Lágrimas en el templo principal

Decidí esperar despierto hasta las 4.30am, la hora en que el templo abre sus puertas y comienza, la verdad, un espectáculo. De otra manera, no tengo medios para despertarme con alarma.

No sé qué clase de transformación sufrí al poco tiempo de entrar. Ya había cantos y ceremonias, pero recuerdo entrar tranquilo y cansado; me quedé junto a la masa visitante donde se me permitía y de pronto uno de los uniformados me agarra y me mete a través de los monjes devotos, por ser occidental supongo, y entré así en un espacio donde creía que no tenía que estar pero que me agarró del alma.

Hay una línea bastante delgada entre las dos actitudes que un occidental puede adoptar cuando se sumerje de golpe en una olla a presión de tradición india, donde la fé religiosa está en lo más alto de una escala en la que la fé europea está en lo más bajo.

Desde la ignorancia, se puede caminar por el templo siguiendo la corriente; sin entrar en alabanzas a cosas u objetos o deidades que uno jamás ha visto -como Jagannath-, llega súbitamente un juicio, una ridiculización automática a la actitud de una sociedad que, en el fondo de nuestra persona, tristemente, consideramos ignorante o enfermiza como mínimo, o desproporcionado, o un poco de locos. Uno no va a ponerse a luchar con la masa por llegar a tocar una vela, o que le caiga algo de agua sagrada, o por tirar unos pétalos a una deidad solo porque todos los demás lo hagan, pero sin saber realmente por qué.

También desde la ignorancia, pero con más ganas de acabar con ella, se puede, como segunda opción, entregar uno al vacío, olvidarse de quién es, de las miradas ajenas de que pueden hacer al ego sentirse ridículo y sobrecomportarse, de quién podría decepcionarse con nosotros al vernos en ciertos estados de éxtasis o hipnóticos que, repito, consideramos enfermizos desde nuestra ignorancia.

Yo evidentemente soy más de la 2ª actitud, necesito experimentar a fondo una cosa, y no superficialmente o a medias, si quiero opinar de ellao decidir si me beneficia. Empezó así, aún de noche, la siguiente experiencia. Sigue leyendo

ISKCON Mayapur (Hare Krishna)

25 julio 2016

Hay una interesante evolución de escritos en mi diario sobre las semanas que pasé en Mayapur, tierra sagrada de Nabadwip, distribuida en islas y orillas del impresionante río Ganges, Bengala Occidental, río omnipresente hasta ahora en India para mí. Van desde la circunspección al llegar y no esperarme aquello hasta un reconocimiento profundo, en decenas de hojas, de las enseñanzas que imparte esta sociedad, que son las tradicionales del hinduísmo védico pero con sus matices –Vaishnavas-, pasando por un relato lagrimoso sobre la impresionante y preciosa magia que ocurre cada madrugada en el templo principal.

ISKCON (International society for krishna consciousness) o ‘movimiento hare krishna’ son, para los que ignoramos su verdadera carrera, los Hare Krishnas; la mayor parte de nosotros solo sabe que vienen de India, que visten hermosos atuendos blancos y naranjas y tienen la frente marcada por una preciosa línea dorada, como una lanza, hasta la nariz. Y que van rapados, dan comida y cantan Hare Krishna.

El maha mantra (Hare Krishna, Hare Krishna, Krishna Krishna, Hare Hare/Hare Rama Hare Rama, Rama Rama, Hare Hare) es el gran mantra para la liberación. Literalmente significa ‘Oh Dios, te ruego, pónme a tu servicio’. Se considera un atajo para la purificación del alma en la era oscura de Kali Yuga que atravesamos astrológicamente. Cantar el nombre de Dios es la manera de ayudarse en el proceso espiritual al que estamos comprometidos en este plano.

El famoso religioso indio Bhaktivedanta Swami Prabhupada fue el fundador de todo esto, un alma que fue a Occidente, como tantas ojo, a extender un movimiento que me ha marcado en yomelargo. Sigue leyendo

Calcuta y Paramahansa Yoganandaji

10 julio 2016

El gobierno birmano me deniega, a última hora, el permiso de acceso por tierra al inestable estado de Manipur, India, por conflictos armados. Habiéndolo confirmado previamente por un precio regateado para ir yo solo hasta el paso fronterizo de Temu/Moreh (obligaban a contratar un guía), mi desilusión me lleva a hacer un rápido plan B: Calcuta.

