Bailando con devotos

31 Julio 2016

Estoy bailando con devotos.

Es la última mañana en el templo de Guwahati, donde he seguido disfrutando de los encantos del movimiento Krishna Consciousness unos días. Me he levantado con ellos, para la primera adoración a Krishna a las 4.30am.

Nuestros bailes son simples pero preciosos. Giramos avanzando y retrocediendo unos pasitos hacia Krishna; en cada vez, nuestros brazos elevados giran al ritmo. Vistos desde fuera son aún más bellos, lo sé: todos puros y vestidos de blanco, duchados. Yo no dispongo del atuendo, soy la oveja negra, en la ropa pero también en la pureza de mi mente.

Si algo me ha impresionado de la fé y devoción religiosas en India, ha sido esa pureza de estos devotos Vaishnavas. En ningún lugar del mundo he visto personas como aquel niño de la primera mañana en el templo principal de Mayapur -cuando lloré, sí-, que con unos 8 o 9 años corría feliz por el templo ejecutando tareas como los adultos, entregado y seguro, magnífica visión. O las personas que entran al templo por la mañana y se les cambia la cara, se llenan de alegría a cada paso, arrojan todo lo que llevan al suelo y se tiran en plancha sobre el mármol, anestesiados por la Grandeza, por la Presencia incorruptible y obvia de Él en sus corazones.

Una mujer rusa -hay muchos rusos en Mayapur- entró una vez y su lenguaje corporal era una poesía: como si acabase de reencontrarse con su hijo tras años: tal es la intensidad para ellos. ¿Qué mosca les ha picado a estas personas? ¿Cómo han conseguido ser tan felices y satisfechos, sólo con su vida espiritual? Es tan intrigante que me despierta una pequeña envidia sana y me invita a indagar.

La pureza de esa confianza es científica, es inquebrantable y un ejemplo visible de que lo que los krishnas han conseguido hacer con sus estudiantes no lo ha conseguido otra religión que yo conozca hasta ahora. La limpieza y la pureza en sus ojos ya la quisiéramos muchos buscadores de verdades. Yo me siento contaminado cuando los veo; a veces susurran cosas ante mí y mi retorcida mente me hace pensar que critican mi ignorancia en los procedimientos, mis errores, o tal vez se pregunten con envidia por qué estoy entre ellos sin atuendo o sin haber sido iniciado formalmente por un maestro… entre otros requisitos que no cumplo. ¿Se pensarán que estoy aquí solo por la comida?

No. No existe la envidia en ellos. Sólo hablan entre ellos de cosas cómicas para seguir disfrutando inocentemente de su hermosa pero abstinente vida. No hay envidia ni comentarios. Todos me ayudan como pueden. Uno me ha regalado un colgante sin dudarlo tras solo decirle que me gustaba, y hoy cuelga en mi cuello.

Mi mente devanea y pierdo el ritmo de los pasos.

Pero mis hermanos me succionan en seguida y me sacan de mis impurezas con sonrisas y ánimos:
seguimos bailando, giramos.

El templo de Kamakhia

Julio 2016

[* Los escritos a partir de éste pertenecerán a la categoría ‘Inédita’, además de a la que corresponda, para indicar que han sido escritos tras la llegada a Casa en Abril 2017, y extraídos de apuntes manuales de los diarios, de ahí su categorización. Al no disponer ya de equipo para escribir o tomar fotos y sonidos en esta altura del viaje, las imágenes y en su caso los sonidos habrán sido prestados por compañeros de viaje o internet. ]

Una vez más, guiado por voces cercanas cuya intención es buena (las de los hare krishnas con los que sigo, esta vez en otro ashram del estado de Assam), he llegado a un templo en Guwahati al que llaman Kamakhia temple. Está en lo alto de los Neelachal Hills, y las vistas durante el ascenso hacia el enorme río Brahmaputra (inundando por las lluvias, uno de los más grandes de Asia, desde los himalayas tibetanos hasta el delta del Ganges) fue sudoroso pero interesante. Adorado entre hindús, el templo es uno de los 51 Shakti Peethas de su mitología y parece tener unos 2000 años. Dedicado a Mata Kamakhya Devi, la leyenda dice que la vagina de la diosa está dentro de la sala principal, en la oscuridad, y es la razón de miles de ofrendas diarias.

