verde único, haciendas cafeteras, picos nevados todo el año, como el de Ruiz, y rodeado del árbol nacional de Colombia, la uniquísima palma de cera, que alcanza unos exagerados 70 metros en el tronco y vive alejada de la costa.

La calle real de Salento y la escalinata al mirador

La calle real de Salento y la escalinata al mirador


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Semuc Champey

17 octubre 2013

El lugar para pernoctar mientras visitábamos el mágico rincón fluvial de Semuc Champey fue el pueblo indígena de Lanquín; Una casa con techo de palapa exageradamente inclinado en mitad de un valle que estaba muy bien elegido. Amplias vistas al este y oeste, un río ligeramente rápido en lo más profundo que llenaba con su rumor las noches, y también con una neblina muy húmeda que a veces difuminaba la luna creando un paisaje dantesco Tim Burton. Y lomas verdes pinteadas a veces, de día, por unas finas lluvias que regalaron en una ocasión estampas tan ridículas como ésta:

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