Los taxis amarillos, que son coches antiguos de los años 60 (el famoso modelo Hindustan Ambassador) tal vez sean la estampa más notable de la ciudad, junto a los rickshaws. Hoy, los rickshaws son a motor o eléctricos, los llaman TOTOS, pequeños cochecines para 4 personas encajonadas. Pero ahí siguen los clásicos: a pedales, oxidados triciclos que parecen no haber sufrido renovación desde esas fotos que me marcaron de Calcuta en una clase de religión de 2º BUP, cuando el profe nos mostró su historia, o tal vez la de Madre Teresa. Los rickshaws que penetran en el corazón son los carritos, cuyas asas se levantan con las manos y se llevan a pie: hombres escuálidos, viejos, arapientos, de piel muy negra pero pelo y barbita blanca, héroes admirables que tienen fuerzas para tirar cada día de uno por 12 rupias la carrera (18 céntimos).

8ad0fcc60a9f0eeef8197c056c26a161Bicycle-rickshaw-in-Kolkata Sigue leyendo

Mindfulness (SATI)

Mindfulness es la traducción inglesa de una palabra molona del Pali: SATI. Todavía estoy buscando una traducción al español perfecta, pero a veces el inglés tiene mejores desinencias o sufijos, para montar palabras. Llamémoslo, de momento, ultra-atención.

Podría ser una actividad, algo que experimentar; con palabras se puede describir mientras recordemos que las palabras son punteros apuntando a objetos simbólicos de la mente, y que mindfulness es pre-simbólico, aunque ahora está pasando en tu mente muy sutilmente en periodos rápidos como para captarlo.

Cuando te das cuenta de algo, hay un instante de pura consciencia antes de que la conceptualices o identifiques, un muy muy corto instante de mindfulness. Mientras enfocas los ojos en un objeto, antes de ‘objetarlo’, etiquetarlo y segregarlo del resto de la existencia, antes de pensar ‘Ah, es un nabo’, esa pura experiencia no-mental, es mindfulness. Es como lo que ves por el rabillo del ojo y no con la visión central enfocada, y procesadora.

Nuestro hábito es procesar la percepción en los 4 pasos descritos anteriormente hasta el ‘shankara’ mismo, la reacción, y lo peor, involucrándonos en una cadena de pensamiento simbólico acerca de ello. ‘Un nabo, cuánto hace que no como un nabo, será bien nutritivo, con qué se cocina un nabo, a Fulanita le molan los nabos, a mí la verdad no’. Sigue leyendo

Meditación y el aspecto clínico del budismo

[ref. ‘Meditation in plain English’]

En algún momento te miras, ahí estás. Tu vida está pasando ante tí y tu simplemente vas tirando. Mantienes una imagen, vas; hay momentos malos, pero te los guardas. Crees que debe haber otra manera de vivir, de tocar la vida más plenamente, lo notas a veces. Luego subes, un buen trabajo, te enamoras, ganas la partida, y por un rato, las cosas cambian. «Ok, molo, ahora voy a ser feliz». Pero de pronto eso también se evapora, y se queda en la memoria, con una vaga sensación de que algo está mal. El mundo a tu alrededor vuelve a ser el típico lugar de despropósito imparable: aburre.

Qué te pasa? Eres raro? No, simplemente humano. Y por ser humano, estas atado a una inherente insatisfacción que simplemente no se va: es el mismo mal que infecta a todos los humanos. Puedes esquivarlo, negarlo, ignorarlo, entretenerte con objetivos o con tu status, pegártela, pero volverá: nadie se libra. Tiene muchas caras, puede ser tensión crónica, falta de compasión por otros (incluso tus amados), sentimientos bloqueados, muerte emocional. Una pequeña voz sin palabras que vive en tu cabeza y dice, «no es suficiente, quiero más, lo quiero mejor, tengo que ser mejor». Es un monstruo!

Vas a un evento, una fiesta social. Escuchas las risas, esa vocecilla general, jijiji, que dice diversión en la superficie pero miedo por debajo. Siente la tensión, la presión. Nadie se relaja de veras, es todo falso. Escucha las notícias, las letras de las canciones, es lo mismo. Celos, sufrimiento, descontento, estrés.

