Pues verás.
A las 22.30 me desperté sobresaltado, con esa sensación de haberme dormido sin recoger o lavarme los dientes, mi cuerpo me decía que faltaba algo. Pero en realidad yo ya sabía lo que le faltaba a mi cuerpo, lo que me faltaba a mí.
Cuando digo que las piezas encajaban y mi cabeza empezaba a dar vueltas, quiero decir que una idea que hasta el momento conocía como imposible, empezaba a flotar en mi cabeza como posible. En realidad, ¿qué es imposible en esta vida?
Tenía un sueño terrible y quería seguir durmiendo… Pero la IDEA ya estaba firme en mi cabeza. No se iba. Me conozco, no podría dormir sin al menos hacer un pequeño intento.
No quisiera herir la sensibilidad de algún lector que sienta demasiada pasión por los mayas. Todo lo que hago es desde el más fuerte respeto y dentro de los límites del más atento cuidado. Ya aquí, mis disculpas a aquellos arqueólogos y amantes de esta civilización que no entiendan la historia que viene a continuación… Pero las piezas encajaban demasiado bien como para que yo no intentara adentrarme en las profundidades de la jungla y entre los impresionantes templos mayas de Tikal, aquella mismísima noche.
Todo lo relatado a continuación es tal cual pasó, aunque cueste creerlo. No hay fotos, no hay sonidos, esa noche era para mí y para mis sentimientos y mi memoria, y hoy quiero compartirla con ustedes, aunque lo he dudado hasta hoy mismo.
Horas antes, cuando llegué, era casi de noche y entré directo a los templos cercanos para vivir una puesta de sol entre ellos. Cuando salí era de noche. Ésto simplemente significa que yo no tenía ni siquiera una pequeña idea mental, aérea quizás, de la estructura del complejo, ni de por dónde podría atacar mejor y esquivar a la guardia. Ni un simple mapa. Los guardias me intimidaron mucho al entrar por la tarde, eran hombres militares armados con fusiles de asalto. No es para menos, hablamos de Tikal. El tesoro de Guatemala.
Mi subconsciente empezaba a tirar piedras a mi tejado con pensamientos como ¿Cómo saber cuán dispuestos están estos hombres a disparar contra sombras humanas siniestras que sobrepasan ciertos puntos? ¿Cómo empezar esta operación sin saber ni siquiera si, empezando en una determinada dirección, habría paso a los templos? ¿Cuántas horas tardaría en pasar la zona de guardias, si cada paso implicaba un minuto de parada para despistar, después de un crujido accidental? ¿Qué utlizaría para orientarme, si el cielo estaba cubierto de nubes densas que soltaban chispita espontánea y se iluminaba cada rato con rayos lejanos, que se dejaban oír suaves pasados muchos segundos? ¿Cómo vería NADA, si la luna estaba en fase oculta, y una linterna enfocada por error en las copas de los árboles podría delatarme y desatar la furia de guardias que se sienten burlados?
Era la noche más negra de las que jamás he conocido. Tikal está lejos de cualquier ciudad o pueblo y perdida en la jungla, estaba muy nublado y no había luna. La negrura rodeaba las únicas dos luces que parecían dejar encendidas toda la noche: un edificio ante mí y las duchas.
Pero es curioso que cuantas más pegas le encontraba a mi pequeño proyecto nocturno, más me picaba la curiosidad de saber si yo podría hacerlo. Más reto.
Sentado bajo mi palapa, con la cabeza entre las rodillas, pensaba todo ésto con los ojos cerrados y buscaba un punto de vista objetivo que me dejara ver claro si se me estaba yendo la olla. Confié en mi propia cordura, respiré hondo y me incorporé, no sin una pequeña sonrisa en la boca, provocada por la decisión recién tomada.
Caminé y tanteé el terreno del camping. Nadie. Volví al refugio a decidir qué llevaría. Un hombre en la distancia se acercó al edificio feo, apagó una de las dos luces en mi campo visual y no volví a verlo. Esperé media hora.
Me puse la ropa más negra que tenía. Vacié mis bolsillos. No quería estar pendiente de fotos ni sonidos. Era muy intenso, la adrenalina corría libre. Dejé una linterna de dinamo en el bolsillo izquierdo (porque su luz es super débil) y el gps en el derecho. El gps me haría de migas de pan de Jans-el y Grettel, grabaría el camino de ida y volvería sobre mis propios pasos en caso de pérdida total, además de localizar el punto donde me acercaría mucho a los guardias al volver. Gracias por el gps, papá.
