Acerca de diesel

The world is sound

Respetito

El día que vuelva allí donde las motos se paren cuando cruce una calle para dejarme pasar, creo que voy a llorar.

Y si un conductor de un vehículo se para y me hace el gestito ese de «pasa, pasa» le rompo la luna para darle un abrazo, me vacío los bolsillos dentro de su coche.

Una ducha de un kilómetro de altura

Abril 2014

Era tarde, pero aún teniamos luz para observar, recién llegados al campamento base, la caída de agua más larga del mundo.

A orillas del río Churum, aún queda una buena caminata por la jungla hasta llegar al mirador donde los turistas tienen media hora para tomar fotos como chinos y salir pitando. Pero se ve claramente desde aquí que el escaso agua que salta en este momento tarda mucho en caer, y que en su caída, la vista se pierde, pues se convierte en polvo, en lluvia: es demasiada caída libre.

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Hoy mismo

Hoy es el primer día de mi vida que he visto una tela de araña diseñada en forma de nave, de bola, de balón ahuevado, hueca. Estaba suspendida por múltiples cables fuertes en todas las direcciones, sin duda como el acero para unas abejas extrañas que colocaban sus nidos en ellos.

No encontré a la araña, quería felicitarla: por el diseño y por la hospitalidad.

Después perdí la cuenta de las niñas de hasta 6 años que cargaban con sus hermanos (esta vez no eran sus hijos), de la mitad de su tamaño, por el poblado de Jutaí, donde por fin he visto caras completamente indígenas en el Amazonas. Tenían una increíble capacidad para arquear la cadera y dejar el peso de sus cargas en ella. Una estaba en la puerta de su casa viendo el chavo del ocho de reojo; otra caminaba a oscuras por la calle con una cara de mujer de 40 años que mejor ni recordarla. Otra, bajaba a un embarcadero con todos sus hermanos.

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Hoy es el primer día de mi vida que he oído un sapo que suena exactamente como Mario Bros saltando en SuperMarioWorld para Supernes. Que estuve un rato buscando al chavalillo de turno por la casa, para echarme unos vicios con él, hasta que me sacaron de mi equivocación.

Hoy he visto cosas.

Canaima y la oveja negra

Abril 2014

Dejé atrás aquel pequeño Cessna que se había posado en Canaima.

Canaima es una tierra de dinosaurios. Que las carreteras no lleguen hasta allí hace que tampoco llegue la corrupción sobre ruedas, el alcohol, el consumo, la peste. Y el lugar lo merece: está como debió estar hace millones de años, un paisaje único. Caminé y me encontré en una pequeña aldea indígena en el borde de un lago misterioso. Sus habitantes viven en casas rudimentarias y mantienen sus costumbres. Tienen una adorable conexión con la vida que les rodea, todas las decoraciones son de motivos naturales: cascadas, selva, mujeres preciosas semidesnudas y con rasgos amazónicos representando la maternidad y una comunión con la naturaleza.

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Ser paki (mola)

Son millones de veces las que, en Barcelona, los controladores principales del mercado de productos de consumo en pequeños negocios -desplazando a los mismísimos chinos-, pero sobre todo de cervezas en la calle, se acercan en cualquier lugar para ofrecerte una dichosa lata.

Son los pakistaníes. Nadie que haya pasado por Barcelona desconoce el fabuloso sonido con acento pakistaní que sueltan al pasar por tu lado con una leve sonrisa:

-Cerveza-beer, amigo?

Que por supuesto está en mi colección de sonidos:

No fueron pocas las veces que los quise matar cuando estando en la playa no me dejaban dormir, pues preguntaban cada minuto. Alguna vez les grité en el Borne porque insistían aún diciéndoles que no. Y sin embargo, todos queremos a los pakis. Tienen mil veces más carisma que los chinos, son simplemente salaos. Nunca se meten en líos, no se conocen apenas historias de tráfico o violencia con los pakis, y siempre traen una cerveza bien fría allí donde uno quiere tomarla en la calle, donde haya fiesta. 1 euro. 6pack x 5. «No paki, no party», solemos decir en barna.

Pues bien, hoy les quiero un poco más precisamente por su insistencia y les entiendo como nadie: Si quieres ganar dinero en Río, vende cervezas durante el mundial en Copacabana.

Cuando mi amigo argentino Edu llegó a Río, ví la luz: él tiene una «camio», que es lo que faltaba para la logística. Sólo necesitábamos una neverita, hielo, y cervezas. Bueno, y algo de ingenio, cachondeo y gracia.

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En un super, tenían oferta y conseguíamos super latãos (lata extra grande, de 550ml) por 2 reales y pico: las vendíamos por 6.

Lo malo fue que empezamos el día del 7-1 a Brasil, que ya es poca fiesta, hubo disturbios durante el juego y se fueron los gringos, y además cayó el diluvio después del partido. Morimos para al menos recuperar la inversión, en otro barrio con algo de ambiente, pero fue muy dura la pelea para captar clientes y conseguir vender, empapados.

En el siguiente partido habíamos vendido todo antes de acabar el primer tiempo. Brillaba el sol, los gringos estaban contentos, se vendían de cuatro en cuatro y la policía no nos molestó apenas. Bendición.

-«Cerveja! Latão geladão! Cold beer!», -gritaba entusiasmado, contando los billetes.

Pero de vez en cuando, con la boca más pequeña, gritaba un:
-«Cerveza beer, amigo?» y sonreía, recordando a mis pakis…