Hoy, por ejemplo

28 Noviembre 2015

Hoy, por ejemplo, en la granja de Kaikoura donde estoy de wwoofer, han nacido dos cabritos y la madre me vigila y me mira raro. Se suman dos a una familia en la que cada cabra, como cada animal, tiene nombre y personalidad: la granjera es una tía con humor. A veces tenemos que ir a buscarlas porque se meten en el camino, sobre todo Jimmy el muchacho, con el que, hoy también, he ido a cazar conejos con arco y flecha, sin éxito.


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01 Diciembre 2015

Hoy, por ejemplo, es mi día libre de la semana en la granja y he ido en bici a dar la vuelta a la famosa península de Kaikoura, donde he podido probar langosta (kaikoura, en Maorí, significa comer langosta, está lleno), ver paisajes locales exquisitos y extrañas playas y algas, y ver increíbles colonias de aves y focas a sus anchas.

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05 Diciembre 2015

Hoy, por ejemplo, en la granja, han nacido dos pollitos de una gallina que no empollaba mucho y nos ha sorprendido. Los hemos puesto puesto a parte con ella para que tengan su espacio con cariño.

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Hoy, por ejemplo, me iba de la granja. Pero se van todos a un concierto en Christchurch y me quedo el fin de semana solo, así que me he ido a despedirme del lugar por todo lo alto, en un refugio de las montañas que vemos desde ‘casa’, viendo la península pequeñita en la distancia iluminada por una retorcida puesta de sol que desbanalizaba completamente no solo aquel día sino mi existencia.

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La nube, el agua

Nueva Zelanda
17 Noviembre 2015

Yo caminaba por la costa, entre playas preciosas y frías, entre un follaje desconocido, que me sorprendía perteneciese a aquellas bajas latitudes de la isla sur de Nueva Zelanda, pues era tan maravilloso como cualquiera visto en las tropicales islas del pacífico.

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Había leído de nuevo Siddharta con nuevas revelaciones. La cabeza piensa en cosas incluso al caminar, caminar es un trabajo mental. A veces te das cuenta, como al meditar, de que llevas un rato pensando en alguna idiotez mirando el suelo y no estás viendo los árboles y las extrañas aves que se cruzan en el camino. Y pones tu atención de nuevo en el presente, en la respiración, en las aves. Cada vez que cruzaba un riachuelo, lo cual es casi contínuo, me quedaba parado cinco minutos con los ojos cerrados escuchando el murmullo, el cauce, como Siddharta, hasta que entonaba un Om que superponía el tono real y pensaba que la voz imparable de la vida, del agua, era aquel río con todo lo bueno y lo malo, que es un todo único que debemos ver unido.

Después caminaba de nuevo muy conectado y en el presente. Y mi atención se mantenía en la vida, en el entorno, en el sonido, en las aves y en al agua. Una meditación de caminar.

Mi mochila estaba pesada por la comida que metí en ella, para unos cinco días. Caminaba la ruta de Abel Tasman y sudaba cansado. Me tumbé bocarriba en una playa pequeña pero tan bonita como para quedarme a dormir.

Había una nube en el cielo, muy gaseosa, muy impermanente, y supe desde el primer instante que iba a desaparecer. En aquel momento estaba meditando sobre la magnificencia del agua. A menudo asocio el agua con Dios. El agua parece ser Dios. Está en todas partes, omnipresente, en diferentes estados, no conoce el tiempo, es la misma agua siempre, constante, en el río, en el mar, como un cuerpo absoluto, la sangre del planeta. Preciosa, vital, el 70% de nuestro cuerpo y del planeta. Cristalina, calmadora de sedes y calores, bálsamo de buceo y vida, vital, divina.

La nube desapareció finalmente, y una vez más entendí que no desaparecía, solo seguía su camino, mudando, y transformándose, ahora invisible e imperceptible, luego densa y pesada, mañana hielo.

Dios estaba en ella, en ellas, en su belleza y en su inteligencia. Dios era ella y su impermanencia.

¿No es acaso lo mismo que nos ocurre a nosotros cuando morimos?

¿No mudamos de forma y, en lugar de desaparecer totalmente del planeta, a lo que nuestro ego huye atemorizado, no es que nos transformamos en algo diferente, no es que seguimos nuestro camino, no es que mudamos?

¿No es que nos evaporamos como nubes, o nos transformamos en árboles desde la tierra por sus raíces, ahora líquidos, luego sólidos, mañana fuego?

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Aquella noche llovió sobre mi tienda de campaña

El caprice que dio la vuelta

Nueva Zelanda,
Noviembre 2015

Dependiendo de la prisa o de la hora del día, sobre todo del humor, la actitud de los coches que no se paran cuando uno hace autostop es más o menos trascendente.

