Mazunte

19 septiembre 2013

«Una cama flotante en un alto de la playa», me dijeron al llegar a Mazunte, y fui directo en su busca, curioso por ver cómo era. Es una de las cosas que recordaré de Mazunte, ésta manera de dormir. Somieres colgados de cuerdas para balancearse en un sueño con sabor a brisa marina, fresco, con mosquitero, y vistas a la playa de Mazunte, probablemente por el mejor precio local. Esto sólo pasa a veces.


Hubo sol y lluvia, pero más lluvia. Sin embargo, es ya una lluvia amiga, que sabe sacar lo mejor del Pacífico. No importa si empieza, ya contaba con ello, da igual.

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Mazunte cuenta, para su fortuna, con una buena comunidad hippie de gente agradable que sabe disfrutar del pueblo. Y no sólo eso, además tiene una ubicación ideal y unas formaciones geológicas que lo completan, con playas cercanas, miradores, cabos y elevaciones para que cada día o cada puesta de sol sean diferentes. El clima ayuda a mantener verdes las rutas cercanas que llevan a miradores y cerros únicos para ocasos que sólo se encuentran aquí. Así, se puede tener playa y desfiladeros verdes con hierba y senderos, y magníficos acantilados, en una única ojeada.

El primer día me dí cuenta de que había personas en una colina atractiva y tardé 5 minutos en prepararme para llegar hasta allí en la primera puesta de sol. Me llevé una grata sorpresa, al ver que mucha gente disfruta como yo del show, y no me importó no estar sólo: buena compañía. Gente que se sienta en silencio a observar, sentir el fortísimo viento que azota este lado de la colina, y quizás tocar de vez en cuando a los demás, para hacerles saber que están ahí, y están disfrutando.

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Veo un hombrecillo en el lugar en que yo desearía estar, el mejor probablemente, y le hago una foto como si fuera yo mismo, agradeciéndole su ejemplo. De hecho, para ustedes, el de la foto soy yo. Observo a la gente disfrutando, antes de unirme a ellos, robarle el sitio al hombrecillo, y mirar al abismo, a la fuerza del viento y del mar que se llevan lo malo de uno.

Me pongo de puntillas y juego a inclinarme sobre el viento, que me mantiene, despliego los brazos y juego a inclinar mis manazas para ajustar el empuje, y me mantienen, con los ojos cerrados, tanto tiempo que cuando vuelvo a abrirlos, estoy solo.

Y ésto no es nada comparado con… la ganadora (continuará)

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