Richard y Olga

Bitácora chilota.

Los actores en este momento de mi vida, de este barco, la goleta Issuma.

En el último puerto nos despediremos y se acabó, no los volveré a ver en este teatro, la vida es así, los actores aparecen, luego salen del escenario: chao.

Son todos buenos actores en general, lo hacen muy bien, me creo sus papeles, en el teatro, en mi vida.

Abril 2015

Pescados chilenos

Bitácora chilota. 17 Abril 2015

Ayer, al volver del río sin nada pescado, vimos que había llegado un típico barco pesquero a nuestro fiordo, y parecía tener intenciones de quedarse a dormir.

Richard estaba preocupado con el estricto reporte diario que habíamos de hacer a capitanía con nuestra posición, pero aquellas montañas no dejarían pasar ni una de nuestras ondas de radio. Así que decidimos visitar aquel barco y tal vez usar su potente aparato para nuestro reporte.

Ya sabemos como son estas cosas, y como son 7 pescadores aburridos en un final de día. Yo, absorto con los sistemas del barco para echar redes y otros aparejos por la borda, ni reparé en los intentos de reportar que hacían en la cabina del capitán, pues sabía que Olga se encargaría bien del tema. Hablé socialmente con uno de ellos y poco más tarde, antes de volver a nuestra barquita con los deberes hechos, empezó a sacar pescados para darnos, y parecía no acabar. Congrio, jurel, un pulpito y muchas centollas, a las que arrancaba una parte con infinita facilidad y la tiraba por la borda antes de meterlas en una bolsa, yo relamiéndome pues ya sabía que con un simple hervor en agua estarían listas para devorarlas.

Durante los días siguientes preparamos y comimos todo tipo de platos, incluyendo sopas, pulpo a la gallega, salpicón de pulpo y una paella de marisco -con la centolla-.

Richard eligió una de sus mejores botellas de licor de a bordo, y al día siguiente les ví ir a llevársela a aquellos hombres, con algo de vino.

Quintupeu

16 Abril 2015

Las noches anteriores a días de navegación, el capitán solía acostarse despidiéndose con un ‘mañana zarpamos a las 7’, como para que Olga y yo estuviésemos listos. Aquella mañana zarpamos dejando la isla de Llancahué nublada, y nos alineamos con rumbo al fiordo de Quintupeu, el más especial que he conocido. Aguas calmas y picos nevados en los horizontes de la décima región chilena, la de los Lagos, mientras nos aproximábamos en silencio.

Cuando ví la estrechísima entrada al fiordo imaginé que entrábamos en un lugar muy recóndito y privado. Aquí se refugió el Dresden, histórico buque alemán, en tiempos de guerra, 1914.

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La mañana al llegar

(versión del diario del anterior post)

13 abril 2015

Estoy en una goleta de acero, en una cala inimaginable.

Sobre la cubierta, tumbado boca abajo para escribir y para recuperar mi espalda de la fatigosa noche de turnos navegando hacia los fiordos chilenos del sur. He ayudado al capitán en lo necesario y me permito mi gozo. Richard.

Olga es la chica de a bordo, es chilena y dice que este es el lugar más bonito de Chile.

Hay árboles de aquí -ya no recuerdo sus nombres- y se asoman hasta un metro por encima del agua, junto a otros arbustos y helechos. En ese metro hay rocas de un gris redondo que dan ganas de conocer personalmente, una por una, a la sombra de las ramas más atrevidas que se ciernen sobre ellas hacia aguas limpias que no son otras que las del pacífico.

Una suave brisa soleada mueve el molino de viento del barco; junto a su sonido, el de las olitas en las amuras del barco y del dinghy. Y el de leones marinos en alguna orilla.

Me despertó Richard al amanecer y me puse al timón boquiabierto viendo unas montañas nevadas desde las islas a las que entrábamos. Volcanes. Nieblas nocturnas huyendo del día como vampiros, luces luchadoras entre ellas, y un pescador.

Quizás el pescador nos odie como yo odio a los veleros que llegan a lugares recónditos donde me encuentro a veces, míos; veleros consumidores de placeres fáciles, de gasolina y de dinero.

Hacia los fiordos

13 Abril 2015

Dicen entre grumetes que hasta que no has tocado fondo accidentalmente alguna vez en aguas poco profundas con tu barco, no eres capitán. El primer día en el Issuma, saliendo por un canal natural de Puerto Montt, Richard me puso al timón confiando en mi experiencia, y a la media hora al barco varó sobre arena suavemente. Los nervios me invadieron y no supe como reaccionar, pero minutos más tarde elevamos la quilla -oportunamente retractil- del barco y continuamos sin problemas. Richard no estaba enfadado, puesto que la baliza del lugar era pésima y en las Américas, tremenda estupidez, el color de las boyas de circulación es al revés que en Europa. Curiosamente, días mas tarde le pasó lo mismo al capitán Richard, y el último día, a Olga. Con esto nos reímos y me deshice definitivamente de mi culpabilidad.

Pasado el mal rato y comienzo, estábamos los tres relajados ya y disfrutando nuestro primer té en el cockpit (bañera) observando las feas nubes que se avecinaban con lluvias pero que podrían traer algo de viento, pues aún necesitábamos el motor. Se nos acercó un agresivo barco policial controlando a dónde íbamos, y tuvimos que explicarles a grito nuestro simple plan. Creo que una de nuestras aportaciones y razones de estar a bordo era que el español de Richard era casi nulo, lo que nos obligaba a encargarnos de las conversaciones con locales y los reportes por radio.