Aún con sus buenas intenciones al recomendarme venir, mis compañeros no saben que personas como yo pueden no querer venir a un lugar como éste. Por algunos momentos me ha parecido estar en el infierno! Resulta que aquí se ofrecen contínuamente animales, especialmente cabritas, a la Diosa (también llamada shakti), lo que hace que el lugar sea como un matadero… pero en un templo!!

Cientos de personas hacen una cola de 4 horas ‘gratuita’ o pagan 501 rupias por entrar en el templo en una media horita. La cola discurre como por unas rampas de los caballitos y pasan por una terrible zona de rejas apretaditos todos. Evidentemente lo que hay ahí dentro, y lo que ocurre, no lo voy a ver: sé ya por experiencia que las grandes colas indias de los templos son para una extraña -al menos para mí, aún ajeno a todo- experiencia rápida frente a una imagen de la deidad que no sé adorar bien y que me deja en evidencia frente a un posible sacerdote que podría pedirme algo a cambio de unas bendiciones, sacudidas de plantas en mi espalda, hilos en mi muñeca o un bindi o tilak (el punto rojo en la frente). Esto, sumado a las colas y a que no traigo ningún animal sacrificado para la devi, me deja como espectador exterior, que no es poco.

Pero no hace falta entrar para presenciar la violenta tragedia de pequeños y jóvenes animales inocentes perdiendo su cabeza en un degolladero, gritando hasta el último momento. Entre todas aquellas paredes sangrientas me parecía estar en un lugar infernal; más si añadía los puros momentos de realismo indio entre gente malformada, suciedad, pobres hombres en el suelo con barbas de siglos y mugre de años balbuceando limosnas, los que hacen la cola en esa jaula de rejas rojas y me miran aburridos como si hubieran sido condenados al infierno rojo y hubieran ya aceptado su final, perteneciendo ya al mundo de la sangre y de la muerte. Devotos y monjes también visten de rojo. Y una zona en la que las gentes están oscuramente sentadas contra paredes mugrientas y varias capas de mierda; unos procesan mantras con los ojos cerrados, otros arrastran cabritas para ofrecerlas en un altar antes de matarlas, las etiquetan probando tal gesto mientras, las pobres, comen las flores y guirnaldas que suelen ofrecerse también y se compran junto al templo. Qué contrariedades! Puertas enrejadas que separan ambientes sagrados y mortíferos, todo como lleno de sangre pero sin saber si es sangre, como en todas las esculturas de las paredes y figuras de adoración, donde la gente se postra y añade más rojo intenso, confundiendo pintura, sangre y sentimientos.

kamakhya-temple
6180429388_fcc7691f34_b
kamakhya-jpg-guwahati

Tal vez es porque hace poco fue el Ambubachi Mela, festival más intenso del lugar, pero durante mi visita no pararon de degollar cabritas, que los devotos traían bajo el brazo o simplemente compraban allí. Gritaban y gritaban las cabras sobre todo cuando los operarios, por llamarles algo, estiraban las patas traseras del animal, levantándolo en el aire, con su cabeza ya encajada en la horquilla que la separaría del cuerpo cuando la cuchilla bajase violentamente. La cabeza rodaba por el suelo y por momentos creí que había sangre en todos los rincones del templo.

Escribo esto en una sala de espera que he encontrado fuera de todo aquello, soy el único aquí, y mi soledad representa el distanciamiento físico y cultural que siento con el mundo que ahora veo.

No los condeno, sí los veo en la inocencia de la ignorancia; pero esta vez no, no participaré de la ignorancia de hacer cosas porque todos las hacen: qué feo impulso del fanatismo.

… ofrecer flores y bailar con los krishnas era mejor…