Durmiendo en fales

Bitácora pacífico, día 119
04 octubre 2015

De la casucha que ‘okupo’ en Samoa me voy a veces a hacer expediciones por la isla con prácticamente nada encima, quedándome a dormir en fales o en mi hamaca. Es fácil entrar en la casa así que escondo mis cosas de valor debajo de una bañera que hay en una esquina. He encontrado varias cosas interesantes en la isla:

He ido a un remoto lago que se llama Lanoto, un cráter volcánico. Es una excursión de una o dos horas por selva hasta allí, donde estuve solo y de pronto llovió mágicamente. Las aguas estaban llenas de peces y eran oscuras, lo que me dio un extraño miedo que no me dejó nadar más de 3 minutos. Pero la calma de la fina lluvia emborronando la superficie y el sonido del lugar están en mis recuerdos.

Al volver pedí que me dejaran cerca de una casa en un árbol de la que había oído hablar.

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Los niños que me cantaron

29 Septiembre 2015

Como un escritor que sale de casa para respirar un rato y agarrar nuevas ideas o motivación, así me sentía aquella tarde en que salí ya con el sol débil a pasear por la carretera sur de Samoa.

Era uno de los primeros días y aún me sorprendían las costumbres locales, aún estaba desconfiado por los posibles peligros que un blanquito sólo puede enfrentar en un lugar remoto y aislado.

Me rendí ante las luces de las nubes y me senté junto a la carretera en un hito. Los niños son un tanto interesados y al verme corren para que les de algo, dinero. Me dio pereza verles venir pero en dos palabras disuasorias les cambié el tema y de pronto empezaron a cantarme una canción local, con la magia de sus voces.

Escuchar a los niños


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La gente pasaba y saludaba sonriente.
Con su curioso ‘Where are you going’, a veces absurdo, especialmente si no tengo movimiento ninguno ni intención sugerida, como cuando estoy sentado en un puto hito.
Pero ni ‘How are you’ ni ‘Where are you from’.
Los samoanos saludan con ‘Where are you going’, lo cual no deja cabida a un escueto y escapista ‘bye’ o ‘good, thanks’: hay que contestar algo. Y de ahí quizás pues tener una conversación más o menos productiva.

Los niños se fueron.
La luz se iba.
Yo seguía allí, incapaz de moverme, sintiendo la perfecta temperatura salvadora de la noche entrante y el calor del hito en mi culo, tatareando la canción de los niños.

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Ya estaba, ya había hecho el día. Ya tenía mi motivación.

Día 100: Bora Bora, sonido

Bitácora pacífico: día 100
15 Septiembre 2015

Teníamos que esperar al lunes para hacer la salida oficial del barco de Polinesia Francesa con inmigración y decidimos esperar en Bora Bora y hacerla allí. Salimos tarde pero llegamos para la puesta de sol; el volcán extinto de Bora Bora, uno más, tiene un pico principal bastante elevado llamado Otemanu. Una densa nube estaba enganchada en él; al amanecer seguía allí.

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Bora Bora, que no deja de ser un espectáculo de lugar con un divino atolón interior de poca profundidad, nos dejó un poco indiferentes debido a las expectativas, no es para nada el mejor atolón que he visto. Mucho turismo y muy caro, dimensiones limitadas, está bien para un retiro de ricos en un resort pero no para un mochilero. Disfruté de la suerte de visitarla en mi casa flotante y navegar cada día por sus aguas blancas y paradisíacas.


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Las flores flotantes

Bitácora pacífico

Día 77

Los múltiplos de 11 son buenos días, como el 33.

Estoy en una isla llamada Moorea, solo de nuevo, volviendo a la tienda de campaña y la hamaca, independiente, recorriendo a dedo la carreterita que da la vuelta a la isla, muy pegada al agua.