Es común aquí ver gente comprometida, condolida con al autoestopista, haciendo toda clase de gestos para justificar su falta de apoyo o para no sentir mal de conciencia. Otros, con indiferencia, no se inmutan. Los peores son los que dicen con el dedo ‘No, no, no’, como quejándose, como que ni hablar, como que no les gusta eso, como que ni locos levantan a un hippie o a un tipo que bien pudiera clavarle a uno, mientras conduce, un machete a través del cuello. Esa leyenda ha estropeado el autoestopismo en el planeta, incluída Australia, aunque hay varias historias reales en los últimos años.

Los hay con caras majas y con caras de basura seca. Pero si empieza el día o las cosas te están yendo bien, todos son buena gente y se les perdona el tema. Aunque, si el día aprieta y se lleva mucho en un sitio o las cosas están jodidas -por ejemplo, lluvia- ahí yo sé exactamente a qué niveles está mi humor y mi paciencia, según la despotricada que me sale en voz alta después de cada coche que no se para. Sigue leyendo

3 años

Según el contador, haciendo hoy 19 de abril de 2016 tres años exactos de mi partida, son 1096 días y 38 lunas, sin contar la que se me viene encima pasado mañana, calculo.

Nadie sabe que celebro hoy tal cosa. Me he regalado un día de placeres y lujos infinitos en la isla de Gili Meno, cualquiera diría que por todo lo alto. Buceado viendo corales que no recordaba desde Filipinas, apneas con tortugas, café al caer la tarde, puesta de sol en el oeste de la isla, leer libro ya con la brisilla fresca única de la noche sobre la arena. No, no escribo esto a modo de envídia en plan selfie, no es el estilo de yomelargo.

De lo que estoy contento es de haber hecho todo esto de la única manera que sé hacer las cosas tras estos años: en modo ‘me queda aún tela’.
La gente viene aquí por dos semanas a tirarlo todo, a derrochar. Y es un poco chocante en un lugar supuestamente barato como este, tener que seguir siempre al mínimo, a la lucha. Especialmente después de Australia, que todo está tirado. Me siento mal al regatear, pero es que yo sigo después de esas dos semanas y no puedo permitirme lujos, pero tampoco los quiero o necesito.

Estoy tumbado en la hamaca, en la red, junto a mi tienda de campaña. Soy el único camping de la isla. El alojamiento no es barato. La wifi la tengo por haberme tomado un tal en los bungalows de detrás. He desayunado un café de sobre con agua calentada en mi taza metálica con la cocinita de cocacola y alcohol. He alquilado una máscara para bucear regateada, sin aletas, nadando hasta los lugares, en lugar de ir como todos, con tanque de oxígeno y en barco. He pedido que me guarden el bolso mientras. He comido un plato en el lugar más barato del interior de la isla, encontrado de coña, con una familia local y todo medio sucio. He conseguido agua caliente de una casa humilde para el café de la tarde, de sobre. He caminado todo el tiempo -la gente va en carritos a caballo- excepto cuando he pedido a un muchacho que pasaba que me llevara en bici de favor, a devolver el esnórkel de los huevos que si no me cobraban otro día.

El presupuesto del día, de 6 dólares. La diferencia puede ser del XXX por ciento.
Es adictiva la sensación de hacer todo lo que la gente hace aquí, no con la misma calidad, pero al menos disfrutando lo mismo. Me gusta. Para los que no lo crean, se puede.

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Sinceramente, espero pasar la luna 52 (cuarto año) en casa.
Y lo de que la Tierra es redonda lo vamos a tener que estudiar detenidamente.
Que llevo 3 años y no veo mi casa ni en el horizonte. Coño ya.

Volver a Cuba

Para volver a Cuba, solo es necesario escuchar uno de sus sonidos. Un viajecito al pasado, si se me permite. Podría escribir doscientas entradas aún hoy sobre Cuba y las fotos y sonidos que tengo de ella.

Acabo de encontrarme con éste, que es mi favorito.

Santiago y el caribeño (click)

Un sonido que representa uno de mis mejores momentos en Cuba, cuando deambulaba por las calles de Santiago durante el festival Caribeño, menudo ambiente.

Me llamó la atención el sonido de una máquina de escribir muy antigua y una mujer que escribía con cuidado junto a una ventana en la que me coloqué sin ser visto.

Después camino un poco y chás! la espontaneidad, una mujer canturrea mientras se cruza conmigo, y chhásss! me encuentro con unos tipos de los que tocaban en la calle y que me interpretaron uno de mis preferidos, así por coincidencia: Candela.

