Días 48 – 52

Bitácora pacífico ::: Día 48

Julio 2015

Debo confesar que la falta de la Independencia desarrollada en el continente americano me está matando. No tengo paciencia, me es pesado depender de los barcos o capitanes y de sus decisiones. En el barco en el que estoy, el Dreamtime Wanderer, pensaba estar unos días y llevo más de dos semanas. Todavía en Nuku Hiva. Cuando por fin zarpamos para continuar hace dos días, tras unas horas el capitán decidió volver porque el barco se movía mucho y había olas ‘grandes’, para mí un mar movido pero normal. Hubo tensión por su indecisión y por la insinuación a continuar de Edward y mía. Son conservadores y navegamos con un crío de 7 años, así que finalmente reconocimos la decisión del capitán y nos echamos a las velas, facilitando su momento. Si algo hubiera pasado habría sido por nuestra culpa y eso no tiene sentido, estas cosas se aprenden en el mar.

Pero volver de noche significó casi chocar con dos barcos en la bahía buscando un lugar sin luz y con un temporalillo en el que de pronto se rompió el freno del ancla y perdimos el control. Esas cosas también enseñan. Tenemos días hasta que el tiempo mejore, de nuevo en espera.

Sin embargo, aunque quisiera estar ya en Tahití buscando -la temporada se va lentamente- y a veces me pongo de mal humor por la espera o por la actitud de la familia, lo tomo como un nuevo trabajo de paciencia y una nueva lección de la vida. Y más aún, estoy en un lugar super apartado del mundo, privilegiado y difícil de llegar, las Marquesas. ¿Qué puta prisa?

[Mientras traspaso estas palabras escritas del diario hoy, me llamo idiota 3 veces y me arrepiento de no haber tenido más paciencia o haber disfrutado más de aquello entonces. De nuevo, en aquel presente, estaba en el futuro, y la ansiedad no me dejaba desparramarme en el lugar. Idiota.] Sigue leyendo

Ua Pou

Bitácora pacífico – Día 35, 10 julio 2015

Estoy en un barco que encontré en Hiva Oa, es un Hanse de 47 pies, no tienen muy buena reputación pero está equipado.
Viajo con una familia de un australiano mayorcito, Graeme, cerca de 70 le echo, su mujer Guyana más jóven y un crío de 7 años, Alex. Es su segunda mujer, se han echado a la mar sin experiencia, salieron de España donde compraron barco hace dos años para llegar a la Guyana y buscar a la familia de ella. Lo consiguieron y ahora cruzan el pacífico hacia Australia, cansados, despacio, muy conservadores con la navegación, pero al fin y al cabo, son mi familia actual. De momento iré hasta Nuku Hiva con ellos, isla mayor de las Marquesas.

Hay otro tripulante, Edward, inglés, jóven, con conocimientos básicos. Somos los muchachos de a bordo, para ayudar a la familia a navegar y con el barco a cambio del viaje. En total somos 5.

Estamos pasando unos días en Ua Pou, de camino, isla pequeña y perfecta; tan especial llegar a ella y ver sus impresionantes rocas rozando las nubes, como inmensos menhires perfectamente tallados por el agua y el viento desde que eran un antiguo volcán. Parece la isla del tesoro, la del juego, la de los niños, la de la peli. Todas las islas que he visto en el pacífico -y las que no- son volcanes más viejos o más jóvenes, o partes aisladas de un volcán tan grande que se escapa a la imaginación. Los cuatro ó cinco mil metros de profundidad media en estas aguas han sido superados por la lava, y aún otros cuatro mil de altitud sobre ellas, calculo, han tenido algunos volcanes por la forma de sus laderas, que aunque hoy andan erosionadas sobre los dos mil metros de altitud, está claro que en su apogeo han formado un volcán cónico del doble de altura. Sigue leyendo

El Mapuche

La última cruzada de los Andes: Capítulo séptimo

6 Abril 2015

Un pesado paso de aduanas en el que intenté colar mis almuerzos orgánicos y casi me arrestan bajo multa de 200 dólares. La negativa a tirar mi valiosa comida, unos huevos y unos tomates y papas sin declarar, casi un disgusto. Así volvía yo a Chile, con modernas carreteras y modernas leyes; en el siglo XXI no se puede viajar con comida porque podrías contagiar a un país «limpito».

Mi labia me volvió a salvar el pellejo y continué: quería cruzar a pie los Andes, entrar a pie en Chile, llegar a pie hasta los valles más bajos. Porque si te descuidas, un pequeño tirón a dedo podría moverte kilómetros y perderte cosas como el Mapuche.

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Caminaba por la linda y húmeda ruta que había elegido para cambiar de país, sabiendo que me esperaban los verdes valles de Chile, no lejos de Curarrehue, el primer poblado chileno tras la frontera. Las cargadas nubes del pacífico se estrellan literalmente con los Andes, y descargan allí donde llegan, en las alturas. Las montañas se encargan de devolver el agua al océano a través de ríos y lagos infinitos, paisajes ultra verdes que dejan las praderas patagónicas más orientales de Argentina en un color pajizo y envidioso. Sigue leyendo

Mira tu Neruda

Confieso que he vivido según me fue saliendo. Según me surgió, según me lo fue pidiendo el corazón, la luna y los aguaceros.

