Capítulo primero
17 Marzo 2015
Bien despedido del Atlántico por última vez en Valdés, crucé el sur de Argentina, desde Puerto Madryn hasta Epuyén, para enfrentarme a la última cruzada de los Andes y a la búsqueda de veleros en Chile para seguir por el mar. Esta vez quería caminarlos a pie: era la última.
Los Andes patagónicos de Chubut no son especialmente altos y además hay cientos de lagos y ríos, casas de madera y refugios, estufas y cocinas de leña, y se disfruta siempre del calor de las gentes. De hecho, la mayor parte del trayecto hasta las montañas lo hice con un matrimonio que regresaba de sus vacaciones y que me ofreció su jardín un par de días para empezar esta aventura. El comienzo perfecto: vivían en una casa de cuento junto a su huerta y un arroyo, ovejas y caballos, bosques y madera. Era una familia «despierta» y consciente, tenían todos una pinta genial, el yerno me llevó a conocer el lago Epuyén y la casa que estaba construyendo con sus manos. El padre me llenó las manos de manzanas de su jardín, riquísimas, cuando partí hacia el Bolsón.
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