Caminé por la hierba hasta estar a unos 50 metros del lugar donde el hombre apagó la luz. Decidí que bordearía el edificio por la izquierda porque por su derecha me acercaba demasiado al lugar donde recordaba haber visto guardias. En ese punto, comenzó una hora y cuarto de silencio máximo, pasos sigilosos y eternos, pérdidas nefastas de equilibrio al dar un paso que me hacían gatear, tropiezos y choques con arbustos y árboles pequeños, manos extendidas al frente para palpar, paredes inclinadas que saltar, un sinfín de dudas de si estaría siendo escuchado ridículamente por esos hombres, si estarían a 5 o 50 pasos de mí, y en definitiva la más absoluta de las negruras y el más absoluto de los silencios que he conodido, una vez bordeado el edificio de la luz.
Bordeé también el centro de visitantes y museo por detrás, por el camino difícil, largo, pero seguro. De pronto, se encendió una luz en el edificio feo. Pensé que era el final, y me coloqué detrás de un poste, en 3 zancadas, que al día siguiente despertó una carcajada en mí al ver que era un tercio del grosor de mi cuerpo. Se apagó. Pasé por una laguna que no ví en la tarde, y conocí la adaptación más increíble del ojo humano a la oscuridad. Veía su reflejo. Todos mis sentidos estaban a dolor, y sudaba de la concentración, pues la noche era más bien fresca. Cuando no respiraba por la boca, olía mi piel a adrenalina, el mismo olor que he sentido cuando he huído de un peligro potencial, o me he visto inmerso en una pelea.
Después de una hora y cuarto de este interminable sigilo, sentí la presencia de la ceiba inmensa a la entrada del complejo, que me había puesto como límite final de peligro.
Caminé rápido, sonreí, y busqué indicaciones para llegar a la gran plaza de la acrópolis maya, el centro de todo.
Humedad, silencio, resbalos, tropiezos, caminar rápido intuyendo el camino por el sonido de mis pisadas al pisar los bordes, y negrura, negrura indiscutiblemente desproporcionada a la velocidad de mis pasos, miraba arriba y abajo y todo era negro, como cuando cerramos la persiana al máximo en casa, en medio de la noche. Pero caminaba igual.
Tras un buen paseo, encendí la linternilla. A partir de aquí, empiezo a registrar los pocos recuerdos visuales que tengo de la noche. Siluetas de árboles, algunas flechas indicadoras, y de pronto, una silueta no natural y sí humana. La estructura piramidal de los primeros templos que encontré, poligonal, aparecía débilmente al destello de mi linternilla del decathlon.
Así exploré los templos. Esa fue mi manera. Con esa luz, esa negrura cuando la apagaba, y los flashazos producidos por los golpes de dinamo, al hacerlo rotar en la linterna. Con rayos de tormenta que dibujaban la silueta de los árboles esporádicamente, y cómo no, para más deleite, mis amigas las luciérnagas voladoras, pinteando de verde las estelas de su vuelo. Los monos, intuyo, dormían.
Siguiendo las indicaciones encontré la gran plaza. Una gran sombra a mi derecha me hacía sobrecogerme, la sabía especial, la sabía antigua, sabia y sobretodo humana. Caminé.
En el centro de la gran plaza, a la luz de mi linternilla, pues no puede llamársele linterna, encontré el círculo de piedra donde se hacían los sacrificios. Escalofrío.
Me senté a un lado, observando cómo las dos enormes torres cortaban el débil cielo nublado con su silueta. Esperé que pasara algo especial, una señal, una aparición, algo que me conectara con ellos, quería creer.
La niebla se movía de pronto. Decidí que sería el único hombrecillo en subir al templo principal, el templo I, en estos días, pues está prohibido. Los escalones están comidos por el tiempo y resbalan como nada, recordé que alguien había muerto en Tikal por resbalón y me acojoné un poco. Me imaginé al primer visitante del día siguiente encontrándome desnucado al pie del templo y me reí.
Antes de subir, me postré sobre mis rodillas ante el templo y pedí permiso a todos los dioses mayas y en especial al que está enterrado en este templo y en todos los demás, con el mejor de mis respetos.