Confieso que siempre intenté mantener en pie todo aquello en lo que sigo creyendo, que a veces lo conseguí y que en otros ratos esgrimí banderas que me distorsionaban por completo.

Confieso que amé y que fui amado, que canté y fui cantado, que soñé y fui soñado.

Confieso que pasé largas veladas a la deriva de mi mismo. Que encallé en los lodazales oscuros de la inexperiencia. Que planté banderas y árboles frutales en arenas movedizas. Que fallé, que caí, que mentí, que lloré, que sin quererlo o sin saber que lo quería hice daño, que me equivoqué con uñas afiladas unas veces y con la zarpa almohadillada, otras…

Confieso que busqué, busqué, busqué… confieso que nunca perdí la fe, y aunque alguna vez deambulé desorientado nunca me rendí hasta encontrar la ruta hacia el dorado.

Confieso que busqué, busqué, busqué… confieso que interpreté con tal fiereza mi lucha que al final acabé encontrando…

Confieso que concurrí con la alegría… confieso que he vivido… confieso que por ello y por como me dejaron vivir estaré siempre en deuda con los dioses, con el mundo y con el ser humano…

Confieso que he vivido… confieso que soy consciente del regalo.

Neftalí (nombre verdadero de Pablo Neruda)

–gracias a keka la yogui–

Argentino Luna

09 Marzo 2015

Mi camionero había reventado un eje de ruedas. Era la tercera vez que me pasaba algo así con camiones, pero esta vez arrastramos el eje unos 200 metros sin neumáticos y estaba seriamente dañado. Transportaba una grúa inmensa, viajaba a 40 km/h y no cabíamos por los puentes, pero era tan majete que me quedé con él dos días. Tenía una cabina de esas americanas de lujo con dos literas atrás y pasamos una noche aterradora debajo de una tormenta eléctrica que pensé que acabaría con nosotros. Le prometí que mandaría ayuda desde la próxima estación de «camineros», y me subí en el único automóvil que pasó y se paró a socorrernos, a continuar mi aventura, dejándole a él con la suya, sin cobertura, en medio de la nada.

Uno de esos geniales coches viejísimos que corren fatigosamente por las rutas argentinas intentando competir con los nuevos diseños. En concreto una camioneta cerrada y cargada atrás, con un mozo durmiendo una resaca de boda entre mil cajas. Adelante, en un asiento de aquellos contínuos de lado a lado que facilitan el transporte de tres personas, yo iba entre dos gauchos bien apretadito, escuchando en silencio historias que el pasajero contaba al conductor a través de mis oídos, en voz alta, sin darme partido.

De pronto, el conductor se cansó y empezó a rebuscar entre varios de esos cedés que se compran piratas en ruta, con todos los éxitos y baladas y bachatas del momento, a lo cual yo sin dudarlo me cagué en la puta de oros. Pero me preguntó si conocía a Argentino Luna, y lo puso. Y así fue como conocí a un hombre de fama en el país, oyendo sus increíbles relatos acompañados suavemente de guitarra, que queda pasiva ante la fuerza que él pone en su voz al cantarle a su perro, a su guitarra, a un mozo pobre. Tras algunos relatos a todo volumen, mis ojos brillaban en lágrimas, y avergonzado mantenía la mirada al frente, como ellos, pero aplaudía y elogiaba al autor.

Fue el arte, el arte de aquel hombre el que nos unió a los tres y a nuestros mundos lejanísimos, en un silencio que nos conectaba, con cada frase del autor, esperando a la siguiente expectantes, reconociendo la belleza universal que amansa a las fieras. Los tres, desconocidos, mirando al frente, a la línea blanca de la carretera, tal vez a los postes, al horizonte seco patagónico.

Quién sabe. Quizás sus ojos también se humedecían con el arte compartido en una camioneta vieja. Parece más intenso y emocionante cuando se sabe que otros lo sienten a la vez.

Dedíquenle unos minutos a Argentino Luna.

Un par de botas, preciosa

El Malevo, un fiel perro que enfermó

Y mil otras poesías a su guitarra.

9 sugus

Cuando llegué a Argentina me compré 9 sugus, daban tres por un peso, pagué 3 pesos, 3×3, 9.

Canturreaba otro día al sol, viajando a dedo en una camioneta que me llevaba a Humahuaca, la canción para niños que en España pensábamos era de Rosa León pero resulta ser de Maria Elena Walsh,

había una vez una vaca, en la quebrada de Humahuaca…

Ví cómo le pitaban a todos los gauchito gil (venerada figura popular del campo) que hay junto a las rutas en pequeños santuarios rojos, y cómo le veneran con bebidas y dinero.