Chile es serio en el control de navíos en aguas nacionales, y obliga mediante contrato, al firmar cualquier zarpe o control de llegada, a reportar posición dos veces al día. Esta exagerada medida nos trajo problemas cuando la floja VHF de Richard no salía por encima de las inmensas montañas que nos rodeaban y teníamos que usar teléfono móvil o conexión satelital, pues Richard insistía en cumplir pese a mis disuasiones. Sigue leyendo

La goleta

11 Abril 2015

Cuando llegué a Puerto Montt buscando barcos para la cruzada del pacífico, me sorprendí al encontrar rápido dos o tres pequeños veleros que podrían aceptarme más adelante hasta la Polinesia, hub central desde donde después podría continuar. Todo quedó en meras palabras, pero confié en la suerte, y decidí salir tan solo unos días con otro barco que encontré por internet, para recuperar la soltura a bordo y la competencia ante el inmenso objetivo pacífico y los meses de navegación que podría significar.

Allí en un muelle se encontraba amarrada la goleta de acero roja, y dentro su capitán Richard, un canadiense de 52 años que me había aceptado para ser parte de su tripulación. Richard no va con su goleta a Nueva Zelanda, todavía; Richard espera el siguiente verano austral para adentrarse en la cercana Antártica y desde allí, el culo del mundo, desde donde puede agarrarse cualquier rumbo más fácilmente, subir a Oceanía. Sabe Dios las tentaciones que tuve de cambiar mi rumbo a la Antártica, pero era demasiado tiempo y acordamos navegar juntos unos días por los fiordos chilenos y la espectacular isla de Chiloé. Sigue leyendo

El despertador

La última cruzada de los Andes: Capítulo noveno

11 Abril 2015

En realidad no sé cuando se acaban los Andes y empieza otra cosa: Chile es angosto. Creo que más que de la altitud o de la geografía, dependía de mi actitud; el despertador me sonaba para buscar barcos e iba hacia Puerto Montt decidido a encontrarlos.

Llegué a Pucón una noche de domingo y me sentí como en una película de desastre natural. El volcán Villarrica había estallado hacía poco y el pueblo estaba con esa energía atenta de sus habitantes, una mezcla de miedo y adrenalina que podía verse en los ojos del dueño del mini hostal que encontré soñando con una buena ducha y poder cocinarme algo cómodo. En Argentina y Chile nunca faltará una cocinita, una «hornalla» donde cocinarse desayunos y cenas caseras, que hacen acogedora cualquier estancia. Cómo lo echo ya de menos. El dueño hablaba intensamente del volcán mientras lo monitoreaba con una webcam en el ordenador. Un fotógrafo portugués de unos 50 años estaba allí buscando una erupción para sus documentales, como el dueño, como yo, todos en el fondo queremos ver un volcán partirse, ni muy cerca, ni muy lejos. Yo decía que quería que estallase pero que no le pasase nada a nadie, y se reían los chilenos.

Pucón está a orillas de otro lago, el Villarrica, y en faldas del volcán, aunque a salvo de la lava. Como tal, tiene su servicio de información sísmica y sus semáforos de alerta, sus rutas de evacuación, todo muy interesante y nuevo para mí, aunque más tarde vería que Chile es un país de volcanes y otros fenómenos naturales que ocurren cada tanto y tienen acostumbradas a sus gentes.

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El lago último

La última cruzada de los Andes: Capítulo octavo

8 Abril 2015

Dejé la carretera asfaltada que me llevó hasta el Mapuche y continué por caminos de tierra que las voces locales me recomendaban, lejos de motores, cerca de cencerros.

Cuando preguntaba por lagos pequeños e inhabitados a las gentes, tenía una idea en la cabeza para completar mi cruzada; un lago que reflejase bien las montañas, que estuviese limpio, que me diese leña, felicidad e intimidad en mi última noche en los bosques. Me hablaron de uno o dos que estaban a varios kilómetros, y caminé tranquilo surcando tierras de gentes humildes, ganado, casas de madera coloreadas, grandes árboles, manzanas y voilá!: castaños como los de mi tierra, que en este otoño ya dejan las castañas limpias y brillantes en los caminos, listas para llenarme los bolsillos y recordar los domingos en casa o las señoras que las venden a docenas en las calles del Raval.

Siguiendo indicaciones encontré el laguito y al hombre que me dijeron que vería cerca construyendo su casa. Hube de pedirle permiso para acampar por sus tierras, con miedo, pero esta gente siempre se sorprende de que un extranjero quiera acampar en un lugar que o bien no tiene atractivo para él, o bien le halaga por que vengan a su propiedad. Hombre humilde es generoso, y aún tratándome por loco, a lo que ya estoy acostumbrado, buscó el chiste, me convidó amistosamente a carne, me ofreció leña y como gol, conseguí su permiso para utilizar su barquita, lo que me daba esa satisfacción del caminante: la de sentir que estaba en el lugar correcto o de que no había caminado en vano, pues obviamente se venía un regalo de día.

Con el tiempo justo escogí el lugar -no es fácil-, instalé mis cosas y me calenté una cena. Hasta monté la hamaca, todo el despliegue para despedirme del sol de hoy y de los Andes de este viaje. Orienté la tienda pensando en mi despertar, en el despertar que tenía en la cabeza sin concretar pero que fue tan bonito al concretarse como lo que había imaginado.

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