La situación es la siguiente. Hay una nube enorme tapando el sol poniente justo en el oeste, muy gris. Contuvo el espectáculo hasta el final, cuando no pudo más y se le escaparon unos naranjas a los lados: azul, naranja, gris.
Hay unas casas sobre el agua cerca, se llega por una pasarela desde los árboles, unos pinos que están tan cerca de la orilla que sus ramas quedan sobre el agua y hay que agacharse para continuar el paseo.

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El atardecer de hoy, con tiempo, con horas, lo comparto con un perro que huele agujeros de cangrejo y cuando hay uno -lo sabe- lo desentierra y juega con él sin hacerle daño. Les da la vuelta, los suelta rápido antes de que le pillen un labio.Es su única habilidad, no tiene otras, es un acojonao, unos perros han ladrado desde las casas sobre el agua, y ha desaparecido sollozando 10 minutos.

Sería el típico pringadillo pero que cae bien.

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Una mini gaviota de mar de las que pescan en picado -he ahí mi descripción, hay tantas diferentes- ha quebrado el vuelo al verme y pensé que se había asustado, pero no, empezó a volar en círculos sobre mi cabeza mucho rato; luego, como hacía ruidos incesantes, vino otro como preguntando, Qué pasa, y ella le contestó algo, y los dos se quedaron un rato dando vueltas encima de mí y emitiendo graznidos insistentes.

Después se quedó sola de nuevo sobre mí, después se fué.
El perro y yo -él también estaba mosqueado- las miramos alejarse hasta que no pudimos saber si las veíamos o no. Yo me preguntaba quién habría venido a saludarme volando tan de cerca, y si nos volveríamos a ver.
El perro no sé qué se preguntaba.

* * *

De pronto, me dí cuenta de que unos objetos pequeños cubrían las tranquilas aguas que, dentro del anillo de arrecifes que protegen naturalmente a estas islas, son de poca profundidad, transparentes y turquesas, permitiendo hacer grandes recorridos.

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El sonido de las olas exteriores del pacífico rompiendo continuamente en aquellos anillos de arrecifes es quizás el que representa, para mí, a Polinesia.

Eran flores. Estaban perfectamente distribuidas en las aguas estáticas como espejos, alrededor de mí, flotando, perfectas, jóvenes y fuertes, moviéndose muy lentamente si es que había algo de viento, o tal vez con una corriente imperceptible.

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Algún viento las había traído desde algún árbol feliz, y ellas eran también felices y se entregaban así a su destino, aunque fuese ser destruídas con toda su belleza por la violencia de las olas, allí en el anillo, como conscientes de que ésa es su misión y de que son parte del ciclo único de la Vida.

Nuku Hiva

Me desperté intranquilo ante la amenaza de un día en Nuku Hiva sin planes. Tenía que hacer algo, no soporto los días banales.

Decidí que me iría temprano con una mini mochila, agua y poca comida a un lugar remoto de la isla a pie, en el oeste, donde había una supuesta catarata al fondo de un valle, atravesando las montañas que rodean la bahía principal, verdes y vírgenes.

No sabía si podría volver en el mismo día, y así lo advertí a la tripulación. Caminé, se acabó la bahía, ascendí firme la primera colina, continué, olí aromas nuevos y me encontré con guayabos, comí varios, sudé, consumí peligrosamente la poca agua que llevaba, surqué crestas y ví un caballo con montura atado junto a un saco lleno de carne fresca y huesos enormes, escondido en un arbusto. Será un cadáver? Matarán por aquí a gente?

Caminé indeciso sin encontrar el camino, cubierto por la vegetación, pero volví curioso al caballo, sin camino. Un hombre salió armado de la nada y nos miramos indecisos, pues no debe haber muchos como yo en aquel lugar. Pero era noble y acababa de cazar una cabra enorme para las fiestas y su familia. Me dio la botella de agua helada más rica del mundo y me indicó el camino, nos despedimos con risas.

* * *

Perdí la cuenta de las bahías y calas que dejé atrás, desde las alturas.

