La goleta

11 Abril 2015

Cuando llegué a Puerto Montt buscando barcos para la cruzada del pacífico, me sorprendí al encontrar rápido dos o tres pequeños veleros que podrían aceptarme más adelante hasta la Polinesia, hub central desde donde después podría continuar. Todo quedó en meras palabras, pero confié en la suerte, y decidí salir tan solo unos días con otro barco que encontré por internet, para recuperar la soltura a bordo y la competencia ante el inmenso objetivo pacífico y los meses de navegación que podría significar.

Allí en un muelle se encontraba amarrada la goleta de acero roja, y dentro su capitán Richard, un canadiense de 52 años que me había aceptado para ser parte de su tripulación. Richard no va con su goleta a Nueva Zelanda, todavía; Richard espera el siguiente verano austral para adentrarse en la cercana Antártica y desde allí, el culo del mundo, desde donde puede agarrarse cualquier rumbo más fácilmente, subir a Oceanía. Sabe Dios las tentaciones que tuve de cambiar mi rumbo a la Antártica, pero era demasiado tiempo y acordamos navegar juntos unos días por los fiordos chilenos y la espectacular isla de Chiloé.

Esperábamos a una tercera tripulante chilena, Olga, conocedora de la zona y que haría de guía. Durante la espera Richard y yo compartimos ratos de ordenadores, pues él es un freak linuxero, utiliza una distro de ubuntu llamada navigatrix que viene con todo lo que se necesita para navegar, y los dos primeros dias en su desordenada embarcación fueron de cocinar y buscar otros barcos en los muelles hacia el pacífico.

El catre que usaba para dormir era terrible y super claustrofóbico, un hueco junto a la escalera de entrada a cabina en el que entraba con las piernas por delante porque era como un ataúd. Pero yo feliz de lo que estaba pasando, coloqué mi librito ahí dentro y mis cosas y lo hice mi rincón.

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El barco estaba muy lleno y desordenado, andábamos entre mil cosas, pero era acogedor dentro, bastante viejo y destartalado con cosas que no funcionan pero por alguna razón práctico. 50 pies (unos 15 metros) de acero preparado para cortar hielo en motor con la quilla elevada, y un casco que se eleva ante la presión de icebergs antes de romperse. Se va a la antártica, claro. Dos mástiles y un aparejo de cinco velas que todas juntas hacían de navegar algo increíble.

Richard era un tipo interesante y teníamos tantas cosas en común que estábamos siempre tranquis desde el primer momento. Aventurero, toda una vida de navegación y solitario, ahorra y navega, admirable pero como todo capitán, maniático y loco, porque hay que estar, por presión social quizás, un poquito loco para hacer lo que él hace, pero sólo por eso. (…)

El último dia antes de separarnos le pregunté algo que me rondaba la cabeza en mi vida al observar la suya, Qué has pensado sobre tener hijos?, me contesta muy tranquilo, como si simplemente pasase así:

«I thought of it, but it’s maybe too late».
(lo pensé pero puede que sea tarde).

Tras la llegada de Olga un lunes por la mañana, comenzaba un viaje en goleta por la patagonia chilena que se prolongó mucho más de lo esperado, dos semanas, quizás por el buen triángulo que hacíamos, quizás por lo maravilloso de los lugares, quizás por las tormentas que nos amenazaron. Cuando volví a Puerto Montt después, los barcos que me podían llevar a Polinesia se habían ido, pero todo mereció la pena, siempre es así. Todo cuenta en el viaje de la vida, como se verá en esta bitácora Chilota.

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