La hidroeléctrica del Tapajós

No soy muy de postear peticiones comunales, pero en esta ocasión, me atañe personalmente por ser una tierra conocida y de amigos, y quisiera pedirles una firmita con el sistema de ‘Salva la selva’ para evitar la destrucción de comunidades indígenas en el Amazonas.

Los jueces y el gobierno no escuchan a estos indígenas pues están sometidos a intereses y otros tipos de influencias, aunque se garantiza por ley el derecho a consulta de los damnificados.

Los indígenas comenzaron entonces ellos mismos a demarcar su tierra por su propia cuenta. Y las autoridades continúan entregando concesiones de tierras a empresas para talar bosques que quedarán inundados por la represa. La licitación para la construcción se ha pospuesto.

¿Les ayudamos?

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Delfines rosas

31 julio 2014, Lago Miuá Brasil

El sol baja. De la misma manera que soy testigo del amanecer, no puedo dejar de asistir al atardecer.

Las sombras se extienden desde los postes de nuestra plataforma flotante. Lua descansa y teme un poco por la fragilidad de nuestra canoa. Me largo a la mitad del lago. En la canoa hay un remo, una banana y un libro. Y yo.

Remo despacio: dos, dos, paro. Llego más cerca de la otra orilla que de la mía. Paro. Me tumbo como puedo en el fondo de la canoa. Evidentemente el espectáculo es grandioso. He de coger un palito de la superficie para usarlo como remito por encima de la borda y mantener el sentido que me deja ver el show, pues una leve brisa insiste en mantenerme en otro.

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Oscurece rápido, nada de leer, lucha con la nube de mosquitos del atardecer, de la que pensé librarme en medio del lago. Espero pacientemente, mi desnudez total no ayuda, no tengo cómo cubrirme, pero confío en que será sólo un rato.

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De pronto, mientras estoy tapeando con los dedos en los bordes de la canoa, ritmitos de los míos, noto que los habitantes del lago se aproximan y se asoman curiosos. Son los delfines rosas, dueños de infinitas leyendas del amazonas. Son tan majos como todos los delfines y el sonido que hacen al respirar en superficie es igual al de un humano que nada y respira, es muy raro, son muy humanos…

Cuando paro de hacer ritmitos se van. Cuando vuelvo, vienen. Así he estado una hora, comprobando como les gustan mis ritmitos cuanto más elaborados son. Podría comunicarme con ellos o hacer palabras si viviese aquí mucho tiempo.

Me siguen hasta no muy cerca de la orilla. Me despido, miro adelante, casa, quizás Lua haya pescado algo más pequeño.

El paraíso de Rebeca

31 julio 2014, Amazonas Brasil

Serían las 7am cuando, en una nueva mañana en este paraíso en la que precisamente deseaba despertar bien temprano, un macaco aullador hizo las delicias de sus cantos a pocos metros de nuestra tienda, colocada en un balcón de una casa abandonada y semi-inundada por las altas aguas del lago Miuá, uno de los miles de enormes lagos que acompañan al Amazonas de Brasil. Sus aguas son oscuras pero limpias, antes de mezclarse con las marrones del río más impresionante del mundo.

Estábamos, en realidad, en el medio de la nada; por una vez más el destino o la pachamama o los dioses en los que quiera creer cada uno, nos regalaban otro nidito para soñar con altas felicidades y dar rienda suelta a todos nuestros objetivos, aventureros, pasionales; a nuestros sueños. Lua, mi compañera brasileira, escucha atentamente al mono mientras un manto nocturno de niebla sobre el lago se va evaporando.

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El jóven y el bosque

(continúa)

Al cabo de una hora de tener aquella revelación, estaba perdido. Acababa de leer un libro de Hemingway, ‘El viejo y el mar’, que habla de la superación y la paciencia de una persona noble en el mar. Es de esas coincidencias que no pueden ser casualidades y parecen haber requerido una intervención. Tardé 3 días en salir -sin agua ni comida- y las montañas me hicieron ver la desesperación provocada por el cansancio, la sed y el hambre. Como el viejo.

