Fiyi time

Bitácora pacífico, día 130
15 Octubre 2015

Sin duda, lo que me choca más al llegar a un pequeño país perdido del pacífico como Fiji es que haya una mezcla de culturas y religiones tan vasta. La religión local es una mezcla de las mayores del mundo: cristianos, hindúes y musulmanes.

Al ser tan multiracial y multicultural, mi visita al mercado central de Nadi, en la isla de Viti Levu, ha sido un espectáculo y me he pasado una mañana paseando y tirando todas las fotos que creí no comprometían a los paisanos. Vendían kava-kava a montones entre miles de productos locales. El kava se tomaba en ceremonias, es un brebaje poderoso relajante y, en cantidades, psicotrópico. Sale de pulverizar las raíces secas de una pimienta y se mezcla con agua.

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Un montón de mujeres grandes con piel oscura y pelo afro dominan el lugar. Amontonan sus frutas y vegetales en montoncitos y parecen tener genio. Miles de especias y poderosas pimientas picantes para elegir, caos y ratas, griterío y fruta, niños corriendo, calor, la rutina de aquel lugar.

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Estoy en una casa (couchsurfing) con fiyianos y una irlandesa, el fiyiano suena bonito, indígena. Un fortachón hombre local se lanzó con la guitarra una noche mientras yo cocinaba y le enchufé la grabadora sin que se enterase.

Escucha!

Pero en fin, esto es una ciudad y como mi propia rutina demanda, necesito huir de ella.
Fiji tiene una influencia inglesa tan grande que se habla inglés y es demasiado turístico. Es decepcionante llegar desde la libertad de Samoa y ver que si quiero ir a dedo a los lugares o acampar en las islas, no puedo. Mi plan, llevarme mi comida y mi tienda a una isla; pero todos los visitantes son direccionados en un pack de alojamiento y comida. En las islas hay unas comunidades independientes y los jefes no permiten que se acampe o coma independientemente. Hay que ir con el pack. Pack, tour, guía: las tres palabras más repudiadas de mi viaje.

Mi decisión fue pasar la mayor parte de los días en una pequeña isla llamada Mana, y la experiencia ha sido positiva. Nos recibieron con una canción y nos despidieron con otra, dando lugar a una integración inmediata, pero algo forzada y rutinaria para ellos.

La comunidad era encantadora y observar su cultura y modos de vida de cerca, interesante. Podía recorrer perimetralmente la isla en unas horas de paseo, pero era lo suficientemente grande como para tener ratos de aislamiento en campos del interior o bajo la sombra del arbusto alto que crecía tras las playas frente al mar. Una duna de arena blanca sobresalía del agua cerca de la isla.

En la comunidad hay una cuca guardería y unas escuelas abiertas al exterior para diferentes edades, y profesores para cada una. Los estudiantes visten unos camisones azules y blancos y la presencia de extraños como yo parecía ser el pan de cada día. Viven de la pesca y del turismo que visita, con lo que reciben productos y compras desde la isla principal. El tiempo pasa pacífico, los niños en las escuelas y los padres atareados con algo o simplemente pasando el calor en sus hamacas sin la inflencia de móviles o televisones. Fiyi time, dicen aquí para referirse a la calma y ausencia del tiempo de lugar.

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Me he hecho amigo de unos hermanitos curiosos que siempre encuentro por ahí. Ella es la mayor y tiene un pelo corto y rizado que la hace parecer un chico y es preciosa. Él es un enano pelado y un poco cabrón; un día me preguntaron de pronto el nombre de mis padres. Cuando respondí, comenzaron a tatarear una canción repitiéndolos durante un buen rato mientras danzaban saltando alrededor. El momento fue, la verdad, emotivo, y quedó grabado así en la banda sonora de yomelargo:

Click y escuchar

Los hermanitos canturreando

Los hermanitos canturreando


La hermanita en una clase

La hermanita en una clase

Fuera de estas arenas de Mana he conocido un lugar buceando con tanque al que llaman el ‘supermarket’ y que tiene unos tiburones, los más grandes que he visto, a los que una vez por semana alimentan de la mano. Y no muy lejos de la isla, en un viaje de un día, estaba la islita perdida de ‘Náufrago’.

La isla no es más que un peñón rocoso elevado con un buen palmeral en la base, pero lo suficientemente grande como para vivir unos años… tranquilamente, sí. Me subí a la cima para abarcarla y exploré el bosque y sus rincones.

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Buceé las aguas coralinas en las que el pobre Tom Hanks se desgarraba e infectaba un pie, caminé donde conseguía su primer fuego, finalmente me senté en la arena e intenté comprender que, dependiendo de para quién, unos años solo sobreviviendo en una isla perdida pueden considerarse la peor de las pesadillas… o el mejor de los regalos.

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