Durmiendo en fales

Bitácora pacífico, día 119
04 octubre 2015

De la casucha que ‘okupo’ en Samoa me voy a veces a hacer expediciones por la isla con prácticamente nada encima, quedándome a dormir en fales o en mi hamaca. Es fácil entrar en la casa así que escondo mis cosas de valor debajo de una bañera que hay en una esquina. He encontrado varias cosas interesantes en la isla:

He ido a un remoto lago que se llama Lanoto, un cráter volcánico. Es una excursión de una o dos horas por selva hasta allí, donde estuve solo y de pronto llovió mágicamente. Las aguas estaban llenas de peces y eran oscuras, lo que me dio un extraño miedo que no me dejó nadar más de 3 minutos. Pero la calma de la fina lluvia emborronando la superficie y el sonido del lugar están en mis recuerdos.

Al volver pedí que me dejaran cerca de una casa en un árbol de la que había oído hablar.

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La costa más cercana tiene rincones de selva y playa espectaculares, con ríos que salen del interior cada tanto. Una zona en el este es un paseo espectacular de acantilados sobre lava milenaria que todavía tiene la forma de sus pliegues originales.

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Pero lo que más me gustaba de Samoa era encontrar un fale, en las condiciones que fuesen, donde poner mis cosas y pasar un día o la noche, elevado medio metro sobre el mundo y como si fuese una casita en miniatura:

En To Sua pasé un día en mi elegido fale frente al mar explorando maravillas del lugar como un cenote inmenso de aquellos mejicanos con piscina en el fondo y conectado con el mar por un pasaje por el que apnear.

En la playa de Lalomanu pasé una noche de tremendo viento del sureste, el mismo que nos traía hasta aquí a mí y a mi último capitán. Hubo ráfagas de hasta 30 nudos, calculo, y una vez me desperté con un muchacho negrito junto a mí de pie. El salto y grito que pegué de la hamaca no se nos van a olvidar ni a mí ni a él. Estaba borrachillo y según él, iba a dormir en ese fale porque tenía plásticos de protección para el viento. Hoy me río mucho cuando me acuerdo del susto.

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Con tantos vientos y sustos, los mejores fales fueron los del interior. Frente a la catarata de Sopoaga pasé dos horas en un fale almorzando y meditando.

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Finalmente, mi favorita. La gran cascada de Fuipisia me regaló muchos momentos perfectos. Una agradable familia local poseía las tierras y cobraba un pase para verla. No sé qué excusa puse para que no me cobraran pero me dieron paso libre para caminar por una rutita que llevaba al lugar. Tenían un fale muy viejito que crujía con mi peso y permitía pobremente colocar mi hamaca. Desde él se intuía el gran cañón verde que el agua había diseñado río abajo. Un lugar íntimo y con más paz que cualquier otro en la isla.

Pero lo que me atrajo más fue que podía caminar por el río antes de su caída por piscinas limpias, hasta colocarme en el borde de la catarata con los pies en el agua y asomarme al abismo y al despliegue de vértigo y gravedad que el agua ejecutaba en su caída vertical.

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El sol caía ya y su sombra cubría parte del lugar, pero desde allí veía MI fale a la izquierda aún iluminado. Pasaría media hora sentado en el borde viendo esta simple evolución, hasta que unas finas aguas de lluvia de una nube atolondrada hicieron la magia, y dibujaron un arco iris ridículamente perfecto sobre aquella casita de paja y madera.

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No podía irme! Cuando me tumbé en mi hamaca, dentro del fale, la luz solar directa solo quedaba en mis recuerdos. Pero qué paz! Qué incansable vista la de la selva en las paredes de aquel cañón que se perdía hacía el sur!!
Qué cansado estaba, qué rico era estar tumbado y mecerme con los crujidos del fale.

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Cuando quise irme con la última luz a hacer dedo de vuelta a casa, estaba saliendo y me despedí de la hija mayor, que se duchaba en una precaria instalación exterior. Y por cierto era lo suficientemente sexy y madura como para en fin. No se creía que me fuera tan tarde a la aventura nocturna, y yo empezaba a pensar que ella tenía razón. Esperé en al ruta bajo su atenta mirada, a la que se unió la de su madre después de ser alertada por su hija con unos gritos ininteligibles para mí. Les dije que si el siguiente coche no paraba (era casi seguro que pararía, todos me levantaban con curiosidad) aceptaría su oferta de quedarme con ellos.

No paró, levanté mi bolsa y caminé de vuelta decidido a pasar una noche en aquel fale, que en el fondo era lo que más deseaba. Al fin y al cabo solo tenía que atar de nuevo mi hamaca, y escuchar el sonido de la paz antes de dormirme. Pero claro, aquella señora que me había cogido un cierto aprecio no me dejó irme a dormir sin cenar con ellos, yo sólo porque ellos habían cenado todos horas antes, pero con ellos sentados alrededor, niños excitados por tener a un extraño hermano mayor de invitado y madre que hace esfuerzos por entenderme. La atractiva niña era la única que hablaba inglés decente pues era una buena estudiante. Las carcajadas provocadas por mis historias llegaban con retardo una vez traducidas por ella a los demás. Era todo un poco raro pero yo estaba feliz porque calculé estar en ‘casa’ esa noche y no me quedaba comida, y aquel plato de sopa con algo de pasta y pollo estaba delicioso.

Llegó el padre de familia, hombre oscuro de piel con cara de curtida y de listo, venía de sus asuntos. Se sorprendió de ver a un blanco en su mesa al entrar comiendo solo, pero me levanté de la silla como un resorte y le presenté mis respetos estrechando su mano y bajando mi cabeza, y en seguida sonrió, se interesó por mis historias y me ofreció cerveza.

Dormí escuchando el murmullo de la catarata y unas extrañas aves que siempre andaban enredando de noche, solo podía ver su silueta y no eran murciélagos. Paz de nuevo.

Click y escucha

A la mañana siguiente nadie vino a molestarme, yo tomé mi tiempo para llegar a verles y claro, el desayuno era obvio. Otro rato de buen rollo con todos, que estaban inactivos y dejando el tiempo pasar con felicidad, los niños alborotando, el adolescente un poco inquieto ya, pensando seguramente en ver a sus amigos y fumar, hablar de chicas, tener secretos o simplemente disfrutar de las sólidas amistades que se forman en su edad. La niña ayudaba a su madre, la madre andaba preparando algo y el padre me hablaba alegre en la mesa. Yo de vez en cundo gritaba lo que gritaban unos vendedores de pescado ambulantes que me habían llevado a dedo el día anterior (dos nombres de peces) y se descojonaban.

Me levanté y cuando estaba ya en la ruta volví porque me dí cuenta de que quería recordarles siempre, y les pedí que se juntaran frente a su casa.

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