Antes de Machu Picchu

11 Noviembre 2014

Cuando vas a ir a un lugar en el que no has estado, te haces una imagen mental del mismo. Por ejemplo, vas a ir a una playa y te imaginas a tí mismo en ella con la forma de otra playa conocida o de unas fotos.

Para mí, antes de este viaje, cuando imaginaba las Américas, la imagen más clara, entre muchas otras, era la de Machu Picchu y yo explorando rincones y caminando sigilosamente en soledad. Era una imagen muy borrosa, he estado intentando no mirar fotos de este rincón del mundo para shockear más al llegar. Era como una máxima.

Machu Picchu es una antigua ciudad andina construída en un promontorio rocoso espectacular por el esplendor de la civilización Inca, sobre el siglo XV, a unos 2500msnm. Se considera una obra maestra de la ingeniería humana y es una de las 7 maravillas del mundo. La guerra civil incaica y la llegada de Pizarro en 1532 a la zona se consideran las razones de su abandono.

Escogí el día 7 de noviembre para visitar las ruinas. Una luna llena. Aunque, abriendo al público sólo en horas de sol, no tenía mucha importancia, huh. El día era apropiado igualmente. Los días previos a mi visita estaba como nervioso, sabiendo que un momento estelar del viaje se acercaba, deseando que saliera todo bien y temiendo esa parafernalia a la que hemos de enfrentarnos como «turistas»: el transporte, la jodida palabra «tour», la masa ovejuna, los costes.

Sin entrar en detalles de cómo llegar pero subrayando que una compañía privada tiene una línea de tren que es la única manera de llegar a Machu Picchu, y que cuesta como tres veces la entrada al recinto, diré que siempre hay formas alternativas para los viajeros que no queremos ser turistas. Buses y largas caminatas, en este caso por la vía del tren durante horas, que siendo positivo, al final es un bonito trayecto, hasta romántico: puentes, río, chacachá, pipiii, saludar con la manita a los adinerados que sonríen en las ventanillas. No cambio mi caminata, la verdad.

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Bienestares del valle sagrado

16 noviembre 2014

El Valle Sagrado de los Incas, en los Andes peruanos en realidad son un montón de ríos y vallecitos donde se asientan un sinfín de pueblos indígenas.

Al llegar al valle también se puede ver el mestizaje en arquitectura y cultura de pueblos coloniales. Cusco es la primera ciudad que me parece verdaderamente bonita e irresistible en el país. Grandes calles bien acabadas, un gran trabajo de urbanismo, grandes plazas y calles mágicas, con gran oferta en todo tipo de tiendas y comidas, hostales cucos y con estilo, casas de piedra y bonitos balcones de madera.

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El valle es rico y apropiado para el cultivo, y los incas conocían sus cualidades climáticas. Es hogar de cientos de hectáreas donde crecen con un clima especial miles de especies locales que hacen perderse a uno en nombres y estudios. Desde que entré en el país, oía a la gente hablar de plantas, granos, harinas, semillas y hierbas que jamás había escuchado. Entendí la riqueza vegetal del país y el por qué del asentamiento de tantas personas interesadas, de hecho esta riqueza es, creo, una de las fuentes de las que proviene la profundidad sanadora y espiritual del Perú.

Lo más interesante del valle Sagrado, en realidad, para mí, es el extensivo aprovechamiento de la tierra para el cultivo de una manera muy cuidada, esforzada, personal, con cariño, obsoleta diría: sin máquinas. Las altas colinas empinadas y las bajas zonas planas tienen verdes claros y oscuros de plantas jóvenes y listas para recolectar, y aquí y allá se ven a las personas agachadas con su herramienta en la mano, con paciencia y buen humor, sacando el sabor natural de los vegetales con cariño y dedicación. Junto a cada casa hay una chacrita familiar con algo que crece con una sonrisa, fresco y respetado por todos los vecinos, sin envidias ni tentaciones.

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Cabe decir que Peru es uno de los países que más se resiste al ataque y terribles fines que los increíblemente expansivos ogros de Monsanto con bloqueos a GMO’s, y no es para menos: es uno de los líderes en exportación de productos ogánicos y en variedad de semillas.
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Husos y telares

Una mujer de rasgos enamorantes y no menos de 85 años, pedalea en un huso de una madera chirriante y barnizada de manoseo, de vieja. Está en la única puerta de su casa de adobe, firme y con una expresión de calma. Con atuendo local de su poblado, me sonríe.

Estoy en Waiku, Lamas, poblado indígena tradicional donde se mantienen tradiciones y magias.

No sé como sacar una foto a tanta belleza sin ser brutito, y de pronto estoy hablando con ella sobre su labor, sorprendido de veras con su huso y un puñado de lana en su mano, del que sale un hilo retorcido perfecto. Su marido se presenta y al mirar dentro de la casa veo un auténtico telar, entendiendo al instante por qué usamos esta palabra para designar algo complicado.

Él lo usa para coser telas grandes y preciosas de hamaca, ella genera hilos, pero con mucha calma, siempre lo han hecho, no hay prisa. Si yo tuviese que hacer todos los hilos que usa él en el telar, estaría un tanto ansioso. Entre explicaciones de él en el telar y pedaleos varios, cuelo unas fotos.

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No acaba ahí el tinglao: una vecina sorprendentemente atractiva para su edad, con dientes de oro y dibujos de cruces en la paleta, llega y se sorprende con mi presencia. Me saluda y poco después, me regalan mi primera ducha de quechua.
Sonaba tan lindo que hube de grabar un video oculto, una vez más, para llevarme mi precioso sonido.