Por la noche me tiré en la calle con los jóvenes que veranean y viajan vendiendo empanadas, tocando música, o con artesanía, y nos embriagamos en vino argentino. Me hinché a empanadas horneadas de carne, pollo y cantimpalo en un horno de piedra, y después ví una peli de cine argentino por la tele.

En un camping, observé a las familias junto a sus viejos autos ford, caravanas y grandes tiendas de campaña disfrutando del verano en familia, con la abuela, el toldito, las sillas plegables, los niños y hasta televisión, y por supuesto el gran asado, humeando a unos pocos pasos, con un hombre barrigudo abanicando carbón y una gota de sudor en la frente. El lugar se llenaba de humo sabroso al atardecer y tuve que asarme un increíble vacío que se cortaba como mantequilla y un chori junto a mi tienda.

Al llegar a Buenos Aires ví una mujer cantar tango junto a un guitarrista en un bar nocturno, bajo la tranquila pero atenta mirada del camarero y de todos nosotros, que callábamos el silencio escuchando.

Comenzaba a paladear, así, los innumerables e intensos sabores de la gran Argentina, cuya gente saluda y tira buena onda en cualquier lugar, y con la que uno puede hablar siempre como si conociera de hace tiempo.

Ya viene la llama

1 diciembre 2014

Los festejos bolivianos son realmente interesantes, y he debido de tener suerte en mi paso por el país pues he visto varios y he podido disfrutar de muchos momentos especiales con locales. Más allá de las enormes diferencias culturales, los festejos siempre unen a la gente en diversión y la desinhibición asociada acaba por dar momentos curiosos.

Es tiempo de promociones, es decir, de final de curso escolar, y aquí y allá, en cada comunidad, se celebra en la escuela un día de fiesta en el que los niños son finalmente los que menos celebran. Es el comienzo de las vacaciones de «verano», en diciembre, las más largas del año. Y esto es para todos, con las navidades de por medio, y el inicio de un nuevo ciclo. Muchos adultos que han ejercido labores directivas en las comunidades también encuentran el término de su obligación, y se lanzan al festejo. El resto del pueblo, se une simplemente.

Fue en la isla del Sol que casualmente acabé en mi primera promoción. Son días de abundancia, donde llega comida comunal de todos para todos, y donde no falta el alcohol. Para viajeros como yo, he de admitir que es un lugar donde uno quiere estar, especialmente cuando mi economía en la isla estaba tan limitada y el hambre golpeaba. Mirando alrededor, puedo distinguir cuál es el patrón de conducta del personal. La gente se sienta en torno a sus haberes, en grupos, por el suelo, y disfruta hasta la embriaguez. Me gustaba, me parecía estar en un festival de electrónica donde la gente se sienta por el suelo en sus grupitos a cogerse sus jamones. Pero esta gente es otra gente. Y la banda musical no estaba en un escenario: eran unos hombrecillos que tocaban, a veces, unas melodías simples y rimbombantes.

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Isla solar

1 Diciembre 2014

La isla del Sol tiene un sol que pone a la gente la piel quemada. He visto a abuelas que son blancas y ahora son muy negras. Es fácil ver todo el recorrido del sol desde su salida hasta su entrada estés donde estés, y siempre se refleja alrededor, en aguas frías del Titikaka. Quizás por eso.

La luz de la isla es única como la isla misma. Hay tantas cosas únicas en la isla que no se cómo ordenarlas.

Cuando llegué me sorprendió un silencio que resonaba en mis entrañas, resultante de la ausencia del motor de explosión. El viento volvía a imponer su hegemonía como en la puna, la paja silbaba. Ascendí desde la orilla cientos de escalones incas hasta la primera población y entendí que en esta isla las principales intervenciones humanas siguen siendo incas, como todos los caminos que la cruzan o las terrazas de cultivo que ahora siguen dando robustas plantas verdes que contrastan con la palidez de la roca. Me imaginé a los incas surcando estas aguas heladas y haciendo de la isla el lugar tan espléndido que aún ahora es, y volví a admirarles una vez más.

Me faltó el oxígeno al subir con mi cargada mochila y superar los 4000 msnm a los que me encontraba. Todo este espectáculo está aquí arriba, pensé, en las montañas: es el lago navegable más alto del mundo; el mar, abajo en algún lugar remoto. Aquí arriba, ese sol ya baja, ese reflejo ya quema.

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La isla está poblada por indígenas de origen Quechua y Aymara, que se dedican a la agricultura y pastoreo principalmente. Es bonito callar y escucharles hablar en sus lenguas.

Silencio. Mi primera parada visual continuada se estableció en la cordillera Real, al este: una fila de enormes picos nevados que representan a los magníficos Andes bolivianos y que hacen del lugar, instantáneamente, un rincón frío en el mundo. Se siente su brisa venir con golpes heladores en esta cara de la isla. Quise ver más, y no tardé en remontar el cerro más alto que tuve a mano, como es costumbre, para conseguir 360º de Titicaqueces.

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