¿Pecador, yo?

Qué pesada la mente. Para, hija, siempre con tu quiero esto, quiero aquello. La felicidad sera ésto, la felicidad está allí.

Me siento a leer un momento, y hala, que la niña quiere un café; me pongo a ver una película, y la niña quiere golosinas. Como un hijo tonto. Si voy a escribir, quiere otro placer, soy una veleta apuntando donde ella dice.

Todos queremos una vida feliz, lo que requiere una salud, una dieta equilibrada, ejercicio adecuado y suficiente reposo. Menos famosa y más importante que la necesidad de salud física es la necesidad de salud espiritual. Si ignoramos los requisitos de salud espiritual es fácil experimentar tendencias negativas como la ansiedad, egoísmo, envidia, aburrimiento y desolación.

En la aventura de mi viaje existe un patrón que se repite en mi aprendizaje, al que no puedo ignorar y al que no puedo por menos que traer de vuelta a mi diario. Se trata del cuidado de la salud interior, del cuidado de nuestra felicidad, del crecimiento y la observación interiores.

En cuanto pensamos en algo, queremos hacerlo, y así somos esclavos de los infinitos deseos, apetitos y pensamientos que cruzan nuestra mente materialista, que disfruta con los sentidos experimentando relaciones materiales, sin descanso, adictivas.

Vacilamos así entre el júbilo breve de un triunfo material y el lamento por la pérdida o frustración materiales. Y se diría que si no despertamos la conciencia a esta verdad, no controlaremos la mente sino ella a nosotros, no utilizaremos nuestra inteligencia al 100%, no nos sentiremos satisfechos, no habrá paz. ¿Dónde está la felicidad, sin la paz?

Tal vez es parte de nuestra vida el lidiar con toda esta maraña de suposiciones, quizás elegimos luchar con espada por esa realización debido a nuestra curiosidad, pero quién me manda, ¿por qué no puedo yo ignorar todo esto y vivir feliz, o inconsciente, con las golosinas, gordo, viciado, sumiso, obediente, gris?

Y si he sido creado con defectos, ¿no tengo derecho a ser así, a tenerlos, y en caso de advertirlos, ignorarlos, culpando exclusivamente de mis pecados a aquel que me creó con ellos, pecador?

Chiquito de la Calzada sabía de lo que hablaba.

* * *

Si mi alma existe en el mundo espiritual, pura, y se corrompe en el mundo material, experimentando la ilusión del tiempo y el egoísmo, del cuerpo, del miedo a la muerte, a la edad, a la enfermedad, a la pérdida de belleza o inteligencia o fuerza o habilidades, provocando ansiedad en/ante el cuerpo temporal…

¿Soy yo responsable de todo ello? ¿Elegí yo que esto me ocurriese? ¿Es mi misión trascender los miedos y ansiedades del mundo material, mientras aún estoy en él? ¿es mi misión acabar con la envídia, el odio, la desolación, en una lucha indefinida?

¿O es mi misión disfrutar sin límites de los placeres materiales, acentuando aún más las tendencias asíduas de mi mente, mientras pueda, mientras paso por el mundo material? ¿No es para eso para lo que estamos aquí?
¿No estamos aquí para gozarla, partirla, y reventarla?

¿Cuántas personas tienen estas reflexiones? Porque ojo, todo esto es básicamente ser un humano en el 2016. No sé dónde la hemos cagado para complicarlo tanto.

* * *

Haumm, ñam, chocolate. Voy a hacerme un café. Cuando tenga mi propia casa, seré feliz…

6 comentarios en “¿Pecador, yo?

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *