31 agosto
Un día, por los altos de Chiapas, me perdí en las montañas para encontrar algo salvaje de comunicación con los indígenas. Éso buscaba, inconscientemente ése era mi objetivo. Quizás algo de charla, entrar en una choza y compartir un té, un fuego, intentar entendernos.
Sin embargo, en una ocasión en la que me senté a leer junto a dos caballos, lo que encontré fue su libertad. Aún estando atados con una cuerda, la sentí: una libertad de unos 15 metros. Pero pastaban felices y se alegraron al verme.
Entonces, gracias a ellos, descubrí mi propia libertad, me la contagiaron. Nueva, brillante, verde y enérgica. No tenía que ver, por supuesto, con el dinero. Ni siquiera con la tranquilidad; venía en una forma extraña y abstracta. No me importaba lo que pasara después ni donde dormiría esa noche. Como a los caballos.
Encontré la única verdadera libertad que puede hallarse en el siglo XXI, y sabía a felicidad.