Mientras escucho, descubro, encima de una puerta que da a un patio trasero que grita 1900 en nuestro país, un cuadro de ambos, quizás del día de su boda. Es un dibujo. No hay mucha diferencia con la realidad actual.

Conversaciones psicotrópicas con…

10 Sept 2014

Hoy me he subido a la primera camioneta que se ha parado en la carretera para llevarme hacia Tingo María.

Dos muchachos y un hombre ya estaban encima; los muchachos sólo me han mirado, sin embargo el hombre, de avanzada edad pero aspecto respetable, con el viento en la cara y el sol detrás, me ha hablado y en tan sólo cinco segundos estábamos totalmente enfrascados en una conversación sobre la ayahuasca.

Es completamente interesante poder hablar con gente de todas las edades, pero especialmente con los abuelos, sobre experiencias profundas, transcendentes, personales, psicotrópicas. Viajes. Diría que es único del Perú.

Este hombre me explica con total confianza sus momentos, sus locuras. Pero todo lo que dice es de rigor, serio, no por su edad, sino porque lo dice cabalmente, lo sé. Todo el mundo en Perú ha usado esta planta sagrada alguna vez, y todos reconocen su poder. La planta les ‘agarra’ y les hace ver cosas que necesitan ver, oír verdades que necesitan oír. Cura, mental y físicamente, purga.

El hombre se conecta con la naturaleza, sus palabras, pero de manera preciosa. Dice que la entiende, que ella le protege. Que ve fieras grandes y lindas con él. Que su energía se carga y es bueno. Uno puede intuír, la intuición se manifiesta, las posibilidades humanas se hacen más posibles, reales. El recuerda llevar un campo de energía por delante, y que al encuentro de un peligro, su campo lo nota y tiene tiempo de reaccionar.

También me cuenta que en una toma con un grupo, él se separó para vivir su experiencia y se dió cuenta de que los demás necesitaban venir con él por algo, y les pidió mentalmente que fueran: llegaron en minutos. Es verdad, no mentía.

Un hombre tosco y serio se sube en la camioneta, a todo esto. Por un momento me preocupa -mi mente pendiente- que lo primero que oiga de mi amigo sea una historia sobre cómo se peleaba con unos duendes en uno de sus viajes, a puño y sudando, pero le miré y estaba muy tranquilo. Lo olvidaba, estoy en Perú.

Vergasión!

La palabra «Verga» alcanza un uso, en América Latina, desproporcionado.
Ya desde Méjico vengo oyendo ‘Me vale verga’ que, como ‘Me vale madre’, expresan indiferencia.
En otro lugares es simplemente exclamativo, bajo sorpresa: ‘Verga!’.

Pero es sólo en Venezuela que han ido más allá, los cachondos, y bajo el mismo carácter exclamativo, amplían a ¡Vergación!.

No me digan que no se merecen un aplauso.

Pues era eso sólo, por hoy.

Las venas

Según avanzo por los países de América Latina, voy encontrando injusticia, opresión, abuso, pobreza, desigualdad, intereses, monopolios, dictaduras disfrazadas, oligarcas, hambre, miedo y cosillas varias, en mayor o menor medida. Historias contadas y escuchadas que muestran la cruel realidad de los pueblos que, sin salvarse ni uno, enfrentan situaciones que no hay por dónde coger.

Que una tierra tan generosa e infinitamente cargada de riquezas, aún después de los múltiples saqueos, siga siendo tan pobre e incluso tienda a empeorar, sólo puede ser por culpa del interminable abuso. Sin entrar en materia, he aprendido que el subdesarrollo de América Latina proviene del desarrollo ajeno. Lo he aprendido gracias a Eduardo Galeano, que tuvo el valor de hacer una recopilación de datos históricos que hasta ha sido perseguida, o perseguidos sus lectores; que a veces resulta exagerada hacia su lado, pero conviene para sacarnos del nuestro, en el que estamos muy metidos, o para al menos dejarnos más neutros; que aburre con datos numéricos y porcentajes pero que no tiene desperdicio y no sobra una línea. Una lectura obligada para todos aquellos occidentales que viven bien; para gringazos, para cualquier persona que no sea latina, pero sobre todo para ellos, los latinoamericanos, para que al menos sepan por qué, y sepan defenderse o encontrar el camino -qué utópico-.
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El mundo perdido

Finales abril 2014

Una brava mujer europea y yo habíamos llegado al mundo perdido.
Intercambiamos monosílabos y exclamaciones mientras avanzábamos despacio, pidiendo permiso con cada paso, no sólo al frente sino también bajo nuestros pies; había vida extraña por todas partes… y a la vez por ningún sitio.

Definitivamente, no es fácil describir Roraima.

Grandes peñascos negros se manifestaban a los lados, dejando pasillos por donde pasar, cruzándonos con una nube que se filtra por ellos y, según avanza, cambiando su densidad a más blanco y no ver a tres pasos, o a más abierto y ver a treinta.

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El primer organismo vivo que me llama la atención (pocos pueden sobrevivir en este ambiente hostil) es una ranita frágil y negra, diminuta, que es la protagonista de este lugar… Antigua y siempre aquí (200 millones años) es una forma de melanismo para protegerse del sol y mimetizarse, pues no salta: se arrastra.

Perdí a esa mujer. El instinto me llevó a otro lado, buscando mis primera vistas desde la cima. Era imposible: las nubes pasaban rápido a través de uno, cerrando y ampliando el círculo de visión alrededor en pequeñas distancias. Las nubes, definitivamente, tienen prisa.
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