Calor brutal pero también calor humano. Eso es mi llegada a La Habana, recuerdo ver mis primeros almendrones cuando llegaba en la noche compartiendo un taxi desde el aeropuerto. El almendrón es como llaman ellos al coche antiguo de los 50 que estás imaginando ahora mismo, sí.

Que hablemos el mismo idioma evidentemente ayuda mucho a la hora de fraternizar relaciones y hacerte con la gente, bromear, y en la mayor parte de las ocasiones, conseguir lo que quieres.

El primer dia me entretenía mirando los coches, caminando por la Avenida del Prado, que separa Centro Habana de Habana Vieja, y que culmina con el Capitolio.

Observé la famosa fábrica de tabacos ‘Partagás’. Todo medio reventadico, ya sabéis. Pero con un aire mágico en esa vejez de las ventanas, barandillas. Los portales se mantienen desde la época colonial, sólo algunas casas de Madrid y Barcelona que he visto tienen estos maravillosos portales enormes, con puertas y patios enoormes y lujosas escaleras de acceso a ambos lados, con una vivienda enorme para el portero junto a la puerta y con plantas y eso… así debería ser, al menos. La pobreza ha hecho que acaben divididos con paredes cutres por aquí y allá para poder albergar a más familias, todo se repartió ecuánimemente en su momento y eso de que una planta de un edificio fuese sólo para dos personas, se acabó. Pueden caber muchas familias en ese espacio.

Un pasaje que protege de la lluvia a los persons hace que los que levan bicitaxis se paren a jugar al dominó o ajedrez, un sonido típico ya para mis oídos, las fichas, los gritos.

Es curioso que todas las casas de techos exageradamente altos, que nos gustaba hacer a los españoles, se han dividido también. Por la mitad. Hay expertos en esto, y duplican tu casa cutremente con pladur y vigas feas; la parte de arriba, con menos trozo de ventana o ninguno, la llaman ‘Barbacoa’ por el calor que hace ahí, los pobres.

Da mucha pena ver casas tan espectaculares así de viejas y rotas pero a esta gente no les queda otra que dividir. O compartir.