La vida parece un esfuerzo contínuo, y nosotros nos defendemos con el síndrome de ‘si’. Ay, si tuviera más dinero. Ay, si encontrase alguien que me amase de verdad, sería feliz. Si perdiese 20 kilos, si fuese rubia. Etcétera.

¿Qué es todo esto? Todo esto viene de la condición de nuestra mente, un proceso sutil y profundo de hábitos mentales:
La esencia de nuestra experiencia es el cambio. El cambio es incesante. La vida cambia a cada momento y nunca es la misma. Pero es la naturaleza del universo. Un pensamiento surge y se va, un sonido llega y se acabó. La gente viene y se va de nuestras vidas. Los amigos llegan, los familiares mueren. Todo cambia, nunca hay dos momentos iguales.

Y no hay ningún problema con ello! Pero la cultura humana nos ha llevado a una costumbre de categorizar las experiencias, de poner cada cambio mental de este infinito flujo en unas cajitas con etiquetas: bueno, malo, neutro. Y dependiendo de en qué caja lo ponemos, inconscientemente, lo percibimos con una cadena de acciones mentales que siguen: si fue bueno, intentamos parar el tiempo y agarrarnos a él; si fue malo lo negamos, lo rechazamos, nos resistimos, luchamos contra ello… Siempre habrá veces en que no conseguimos mantener el placer o huir del dolor, y ahí aparece nuestro sufrimiento.

* * *

Si. El sufrimiento es una gran palabra en el budismo y en Oriente en general: las miserias del mundo material. Pero ha de entenderse por qué. Sigue leyendo

Bagan

El calor es insufrible. Voy caminando por senderos de tierra rojiza en la enorme planicie escogida por los budistas aquí, junto al río Irawadi, para levantar nada menos que 4000 templos y pagodas.

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Vuelvo a dejar las sandalias junto a otros tantos montones de ellas, a la entrada de un nuevo templo.

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Este templo se llama Dhammayangyi y es de dimensiones superiores a los demás; base cuadrada y piramidal. Me postro ante la gran imagen de Buda que hay en la entrada principal y hago mis pequeños respetos mentales. Nadie me ha enseñado a hacerlo, yo he creado el mío propio y lo ejecuto con una simple devoción que ya forma parte de la experiencia de Birmania, un país con un noventa y tanto por ciento de budistas.

Y ahí empieza otra pequeña historia de sensaciones y conexión espiritual. Veo mi colgante de cuarzo tocar el suelo al arrodillarme y apoyar la frente sobre mis manos, también sobre el suelo, y más atrás entre mis piernas, mis pies desnudos; al fondo, la luz de la puerta de entrada al templo, detrás de mí, blanca y pura.

Continúo a la derecha. Los templos suelen tener un recorrido más o menos complejo para circular a través de sus pasajes y pasillos; a veces se encuentran escaleras que llevan a niveles superiores, que pueden tener acceso al exterior: éstos son los mejores para la puesta de sol o el amanecer.

En cada uno de los lados del cuadrado hay imágenes enormes de Buda, su tamaño va en relación al del templo. Y en todos y cada uno de los huecos que hay en las gruesas paredes de ladrillos, que a veces son infinitos, grandes, pequeños, pero sin excepción, hay imágenes de Buda esculpidas en barro, cemento, piedra o madera, muchas veces adornadas con el insistente dorado, el color de la iluminación espiritual. Más del 90% de los Budas, he advertido, son creados en la posición post-iluminación: piernas en full loto y una mano abierta al frente con los dedos en una posición… complicada. Sonríe, sus ojos cerrados, tranquilo.

El olor de cagadas de paloma vuelve a llenarme la cara. Varios perros duermen a la fresca sombra de estas paredes. Los templos son mantenidos mínimamente por los devotos locales, tanto en limpieza como en arreglos exteriores.

Siento en mis pies descalzos las baldosas gastadas por los pasos, camino muy despacio, tengo mucha sed. Van dejando de oírse las voces de los vendedores del exterior, y el silencio llega. Hay varias ventanas altas y grandes con escaleras donde puedo ver el exterior. Doblo la primera esquina y PAM!
Otro pasillo largo de techos altísimos y una enorme abertura al fondo, por donde pasa algo de aire. Mi sudor empieza a secarse.

