Agosto 2016
Suenan las campanas de la Iglesia de Tyrna.
Cuando llegué a Mawshamok, y pude ver en la distancia Tyrna y su iglesia coronadora, supe instantáneamente que aquella iglesia era un verdadero mirador hacia los quebrados valles verdes de estas montañas, y una vez en su pueblo recorrí todos los recovecos, deliciosos, antes de subir a dicha iglesia, en lo más alto: como siempre, dejando lo mejor para el final.
Allí encontré a aquel muchacho khasi que contempló en silencio conmigo durante una hora, tras barrer y limpiar la iglesia, las increíbles vistas que aquel enclave, la peligrosa esquina trasera de la construcción, ofrecía: las mejores.
Me dijo que tocaría las campanas a las 18.30 y ahora, en otra aldea más baja llamada Lumsohphie, donde dormiré con una familia que ahora cocina al fuego nuestra cena, las oigo venir de arriba, ‘daaaang’, con un pequeño retardo sonoro, comparado con el que deben experimentar otras aldeas lejanas de estos valles, si es que las oyen, pues existe un rumor constante siempre alrededor por las incontables e intensas cataratas que caen desde los cielos, laaaaargas, pues el lugar se encuentra rodeado de parades verdes o rocosas que dejan caer sus aguas al interior.
A vista general pareciera que hay tan solo 3 o 4 aldeas en las montañas; recorriendo, veo que existen más y más, cada una más divina, y decenas de senderos con piedras y escalones, muy muy empinados, con puentes naturales y artificiales aquí y allá, las unen a todas.
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Los khasi son los habitantes de unas montañas que existen en un lugar muy remoto de la India, al noreste, sobre la frontera con Bangladesh. Son las montañas de Cherrapunjee (o Sorah) y han subido directamente a mi top-5 de lugares del mundo que estoy feliz de conocer.
No tienen nada que ver con la India conocida, la verdad; son de apariencia indígena y hay quien dice que provienen de asentamientos desde Cambodia o Tailandia. En este estado de Megalaya los habitantes no tienen el gen indio sino uno achinado que a veces me hace pensar que estoy en el Tíbet. Ya en la capital, Shillong, interesantísima ciudad, creí haber salido de India. Pero los khasi son también diferentes a los Megalayos en general: son únicos. Ni siquiera practican el hinduismo: por alguna extraña razón, son cristianos. India y sus infinitos torbellinos de razas y culturas.
Suena la campana.
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El enclave sin igual que mencionaba es el principal responsable de mi desmesurado y repentino afecto a Sorah. Los khasi son el segundo. Este lugar es el que tiene más lluvias del mundo. Hace justo un año registraba la marca más alta, aunque ahora escribo observando al sol pegar en las rocas más altas de las inmensas montañas, y apenas ha llovido en una semana que ya llevo por aquí. Existe un árbol famoso en el lugar que estira sus raíces por encima de los ríos caudalosos, formando puentes maravillosos de raíces y lianas entralazados para el paso humano. En esta otra aldea donde paro ahora, Nongriat, el tal árbol lanza no uno, sino dos, uno encima del otro.
Desde las alturas, donde ya he estado antes o donde ascendí ayer (a otra aldea llamada Pendem-Dehar), están las mejores vistas que he visto en mucho tiempo. Resulta que estas montañas elevadas son el último y abrupto escalón en este sur de Asia antes de caer de golpe a las inmensas llanuras de Bangladesh. Todas las aguas que caen aquí y las que vienen de los Himalayas, de Nepal, de Bután, caen en inmensos ríos, que ya conozco, como el Ganges, e inundan Bangladesh al menos en esta época de lluvias: todo lo que ven mis ojos hacia el sur son llanuras inundadas hasta el infinito, nubes húmedas que hacen todos los colores en la puesta de sol, y algunos pequeños signos de vida aquí y allá.
Pero cuando estoy encerrado en el interior de las montañas con los khasi’s, las vistas no son peores. Me molesta utilizar una referencia manoseada pero es la manera de llegar a más mentes lectoras; todas las montañas de alrededor muestran la profundidad verde más exquisita en sus empinadas caídas y prácticamente por todas partes caen desde sus cerros generosas cascadas blancas que flotan suavemente hacia abajo y a veces caen desde el cielo y no se ve dónde acaban las montañas porque las nubes bajas cubren los topes: total, como referencia, decía, es un poco como el señor de los anillos. A mí me recuerda también a Canaima y el salto del Ángel.
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En fin; estas gentes además son muy educadas y respetuosas, transparentes y limpias; construyen casas ya con hormigón pero son todas bonitas, con balcones aquí y allá, asomándose a vacios verdes y senderos cortados por riachuelos. Trabajan para sí mismos: no aceptan que vengan obreros a construirles obras de urbanismo, como encauzar una quebrada en un canal, y aceptan el dinero del gobierno indio pero se lo reparten inteligentemente entre ellos y hacen ellos la obra, que saben mejor que nadie cómo cuidar su aldea. Recuerdo viejitas delgadas pero super guapas y sabias, siempre sonrientes y pacientes, como aquella de ojos esmeralda que me enamoró al pasar cargando lentamente con sacos de arena, pues todos colaboran en dichas tareas y de hecho las mujeres khasi son matriarcas y líderes de las familias.
Tienen luz eléctrica en todas las aldeas (unos finos cables van cortando ramas de poste en poste por la jungla) y la verdad, los poblados al anochecer, con sus casas escalonadas en la pendiente, sus ventanitas, sus ropas colgadas y la lucecita dentro ténue y acogedora, son uno de los poemas más lindos que he visto en el planeta. El lugar tiene algo.
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También mastican betel, y suelen tener los dientes entre rojo y negro de hacerlo. De hecho, se puede saber dónde hay gente/aldea en la floresta por los lugares donde crece artificialmente o desproporcionadamente la palma de betel, una palmera increíblemente alta para lo delgado del tronco, de donde sacan este fruto de horrible sabor. Las palmeras de betel aumentan y hacen única la estampa de estas preciosas aldeas donde reina la felicidad del aislamiento. Todas tienen escuela e iglesia, curandero y hasta campo de fútbol y algún cultivo. Las voces de los niños se oyen siempre incluso en las más remotas, lo que promete futuro, pues ¿quién querría irse de un lugar así?