[ref. ‘Meditation in plain English’]
En algún momento te miras, ahí estás. Tu vida está pasando ante tí y tu simplemente vas tirando. Mantienes una imagen, vas; hay momentos malos, pero te los guardas. Crees que debe haber otra manera de vivir, de tocar la vida más plenamente, lo notas a veces. Luego subes, un buen trabajo, te enamoras, ganas la partida, y por un rato, las cosas cambian. «Ok, molo, ahora voy a ser feliz». Pero de pronto eso también se evapora, y se queda en la memoria, con una vaga sensación de que algo está mal. El mundo a tu alrededor vuelve a ser el típico lugar de despropósito imparable: aburre.
Qué te pasa? Eres raro? No, simplemente humano. Y por ser humano, estas atado a una inherente insatisfacción que simplemente no se va: es el mismo mal que infecta a todos los humanos. Puedes esquivarlo, negarlo, ignorarlo, entretenerte con objetivos o con tu status, pegártela, pero volverá: nadie se libra. Tiene muchas caras, puede ser tensión crónica, falta de compasión por otros (incluso tus amados), sentimientos bloqueados, muerte emocional. Una pequeña voz sin palabras que vive en tu cabeza y dice, «no es suficiente, quiero más, lo quiero mejor, tengo que ser mejor». Es un monstruo!
Vas a un evento, una fiesta social. Escuchas las risas, esa vocecilla general, jijiji, que dice diversión en la superficie pero miedo por debajo. Siente la tensión, la presión. Nadie se relaja de veras, es todo falso. Escucha las notícias, las letras de las canciones, es lo mismo. Celos, sufrimiento, descontento, estrés.
La vida parece un esfuerzo contínuo, y nosotros nos defendemos con el síndrome de ‘si’. Ay, si tuviera más dinero. Ay, si encontrase alguien que me amase de verdad, sería feliz. Si perdiese 20 kilos, si fuese rubia. Etcétera.
¿Qué es todo esto? Todo esto viene de la condición de nuestra mente, un proceso sutil y profundo de hábitos mentales:
La esencia de nuestra experiencia es el cambio. El cambio es incesante. La vida cambia a cada momento y nunca es la misma. Pero es la naturaleza del universo. Un pensamiento surge y se va, un sonido llega y se acabó. La gente viene y se va de nuestras vidas. Los amigos llegan, los familiares mueren. Todo cambia, nunca hay dos momentos iguales.
Y no hay ningún problema con ello! Pero la cultura humana nos ha llevado a una costumbre de categorizar las experiencias, de poner cada cambio mental de este infinito flujo en unas cajitas con etiquetas: bueno, malo, neutro. Y dependiendo de en qué caja lo ponemos, inconscientemente, lo percibimos con una cadena de acciones mentales que siguen: si fue bueno, intentamos parar el tiempo y agarrarnos a él; si fue malo lo negamos, lo rechazamos, nos resistimos, luchamos contra ello… Siempre habrá veces en que no conseguimos mantener el placer o huir del dolor, y ahí aparece nuestro sufrimiento.
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Si. El sufrimiento es una gran palabra en el budismo y en Oriente en general: las miserias del mundo material. Pero ha de entenderse por qué.
La palabra en Pali es Dukkha, y no significa la agonía corporal. Hace referencia más bien a la insatisfacción que llega con ese proceso mental que tenemos enraizado por nuestro modo de vida. Suena muy pesimista al principio, lo sé. Al fin y al cabo nuestras vidas son geniales si ponemos un poco de optimismo. Sin embargo, con un nivel de consciencia elevado, si examinamos un momento de llenura con lupa, bajo el disfrute, hay una pequeña corriente de tensión, un pequeño agobio de que por mucho que mole, se va a acabar.
Suena feo si se mira desde el punto de vista ordinario, pero hay otra perspectiva del universo en la que no intentamos agarrarnos a nuestras experiencias cuando ocurren ó bloquearlas, más allá de bueno-malo, placer-dolor, y es una habilidad difícil pero aprendible. Es el camino de la famosa liberación budista.
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Qué es la felicidad? Para muchos, es tener todo lo que se quiere. No puedes tener todo lo que quieres. Es imposible.
En cambio, puedes controlar tu mente, salirte del ciclo de deseo y aversión mencionado. Puedes aprender a no querer lo que quieres, a reconocer los deseos pero no ser controlado por ellos. Esto no es que te tiras pasivamente a ver la vida pasar, sin aspiraciones. Haces lo que tienes que hacer, pero sin obsesión, compulsión de deseo. Lo quieres, pero no necesitas perseguirlo como loco. Es difícil, insisto, pero tener todo es imposible, y la dificultad es preferible a la imposibilidad.
En el presente estamos empezando a darnos cuenta de que hemos sobredesarrollado el aspecto material de la existencia a expensas del aspecto emocional y espiritual, y estamos pagando el precio. El cambio está dentro. No puedes hacer cambios radicales en el patrón de tu vida hasta que empieces a verte como eres realmente ahora. En cuanto lo hagas, los cambios llegan solos. Pero has de ver quién eres y cómo eres, tu posición social y tus responsabilidades contigo y los demás, sin ilusiones, sin juzgar, sin resistencia, como un todo. Esta cultura mental mediante meditación, esta purificación, es fundamental para el entendimiento y la propia serenidad consecuente.
La meditación purifica la mente. Limpia el proceso de pensamiento de los irritantes como la codicia, odio o celos, cosas que te mantienen en el loop de las emociones y te separan de la tranquilidad y consciencia. La educación y la civilización nos pulen exteriormente, pero una cosa es obedecer la ley porque temes las penalizaciones y otra es obedecer la ley porque te has limpiado de la codicia que te hace robar o el odio que te hace matar.
Cuanto más grande el entendimiento, más flexibles y tolerantes somos, más compasión sentimos. Amas a los demás porque los entiendes. Has mirado a fondo y entendido tus propios errores, y entiendes los de los demás, estás listo para perdonar y olvidar, para amar. Cuando sientes compasión por tí, la compasión por los demás es automática.
La meditación es como cultivar una tierra. Primero se han de talar los árboles y sacar arbustos, después se nutre y fertiliza, luego se planta y cosecha. Para cultivar la mente, hay que limpiar primero los irritantes, de raíz, para que no vuelvan. Luego fertilizamos con disciplina, y luego cosechamos la fé, moralidad, mindfulness y sabiduría.
Ojo que la fé y moralidad no son, en el budismo, creer algo porque lo hemos leído o escuchado de un profeta o autoridad. Es saber que algo es cierto porque lo has visto funcionando, dentro de tí mismo. El propósito de la meditación, así, es una transformación personal, sensibilización mediante la observación de tus pensamientos, palabras. La arrogancia no encuentra ya lugar. El ego se va. La vida se suaviza, las cosas encajan, los planes tienen su sentido y tiempo, llega el entendimiento. Tus motivos subconscientes se aclaran y puedes redirigir a tiempo tus acciones, tu intuición se afila, el pensamiento es más preciso, vemos las cosas simplemente como son: esa es la definición de Vipassana.
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Uno de los mejores momentos en meditación es cuando te das cuenta por primera vez de que hay resultados, de que has cambiado tu respuesta a una situación desagradable desde algo ahí dentro, y el resultado ha sido favorable o tanto mejor. O cuando ves que meditas en mitad de una actividad ordinaria.
Siguiente, mi experiencia retirado en Birmania.