Yo no tuve su paciencia y perdí el norte varias veces, me destrocé el cuerpo y la piel, me arriesgué mucho y aprendí más. Me topé con precipicios que me hacían volver sobre mis pasos de las últimas ocho horas, avanzando pocos pasos en horas por la dificultad del terreno. A veces estaba en pendientes tan empinadas y rocosas que todo lo que agarraba, por la humedad de la selva, se desmoronaba y caía de nuevo perdiendo las fuerzas y una hora de tiempo. Volvía a encontrarme con un barranco, y casi lloraba de la desesperación. Estaba empapado en lluvia y sudor, me rompí dos uñas tratando de asirme, mis espinillas estaban sangrando por chocar con rocas, las nubes tapaban cualquier orientación solar o estrellada para mantener un rumbo. Cuando bajaba durante horas a zonas de quebrada buscando agua, no había ni rastro. Atravesé zonas de pinchos que me desgarraron, perdí partes de la mochila que se enganchaba contínuamente en las lianas sobre mi cabeza y que no me dejaban ni espacio para cortarlas con el machete pequeño que siempre llevo. Mis nudillos sangraban por chocar con ellas sin espacio. Cuando la noche llegaba, intentaba montar mi toldo de plástico sobre mi hamaca-red entre las ramas para no mojarme, pero me despertaba en la noche empapado en mi saco y me rendía una y otra vez, implorando y soñando con el último momento feliz que tenía en la cabeza: aquella catarata y su revelación. Llené mi cantimplora con el flujo del toldo y al menos bebí unos tragos seguidos.

Una vez ví las estrellas entre las ramas y pude llenarme de esperanza. Como el viejo en el mar. Sigue leyendo

Olhando minha raça

01 julio 2014 – Ponta Negra, Brasil

Uma das coisas que eu gosto de fazer nesta vida, é olhar pra os humanos como si estivesse olhando pra uma raza determinada: cãos, macacos…

É assim que eu consego apreciar mais à minha espécie.

* * *

Acordei uma hora atrás, na minha rede, na casa branca de Ponta Negra. O sol já pega forte e, além das onas do mar, escuto às crianças jogar de novo futebol, desde primeiras horas da manhã.

É uma das coisas que fazem-me torcer pra Brasil na copa, depois da eliminação da Españha:
Todos os povos, até o mais pequenino, tem umas través na praia, no río, junto da casa, é igual:
sempre estão preparados pra jogar futebol.

É no sangue dos brasileiros: Brasil é o país do futebol.

Sentado na minha cadeira, posso olhar, através de um buraquinho na floresta, através das ramas dos árvores, como espiando-os,
aos pequenos humanos jogando futebol.

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El mundo sin carreteras

0X Septiembre 2014

Estoy en el último barco, presumiblemente, que me transporta durante varios días por este mundo sin carreteras. Voy a llegar a Yurimaguas, en el Perú. Han sido, en total, meses de agua y selva. Un mundo en el que todo, absolutamente todo, es agua: el Amazonas no es sólo el río; es su cuenca. Lo he visto crecido y sus aguas inundan mucho más allá de las orillas que vemos, kilómetros y kilómetros de llanuras, lagos y bosque inundado. Mágicos bosques con vida por encima y por debajo del agua.

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Salir de un arco iris

Principios septiembre 2014

Estoy literalmente sin palabras.
No encuentro como describir la situación que vivo después de dos semanas reveladoras en una comunidad, pero estoy lleno de sentimientos, eso es seguro.

Por momentos quiero volver… pero creo que si vuelvo no saldré más: llega un punto en que nada importa más que el bienestar que se alcanza en esas circunstancias… y me da vértigo.

Durante una hora sentado junto a un hombre aleatorio que me ha traído a Nauta desde allí, en su furgoneta, sacaba la cabeza por la ventana observando y comprobando que todas las estrellas estaban en su sitio después de tantos días ocultas tras los árboles de la Amazonia. Además, así esquivaba un poco todas las preguntas que todos los peruanos tienen que hacer a todos los ‘gringos’.
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Cosas de un barco viejo

21 agosto 2014

Delante de mí, un interminable túnel de madera.
Una pasarela hacia el Amazonas.
Nunca deseé tanto llegar y encontrar al Amazonas, para tirar mi mochila en el barro y zambullirme en las aguas sucias, marrones, café con leche, de este río.
Quiero quitarme todo el barro, mierda, bichos y pajas que he acumulado en esta travesía. El montón de litros de sudor.

Vengo de cinco días en la Amazonia peruana, cerca de Iquitos. Sólo dos días después de llegar a esta ruidosa y polvorienta ciudad, necesité y busqué mi vuelta a la selva. Un suizo que conocí en el último barco y que resultó, tal vez, aún más loco que yo, se viene conmigo.

Varios días disfrutando de la magia peruana en casas y poblados de una ruta aleatoria junto al río Mazán, cocinando al fuego, durmiendo donde cayésemos y aceptando la hospitalidad de los locales. Sin duda despertamos el interés de todos ellos, especialmente de los niños, cuya timidez les hace observarnos con completa atención y sin articular palabra, largo rato, mientras se multiplican en un recreo de su escuela junto a nuestro refugio, en una mañana cualquiera de un poblado idílico. Sólo algún gesto estúpido de los nuestros les arranca una risotada.

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