5 diciembre 2013
Otra cosa mala de una ciudad, por muy hermosa que sea, como Granada, es el rato final de la tarde, con las cosas ya hechas, cuando uno quiere ver ya la puesta de sol.
Y uno empieza a andar, y a andar, y parece que al final de aquella calle se abre, pero es una ilusión. Siempre hay casas, y encerronas. Y se sigue caminando, y se llega a un cementerio. Pero hay más árboles que muertos, así que se sigue caminando, saludando al personal, millones, nunca se acaba, se entretiene uno leyendo nombres de difuntos, y fechas. Al cabo de tanto, ya que un cementerio suele estar un poco a las afueras, se empieza a abrir, y cuando ya mi sombra mide unos 25 metros, y se nos iba la gracia, todo ha merecido la pena. Los muertos aquí al final son recientes y al escoger una lápida, así de las buenas, se pide permiso; rara vez le impiden a uno sentarse, aunque al sacar mi meriendilla me sentí observado y envidiado.