Me encaramé a las escaleras, a cuatro patas por si eso, y muy despacio encontré mi ascenso al sumit de los mayas. Se iluminaba bajo mis pies con la luz de los rayos. Al llegar me sorprendió la niebla. La luz de la linterna se perdía en estrobo blanco a los pocos metros y no podía ver las vistas del horizonte ni con los rayos. Olía a caca de murciélago y a humedad. Antes de entrar en la sala, me postré una vez más y bajé la cabeza. La exploré y salí a sentarme en el último escalón. Esperé una vez mas a que pasara algo inolvidable, pero no ocurrió nada. Me conformé con tener pensamientos meditativos.
La bajada fue más jartita aún, de frente a cuatro patas, sobre todo hasta que bajé por debajo de la niebla. Y quise culminar también el templo II, en frente. Lo conquisté con respeto también, sus escalones más grandes y firmes, su sala más grande, un enorme árbol cubriendo su lado izquierdo.
Volví a pasear por la plaza, meditativo, feliz, completo. Lo había conseguido. Explorar Tikal a mi manera, en la noche más negra, y me iba de vuelta con el mejor de los sabores. Jamás olvidaría esta noche, estaba muy agradecido al mundo, a mi suerte, a los mayas, por haberme permitido este lujo.
Sólo quedaba ver un amanecer allí, pero el cielo estaba muy cubierto y habría de esquivar a los guías que llegan a las 5am con turistas que pagan una fortuna extra por verlo. No gracias, suficiente, ya he tenido suficiente dosis de suerte y belleza.
No les aburro con la vuelta. La fase final fue un desastre, me desvié un poco, hice mucho ruido, me llené de mierda, sudé, pero no muy tarde estaba meando toda la adrenalina restante junto a mi lecho, devolviéndole la sonrisa a la vida, y bostezando todo el sueño acumulado.
Me esperaba un gran día de exploración -legal- en unas horas.
Les dejo con una foto de la gran plaza, al día siguiente, para que se imaginen un paseo en la oscuridad.
Pd.- Si alguna vez tienen tiempo y una pequeña posibilidad, por pequeña que sea, visiten Tikal.
…qué loco…no le tienes miedo a nada!!! sigue con tus aventuras :-)
Dani, como estas? Soy Matias (y Natalia), los argentinos de Puerto Escondido! Te comento que finalmente pudimos ir a San Jose del Pacifico, e hicimos lo del Temazcal! Nos dejó como nuevos ese baño medicinal! Lastima que llovió muchísimo, pero seguimos todas tus recomendaciones de las cabañas, la chimenea, y la verdad que la pasamos EXCELENTE!
Queríamos felicitarte por el blog, la verdad que esta muy bueno! Nos encanta la forma que tienes para relatar cada experiencia, hace que uno sienta lo mismo que vos sentías en ese momento, algo no muy fácil de plasmar con las palabras (al menos para nosotros jajaj).
Muy buen post de Tikal, definitivamente nosotros también pasaremos por ahí, pero no creo q a la noche jjajaja
Te mandamos un fuerte abrazo! Y espero que las rutas de America, nos vuelvan a unir!
PD: Te dejamos nuestro blog, en donde te mencionamos y publicitamos tu blog!
girandoporamerica.wordpress.com
Fabuloso relato!!! La forma no desmerece al contenido. Este viaje está incubando un escritor como la boina de una encina :))) gracias por compartir tu travesura tikálika, me ha encantado. Me imagino que lo más divertido de la visita diurna del día siguiente fue tratar de relacionar los lugares visibles con las formas táctiles de la noche negra…
Queridos argentinos!!
Qué buena onda saber que lo hicísteis!!!
ME alegro de que disfrutáseis.
Seguiré vuestras andanzan en vuestro blog…
Fue un placer!!
Momo! Mucha razón, el día siguiente, que ya está online, fue una comparativa de sensaciones y caminar relajado, con la cabeza siempre alta…. :)
Con la cabeza alta y los brazos a ambos lados del cuerpo, danzando al ritmo de los pasos de las piernas que a su vez dependían de la seguridad de los pies al hollar el suelo. Ahora bien: la cabeza alta. Pero adelantada al cuerpo, por detrás de él o en línea recta vertical con él mismo?
Ñññññeeeeeee. :))