En este lado del templo hay dos Budas simétricos a ambos lados de una puerta de conexión con el hall de entrada. Encuentro cerca de ellos una escalera que me lleva a un segundo piso; no hay salida pero tengo vistas al interior y exterior del templo. Otro rato de observación.

De vuelta abajo, doblo la siguiente esquina, PAM!
Otro pasillo idéntico, pero con tantos matices que no caben en mis ojos. Estoy solo, y veo que la luz de la tarde entra divinamente por las aberturas del templo con delicadeza, mostrando la realidad oculta de las viejas piedras allá donde llega. Líneas oblícuas de sol caliente y sombras frías, pegando aquí y allá.

Puertas de madera muy vieja, muy vieja, en las que pega el sol y puede verse una belleza extraña incluso en sus grietas, rojizas.

En este lado del templo hay un Buda completamente diferente a los demás. Tiene una expresión armónica y natural, benevolente y tierno. Simple, aún no está iluminado, trabaja aún con su introspección, no es de oro. Este es mi Buda, pienso, mi preferido de Bagan. Sin duda.

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Me postro de nuevo, esta vez ante él. Me rindo con ganas, me arrodillo con ganas y sabe rico el doblar el cuerpo y sentir el templado y sucio suelo. Le hablo. Le agradezco que compartiese su experiencia con el mundo, paso a paso.

Me siento a meditar y sí, es de esas veces que sí. Nadie pasa, el y yo solos, la energía fluye, siento mi cuerpo de arriba a abajo, tal y como él enseñaba, sensibilidad máxima, me quedo algo absorto entre sensaciones y pensamientos inevitables y …

… hmmhm …

Una brisa fresca me acaricia la espalda. Parece que se está levantando una tormenta calurosa. Sensible, quiero continuar. Me levanto y vuelvo al pasillo, en la siguiente esquina PAM!
hay una corriente de aire fuerte que traen las nubes de lluvia, a través del templo, ¡Qué placer! Me asomo a ver y sí, el cielo está gris y amenazante, no me importa, puedo estar aquí, en este pasillo, con esta corriente, toda la vida.

Me pongo a caminar pie con pie, midiendo pies, juntando el talón de uno con la punta del dedo gordo del otro, haciendo meditación de caminar, silencio, ojos cerrados, observando cada paso con la mente, desde el culo hasta los dedos de los pies: un mar de sensaciones.

Las baldosas gastadas por los pasos. Templadas. Otro rato de introspección.

Mindfulness, consciencia total, Ahora.

* * *

Ahí fuera está mi bici de paseo alquilada.
El tiempo se estabiliza y voy a continuar, por caminos de arena rojiza que ya no arden, puedo seguir descalzo, hasta otro templo, tal vez pequeñito, para la puesta de sol. Hay tantos que es fácil doblar las esquinas de sus pasillos en la más absoluta soledad/silencio. Y sentarse con luz suave a entender de nuevo, junto a Buda, la calma.

* * *

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Medito un nuevo día en otro templo antes de salir y ver…

Amanecer en Bagan

… el amanecer en Bagan

¿Qué está pasando en Flores?

22 Mayo 2016

*Acabo de volver de Flores. Como no me gusta repetir vistas, encontré un barco tirado por temporada baja que vuelve al oeste parando por lugares geniales en el norte de las islas, islotes donde hacer expediciones cortas o los mejores esnórkeles que recuerdo desde Filipìnas (insuperada aún). Han sido días de paz y escribir sentimientos cruzados que fluyen como resultado de estos años. La cámara de fotos murió. Le entró agua sin razón aparente en un buceo en las azules aguas de esta foto. He pensado que no voy a reemplazarla. Tal vez sea el principio del final, o el final de las fotos: en cualquier caso, las tres últimas fotos de la genial compañera que viene desde Panamá y ya era de segunda mano:

Todavía está vivo el sentimiento de realización y compulsiva fé de Flores. Esto es lo último del diario:

* * *

No recuerdo una aglomeración tan grande de suerte, revelaciones, señales y misterios desde hace mucho tiempo. Parece que el Mismísimo quisiese hablarme o me sonríe todo el tiempo. Han aparecido personas clave en mi camino de unas maneras demasiado oportunas o ingeniosas. Cada día es una bendición, no me importa nada, tengo una confianza total en lo que ocurre, me siento seguro y guiado. La experiencia de la moto por Flores está siendo reveladora.

