Muy reflexivo, melancólico y dudoso estaba en mis días posteriores al Arco Iris del Amazonas, con pensamientos de volver y continuar al mismo tiempo.
Sin embargo, en las simples calles de Nauta encontré mi motivación y mi bienestar interior, paseando despacio y observando, leyendo y saludando a los niños y hombres, cruzando puentes de madera y buscando puesta de sol. Un día era especial y estaba bien conectado, algo iluminado diría. Debía de caminar sonriendo cuando, ya oscuro, decidí sentarme en una plazuela a leer más sobre el Ahora (ese libro me alimenta).
Pero fui el centro de atención de tres lindos niños que intentaban arrancarme una pulsera y divertirse. Después de varias palabras, desvié su atención hacia la luna, a la que le faltaban unos 3 o 4 días para llenarse. Cuando les dije que mi amiga luna estaría bien redonda en 4 días, porque ella me lo decía, sus ojitos se desviaron a la derecha y sus caras se pusieron serias y pensativas.
Me fui.
A los pocos pasos, todos me alcanzaron y el más pequeñito me preguntó tímido:
-¿Tu vienes del cielo?
Me sobrecogí un poco. Cabe decir que mi parecido con Jesucristo a esas alturas ya causaba entretenimiento en las calles.
-¿Qué? ¿Que si vengo del cielo?
Sabía exactamente lo que había dicho pero quería asegurarme de que ese diálogo empezaba. A veces los niños no repiten la misma pregunta cuando se les pregunta porque creen que han dicho algo malo, así que yo la repetí. El asintió.
-Si-, dije.
-¿Y conoces a Dios?
Más sobrecogido. Ese día, después de leer, me sentía especialmente en paz conmigo mismo, con el Ser, con dios tal vez.
-Si. Y a Jesús.
-¿Y a María? -dijo la niña-.
-Si, a todos.
-¿Y cuando te vas? -dijo el niño-.
-Mañana, al alba, antes de que claree. Subiré así.
Y con un gesto raro en la cara, los brazos abiertos y un sonido vocal que les sacó una carcajada, simulé mi ascenso. Lo tuve que hacer dos veces más para su satisfacción.
Después me fui por última vez, muy enternecido, creo feliz, diciéndoles que estuvieran atentos al cielo durante el alba.