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Días 48 – 52

Bitácora pacífico ::: Día 48

Julio 2015

Debo confesar que la falta de la Independencia desarrollada en el continente americano me está matando. No tengo paciencia, me es pesado depender de los barcos o capitanes y de sus decisiones. En el barco en el que estoy, el Dreamtime Wanderer, pensaba estar unos días y llevo más de dos semanas. Todavía en Nuku Hiva. Cuando por fin zarpamos para continuar hace dos días, tras unas horas el capitán decidió volver porque el barco se movía mucho y había olas ‘grandes’, para mí un mar movido pero normal. Hubo tensión por su indecisión y por la insinuación a continuar de Edward y mía. Son conservadores y navegamos con un crío de 7 años, así que finalmente reconocimos la decisión del capitán y nos echamos a las velas, facilitando su momento. Si algo hubiera pasado habría sido por nuestra culpa y eso no tiene sentido, estas cosas se aprenden en el mar.

Pero volver de noche significó casi chocar con dos barcos en la bahía buscando un lugar sin luz y con un temporalillo en el que de pronto se rompió el freno del ancla y perdimos el control. Esas cosas también enseñan. Tenemos días hasta que el tiempo mejore, de nuevo en espera.

Sin embargo, aunque quisiera estar ya en Tahití buscando -la temporada se va lentamente- y a veces me pongo de mal humor por la espera o por la actitud de la familia, lo tomo como un nuevo trabajo de paciencia y una nueva lección de la vida. Y más aún, estoy en un lugar super apartado del mundo, privilegiado y difícil de llegar, las Marquesas. ¿Qué puta prisa?

[Mientras traspaso estas palabras escritas del diario hoy, me llamo idiota 3 veces y me arrepiento de no haber tenido más paciencia o haber disfrutado más de aquello entonces. De nuevo, en aquel presente, estaba en el futuro, y la ansiedad no me dejaba desparramarme en el lugar. Idiota.] Sigue leyendo

Marie

Bitácora Día 29, Julio 2015

Espero en la bahía de veleros de Hiva Oa largas horas, leyendo la Bíblia, sin quitar ojo a los movimientos de barcos, preguntando a todos para asegurarme continuidad en el viaje. No hay otra manera de viajar en el pacífico profundo. Hace un calor insoportable. Unos hombres cantan en la distancia, son sonidos y un canto nuevos para mí, me hipnotizan.

Escuchar hombres de la Polinesia


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Una mujer grande, local, habla a gestos con los del mástil roto. Hablo con ella, y sin entendernos con mi francés, en pocos segundos aclaramos que puedo quedarme en su casa. Marie, mi salvadora. Al rato aparece con su camioneta y su hija, la niña más bonita de la isla, y medio en broma medio en serio me dice que no puedo mirarla o desearla. Sigue leyendo

Yelcho y la austral

7 de Mayo de 2015

No podía dejar de asistir al espectáculo de Yelcho, en plena carretera austral: allí me esperaban, como mis amigos, los amigos de un familiar que frecuenta el lugar. Yelcho era, cuando nos conocimos, un lago solitario, tímido, sombrío, cubierto por tinieblas y rayos de sol impotentes, como hechizado en algún cuento de hadas. Los bosques en sus orillas no tienen desperdicio, solo árboles gigantes y viejos, y sus generosas aguas hacen de él uno de los mejores destinos de pesca del mundo. Pasaba la luna llena 26 de mi viaje, el viento rizaba las olas y el otoño ya mordía los picos cercanos con nieves jóvenes que se amontonaban sobre curiosas laderas rojizas, abajo verdes.

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Al lugar se añadía el buen trato que me dieron en aquel magnífico hospedaje de sus orillas. Y no recuerdo el nombre de aquel perro-guía que tenían, pero se entregaba a los visitantes como si trabajase en el lugar, y nos acompañó a nuestras excursiones a kilómetros de distancia, enseñándonos el camino y esperándonos. Sigue leyendo