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Cambian la letra y la adaptan para mí (este señol… está grabando), y les prometí que les pondría en internet… Uno de ellos era espectacular con el saxo, guitarra, el tres y voz.

Un buen paisaje sonoro de Cuba.

Otro viaje por Santiago es cuando entonces… bailé salsa!

Los niños que me cantaron

29 Septiembre 2015

Como un escritor que sale de casa para respirar un rato y agarrar nuevas ideas o motivación, así me sentía aquella tarde en que salí ya con el sol débil a pasear por la carretera sur de Samoa.

Era uno de los primeros días y aún me sorprendían las costumbres locales, aún estaba desconfiado por los posibles peligros que un blanquito sólo puede enfrentar en un lugar remoto y aislado.

Me rendí ante las luces de las nubes y me senté junto a la carretera en un hito. Los niños son un tanto interesados y al verme corren para que les de algo, dinero. Me dio pereza verles venir pero en dos palabras disuasorias les cambié el tema y de pronto empezaron a cantarme una canción local, con la magia de sus voces.

Escuchar a los niños


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La gente pasaba y saludaba sonriente.
Con su curioso ‘Where are you going’, a veces absurdo, especialmente si no tengo movimiento ninguno ni intención sugerida, como cuando estoy sentado en un puto hito.
Pero ni ‘How are you’ ni ‘Where are you from’.
Los samoanos saludan con ‘Where are you going’, lo cual no deja cabida a un escueto y escapista ‘bye’ o ‘good, thanks’: hay que contestar algo. Y de ahí quizás pues tener una conversación más o menos productiva.

Los niños se fueron.
La luz se iba.
Yo seguía allí, incapaz de moverme, sintiendo la perfecta temperatura salvadora de la noche entrante y el calor del hito en mi culo, tatareando la canción de los niños.

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Ya estaba, ya había hecho el día. Ya tenía mi motivación.

El día 107 o de ‘Riders on the storm’

Día 107 de la bitácora pacífico
22 Septiembre 2015

Tal vez el momento más digno de recordar de la travesía con la persona de Mario en velero sea cuando un día puso de golpe el tema ‘Riders on the storm’ de los Doors, a tope. El equipo de música del barco era, la verdad, potente.

Se acababa de duchar, o de lavar el culo después de cagar por popa, no sé. El caso es que estaba desnudo. Cagamos fuera borda por popa porque él dice que con la escora y la presión del agua en el casco, la bomba de drenaje no funciona bien. Así que nos atamos de pecho con el chicote de la burda de barlovento, que viene firme del winch, y sacamos la colita al mar, agarrados del backstay.

Descargamos directo al impecable mar.

A mitad de canción se nos echa encima un ‘squall’ sin ser visto, una de esas nubecillas cabronas y grises que se desplazan y adelantan al barco dejando inestabilidad, agua y vientos frescos cruzados que pueden comprometer al barco fácilmente.

Le dio por agarrar el timón para ponerse un poquito de través -nos venía de popa-, y en un segundo, todo rodó por el suelo, el tragaluz de mi camarote estaba de pronto sumergido en el agua (el de barlovento!) y yo tenía el pecho contra la pared, sin poder separarme de ella ni con todas mis fuerzas. Tales son las fuerzas del mar, y el viento; te susurran en el oído, rugen y te arrancan el aliento.

Evalué el desastre bajo cubierta y viendo que eran cosas menores subí a socorrer a mi capitán, a ver lo que sucedía. Había trasluchado accidentalmente, la botavara con la vela mayor estaban en el otro lado, bajo presión; Mario mostró por una vez cara de tensión mirando hacia arriba a la perilla o veleta, pues siempre conserva cara de calma, cigarro en boca -aunque sé que hace un esfuerzo para ello, por ser capitán-.

Allí estaba él, totalmente desnudo y mostrando su cuerpo frágil ante el fuerte viento, ambas manos en la rueda del timón, pequeño y con ese toque de ridiculez que tienen los hombres desnudos. Yo seguía una a una sus órdenes para recuperar el gobierno, callado y todo lo eficaz que podía ser. Mario siempre voceaba aunque hiciese y tuviese todo perfecto.

De fondo, a gran volumen, ‘Riders on the storm’, una canción que yo escuchaba en ‘repeat’ con 13 años en el disco ‘L.A. Woman’ que vino de regalo con una minicadena.

La pequeña tormenta siguió su paso.
Pero una hora más tarde, de una playlist grande de Mario, volvió a sonar, el mismo tema, y mágicamente otra nube o cúmulo o temporal pasó a discreción por encima, poniéndonos alerta y en modo tormenta de nuevo, como dos buenos ‘riders’ (no encuentro en español la palabra).