* * *

Quería compañía y no me ha faltado. En Lombok, el niño de aquella noche extraña en Praya. También Ripaí y Nachel. En Sumbawa, Zoe, hombre de 37 años solitario y con una extraña facilidad para ayudarme o pasearme sin ánimo de lucro y hablar profundo, lo cual necesitaba mucho. Buen inglés y buen tipo gracias al que conocí Sambori.

En Flores, Imam el primero. Un niño de 19 años que me ha hecho sentir como un padre paciente y aprender otras cosas de la cultura musulmana. Gracias a él he visto lo que ya sé y la voz de la experiencia en mí, tras estos años. A veces insoportable, a veces un mejor amigo, a veces un hijo -podría serlo-. Y también dispuesto a ayudarme en Labuanbajo con su cuarto donde puedo dormir y con un alquiler de motos tirado de precio. Hemos recorrido cómicamente el oeste de Flores, un lago volcánico, cataratas y una playa gris y vacía llamada Nangalili donde aprendí algo especial.

Le he hecho ver cómo se puede dormir con gente local por placer y caridad, lo que al principio le avergonzaba terriblemente por su cultura pero finalmente le gustó. En general ha sido una nueva experiencia de compartir que he manejado bien desde la paciencia y calma, conectado, aceptando y disfrutando cada día lo bueno y lo malo, tenga lo que busco o no, y observando su sufrimiento cuando las cosas no salían como esperaba.

He visto su justificada ignorancia y la he entendido, he visto la mía y pensado que ya no es tan grande: aunque sin mérito por compararme con un muchacho, es un sentimiento de éxito en el viaje.

No olvidaré fácilmente las noches en el «long-break» o muelle largo, con Imam, los fritos de banana y las estrellas y el silencio escapado de Labuanbajo. Mis consejos, mis promesas dudosas sobre un reencuentro y un largo viaje juntos, con lo que él sueña. El primer frescor tras el día en el aire y el relax. Su cuartito azul pequeño, cutrín, de aquel extraño hospedaje donde se quedaba.

Con todas las cosas buenas y malas que estoy viviendo, así es el mundo y espero poder seguir viéndolo así, con aceptación y alegría, con la ecuanimidad que me ha enseñado el budismo.

* * *

Y las espectaculares apariciones isla adentro de Flores de Gusti o Jephrey, llenos de bondad y amor y generosidad exageradamente infinita para mí, que soy un desconocido cualquiera.

El encantador Gusti

El encantador Gusti

y su familia

y su familia

¿Por qué?

Es a veces tan ridícula y sospechosa esta presencia que creo ver a Dios a través de sus ojos, manejándolos y sonriéndome en momentos perfectos o justo cuando lo necesitaba, con precisión exacta (al final del día, justo para dormir) ofreciéndome directamente sus casas pocos segundos después de aparecer: Gusti en aquella desoladora gasolinera de Ruteng, en la lluvia, y Jephrey suavemente, como un fantasma, en la oscuridad, tocándome el hombro en las termas de Soa, Bajawa.

¿Por qué?

Y más Flores!

(continúa de Flores)

Era aún temprano cuando llegué a la cima del volcán Kelimutu. No quería que se me anticipasen las nubes que cada día se forman sobre las islas de Indonesia.

Lo curioso del volcán Kelimutu es que tiene 3 calderas o cráteres individuales, cada uno con una emisión distinta y una coloración de agua diferente. De hecho, los colores no son constantes y van cambiando con el tiempo. Ví fotos de las calderas hace un año y eran diferentes; los colores que tenían las dos principales cuando yo llegué, separadas por pocos metros de roca volcánica, eran un marrón fuerte barroso y un azul sintético claro que volvía el paisaje bastante surrealista o marciano.

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Podían distinguirse en ambos unas vetas de corriente conforme el flujo iba surgiendo de la Tierra, como unos perezosos remolinos que giraban lentamente. ‘Oye, un bañito’, pensaba. Sigue leyendo